El boca en boca habla de un anciano ciego que no alcanzó a salir y de una madre y su hija que perecieron abrazadas.

A la distancia parece un simple montón de escombros. Pero de cerca, la pila de objetos hollinados y retorcidos por el fuego revive de algún modo el horror de la catástrofe que devastó a la población El Olivar, de Viña del Mar, uno de los sitios más castigados por los incendios forestales que afectan a la Región de Valparaíso desde el viernes.

Hay ollas, teteras, una manguera de ducha, una bicicleta chamuscada… Todas pertenencias de los vecinos del pasaje Antuco, donde las casas terminaron quemadas prácticamente hasta los cimientos. Igual que en la mayor parte de esta villa, cercana al límite comunal con Quilpué y contigua al Camino Troncal (vía urbana que une la costa con las localidades del interior).

Aunque inertes, los escombros acumulados en Antuco “hablan” de la vida normal que los residentes del conjunto -entregado por el Serviu en 1989- llevaban hasta hace apenas 72 horas. Y que ya nunca será igual.

“Acá era todo muy lindo, verde, con arbolitos. Ahora no hay nada”, se lamenta Norma, mientras come a la intemperie un plato de fideos con choclo. Tiene la cara ennegrecida por las cenizas y está sentada a la entrada de un domicilio del pasaje Constitución, donde las llamas, aparte de una casa, destruyeron un minimarket.

“Te quedaría mejor con un bistec”, le dice en tono de broma su vecino Luis Villanelo. El buen ánimo del hombre impresiona: él es el dueño de la vivienda y del almacén arrasados.

“Hay varios muertos”… nadie sabe cuántos

Entrar hoy a El Olivar es como colarse en la escena de una película bélica. La población parece bombardeada. De muchas casas quedan apenas las murallas en pie. Las ventanas están rotas y los fierros siniestramente deformados. En muchos casos, los techos desaparecieron -literalmente- y en las calles hay, incluso, autos quemados. Algunos residentes estiman que en la villa los hogares arrasados sumarían cientos o, quizás, cerca de mil.

Pero la tragedia no termina ahí. En los pasajes, los vecinos advierten que hay “varios muertos”. ¿Cuántos? No se sabe aún. Porque, según ellos, la búsqueda de restos bajo los escombros continúa.

El boca en boca habla, por ejemplo, de un anciano ciego que no alcanzó a salir de su hogar. De una madre y de una hija que perecieron abrazadas. De una mujer de edad avanzada que tampoco logró escapar…

En Antuco y otros pasajes de El Olivar, muchos quedaron literalmente en la calle, pero agradecen estar vivos. Eso, precisamente, les da fuerzas para seguir adelante.

El mismo sábado, cuando no había pasado siquiera un día del incendio, los vecinos empezaron a remover los escombros. Porque aunque incendiadas, sus casas constituyen parte importante -o la totalidad- de su patrimonio, y ahora deben enfocarse en la reconstrucción.

El golpeteo de martillos, picotas y chuzos es desde entonces incesante. Los residentes van y vienen con carretillas repletas de escombros hasta el borde. Otros hacen equilibrio sobre las paredes, a varios metros de altura, tratando de remover restos de techos o vigas.

Pero en medio del ímpetu por ponerse de pie, la pena vuelve una y otra vez. Como le sucede a Diego Cabrera, cuando recuerda cómo era la casa de su madre. La voz se le quiebra, por ejemplo, al mostrar una terraza que tenía vista hacia un bosque, hoy convertido en un montón de árboles carbonizados.

De aquella terraza no queda nada. Tampoco de los revestimientos ni del piso cerámico que él mismo puso para que su mamá estuviera más cómoda. Sólo están en pie los muros -ennegrecidos por las llamas- que Cabrera observa en silencio. Con una tristeza que no logra esconder.

“Nos mojábamos el pelo y la ropa para no quemarnos”

Junto con la congoja, afloran los recuerdos traumáticos de la pavorosa noche del viernes. Una vecina que está en la casa de Cabrera, por ejemplo, cuenta cómo ese día tuvo que caminar durante dos horas, desde la parte baja de Viña del Mar, hacia El Olivar, y subir por el Camino Troncal, en medio de otros incendios: “Explotaban balones de gas, nos caían llamas, íbamos mojándonos el pelo y la ropa para no quemarnos”, narra la mujer, empleada de una empresa de seguridad, quien pide reserva de su nombre. El relato de Norma, la vecina del pasaje Constitución, es similar: “Caían unas bolas prendidas. Como que las tiraban con un lanzallamas”.

