Inés Suárez debe ser una de las mujeres más conocidas de nuestra historia. Sin embargo, a pesar de su fama, no contamos con tantas fuentes ni antecedentes biográficos sobre ella, sino más bien con retazos de su vida que se han entremezclado con recreaciones literarias e imaginación novelesca para configurar su recuerdo histórico.

Los antecedentes sobre su vida se pueden encontrar en las crónicas de Gerónimo de Vivar y Pedro Mariño de Lobera, quienes recogen algunos episodios de su vida en Chile en el contexto de los hechos de conquista durante la gobernación de Pedro de Valdivia. Se suma a estos registros la Historia General del Reyno de Chile de Diego de Rosales, si bien esta crónica data del siglo xvii. Vale señalar, de todos modos, que no es Inés la protagonista de estos relatos, sino solo de un par de pasajes de la historia contenida en estos textos. Junto con los testimonios mencionados, los archivos vinculados a un proceso judicial contra Valdivia en Lima en 1548, compilados por el historiador Diego Barros Arana, y los títulos de encomiendas concedidos a Inés Suárez por Valdivia, transcritos por José Toribio Medina, complementan la información de las crónicas aludidas.

El problema es que los datos recogidos en las fuentes mencionadas limitan la información a la década de 1540, quedando un amplio vacío referido al resto de su vida y el desafío de completar su historia con algunas fuentes secundarias y registros específicos del Archivo General de Indias en España. [...]

Si bien podría parecer trivial, antes de relatar su biografía resulta pertinente realizar una pequeña aclaración acerca de su nombre. Muchas personas se refieren a ella como Inés «de» Suárez, pero lo cierto es que todas las fuentes de su época la registran como Inés Suárez o Juárez, sin mención de la preposición «de». [...] Su nombre se fue alterando en la memoria colectiva mucho tiempo después de su muerte, quizá por asumirse que la preposición «de» confería a su identidad un tono de hidalguía.

Lo cierto es que la familia de Inés Suárez no pertenecía a la clase de los hidalgos ni a la aristocracia española. Inés nació en Plasencia, provincia de Cáceres, España, en 1507, en el seno de una familia de artesanos. A los diecinueve años se casó con un hombre llamado Juan de Málaga, quien poco tiempo después emprendió viaje al Nuevo Mundo en busca —tal vez— de oportunidades de ascenso, mejora social o gloria personal. Es probable que Inés no haya recibido mayores noticias sobre él y al parecer, cansada de esperar, decidió emprender el mismo viaje para encontrarse con su esposo en América.

Recordemos que las mujeres no tenían permitido viajar solas a este continente. Inés debió pedir una autorización y presentar las garantías requeridas para obtener el permiso necesario: un par de testigos, Juan Garrote y el capitán Marañón, que dieron fe de su condición de mujer cristiana, y también la promesa de viajar acompañada por una sobrina, de cuya trayectoria no hay más información. Así, en 1537, le fue conferida una licencia real, tal como quedó consignado en el Libro de Asiento de la Casa de Contratación en Sevilla, para dirigirse a la Provincia de Tierra Firme, correspondiente al territorio continental centroamericano.

Tras arribar al puerto de Cartagena de Indias, luego de meses de travesía, Inés se dirigió hacia el sur, para buscar a Juan de Málaga entre las huestes que habían participado de la conquista de Perú. No obstante, al llegar a Cuzco se habría enterado de la muerte de su esposo, muy probablemente en la batalla de las Salinas, donde se enfrentaron las fuerzas de los hermanos Gonzalo y Francisco Pizarro con las de Diego de Almagro el 6 de abril de 1538.

Las versiones sobre las acciones que ella realizó tras esta noticia difieren, pero lo esencial es que, pese a quedarse sola en América, Inés Suárez decidió no dar marcha atrás y valerse por sus propios medios en el virreinato. Algunos relatos indican que habría exigido una reparación económica por su viudez, lo que le permitió adquirir unas tierras colindantes a la casa de Pedro de Valdivia, quien, por entonces, comenzaba a planear su expedición hacia Chile. Otros indican que empezó a trabajar en labores domésticas, como costurera, y que en tales oficios habría llegado a hacerse cargo del cuidado de la casa de Valdivia. En cualquiera de los dos casos, sabemos que sus vidas se entrecruzaron en el momento preciso para que Inés decidiera sumarse a la aventura que Valdivia lideraría desde 1540, buscando conquistar las tierras al sur de Perú.

