En un duelo uno no va subiendo peldaños hasta decir ‘lo superé', de hecho, la palabra superar no hace mucho sentido”.

En casos como el de los afectados por los incendios el primer gesto de acompañamiento es instalar los recursos básicos, pero esto sigue: aunque les construyan sus casas, la pérdida sigue ahí”.

“¡Qué papá más contenedor y presente! ¡Qué despedida más difícil!”, fue la frase que Magdalena Piñera Morel publicó el pasado 24 de febrero, en su cuenta de Instagram, días después del fallecimiento de su padre, el expresidente Sebastián Piñera. Si se quiere, es la expresión pública de un duelo que cientos de familias han llevado de forma privada en medio de las ruinas que dejaron los incendios forestales de la Región de Valparaíso.

En su mítico libro «Una pena observada», el escritor británico C.S Lewis decía que “nadie me dijo jamás que el duelo se siente como el miedo”. Nada muy distinto a ese sentimiento medio generalizado que de una u otra forma ha teñido el final de este verano en Chile.

Precisamente reflexionar sobre los procesos de la muerte y la pérdida es a lo que invita Catalina Álvarez Ode, psicóloga, especialista en trauma y duelo, profesional en el área oncológica y cuidados paliativos de la red UC-Christus y docente de la Facultad de Medicina de la misma universidad. “Hay que partir por decir que el duelo no es una enfermedad. El duelo es un proceso emocional natural, espontáneo y necesario”, señala.

—Cuando alguien muere siempre hay un duelo. ¿Pero qué pasa cuando eso ocurre en circunstancias trágicas y con alto nivel de exposición como lo que ha pasado en el país los últimos días?

—Generalmente hacer duelo por una muerte inesperada es más difícil del que se vive cuando el que muere ha padecido una enfermedad, en donde el entorno va haciendo un preduelo. Cuando el duelo además tiene características de masividad, como en el caso de los incendios o lo ocurrido con el Presidente Piñera, obviamente hay muchas más variables a la hora de hacer ese proceso de pérdida. Estos duelos con tintes traumáticos no necesariamente terminarán en un trauma diagnosticado, pero podría serlo y de ahí la relevancia del apoyo psicológico en las primeras etapas. Estas experiencias no solo están teñidas por la pérdida, también están acompañadas del horror por cómo se produjeron. Las pérdidas finalmente generan un espacio vacío en la identidad, todo lo que yo entiendo de mí misma se pone en duda y la pregunta que nos hacemos es “¿cómo vivo ahora?”.

“Si ya lo he hablado, la muerte deja de ser algo extraño”

—Vivimos las tragedias casi como un reality, si bien tenemos más información y herramientas, hoy estamos siendo testigos de las cosas en el momento en que ocurren. ¿Cómo gestionamos eso?

—El gran beneficio de lo instantáneo es la capacidad de actuar, de mover a la sociedad, de generar identificación y poder colaborar de manera rápida. Eso sin duda es uno de los aportes de las redes sociales, pero también hay que saber cuidarse. Uno puede llenarse de información, pero que no necesariamente es útil para mi salud mental. El ejemplo clásico es el paciente que tiene cáncer y se mete a Google a investigar, por eso los doctores no lo recomiendan. Hay que ser muy consciente del tipo de información que estoy consumiendo, porque estas noticias no solo me generan conocimiento, también emociones. En la semana de los incendios y la muerte del Presidente Piñera mucha gente se sintió en una experiencia de duelo. El sobreexponerse a imágenes y a las emociones que ellas generan, pueden provocar una gran interferencia emocional. Uno no necesita ver ni saber todo para informarse o empatizar.

—Sufrir una pérdida y vivirla intensamente es lo que nos hace seres humanos, pero ¿cómo diferenciamos un duelo sano de uno patológico?

