“Una denuncia histórica chilena con brío de wéstern salvaje y de aventura adulta (...) bello ejercicio visual y sonoro, un tratado sobre el colonialismo sin necesidad de los excesos retóricos del discurso ni de la impostura”, señaló la crítica de «El País» sobre “Los Colonos”, la película de Felipe Gálvez que fue seleccionada por la Academia Chilena para ser la representante en los Óscar. La historia —aborda el nacimiento de fronteras en Tierra del Fuego, en 1901, y la consiguiente masacre de los selknam— no logró ser nominada, pero se quedó con premio de la crítica en Cannes y ya suma más de 10 mil espectadores en las salas nacionales.

“Después de leer una de muchas versiones del guión, me pareció que José Menéndez no tenía aún el peso político que debía tener. Menéndez fue un embajador del Estado de Chile que recibió miles de hectáreas, desde Pacífico al Atlántico, para colonizar la Patagonia. Felipe fue muy receptivo y afectuoso y retrabajó el guión hasta lograr lo que queríamos”, relata Alfredo Castro, quien encarna a Menéndez.

“Un personaje difícil de sostener éticamente ¡Casi todos los personajes que he hecho son sujetos difíciles de defender! Hay en la película un tema muy importante: Chile estaba en proceso político de creación de un Estado, de marcar posesión de esos territorios. El chantaje al que se somete a Menéndez, con su voluntad y ambición desmedida, el Estado de Chile, su Congreso, es que si logra dominar y colonizar esas tierras, estas le serán entregadas como propias, y para esto decide el genocidio del pueblo Selknam como algo necesario. Veo un paralelo con las reivindicaciones de devolución de tierras ancestrales, de hoy en La Araucanía. Cuándo esas lecturas suceden en un guión yo no puedo resistirme, aunque me toquen muy pocas escenas. Nunca ha operado en mí ese narcisismo”.

Castro se sigue consagrando como, probablemente, el actor chileno que más ha filmado y el más aplaudido en el extranjero. El mismo que ahora va a los Óscar con “El Conde”, de Pablo Larraín, nominada a Mejor Fotografía —del norteamericano Edward Lachman— y que está preseleccionado por partida doble a los Premios Platino 2024 (es el actor que ha ganado la mayor cantidad de Premios Platino), por la serie “Los mil días de Allende” y por “El Conde”. Ya se quedó con la estatuilla, en España, al Mejor Actor de Reparto (2022) por “Karnawal”, del argentino Juan Pablo Félix, Mejor Película en Málaga.

—¿Cómo es el proceso para elegir entre los tantos guiones que te van llegando?

—Alguien me preguntaba: “No sé si eres tú el que lee los guiones” (risas). ¡Obvio que soy yo! Mi primera fijación es el contenido político de ese guión, cuál es su aporte a un pensamiento crítico de la realidad. Posteriormente, que me cautive emocionalmente. Lo más subversivo en este momento, en términos de la creación, es la emoción. Es un momento muy importante donde uno captura al espectador. Cuando Pablo Larraín me invita a un proyecto, lo acepto ciegamente, incondicionalmente. Porque su autoría es siempre crítica, política, porque tiene un humor muy radical e inteligente, porque filma lo sublime y lo ominoso, con maestría y es muy respetuoso de darle a uno la libertad necesaria para aportar y gozar de esa interpretación.

“La metáfora de “El Conde”, de un Pinochet vampiro, me parece brillante porque, simbólicamente, Pinochet nos vampirizará por muchos años; él o sus descendientes o sus cómplices ideológicos o sus hijos depredadores, que terminan robándole a él mismo hasta las llaves del baño. Es una mirada muy insolente y valiente”.

—En “El Conde” entraste en la perversión del mayordomo Krassnoff. ¿Se puede satirizar con un tema tan complejo, con personajes que siguen vivos?

—Una sátira es, precisamente, un género literario y cinematográfico de crítica muy severa a personajes dignos de desacreditación por sus actos impúdicos, violentos, vergonzosos. No es una comedia. Implica una crítica bastante violenta. Pinochet en esta película queda como el cruel, criminal y ladrón que fue. Yo leí la biografía de Krassnoff y me documenté, este hombre fue uno de los más sanguinarios e indolentes torturadores y asesinos de ese período, tiene más de 80 condenas por delitos de lesa humanidad y 650 años de cárcel. No sé qué leyó alguna gente de esta película acá. Hay evidentemente un deterioro de comprensión lectora y crítica, muy mediocre.

—¿Faltó empuje desde la crítica en Chile?

—Estamos emocionalmente llenos de rabia. Ahora que “El Conde” es postulada al Oscar, leí un comentario que decía: “Notable fotografía, horrorosa película”. ¿Es necesario? La soberbia de no querer comprender algo que puede que uno, a veces, no alcanza a comprender. Cuando los mejores críticos del mundo encuentran que es una película notable por su mirada y profundidad, y aquí algunos se las dan de críticos de cine solo para maltratar a los creadores. Yo ya no leo hace años los comentarios, porque hay quienes están realmente siendo serviles a estas campañas de odio. Es posible, por supuesto, que algo no me guste, pero ese es un asunto ligado a mi biografía, a mis convicciones políticas, no es problema de la película. Hay películas a las que les va estupendo y a mí no me no me pasa nada con ellas, pero no voy dando cátedra con respecto a que lo que me gusta a mí es lo único que vale la pena.

