Mi vieja tiene 101 años, camina, lee, ve televisión, fuma, toma un whisky todos los días. Según mi hermana, que vive en la casa de al lado, toma mucho más de uno”.

Voté por Boric dos veces, pero creo que hay una gran cuota de ideologismo, de soberbia e improvisación en la administración del Estado”.

Estuvo en tres colegios, fue milico junto al hijo mayor de Pinochet, integró el Mapu, trabajó en Quimantú durante la Unidad Popular, se fue de Chile tras el golpe del 73; vivió 20 años en Buenos Aires, volvió a Chile cuando el país se creía el jaguar de Latinoamérica, fue editor en editoriales importantes y fundó «The Clinic», semanario que reivindicó el lenguaje de la calle y el garabato como revulsivo contra el periodismo acartonado.

Hoy Pablo Dittborn está jubilado pero sigue activo como asesor de la editorial Planeta. Tiene 77 años y está como tuna. No tiene achaques físicos, anda en bicicleta, toma micro, compra abarrotes en el negocio de la esquina y casi no usa auto.

Hijo de Juanita Barros y Carlos Dittborn, padre de tres hijos y abuelo de cinco nietos, me recibe en su departamento en Vitacura, decorado como la casa de Don Draper (el protagonista de «Mad Men»), antes de tomar un avión rumbo a Antofagasta para participar del festival Puerto de Ideas, del cual es miembro de su directorio.

Le pregunto por los comentarios que hizo en «DFMAS» Pamela Castro, actual directora de «The Clinic», en contra de la antigua línea editorial del medio y responde: “El comprador no tiene que rendirte ninguna cuenta, por lo tanto, todo lo que haga la Pamela Castro, para mí, desde la óptica empresarial, está bien”.

Dittborn considera que las críticas sobre el machismo de «The Clinic» en el pasado son, en algunos casos, atendibles. “Concretamente, hay una de la Presidenta Michelle Bachelet en la que se agrandó el volumen de su cuerpo, se la puso en una bicicleta y decía: “Estamos guateando”. Eso hoy es imposible de hacer. Te incendian. En esa oportunidad, ni ella se quejó. Pero sí tuvimos un castigo fuerte. En el número siguiente las ventas cayeron en un 30%. Nos castigó el público. Esa portada no se puede repetir. Y era machista a cagarse”.

—Pero todo tiene un contexto. No se puede juzgar el pasado con los parámetros actuales. El pintor Ignacio Gumucio dice que hoy impera el capitalismo de la ofensa y que la gente busca sacar réditos del victimismo.

—Podría ser. Porque hay una hipersensibilidad con respecto al humor, al sarcasmo, a la ironía. Si tú miras lo que eran los humoristas hace diez años en el Festival de Viña, hoy día la mitad no se podrían subir al escenario. Porque eran imitaciones gay, chistes machistas, roteos. Esto lo conversé con la Pamela. Le dije: “Tú optaste por sacar el humor”. Esa es la fácil. Lo difícil es hacer humor de calidad sin ser ni machista, ni homofóbico, ni roteando. Ese humor es más culto y difícil de encontrar. Pero si ella decide que no tiene humor, es su decisión editorial. Yo creo que es un error. Para eso hubieran comprado «Cosas» o «Caras». A ella le preguntan en la entrevista y dice que es una marca potente. Bueno, entonces si es potente, ¿por qué le cambia su identidad?

“Yo tengo mucha fe en Chile”

—Tienes 77 años. ¿Cómo ves el Chile de hoy?

—Yo tengo mucha fe en Chile. Creo que vamos a pasar este bajón, porque no hay una única explicación. Estuvo el estallido, la pandemia y una inseguridad político-empresarial que se creó con gente que llegó a cambiarlo todo. Yo voté por Boric dos veces, pero creo que hay una gran cuota de ideologismo, de soberbia e improvisación en la administración del Estado. Cuando me dicen, “pero cómo, si ustedes fueron parte de la Unidad Popular”. Yo les digo que hay una diferencia fundamental. El Mapu era DC y había sido Gobierno con Frei Montalva. Conocía cómo funcionaba el aparato público. Estos jóvenes de ahora no conocen ni el aparato público ni el privado. Ellos vienen de la universidad y el parlamento. Pero creo que Chile va a recuperar el nivel de crecimiento porque todavía tiene instituciones sólidas.

—¿Cuándo el Presidente Gabriel Boric habla de caletas con perspectiva de género, qué te pasa?