Inés Suárez fue la única mujer española que formó parte de la expedición hacia Chile iniciada en enero de 1540, con la autorización de Francisco Pizarro. Para Valdivia, no fue fácil reclutar voluntarios para su aventura. El territorio se había ganado mala fama tras la frustrada expedición de Diego de Almagro. Solo once soldados españoles partieron con Valdivia y Suárez, acompañados de un contingente de indios yanaconas y sus familias. Poco a poco, a lo largo del trayecto, se fueron sumando nuevos participantes.

Los relatos de los cronistas casi no mencionan la participación de Inés durante la travesía. No obstante, entre líneas, es posible advertir la presencia de esta mujer, que se construye a partir del reconocimiento de los roles femeninos que cumplía en la tropa. Ella debió ejercer labores de cuidado y asistencia, preparando alimentos, tratando a los heridos y manteniendo el espíritu religioso. En particular, Pedro Mariño de Lobera detalla una acción casi milagrosa de su parte, al haber encontrado agua en medio del desierto cuando los miembros de la expedición creían estar al borde de morir de sed. Dice el cronista: «Estando el ejército en cierto paraje a punto de perecer por falta de agua, congojándose una señora que iba con el general llamada doña Inés Suárez, natural de Plasencia y casada en Málaga, mujer de mucha cristiandad y edificación de nuestros soldados, mandó a un indio cavar la tierra en el asiento donde ella estaba, y habiendo ahondado al punto de una vara, salió al punto el agua tan en abundancia que todo el ejército se satisfizo, dando gracias a Dios por tal misericordia. Y no paró en esto su magnificencia, porque hasta hoy conserva el manantial para toda gente, lo cual testifica ser el agua de la mejor que han bebido la del jagüey de doña Inés, que así se la quedó por nombre».

Los calificativos con que Mariño de Lobera la describe hablan de su positiva consideración hacia ella: mujer de mucha cristiandad, edificación de los soldados. [...] Se dice que, siendo muy cercana y leal a Valdivia, ella lo habría ayudado a descubrir una conspiración en contra del conquistador, evitando que, en su ausencia, Pedro Sancho de la Hoz tomara el control de las tropas.

Sin embargo, las pistas sobre sus particulares acciones se pierden hasta llegar al relato sobre los acontecimientos del 11 de septiembre de 1541. Los días previos a esa fecha, las huestes españolas, fundando Santiago el 12 de febrero de ese mismo año, se habían visto debilitadas ante algunos ataques por parte de los indígenas, que comenzaban a organizarse bajo el mando del toqui Michimalonco. Con el fin de hacerles frente, los hispanos aprisionaron a algunos caciques de la zona del Mapocho. No obstante, temiendo que sus enemigos continuaran agrupándose, Valdivia marchó con parte importante de sus huestes hacia el sur, dejando al teniente Alonso de Monroy a cargo de aproximadamente cincuenta soldados y trescientos yanaconas, además de Inés, en Santiago. [...]

Al enterarse de la partida de Valdivia, los indígenas decidieron atacar Santiago, iniciando la ofensiva hacia las 4 de la mañana del 11 de septiembre. Lanzando flechas, piedras y prendiendo fuego a algunos ranchos, lograron que los españoles se replegaran en la plaza central. De acuerdo con lo que relatan las crónicas, la defensa no tenía posibilidades de prolongarse por mucho tiempo. Los indígenas ya habían entrado y se aprestaban a liberar a sus compañeros que se encontraban presos. Fue entonces cuando intervino Inés Suárez, cuya acción ha trascendido como una gesta heroica.

Mariño de Lobera y Vivar coinciden en la descripción general de ese momento. Al darse cuenta de que los atacantes liberarían a sus compañeros, Inés tomó una espada y mató a los prisioneros indígenas, para luego amenazar con que acabaría del mismo modo con la vida de los demás. Vale la pena detenerse a analizar los términos con los que los cronistas narran el episodio, pues rescatan aspectos de la personalidad de Inés que contrastan el carácter de su femineidad con el arrojo que debió ser varonil y que, en ese instante, no se hallaba en la actitud de los demás soldados españoles.

[...]

Aun cuando Valdivia no menciona a Inés Suárez en la carta que escribió al rey Carlos I informándole sobre el asalto a la ciudad de Santiago, el conquistador destacó el mérito de la gesta de su compañera cuando fundamentó el otorgamiento de encomiendas por los servicios que había prestado. Los términos que utiliza en este documento también expresan su asombro por la gesta de Inés, sobre todo desde la consideración de su condición de mujer. [...]