—Y ¿qué piensas de la polémica que armó Juan de Dios Larraín, productor de “El Conde”, cuando señaló que “lo que tiene que entender la Academia chilena es que no se vota por la película que más les gustó; se vota por la película que mejor puede representar al país”.

—Me han invitado a participar de la Academia muchas veces y siempre he dicho que no, porque por suerte filmo mucho y tendría, en este caso, que haber votado en contra de uno de ellos. Eso no va con mi ética y, francamente, el tema de la competencia, del mejor, el peor, nos está arruinando la sensibilidad y la inteligencia. Ambas películas tenían opciones y “La Memoria infinita”, de Maite Alberdi, para qué decir. La gente debería apreciar que un país tenga tres miradas tan radicalmente diversas sobre el amor y la política.

—¿Cuán importante es esa maquinaria que sí tiene Fábula, la productora de los Larraín, que bien conocen el camino hacia los Oscars? En este período la campaña de visibilización es muy dura.

—Te puedo contar mi experiencia con “Desde allá”, dirigida por Lorenzo Vigas, que ganó el Festival de Venecia (2015) y que fue la elegida por Venezuela para los Oscar. Estuve tres días en Los Ángeles en los que no vi la luz del sol, haciendo entrevistas y mostrando la película a los miembros de la Academia. Una campaña para el Oscar son millones de millones de dólares. “El Conde”, “Colonos” y “La Memoria Infinita” estaban en igualdad de condiciones, con grandes plataformas de apoyo detrás, Netflix y Mubi, pero con un apoyo paupérrimo del Estado y ahí radica el problema. Los países apuestan y apoyan económica y tácticamente a sus producciones.

“El Estado de Chile debería saldar la deuda histórica que tiene con sus artistas”

El 2023 terminó para Castro con un homenaje de la Universidad de Princeton, EE.UU., que le dedicó un ciclo de cine y con una retrospectiva en el festival de cine de Biarritz, en Francia.

“Ha sido un último año espléndido. Me llegan principalmente guiones por mis trabajos con Pablo Larraín, Lorenzo Vigas o con Jorge Riquelme (“Algunas bestias”), Rodrigo Sepúlveda (“Tengo miedo torero), Marcela Said (“Los Perros”) y otros”, explica. Con Riquelme acaba de filmar “Isla negra”, “al estilo y poética de Riquelme, en 11 días”, dice. “Me siento muy afortunado”.

—Y debutaste en una tragicomedia musical, “Polvo serán”, del catalán Carlos Marqués-Marcet (“10.000 km”).

—Carlos es un magnífico director catalán. Se trata sobre el suicidio asistido, un gran tema. Estuve tres meses en Barcelona y me tocó interpretar al marido de Ángela Molina, gran actriz y diva de Almodóvar (“Carne trémula”, “Los abrazos rotos”) y la última musa de Buñuel (en “Ese oscuro objeto del deseo”, 1977). Lo pasamos increíble.

—Dados tus 45 años dedicados al teatro, te postularon en 2023 por primera vez al Premio Nacional.

—Y feliz de que lo obtuviera Patricio Guzmán, absolutamente merecido con su monumental obra cinematográfica de memoria de este país. Me postuló la Compañía Teatro La Provincia, acepté y lo agradecí. Creo que el Estado de Chile debería saldar la deuda histórica que tiene con sus artistas y entregar Premios Nacionales a poetas, pintores, artistas visuales, escritores, que hayan construido obra o trabajo con los territorios por años, porque hay algunos y algunas creadoras que están en situación de mucha vulnerabilidad, después de años de tanta entrega y servicio a la comunidad, aportando a la sensibilidad de un país.

—Entiendo que te jubilaste, además.

—Sí, recibo 152 mil pesos. Y dependo de lo que me cobre mi AFP por administrar mi pensión. No quise seguir pagando mensualmente 45 mil pesos a la AFP. Me impuse todo lo que pude, siempre, pero nuestro trabajo es muy intermitente. Para poner a prueba el cruel sistema que vivimos, fui y le pedí al joven que me atendió si podía retirar todos mis ahorros para invertirlos. Yo sabía que no, pero quise vivirlo ahí y el muchacho me dice que no se puede porque ese dinero no era mío, yo lo había entregado a una entidad administradora. Entonces, ese slogan de la derecha de “Con mi plata no” es una falacia y un insulto a la gente. ¡La plata no es de uno!

—Tú que has sido un privilegiado, dado el reconocimiento profesional que te acompaña, y estás viviendo esto, ni hablar de la gran mayoría del país.