—Insisto en que el duelo es un proceso muy personal. Mi recomendación es observar cómo esa persona se siente “satisfecha” en su cotidianidad junto a su situación de pérdida. Con “satisfecha” me refiero a cuando se logra vivir con la pérdida, sintiendo al mismo tiempo deseos de vivir y ganas de transitar por nuevas experiencias. Si la persona se encapsula, no vuelve a enlazarse con otros, en su vida social, laboral o afectiva, ahí es preocupante. Esa persona pareciera que “dejó de vivir” o que se está dañando a sí misma y ahí la recomendación es, más allá de patologizar, buscar herramientas para sostenerlo.

—Si todos vamos a perder a alguien alguna vez, ¿el duelo no debiese ser un proceso en el que nos debiéramos preparar con anticipación?

—“Prepararse” suena a entrenamiento. Creo que es más simple y más honesto el analizar cómo hablamos en nuestras casas de la muerte y de la fragilidad de la vida. Estamos insertos en el discurso del “siempre joven “o “siempre enérgico” y deberíamos darnos espacios para conversar acerca de cómo esperamos que sea nuestra muerte. Abrir los caminos para acoger la única certeza de nuestra vida: que vamos a tener pérdidas. Si ya lo he hablado, la muerte deja de ser algo extraño, ajeno y amenazante, es una realidad dolorosa que ya está en un espacio de comunidad y eso lo hace más sobrellevable. Cuando hay una cultura que silencia la naturalidad de las pérdidas, es muy difícil abordarlas en soledad.

—Al enfrentarnos a la muerte, muchas veces lo primero que intentamos hacer es anestesiar el dolor con medicación u otras medidas de evasión. Parece que antes la muerte se vivía de manera más consciente, ¿crees que el duelo moderno nos impide sentir?

—Los ritos son fundamentales a la hora de procesar un duelo. Desde la espiritualidad, las religiones o las comunidades sociales. Estamos en un mundo en donde las consignas populares son “vamos que se puede” “decrétalo” o “eres una guerrera”, que en algunas ocasiones pueden ser útiles para apoyar a alguien, pero muchas veces tratan de tapar el dolor y evitarlo. El dolor de la pérdida no se vive sólo de manera cognitiva, llega incluso al dolor físico. A veces llegan pacientes que en la consulta te dicen: “tuve que sobrevivir al duelo, no tuve tiempo para llorar, para mirarme ni detenerme”.

Álvarez agrega: “No hay mayor presencia que la ausencia de aquel que uno ama. Hacer caso omiso a la emocionalidad de un duelo, puede generar muchas consecuencias a largo plazo, por eso hay que tener mucho ojo con los duelos detenidos o invisibilizados. Un duelo es tan removedor que la gente llega a sentirse enloquecida”.

“El duelo es como una marea”

—La psicoterapeuta Cate Masheder, experta en duelo, dice que “en el pasado pensábamos que con el tiempo ese dolor se hacía más pequeño y desaparecía. Pero el enfoque ahora es que ese dolor se mantiene tal y como está, pero nuestra vida crece alrededor de él”. ¿Suscribes a esa idea?

—La intensidad del dolor efectivamente va cambiando, pero eso no significa que se acabe. El proceso del duelo es muy sinuoso. En el mismo día y en un mismo año puedo vivir todas las emociones juntas. En un duelo uno no va subiendo peldaños hasta decir “lo superé”, de hecho, la palabra superar no hace mucho sentido. El duelo es como una marea, a ratos vienen olitas que son tranquilas y luego una ola gigante que te revuelca. Todo eso puede suceder en un mismo día. ¿Las personas al pasar los años pueden retomar sus vidas y reasignar sus lazos significativos? Sí, ¿quiere decir eso que se nos olvida a quien perdimos y el dolor que nos generó? No.

—¿Qué recomiendas evitar decir cuando alguien ha perdido a un ser querido?