El testimonio de Valdivia, que reconoce la excepcionalidad de Inés Suárez no solamente en ese episodio, sino a lo largo de toda la campaña de conquista, refleja el aprecio y valoración que él sentía por ella. Para el conquistador español, los méritos de Inés debían destacarse, en especial, considerando que se trataba de una mujer. Valdivia sugiere que, por su condición femenina, Inés no tenía la misma capacidad o fuerza para enfrentar las adversidades de la aventura en Chile, lo que hacía más elogioso su esfuerzo: «Por cuanto vos, doña Inés Suárez, vecina, venistes conmigo a estas provincias a servir en ellas a Su Majestad, pasando muchos trabajos y fatigas, así por la largueza del camino, como por algunos recuentros que tuvimos con indios, y hambres y otras adversidades que antes de llegar a donde se pobló esta ciudad se ofrecieron, que para los hombres eran muy ásperas de pasar, cuanto más para una mujer tan delicada, como vos».

Sin embargo, más allá de estos halagos, no existe documento alguno que demuestre explícitamente que, tras esos sentimientos, también hubo amor entre ellos. No hay una carta o un diario de vida que hable de los sentimientos entre ambos, pero la posibilidad de que hayan tenido una relación amorosa fue objeto de rumores y críticas durante esos mismos años.

El problema era que Pedro de Valdivia estaba casado con Marina Ortiz de Gaete. Sobre esta española tampoco existen mayores antecedentes biográficos. Nació en Costuera en 1513 y cuando tenía alrededor de catorce años, contrajo matrimonio con Valdivia. Si bien vivieron juntos por al menos ocho años, no tuvieron hijos. Cuando Valdivia emprendió su aventura en América, viajó solo, comprometiéndose a mantener a su esposa hasta que llegara el momento para que ella pudiera acompañarlo.

Las críticas hacia la posible relación amorosa entre Valdivia y Suárez surgieron, por lo tanto, a raíz de su condición extramarital. No obstante, las fuentes demuestran que no fue la ilegitimidad de la relación en sí misma la que constituyó el principal argumento de los cuestionamientos y del escándalo. Después de todo, Valdivia no debió ser el único español que tuvo amoríos fuera del matrimonio hallándose a miles de kilómetros de distancia de su hogar. En realidad, lo que sus críticos reprocharon era el hecho de que Valdivia —el conquistador, el capitán, el gobernador— se hubiera vuelto voluble a la influencia de una mujer. El cronista Alonso de Góngora Marmolejo lo expresa en las reflexiones que cierran sus capítulos sobre Valdivia, diciendo que al gobernador se le podían reprochar dos defectos en su vida: «que aborrecía a los hombres nobles, y de ordinario estaba amancebado con una mujer española, a lo cual fue dado».

Las acusaciones, entre algunas de otra naturaleza, se canalizaron a través de una denuncia contra Valdivia presentada a Pedro de la Gasca, presidente de la Real Audiencia de Lima, en 1547. Esto dio pie a un juicio que obligó a Valdivia a viajar a la capital del virreinato para responder ante las incriminaciones de desobediencia a la autoridad, despotismo y codicia insaciable.

Los testimonios ofrecidos por los denunciantes permiten advertir los motivos subyacentes a las críticas contra la relación del conquistador e Inés Suárez. Los ejemplos expuestos a continuación demuestran que, en el fondo, lo que molestaba era el poder que había adquirido Inés, quien figura en el acta de acusación como una mujer manipuladora:

«1° En Atacama, llevando la jornada de Chile, el gobernador dio garrote a un soldado, que se llamaba Escobar, porque Ines Suarez se quejó dél.

2° ... tenía siempre Ines Suarez espías y grandes inteligencias para saber quién le hablaba a Pero Sancho y nadie no le osaba hablar, porque no le castigase.

8° cuando se repartió la tierra a quien quiso Ines Suarez y la tenían contenta, tuvo repartimiento i públicas mercedes, que en aquello veía él quien a él le deseaba servir, y decía que «quien bien quiere a Beltrán bien quiere a su can».

9° que en el tiempo del repartimiento, les decía Ines Suarez a los que tenía por amigos, cuando estuviéremos en la cama el gobernador, mi señor, y yo, entrad a habladle y yo seré tercera, y así negociaban...

10° que decía esta señora muchas veces que quien no le daba nada no era su amigo.

11° que todo el tiempo que está en Chile y desde que salió del Cuzco, que ha más de ocho años, está amancebado con esta mujer, y duermen en una cama y comen en un plato... y manda a las justicias como el mismo gobernador.

