“Las críticas eluden lo que afirmo y rehúyen los problemas que abordo”.

De esta forma el filósofo y académico de la UDP Hugo Herrera, comienza sus descargos. Hace un par de semanas, y por estas páginas, el sociólogo Daniel Chernilo salió a criticar el auge de cierto pensamiento conservador en Chile, personificándolo en Josefina Araos, Daniel Mansuy, Pablo Ortúzar y Herrera. Sin embargo con éste último fue particularmente duro: dijo que su forma de comprender la política sería cercana (cuando no igual) al fascismo.

Días después —también en una entrevista a «La Segunda»— el filósofo Felipe Schwember agregaría que el “trabajo [de Herrera] está inspirado en ciertas ideas que vienen del fascismo”.

Con calma, Herrera se tomó el tiempo para responder estos cuestionamientos.

“No fijaría mi posición como conservadora”

—¿Te sientes parte de una “nueva fronda conservadora” como señala Daniel Chernilo?

—Para nada. No fijaría mi posición como “conservadora”. Además,“fronda” alude a la oligarquía. Imputárselo a quien ha sometido a crítica a esa oligarquía es incorrecto. Quizás no leyó «La fronda aristocrática» de (Alberto) Edwards, donde explica la noción.

—Él apunta a que el lenguaje que apela a la tierra, al vínculo con el paisaje, los terremotos, el clima y la geografía, como una forma de construcción de la identidad chilena, es uno muy cercano al fascismo. Tú has tratado todos esos temas. ¿Qué piensas?

—La tierra, el paisaje, son fundamentales no sólo en la conformación del pueblo, sino para la plenitud o frustración de la vida humana. Basta pensar en la diferencia en la calidad de la existencia de un pueblo habitando ciudades integradas a la naturaleza, esparcido proporcionadamente por su territorio, en un paisaje hermoso y fecundo; y otro pueblo habitando ciudades segregadas, hacinadas, contaminadas, de puro cemento, donde las regiones son abandonadas y el paisaje es arrasado y estéril, para reparar en el significado vital de lo telúrico.

“Decirle a eso ‘fascista', es expresión de falta de seriedad política e intelectual. En Chile, no sólo Miguel Serrano, también el comunista Neruda, Rolando Mellafe, Luis Oyarzún, Gabriela Mistral, han destacado el papel descollante de lo telúrico en la conformación del pueblo y la responsabilidad que pesa sobre nosotros de cuidar la tierra. La tierra es nuestro rostro y vuelve sobre nosotros. Fuera de Chile, mentes tan disímiles como Henry Lefebvre, William Cronon, Yi-Fu Tuan, Frederick Turner o Montesquieu, reparan en el significado de lo telúrico”.

—Uno puede pensar que buena parte de los problemas en Chile son territoriales.

—Claro. Es precisamente porque en Chile la política se ha desentendido de la tierra y el paisaje. Hoy mismo, la mayor parte de nuestros problemas más graves son telúricos: los incendios que, como el de Viña, arrasan ciudades, también los campos; la cuestión mapuche; la falta masiva de agua en decenas, cientos de comunas; el hacinamiento, la segregación y la mezquindad de la planificación urbana; el abandono de las regiones. Es vanidad de habitantes acomodados de la gran ciudad esquivar el significado de la tierra y la urgencia de los problemas que la aquejan.

—¿Crees que el pueblo es el espacio donde se anclan los valores más profundos de la nacionalidad? Chernilo dice que esa una concepción nacionalista, propia del fascismo; “es el lenguaje de lo telúrico, de lo esencial, que le gusta tanto a Hugo Herrera”.

—Respecto a tu pregunta: pueblo y territorio son los aspectos concretos más básicos de la vida del país. La política se trata del despliegue del pueblo en su territorio, pues de eso depende la plenitud humana. Además, desconocer la relación del pueblo y su tierra, es descuidar equilibrios básicos para la estabilidad institucional. El malestar tras el estallido social tiene un componente territorial ostensible. Ese tipo de irrupciones no ocurren en países donde la cuestión telúrica es atendida y el pueblo se halla bien integrado al territorio. No las ha habido en Canadá, Australia o Alemania, sí en Chile y Francia.