—Me cago de la risa. Es que yo soy viejo poh hueón. Entonces mira, te lo voy a decir. A mí el estallido me dio por las pelotas. El estallido me alteró la vida psicológica. Yo encuentro que fue el vandalismo más atroz que habido en Chile desde el día del golpe. O sea, no me vengan con reivindicaciones sociales porque ¿qué cambió? ¿Mejoraron las pensiones, mejoró qué?

—Iván Poduje dice que con el estallido retrocedimos 30 años.

—Claro, retrocedimos. Además a este país le pasó un estallido, después una pandemia y nos fuimos a la mierda.

—A Evelyn Matthei le quedan dos años de candidatura presidencial. ¿Piensas que puede ser la oportunidad para que un candidato de extrema derecha entre por los palos?

—Está la sensación de que va a haber una segunda vuelta entre Matthei y Kast. Y que nosotros, el progresismo, no vamos a tener más opción que la que tuvieron los franceses en su momento (2002) que fue votar por Chirac; que en este caso sería Matthei. En Francia se votó por Chirac para que no fuera (Jean-Marie) Le Pen. Yo no conozco a la Matthei más que lo que leo. Creo que es trabajadora, eficiente, inteligente, pero no sé cuán ideológica o cuán estricta es.

—¿Dada esa tesitura política, votarías por Matthei?

—En esa tesitura Kast-Matthei, mi primera opción sería votar nulo o en blanco.

—¿Ves algún candidato presidencial posible en la izquierda? ¿Qué te parece Tomás Vodanovic?

—Es muy joven, está recién despegando. ¿Qué era antes de ser alcalde? O sea, si surgiera alguien de nuestro sector creo que esa persona sería Carola Tohá.

—Tohá me recuerda la opción presidencial de José Miguel Insulza. Él tenía el apoyo de las élites, pero no tenía arraigo popular. ¿Tohá tiene el carisma necesario?

—Yo creo que José Miguel nunca metió los pies en el barro. La Carola, sí. Creo que tiene la preparación y las condiciones.

—Dos años en política es mucho tiempo.

—¿Sabes lo que pasa? En julio se saben los candidatos a las municipales y, a poco andar, empieza la campaña. Después vamos a hacer el análisis de los resultados pensando que en un año viene la presidencial. Mi visión es que la Matthei va a seguir ahí, Kast también, y que se empezará a promocionar a alguien. Ese alguien, de nuestro lado, si es ministro, tiene que salir un año antes. O sea, en noviembre de este año tiene que renunciar a su pega. Y por lo tanto, una vez que renuncie, está claro que es candidato aunque se inscriba después en marzo. Mi visión es que cuando se largue la campaña presidencial chilena, Milei va a estar creciendo al 10 %. Porque viene del fango y va a crecer. Se va decir: “Milei con políticas de derecha bajó la inflación de 300 % a 50 %. Y levantó el PIB al 10 o 12 %”. Y ese va a ser el discurso de Kast. O de alguien que entre por ese lado.

“Pienso en la muerte”

—Tú viviste 20 años en Argentina. ¿Qué te enseñó ese país?

—Una actitud muy gozadora de la vida. Porque en Argentina conocí gente que se decía de izquierda, como los Montoneros, la Juventud Peronista, pero que podían disfrutar de todos los placeres que acá considerábamos burgueses; ellos consideraban que eran lo más lícito y de acuerdo a la ideología. Entonces me desideologicé bastante, lo que me ha permitido gozar sin culpa de las cosas que me gustan, en la medida que me las gano y me las consigo.

—La pasada por Argentina te desatrapó.

—Exactamente. Me liberó de ataduras pequeñoburguesas. A mí me dicen: “Tú eres de izquierda, pero has veraneado toda la vida en Cachagua”. Pero si es lindo Cachagua. Y además ahí están la mayoría de mis amigos.

—Esa neurosis clasista es muy chilena.

—Claro, porque en Argentina el taxista te tutea: ¿Ché, dónde te llevo? Es más igualitaria esa sociedad porque tienes posibilidades de ascenso social. Los 20 años en Argentina cambiaron mi ADN. Yo era otra persona acá en Chile. Con mucha más inseguridad, con menos desplante, con mucha dificultad para hacerme escuchar. Y llegué allá, esta es la parte más incómoda, porque mi apellido aquí es conocido por mi papá y el Mundial del 62. Pero en Argentina, en 20 años, nunca me dijeron nada. Lo que más me preguntaban era “¿de dónde eres?” y yo decía “de Santiago”.

