“¿No debería acaso tener la opción de ejercer un derecho para poner fin a su vida en las mejores condiciones posibles si es que así lo estima?”.

Daniel Loewe Facultad de Artes Liberales, U. Adolfo Ibáñez.

Imagine que se encuentra sufriendo malas condiciones de salud, con una mala calidad de vida, quizás con dolores o sufriente, y sin posibilidad de recuperación. Quizás la muerte es inminente. ¿No debería acaso tener la opción de ejercer un derecho para poner fin a su vida en las mejores condiciones posibles si es que así lo estima? Esto se conoce como muerte asistida, que incluye la eutanasia (cuando un tercero ejerce la agencia que, siguiendo la voluntad del paciente, acaba con su vida) y el suicidio asistido (cuando el paciente mismo la ejerce, limitándose un tercero, como un médico, a posibilitarla).

Hace pocos días la Corte Constitucional ecuatoriana decretó la “inconstitucionalidad condicionada” del artículo que sanciona con prisión el homicidio simple incluyendo la eutanasia, posibilitando a pacientes en ciertas condiciones (por establecer) el acceso a esta forma de muerte asistida; así se suma a una creciente lista de países (los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Colombia, Canadá, Nueva Zelanda, España, y Portugal). Hay otros países, como Suiza y Alemania, y estados en federaciones, en que el suicidio asistido es legal. También en Chile se ha propuesto una modificación a la Ley 20.584 sobre los Deberes y Derechos de los Pacientes que posibilitaría la eutanasia. Se trata de una legislación de la mayor importancia y urgencia cuyo debate es necesario reactivar a la brevedad.

El interés en el cómo y cuándo morir se relaciona estrechamente con nuestro interés en la forma de nuestra propia vida. Si a usted le importa cómo vivir, le tiene que importar como morir. Quizás usted comparte la opinión de Séneca de que “si se nos da opción entre una muerte dolorosa y otra sencilla y apacible, ¿por qué no escoger esta última? Del mismo modo que elegiré la nave en que navegar y la casa en que habitar, así también la muerte con que salir de la vida”. Y es que hay ocasiones en que la muerte no daña al que muere, sino que lo beneficia: si el último capítulo de su vida está caracterizado por elementos que le quitan valor, como dolor y sufrimiento, y usted los quiere evitar, entonces la muerte, al evitar la ocurrencia de esas cosas, lo beneficia.

No hay buenas razones para considerar estas prácticas como éticamente ilícitas, y en sociedades plurales, liberales y democráticas, tampoco las hay para prohibirlas. Cuando lo que otorga valor y sentido a la propia vida ya no está disponible o está pronto a desaparecer, y la muerte inminente o el tipo de vida posible hasta su acontecer impide que lo esté en el futuro, no hay ninguna razón plausible para que la comunidad política le niegue a una persona competente la posibilidad de ponerle fin, accediendo para ello a la asistencia que requiera. Se trata de un último acto de autonomía que nadie, tampoco el Estado, debiese poder impedir.

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En el marco de la reciente película nacional “Los Colonos”, en donde se reflejó el genocidio vivido por el pueblo selk'nam (quienes habitaban en la Isla Grande de Tierra del Fuego), cabe señalar que se dejaron ver distintas limitaciones a nivel histórico y paisajístico.

Los selk'nam eran un pueblo indígena de cazadores-recolectores, habitantes de las pampas fueguinas y con una población de entre 3 mil a 4 mil personas. Utilizaban herramientas de piedra, hueso, madera y cuero. Su principal alimentación era la carne de guanaco, que cazaban a pie, ayudados por perros descendientes de zorros. Han sido descritos como de buena apariencia, altos, robustos y de anchas espaldas, con un promedio de estatura de un metro y ochenta. A su vez, en medio de los distintos conflictos entre los pueblos del territorio, eran temidos por los yaganes, habitantes canoeros de islas de más al sur. Ninguno de estos pueblos desarrolló la escritura o símbolos de comunicación.

Hace casi 150 años hubo, en el lado argentino de Tierra del Fuego, una de las primeras matanzas hacia este pueblo. Finalmente, la mayoría de ellos, como ocurrió con gran parte de estos grupos, falleció a causa de las enfermedades benévolas de los colonos.

