Desde fines de la década de los 40, en las escuelas de arquitectura —redundante es mencionar que de allí egresan los que hacen edificios—, el rechazo a lo antiguo fue visceral. De alguna manera, esto explica la demora en reconocer con valor los edificios de fines de siglo XIX y, sin cargos de conciencia, justificó buena parte de su demolición, aunque también la voracidad inmobiliaria obligó a los arquitectos a ejecutarlas. Una ciudad donde no se demuela nada es una ciudad congelada, virtud que solo tienen pocas en el mundo, como Venecia. Para el resto de los mortales, el ciclo nervioso de una ciudad viva es su constante proceso de demolición y construcción.

En 1949, en el fragor de la reforma universitaria, entre nuevas y viejas ideas acerca de la arquitectura, un gesto simbólico de ruptura fue la quema del Tratado de Vignola por estudiantes de la Universidad Católica, quienes luego se trasladaron a Valparaíso y en 1952 refundaron la Escuela de Arquitectura de la UCV, con la posteriormente célebre Ciudad Abierta de Ritoque.

El tratado en cuestión era el manual obligatorio en las escuelas de arquitectura, que normaba la aplicación de los órdenes clásicos en los edificios. La respuesta fue la arquitectura y el arte modernos, que rechazaban la historia —como lo hizo la célebre escuela de la Bauhaus— y quizás atender lejanamente al dictado de Schumpeter sobre la “destrucción creativa”. De esta manera, “los bulldozer, poseídos de una fiebre destructora”, como señalaba Alejo Carpentier, eliminaron del paisaje urbano muchas viejas edificaciones, algunas con valor intrínseco arquitectónico, como la Estación Pirque o el Palacio Arrieta.

Hoy, de modo pendular, todo edificio viejo es merecedor de conservación, mucho más con el magnífico ejemplo de la restauración del Palacio Pereira, realizada por un equipo dirigido por la arquitecta Cecilia Puga, nieta de Sergio Larraín. Esta condición pendular se manifiesta en todos los aspectos de la vida social: rechazo visceral a lo viejo y, luego, amor irrestricto. Hoy estamos en el estadio amoroso por lo viejo que, por añadidura, ofrece un escenario urbano diverso y rico en imágenes y lugares.

Resultaría de interés pedagógico que en la celebración del Día de los Patrimonios, los guías de los paseos y tours en los edificios patrimoniales, además de contar las historias de los acontecido en ellos, puedan dar razones de tanta belleza.

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David Kahneman, pionero en las ciencias del comportamiento, dijo que«cuando veo un descubrimiento sorprendente, mi reacción automática es no creerlo»”.

Felipe Edwards del Río

Antes que la doctora Claudine Gay tuviese que renunciar a la presidencia de la Universidad de Harvard, en parte por acusaciones de plagio en su contra, otro caso de la falta de honestidad académica provocó una polémica. Hace unos tres años, la universidad notificó a la profesora Francesca Gino que ella se encontraba bajo investigación y le indicó que ese mismo día debía entregar todos los computadores y máquinas que le había facilitado la institución. Gino es una experta mundialmente reconocida por sus investigaciones sobre la deshonestidad y cómo reducirla. El cuestionamiento no solo puso en jaque la carrera de una de las profesoras estrellas de la Escuela de Negocios de Harvard, sino que destapó una crisis en la disciplina de las ciencias del comportamiento.

Tras una beca posdoctoral, Gino aceptó un contrato por dos años como profesora visitante en Carnegie Mellon University, donde se destacó por su capacidad y eficiencia. Al llegar a Carnegie Mellon tomó una investigación que se había estancado y en semanas redactó un artículo completo que luego fue divulgado en una publicación académica. En 2008 aceptó otro puesto en la Universidad de North Carolina. Luego comenzaron a aparecer decenas de sus investigaciones de años anteriores, muchas de ellas publicadas con profesores célebres, entre ellos Dan Ariely, de Duke. Pronto Gino recibió ofertas de las mejores universidades del país, de las cuales eligió a Harvard, donde en pocos años fue premiada con un profesorado permanente.

Los estudios de Gino y Ariely derivan de las investigaciones de Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía en 2002, y Amos Tversky, pioneros de la especialidad de cómo el ser humano juzga y toma decisiones. Ellos descubrieron que, lejos de actuar siempre en su propio beneficio, estamos sujetos a diversos sesgos y distorsiones, como sobrevalorar la información que es más fácil de conseguir, cambiar de gustos arbitrariamente, o dejarnos distraer por hechos irrelevantes. El homo economicus de la economía clásica estaba bajo acecho.

Se planteó que, si nuestro subconsciente nos engañaba para tomar una decisión errada, tal vez también podría ser empujado a optar por lo correcto. Richard Thaler, Nobel de Economía en 2017, y Cass Sunstein, estudiaron como cambios menores en algunas reglas pueden producir beneficios automáticos, como enrolar a todos como donantes de órganos y darles la opción de no serlo, en lugar de lo inverso.

Eventualmente las idea de ayudar a las personas tomar mejores decisiones se masificó. En lugar del concepto que pequeños cambios a gran escala pueden tener beneficios formidables, se consideró que los seres humanos éramos casi infinitamente moldeables. Kahneman estaba convencido. Le dijo a Gideon Lewis-Kraus, del New Yorker, que “la gente estaba inventando cosas que no debieran funcionar pero que estaban funcionando, y me tenía enormemente impresionado”.

Pero estos trabajos inspiraron a otros que eran menos rigurosos en su metodología y se descubrió que no eran replicables, un fundamento del proceso científico. A medida que los estudios se convirtieron más estrafalarios, las críticas se multiplicaron. En 2011, un psicólogo de la Universidad de Cornell, Daryl Bem, publicó un artículo que supuestamente comprobaba la existencia de la clarividencia. Parecía una broma, pero llegó a su conclusión empleando la metodología generalmente aceptada. El mismo año, Joe Simmons, Leif Nelson y Uri Simonsohn diseñaron una parodia de esos estudios: “comprobaron” que escuchar la canción When I'm Sixty-Four, de los Beatles, rejuvenecía a sus oyentes un año y medio. Los tres crearon un blog llamado Data Colada, donde exponían los estudios falsos y ridículos. Si bien el trabajo de Kahneman y Tversky estaba bien fundamentado y entregó descubrimientos valiosos, otros estudios más llamativos empleaban trucos estadísticos, como el de “p-hacking”, en el cual se analizan decenas de variables y publican solo las pocas correlaciones que parecían “significativas”.

Los académicos de Data Colada también encontraron casos en que podía haber fraude. En el caso de la Dra. Gino, indicaron que aparentemente se había manipulado datos para comprobar la tesis de que instar personas a recordar los diez mandamientos antes de llenar un formulario los hacía más honestos en sus respuestas. En un artículo de Gino detectaron que se habían trasladado datos de una planilla de un lugar a otro para respaldar los resultados. En otro estudio, de Ariely, parecía que se habían alterado los datos con el mismo propósito. Entregaron sus conclusiones a Harvard, que luego de casi dos años de investigación despidió a Gino. Duke se encuentra investigando a Ariely, quien niega la acusación.

No cabe duda que las personas no son tan manipulables como se pensó en un momento. Kahneman —fallecido en marzo pasado— reconoció que se equivocó al endosar algunos de los estudios, y señaló que considera “héroes” a los académicos de Data Colada. Dijo que hace doce años aceptaba los resultados llamativos, pero que ahora “cuando veo un descubrimiento sorprendente, mi reacción automática es no creerlo”.

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