Pablo Dittborn dice que en la sociedad santiaguina aparece siempre la misma frase: todos nos conocemos. “Y todos somos la alta burguesía. No jodamos. También el año 60 era la misma pequeña burguesía. Mi generación es la de prácticamente cuatro o cinco colegios de Santiago: el Verbo Divino, los Padres Franceses, el San Ignacio, el Saint George y el Liceo Alemán”.

—Pasaste por la Escuela Militar. ¿Qué le dirías a Pinochet si se te apareciera en un sueño o en una pesadilla?

—Yo fui compañero del hijo de Pinochet en la escuela, entramos el mismo año. Tenía 15 años. Entonces entramos 180 huevones y yo estaba en los últimos 30. A los 50 años que salimos de la Escuela Militar hicieron un almuerzo y yo fui con mi hermano Carlos, que también había sido cadete. Estaba saludando gente, nos pusieron a todos chapitas con el nombre y escucho: ¡Pablito! Y alguien me da un abrazo. Era el hijo de Pinochet, Augustito. ¿Qué le iba a decir? “¡Fuera de aquí, hijo de criminal!” No poh, huevón. “Qué tal, cómo estai”. Nunca fuimos amigos porque él estaba en otra sección; mi amigo de chico, y hasta el día de hoy, es Juan Emilio Cheyre.

“Con Pinochet ni siquiera pude celebrar cuando se murió porque estaba en un aeropuerto en Puerto Montt con unos amigos que nos habían invitado a pescar, y sabíamos que eran bastante momios y estábamos con Pato (Fernández). Por respeto a ellos no hicimos nada. Nos saludamos entre los dos y nada más. Pero si le podría decir: viejo criminal conchatumadre”.

—Fuiste pareja de Karen Poniachik. ¿Te afectó su muerte?¿Todavía hablaban?

—Hablábamos todos los meses o cada quince días porque nos tocó la pandemia y yo estaba en Valparaíso. O ella me llamaba o yo la llamaba y las preguntas clásicas eran: “¿qué estai leyendo?” Yo le recomendé «Un caballero en Moscú» de Amor Towles que le encantó. Después: “¿qué series estás viendo?”, “¿qué películas?” Y luego supe, cuando llegué al funeral, que éramos como trece los que sabíamos de su estado de salud grave. Cuando yo empecé a pololear con la Karen ella ya había tenido cáncer. O sea, te estoy hablando de la época del gobierno de Lagos. Con Lagos ella fue vicepresidenta ejecutiva del Comité de Inversiones Extranjeras (CEI) mucho tiempo. Yo estaba hablando por teléfono con la Lydia Bendersky, íntima amiga de la Karen, y muy amiga mía. La llamé para saber sin era cierto que los resultados de la Karen eran peores de los que se esperaban y estábamos en eso cuando me dice: “Tengo una llamada por otro lado, corto y te atiendo”. Cortó y me dijo que le estaban avisando que se había muerto. Se puso a llorar. Me vine a Santiago. Cuando se murió, para la ceremonia posterior, que fue como diez meses después, en el cementerio judío, también me llamaron sus hermanos y me invitaron. Tengo una muy cordial amistad con David que al final se quedó con la patria potestad de la niñita de la Karen.

—¿Fue inesperado?

—Ella hacía broma como que había estado lista-lista, que se había ido al cielo, y la habían mandado de vuelta. Esa frase la usó. Ella había tenido cáncer de mamas, linfoma, después tuvo páncreas. La Karen estaba pelada, usaba peluca, pero al mismo tiempo me decía: “Me compré la mejor peluca en Nueva York”. “¿Y cómo te queda?”, le preguntaba. “Bien. Cuando vengas te voy a mostrar” me respondía.

—Seguían amigos.

—Me decía: “tú nunca quisiste que armáramos pareja porque no queriai tener guagua conmigo”. No, Karen. Si yo tengo nietos. Tenía miedo.

—A tu edad, la idea de la muerte te da vueltas, ¿no?

—Pienso en la muerte. Pero he inventado una figura de que yo estoy en la segunda línea. Porque como tengo mamá, ella está en primera línea. Se lo debo a la genética. Mi vieja tiene 101, camina, lee, ve televisión, fuma, toma un whisky todos los días y juega bridge. Según mi hermana, que vive en la casa de al lado, toma mucho más de uno. Cuando se muera mi mamá, chucha, habré pasado a la primera fila. Pero como tengo un papá que murió a los 41, digo, yo, la verdad, es que con una mamá de 101, y yo de 77, me siento bien. Si me pasa algo, los niños están grandes.

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