En la película “Los Colonos” se caracterizan a distintos personajes dentro de un rol maligno, con diversos estereotipos presentes en su desarrollo. Ni hubo mención de los otros actores en estos crímenes, que, al ser ignorados en la película, impiden hacerse una idea apropiada de lo sucedido. Entre ellos están el sanguinario Julius Popper, rumano buscador de oro en la parte argentina de la isla; así como los poco preparados salesianos a cargo de la misión de Isla Dawson, donde murió la mayoría de los indígenas.

A su vez, el territorio perteneciente a la Tierra del Fuego no logra ser representado dentro de su contenido audiovisual: el duro clima presente en esta zona, el intenso viento y la sobrevivencia de los indígenas en medio de las tempestades, teniendo en cuenta que estaban casi desnudos. En la película no se logra apreciar este mundo.

Los selk'nam eran habitantes de las pampas fueguinas, donde pastaban las ovejas, pero la película los ubica en bosques. De esta manera, los selk'nam en su esplendor, su cultura y sus creencias; sus cantos, el fantástico paisaje, el duro clima magallánico, se dejaron de lado para enfocarse en otros personajes, resumiéndolos a figuras poco claras, mostradas a penas durante instantes.

Manuel Suárez Dittus

Doctor en Geología, académico

U. Andrés Bello

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“Los fantasmas populistas acechan, y resulta alarmante que pocos sean capaces de reconocerlos”.

Ignacio Imas A. Gerente Imaginacción Asuntos Públicos

Comienza un nuevo año político, y vaya año nos espera. Tenemos pendientes debates importantes en el Congreso, como la reforma previsional, la ley corta de isapres y el pacto fiscal. Además, se avecinan conversaciones sobre elecciones, desde los gobiernos locales hasta el nacional. Serán meses movidos. En estas épocas, nuestros dirigentes suelen buscar diferenciarse, optando por comportamientos y lenguajes poco propicios para el acuerdo. Nos encontramos en una etapa en la que nuestra élite parece seguir dinámicas propias, desatendiendo lo verdaderamente importante. Pero, ¿no es también nuestra responsabilidad?

Constantemente estamos tentados a creer que la política no nos afecta ni interesa, pensando que no tiene un impacto real en nuestra vida cotidiana. Esta creencia genera una completa desafección hacia lo público. Nos privatizamos cada vez más, convencidos de que solo nuestro esfuerzo personal nos llevará a un mejor lugar. Mientras tanto, dejamos espacios amplios para que algunos se aprovechen de esta desvinculación. Al ampliar el terreno en el cual los políticos pueden decidir por nosotros, al preferir desentendernos, las políticas públicas se ralentizan y nuestra élite se enfrasca en peleas sin sentido. Luego, nos dedicamos a criticarlos, sin asumir que nuestra ausencia influye de manera perversa en este resultado. Nuestra falta de compromiso, es clave.

Es cierto que nuestra clase política no es solo víctima de esta situación, contribuye significativamente a agudizar lo mencionado. Se aprovecha de la situación, olvidando el papel fundamental que debe desempeñar. Deciden pasar por alto que en una democracia como la nuestra, existen diversas demandas a las cuales deben dar respuestas. Optan por cristalizar el apoyo de sectores cada vez más reducidos, descuidando que la estabilidad va íntimamente ligada a la generación de niveles de vida al menos adecuados.

¿Todo esto te suena familiar? Seguramente. Sin embargo, es crucial comprender que esto no es exclusivo del caso chileno; otras democracias supuestamente más consolidadas experimentan situaciones similares. Aunque es responsabilidad de nuestros políticos tomar medidas para garantizar su propia supervivencia, también depende de nosotros. Debemos comprender cuán importante es vivir en democracia. Los fantasmas populistas acechan, y resulta alarmante que pocos sean capaces de reconocerlos. Las advertencias están claras, y es desolador que hagamos poco para evitar el destino hacia el cual nos encaminamos. Aún hay un margen, pero el compromiso debe ser total y transversal.

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