47° que estando la tierra alzada, iban a conquistarla con el gobernador, y los dejaba y se venía por la posta a ver a Inés Suárez».

Valdivia respondió a cada una de las acusaciones, manifestando que era él quien tomaba las decisiones, sin dejarse influir. Ante la denuncia número once, se detuvo para aclarar su relación con Inés Suárez, ofreciendo una versión que defendía la honra de ambos y que destacaba la alta valoración sobre ella, que él compartía con otros vecinos:

[...]

Los testimonios recogidos en el proceso judicial ofrecen una interesante posibilidad para conocer la percepción que algunos compañeros de armas tenían sobre Inés Suárez, pero, además, para comprender las categorías de género sobre las que se sostenían tanto las denuncias como las defensas expuestas. Como ya decíamos, las acusaciones contra la relación se concentraron sobre todo en la manipulación que ella habría ejercido sobre Pedro de Valdivia y, en el fondo, en la participación de esta mujer en un ámbito que no debía incumbirle, el de la política. Después de todo, las declaraciones también permiten advertir que Valdivia escuchaba las opiniones de otros compañeros de armas, como Alonso de Monroy o Jerónimo de Alderete, y eso, en cambio, no fue objeto de críticas.

[...]

El 19 de noviembre de 1548, presidiendo el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, Pedro de la Gasca dictó sentencia. Pedro de Valdivia fue absuelto, pero la decisión se condicionó al requerimiento de que el gobernador «no converse inhonestamente con Inés Suárez, ni viva con ella en una casa, ni entre ni esté con ella en lugar sospechoso [...] de tal manera que cese toda siniestra sospecha de que entre ellos haya carnal participación». La sentencia exigía a Valdivia, respecto de Suárez, «que dentro de seis meses primeros siguientes después que llegase a la ciudad de Santiago de las provincias de Chile, la case o envíe al Perú para que en ellas viva o se vaya a España, o a otras partes, donde ella más quisiere». Finalmente, Pedro de la Gasca determinó, además, que Inés Suárez debía restituir y distribuir entre los conquistadores los indios que había recibido como reconocimiento a sus méritos por parte de Pedro de Valdivia.

Así terminó (si es que existió) la relación amorosa entre ambos. La única orden del tribunal que no cumplieron fue la restitución de las encomiendas que él le había otorgado. Pedro de Valdivia regresó a Chile a comienzos de 1549 y procuró buscar un marido para Inés Suárez. [...]

En tanto, en 1549 se celebró el matrimonio entre Inés Suárez y el capitán Rodrigo de Quiroga (1512-1580), quien llegó a ser gobernador de Chile entre 1565 y 1567, y luego, entre 1575 y 1580, año en que tanto Quiroga como Inés, unos meses después, fallecieron. Estuvieron unidos en matrimonio, prácticamente, por treinta años. No tuvieron hijos [...] La piedad del matrimonio Quiroga Suárez se habría expresado en gestos similares a los que ya se habían destacado en el juicio para defensa de Inés: su compromiso por ayudar a otros y propagar la fe cristiana. En agosto de 1558, ambos decidieron fundar una capellanía en terrenos cercanos a Santiago, colindantes por la ribera norte con el río Mapocho, desde el camino real que se dirigía a Huechuraba hasta la chacra del Salto de Araya. Allí, en el cerro Huechuraba, Inés Suárez había instalado antes la ermita de Nuestra Señora de Monserrate. [...]

El matrimonio también financió la construcción de la iglesia de La Merced en Santiago, que llegó a ser, en ese tiempo, el más suntuoso templo cristiano en Chile. Allí descansan, hasta hoy, los restos mortuorios de Inés Suárez y Rodrigo de Quiroga, tal como lo reconoce una placa en su homenaje.

Hemos visto en los diversos testimonios revisados que la historia de Inés Suárez no se agota en Pedro de Valdivia ni en su probable condición de amante del primer gobernador de Chile. Inés destacó por sí misma, como la primera española en tierras chilenas y colaboradora activa en el proceso de conquista hispana, de la fundación de Santiago y de la incipiente promoción o siembra de una cultura y sociedad cristianas en el territorio. [...]

Tal vez sea mejor desprender a Inés Suárez de las etiquetas y estereotipos. Fue una mujer que lidió con las prerrogativas sociales de su tiempo y con las particulares circunstancias de la conquista de Chile, de una sociedad en conflicto y en formación. Forjó un destino personal y excepcional que, sin dudas, le ha permitido trascender en la memoria histórica, no solo por haber acompañado a otros, sino por el mérito de sus propias acciones.

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