El desolador cuadro en los pasajes se repite en Tamarugal, la avenida principal de la villa. Sobre la vereda, los cerros de escombros se hacen cada vez más altos. En medio de ellos, un improvisado cartel -pintado probablemente con un palo quemado y afirmado con un televisor roto- advierte: “Necesitamos ayuda”. Bajo el escueto mensaje, alguien delineó, también con cenizas, una bandera chilena.

En esta parte de la población, la gente se afana igualmente despejando el interior de las casas destruidas. Sólo algunos niños pequeños se dan “licencia” para jugar en el resbalín de una plazoleta cercana. Pero una vez que lo hacen y ríen -ajenos, por un segundo, al drama de sus familias- dejan la diversión y no pueden evitar mirar el trabajo de los adultos en las viviendas arrasadas.

De improviso, el ulular de varias sirenas se superpone al golpeteo de las herramientas. Son unas camionetas del Servicio Médico Legal -escoltadas por vehículos de la PDI- que bajan desde otro sector de El Olivar con restos de víctimas.

“Acabábamos de arreglar mi dormitorio”

A la misma hora, en calle Calbuco, Elizabeth Rubiño (51), sube y baja por una escalinata de su hogar, hoy destruido. “Fue horrible”, resume, apoyada en el muro del que era su dormitorio.

“Acabábamos de arreglarlo con mi esposo. Ni un mes alcanzamos a usarlo…”. No logra terminar la frase. La garganta se le hace un nudo, mientras observa el hollín pegado en las murallas desnudas y los ladrillos cuarteados.

Igual que otros vecinos, no logra comprender aún cómo un incendio -que partió en otro lado- terminó arrebatándole el fruto de tantos años de trabajo.

El día del siniestro, Rubiño, quien trabaja como asesora del hogar en la vecina ciudad de Quilpué, volvió a su casa más temprano. Estaba al tanto de las emergencias forestales que había en distintos puntos de la Región de Valparaíso, pero jamás pensó que el fuego terminaría llegando a El Olivar. Como le acababan de pagar, pidió un Uber. Al llegar, notó que había humo. Después el cielo se oscureció y empezaron a caer cenizas. Comenzó a preocuparse, de veras, cuando a su marido le cayó en la espalda una pequeña “brasa”. Luego se desató el infierno. “Caían bolas de fuego. Pero acá no llegaron los bomberos. Nos sentimos solos, abandonados”, acusa.

Pese a todo está convencida de que saldrá adelante. Con su esposo están quedándose frente a la casa, dentro de un auto. No quieren irse. Temen que alguien pueda intentar tomarse su propiedad si la ven “abandonada”.

Pero Elizabeth Rubiño tiene también otra preocupación. Uno de sus hijos anda de viaje fuera del país. Y no sabe cómo explicarle que su dormitorio -también remodelado hace poco- es hoy una pila de escombros.

“¿Cómo puede estar una ciudad tan desprotegida?”

A unas cuadras de ahí, en el pasaje Graneros, Analy Jaque (54), tampoco se resigna a la idea de que su hogar y un pequeño negocio de impresiones que había montado en el mismo lugar sea sólo un recuerdo.

“Esta era mi casa”, dice, mientras apunta hacia el vacío, junto a unos fierros chamuscados. Más allá de su pérdida, sin embargo, como dirigenta vecinal, pone sobre la mesa un tema que, poco a poco, va aflorando en las conversaciones de los damnificados: el despliegue de los servicios de urgencia la noche de la catástrofe.

“Caían bolas de fuego y las casas se iban prendiendo. Acá no aparecieron los bomberos, no tenían recursos. No había agua en los grifos. ¿Cómo puede estar una ciudad tan desprotegida?”, se pregunta.

Mientras Analy Jaque pide explicaciones por la catástrofe, la tarde cae en la población. Entonces, las cuadrillas de voluntarios, que durante todo el día removieron escombros, comienzan a retirarse. “Queremos ayudar y volveremos”, promete uno de ellos, Daniel Rozas (25), con la pala al hombro y el pelo gris de ceniza.

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