“Ahora, lo que dice Chernilo es directamente contrario a lo que yo he escrito. En mi libro «Octubre en Chile», digo explícitamente: que el pueblo no es esencia, sino algo variable, plural, permeable a la inmigración. Que no puede ser esencia, pues es incontrolable, se oculta para de pronto irrumpir, como el 18 de octubre. Que el pueblo, junto con ser un poder redentor, es una fuerza eventualmente peligrosa, que ha de ser encauzada. Si luego de leer todo eso alguien me achaca esencialismo, hay ahí un problema de incompetencia lectora, mala fe o disociación psicológica”.

—Te hago este par de preguntas porque la intención de la crítica que hay detrás, no sólo en Chernilo sino también en Felipe Schwember, es caracterizarte como un fascista o al menos como alguien muy cercano a eso. Esa es la sensación que me queda. ¿Cómo lo ves?

—Como parte de una estrategia fácil y nada liberal. Pretenden fungir de especies de policías del pensamiento. En la dictadura la disidencia era motejada de marxista-leninista o comunista y en la URSS de fascista. Pero, como dice la canción, “los pensamientos son libres”. Junto al intento de clausurar la discusión mediante la descalificación censora, ellos desconocen lo que he escrito y dicho persistentemente: además de defender el significado existencial del pueblo y el territorio, abogar por la idea republicana de la división del poder. Un régimen político en forma necesita ambos: un pueblo activo, integrado consigo mismo y su territorio, y la división institucional del poder social, tanto entre el Estado y la sociedad civil, cuanto al interior de ellos. A esa síntesis la he llamado «Republicanismo popular». Sobre ella escribimos un breve ensayo con Mario Desbordes, «Crisis epocal y republicanismo popular». Estas ideas no sólo las he escrito, sino que he tenido que defenderlas en largas polémicas, por ejemplo, con Fernando Atria, cuya propuesta vulnera, precisamente, la división republicana del poder.

“Una palmaria falsedad”

—Una de las cosas que más me llamó la atención es la acusación de que tú, Mansuy, Araos y Ortúzar serían defensores de cierto statu quo. “Ellos prefieren un Chile donde los sectores populares o pobres, las clases medias bajas, no tenían las aspiraciones para acceder a los beneficios a los que el país ha accedido durante los últimos 30 años”, dice Chernilo.

—Es una palmaria falsedad, que revela, otra vez, incompetencia lectora, mala fe o disociación psicológica. Chernilo contradice, de nuevo, afirmaciones expresas y persistentes, ahora de cuatro personas.

—Schwember señala que en tu interés por personajes como Mario Góngora, Alberto Edwards o Francisco Antonio Encina, “hay una suerte de intento de blanqueamiento intelectual (...) para tratarlas de hacerlas pasar como posibles referentes para una derecha moderna y democrática”. ¿Qué dirías respecto a eso? Chernilo y Schwember son muy críticos con la figura de Góngora.

—Escribí un libro sobre Encina, Edwards y Góngora, otro de Góngora en particular. Son respuestas a una hipótesis formulada en un libro previo: «La derecha en la crisis del bicentenario». Ahí sostengo que, desde los 70, prevaleció en Chile una derecha neoliberal, pero que eso no fue siempre así. Antes hubo al menos cuatro derechas: un liberalismo laico, otro cristiano, un pensamiento cristiano-social y otro nacional y popular. Esas tradiciones enriquecían la discusión y ampliaban las capacidades comprensivas de la derecha.

“He explicitado que el uso de los mentados autores tiene que ser reflexivo y crítico, no dogmático. Por de pronto, porque no vivimos en su tiempo. En los 30, por ejemplo, eras ibañista y apoyabas una dictadura; o alessandrista y asumías matanzas. Pero resulta que a Edwards, Encina y su grupo, entre los que se cuentan Luis Galdames, Darío Salas, Tancredo Pinochet, les debemos las reformas fundamentales —constitucional y educacional— que le dieron salida a la crisis del Centenario. Y si bien Góngora apoyó el golpe del 73, le formuló el 81 la crítica más demoledora a la dictadura, entre otras cosas, por restringirle a la ciudadanía su capacidad política en diversas áreas. Es una crítica hondamente democrática. ¿Tenemos derecho a perdernos esos y otros aportes, en el momento de las crisis por las que atraviesan la derecha y el país?”.