—Yo filmo una película,y quedo tres meses cesante, me gasto esa película en vivir, luego viene otra. O no. Vivir así es muy agotador. He trabajado desde los 21 años, toda mi vida. Fui docente, hice clases de actuación, de expresión corporal, de maquillaje, de historia del teatro, de todo para vivir. La gente que me postea “tú que vives del Estado”, me insultan todos los días por redes sociales. Estaba filmando “Los mil días de Allende”, un fin de semana en las afueras de La Moneda, y en el motorhome de maquillaje apareció Pancho Malo con su gente a protestar y me empezaron a gritar con altoparlantes “¡cafiche del Estado!”. ¡Por horas!.

“Mi teatro es mi único bien. Postulamos a un Fondart que me permite pagar la luz, el agua y el sueldo a 4 o 5 personas. Teatro La Memoria es una institución colaboradora del Estado de Chile y ese fondo se rinde rigurosamente a la Contraloría. A mi teatro llegan compañías que no tienen donde ensayar, gente que estudia gratis y otros que ven obras gratis. Pagamos 4 millones de pesos en contribuciones anuales. Yo no recibo honorario alguno por ese trabajo, ni de ese fondo. Tengo financiamiento para un año más, pero si quiero invitar ahora a un director importante para el 2025 no puedo, porque no sabemos qué va a pasar en un año más”.

“Limpia”

Otra buena noticia en el mundo de Castro es que consiguió los derechos de “Limpia”, el libro de Alia Trabucco, que llevará al Teatro Nacional en abril (coproducción con Fitam y el Teatro Nacional Chileno), con Paola Giannini, Taira Court y Álvaro Espinoza. Después de eso, parte a México a filmar dos películas. Una ópera prima de Iria Gómez, y una segunda película de la que no puede dar detalles ahora. Entre junio y agosto, vuelve a la Patagonia junto a una directora argentina, Luján Loioco.

“Cuando leí ese libro fue tal la emoción que me produjo, placer, goce y tristeza, que la llamé de inmediato. La habían llamado muchos pidiendo los derechos. Maite Alberdi acaba de filmar un capítulo del libro ‘Las Homicidas' (de Trabucco), donde hay un capítulo dedicado al crimen de las cajitas de agua, que es un testimonio de mi trilogía de Rosa Faúndez. Me encantan estos cruces de creaciones”, relata.

—¿Qué te parece la gestión del gobierno del Presidente Boric, cuyo Ministerio de las Culturas parece no avanzar. Y ya van tres ministros.

—Había expectativas, porque a nosotros nos convocó y lo apoyamos. Yo sigo creyendo en él ciegamente. Me gusta mucho lo que se está haciendo, con una oposición tan agresiva e intransigente. Cuando me tocó inaugurar “Stgo a Mil” yo le dije a la ministra: “Quedan dos años. Acá estamos para apoyar y ayudar en lo que se requiera”. Eso sí, a mí nunca me ha gustado, en ningún Gobierno, esta cosa asistencialista. La cultura no puede ser como la Cruz Roja. Hay que apoyar a los territorios, a los barrios, ir donde la gente necesita cultura y entretención, formación sensible, pero también atender a las compañías estables, centros culturales, museos. En Chile es como que hubiera espacio para una sola cosa.

—Pero, ¿por dónde partir los cambios?

—Se tiene que instalar un ministerio fuerte y justo, que es lo que no se ha logrado aún. Hay que sacar a los viejos como yo, y a muchos otros, de la concursabilidad. Y terminar con los Fondart.

—Vimos a muchos colegas, en pandemia, sobreviviendo con pymes de empanadas y pizzas para sortear esos tiempos difíciles.

—No es justo. Yo en pandemia hice cosas de las que me arrepiento, pero ya están ahí (risas). Cosas que no haría ni loco ahora. Tuve que grabar clases, poesía, obras online… En uno de esos proyectos me pagaron 100 mil pesos. Hay un desbalance si el Estado de Chile no reconoce en sus artistas un valor. En Argentina si hay un actor nominado a un premio afuera es ovacionado. Afuera la gente ama a sus artistas, porque somos colaboradores de un bienestar físico, psíquico, mental de la gente, somos un reservorio de sus imaginarios e historias. ¿Por qué el Ministerio de las Culturas no genera una bolsa de trabajo? Hay muchos colegas en situaciones muy críticas. Es muy triste.

—Huiste de la televisión hace muchos años, agobiado, ¿no fue nunca alternativa volver?

—Me lo han ofrecido, pero no estoy disponible. Salvo para series. El formato teleseries de hoy deja mucho que desear. Tanto los políticos, como los guionistas y directores de teleseries, están tan alejados de la realidad. No hay nada ahí que el público quiera escuchar. En el teatro, las obras están llenas, y el público sale cambiado. Eso pasaba antes también con una teleserie. Tiempos que quedaron atrás. En Chile estamos viviendo tiempos de mucha rabia. No quiero ser pesimista, porque quiero cambiar mi mentalidad también.

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