—Como psicóloga no te puedo dar una receta de cocina. Pero cuando pienso en mis pacientes se me vienen a la mente algunas frases clichés. Obviamente que no hay mala intención, pero muchas personas no se sienten aliviadas cuando te dicen “tienes un angelito en el cielo” o “Dios elige a sus guerreros para librar estas batallas”. Para acompañar al otro antes de decir o imponer, hay que verlo. Puede ser que una persona necesite silencio y un abrazo grande y otra ser escuchada. Hay que tener mucho ojo.

—Y también estar dispuesto a ayudar de una manera concreta, porque a veces la compañía es sólo a través de un mensaje de WhatsApp.

—Se da mucho la frase del “aquí estoy para lo que necesites”. Es muy bonita, pero cuando se está viviendo un profundo dolor probablemente ni uno mismo tiene la más remota idea de las propias necesidades. Hay pacientes que agradecen mucho que haya habido alguien que les ayudara a elegir un ataúd u organizar la ceremonia, porque el dolor te impide actuar o tomar decisiones. Entonces el hacerse presente implica gestos muy concretos cuando alguien está atravesando un momento tan duro. La persona no está loca, está tan interferida que no es capaz de definir sus necesidades, por eso es tan relevante que sus más cercanos sean capaces de detectarlas sin invadir su intimidad.

—Una vez un viudo que fue juzgado por volverse a casar me dijo: “La gente te acompaña al principio y luego cuando le sobra el tiempo. No se imaginan lo que es un domingo solo con los hijos”

—Efectivamente al principio la compañía es muchísimo más activa y es importante saber que la intensidad va a bajar y que la vida sí continúa, incluso para el doliente, aunque quisiéramos que se detuviera. Los tiempos son muy personales, por eso no tenemos que imponernos el ayudar de la misma manera con igual intensidad, pero si proponernos hacer ese acompañamiento en un plazo mayor. En casos como el de los afectados por los incendios el primer gesto de acompañamiento concreto es instalar los recursos básicos, pero esto sigue porque, aunque les construyan sus casas, la pérdida sigue ahí. El proceso de duelo está muy vivo y necesitan un espacio para volver a reconstruirse. A veces se piensa que hay que atravesar el duelo para volver al estado anterior de la pérdida y el duelo no tiene nada que ver con eso. Esa persona no volverá a ser la misma y lo que hace es reintegrar su vida con una pérdida. Está viviendo un mundo nuevo.

—Ser mamá o cuidadora y perder a alguien cercano es muy complejo. ¿Cómo vivir un duelo duro cuando otros dependen de ti?

—Existe un tema muy cultural: cuando tenemos un dolor “hay que hacer cosas” y muchas veces el adulto que tiene que hacerse cargo de otros se castiga por sentirse apenado. No quiere transmitirles su dolor a sus hijos y tampoco quiere pedir ayuda para no transformarse en un “cacho”. Entonces empieza a ser infinitamente agotador, tanto física como emocionalmente, sostener el peso que tienen que llevar. Es como la sensación de tener que ponerse una capa de superhéroe, cuando a duras penas se está tratando de entender el mundo. Un clásico es que la mamá, para no hacer daño a los hijos, evita a toda costa que ellos la vean triste. Es algo muy comprensible, pero probablemente esos niños también están en pérdida y son capaces de percibir que a esa mamá le está pasando algo diferente.

—Habría que compartir del dolor, ¿no?

—Si como adulto entiendo que me puedo permitir vivir el dolor con mis seres queridos, que incluso pueden ser mis hijos, también los estoy ayudando a permitirse sentir e integrar el dolor como algo en sus vidas. Ese proceso hace que la pérdida se vuelva mucho menos solitaria para cada integrante de la familia. También esto ocurre con los adultos mayores a los que “no queremos preocupar”; pero a veces subvaloramos su sabiduría y toda esa experiencia que pueden aportar. El duelo se repara junto a otro y ese otro colabora en este tránsito, no hay que tener miedo a dejarse querer y pedir ayuda.

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