—Una de las cosas a la que apunta Chernilo es la poca capacidad del conservadurismo de dar cuenta de temas que están muy presentes en la sociedad como el feminismo y las diversidades sexuales, entre otros. ¿Cómo te insertas en esas cuestiones en específico?

—Mi tesis en estos asuntos es política, más que moral. Me aparto de posiciones como la del IES, un órgano del Opus Dei, pero también de las causas identitarias. La moralización de la política —conservadora o liberal— amenaza dañar las condiciones del debate libre, que supone aceptar al otro, aunque piense distinto, dándole viabilidad a un país en el que quepan todas las posiciones mínimamente razonables.

—Desde esa perspectiva, ¿cómo el pensamiento conservador puede hablarle a una sociedad cada vez más emancipada y heterogénea como la chilena?

—Más que desde el conservadurismo o el progresismo, o desde la moral o la economía, la política necesita ser entendida políticamente. Esto no significa ser inmoral o dilapidador, pero sí poner los asuntos morales y políticos en perspectiva política, atendiendo a la cuestión política fundamental: producir integración del pueblo, consigo mismo, su paisaje y sus instituciones.

—Digamos que el progresismo también tiene el desafío de comprender una ciudadanía compleja.

—Siempre hay tensión del polo popular-telúrico con el más abstracto, elitario-ideológico-institucional. La tensión puede, sin embargo, aumentar o disminuir. Si dirigentes y académicos se enclaustran en barrios segregados y universidades de ricos, pierden contacto con el pueblo y el territorio, y así capacidad comprensiva. Entonces advendrá la crisis, como pasó en el Centenario, cuando la oligarquía se encerró en sus mansiones en Santiago o París; y como ha ocurrido en el Bicentenario. Para lo de 2019, distintos estudios venían advirtiendo la pérdida de legitimidad de las instituciones. Pero las élites desarraigadas fueron sordas. Y ahora, ¿qué proponen nuestros liberales? ¿Más neoliberalismo e intensificar la agenda identitaria? ¿Eso, y criticar una política territorial y popularmente responsable como “fascismo”?

—No puedo dejar de preguntarte: ¿cómo ves el futuro de la derecha tras la muerte del expresidente Piñera?

—El expresidente, paradójicamente, gracias a su poder económico podía ser independiente del poder económico. Si el PS, por ejemplo, tiene muchos ahorros, los partidos de derecha carecen de ellos. ¿Confían en los empresarios? Eso los volvería frágiles. Más que nunca es necesario articular en la derecha un pensamiento político robusto, que supere el estrecho economicismo neoliberal. Sin esa articulación, el empresariado capturará las candidaturas y es ingenuo esperar las reformas que el país necesita.

—¿Cómo ves la figura del expresidente? Tú siempre mantuviste cierta distancia crítica con él.

—Varias veces le planteé que operaba como si bastase que la economía y la gestión funcionasen para que todo estuviera bien. Ya Portales entendía que sin legitimación de las instituciones por las fuerzas políticamente activas no hay desarrollo: ni cultural, ni social, ni económico. 2011 y 2019 lo refrendaron: bajo relativo bienestar económico y razonable gestión, se cayó en crisis profundas. La acicatearon piquetes. Pero el malestar estaba y está, y opera en ese nivel más hondo de la legitimidad. Para la candidatura a su segunda presidencia, le dije a Piñera que tenía que ser un Alessandri padre, estadista, no Alessandri hijo, tecnócrata. Quién es uno para que un Presidente le haga caso. Pero ahí estuvo su principal error. Dicho eso, su muerte me dio mucha pena y me hizo ganar una distancia, que venía adquiriendo con los meses de este Gobierno y su inoperancia. Sentí que había caído en algo parecido al Frente Amplio: desdeñar la gestión y la economía. Gracias a la economía, Chile superó la desnutrición y gracias a la gestión, 33 mineros y miles de personas —para lo del coronavirus— le deben sus vidas a Piñera. En eso, él nos dejó una lección.

LEER MÁS