Sergio Barroilhet tiene mucho trabajo. Probablemente como la mayoría de los psiquiatras de nuestro país. Un país en el que el año 2021 pasamos a ser el quinto mayor consumidor de antidepresivos de los países OCDE y en veinte años aumentamos siete veces el uso de este tipo de medicamentos ¿Qué nos pasó y que nos está ocurriendo? Aquí el análisis del experto que cuenta con un abultado currículum en estas materias como profesor asociado de psiquiatría en Medicina de la Universidad de Chile, integrante de la Unidad de Trastornos del Ánimo de la Clínica Psiquiátrica Universitaria, doctorado en neurociencia en la Universidad de Navarra y estudios de postdoctorado en Harvard.

—Según la revista Lancet, en Chile la primera causa de “carga de enfermedad” es la patología mental, en particular la depresión y según la OMS tenemos la mayor tasa del mundo en consumo de marihuana en escolares y de América a nivel de la población general ¿Estamos peor en salud mental o ahora tenemos más información?

Todas las anteriores. Hay factores de nuestra cultura, de nuestro modo de vivir que han sido determinantes. Los seres humanos nos desarrollamos al interior de una matriz de vínculos, las relaciones humanas son claves para crecer desde niños. Todos necesitamos desde la infancia vínculos seguros y estables que se sostengan en el tiempo y sean nutritivos desde el punto de vista emocional. Los seres humanos necesitamos que nos vean y ser reconocidos por otro que nos haga sentirnos «alguien».

—¿Y qué nos está pasando hoy?

Han ocurrido cosas importantes. Tenemos familias más pequeñas, menos lazos familiares, ha aumentado el stress parental, los cuidadores muchas veces no están implicados en las tareas de crianza, en otras ocasiones son ellos mismos los que tienen problemas de salud mental y eso hace que no se puedan regular a sí mismos, por lo que dificultosamente pueden regular a sus hijos. Además, las tasas de crianza con violencia son altas en Chile y es esto es transversal a todos los sectores socioeconómicos.

“Miedo a frustrar a sus niños”

—¿Cómo estamos criando a nuestros niños en Chile?

Hay bastante externalización de responsabilidades, hoy muchas familias esperan que el colegio o los psicólogos se haga cargo de la educación de sus hijos. Existen bajas competencias parentales y bajo interés en adquirirlas, por eso hoy es común ver que le pasen un celular a un niño pequeño como una manera de desentendernos, de evadir y no fomentar vínculos más ricos. En nuestra sociedad relativista se ha perdido la autoridad, lo que es preocupante porque si no existe jerarquía, no existe capacidad de organización. Toda organización requiere jerarquía.

—¿A qué atribuyes que los padres hayan dejado de ejercer esa autoridad?

Puede ser que por no estar lo suficiente emocionalmente disponibles para sus hijos, buscan compensar de otras maneras sin atreverse a ponerles límites, porque siempre sienten que les deben algo. Les da miedo frustrar a sus niños y cuando ven sus dificultades, no saben qué hacer con ellas. Al no existir la figura de la autoridad parental, se genera una confusión generalizada porque no hay posibilidad de orientar o transmitir la experiencia, porque hoy esas figuras no están validadas.

—¿Puede ser un síntoma de que estamos sometidos a más exigencias y la crianza se ve como una tarea titánica?

Exactamente, la cultura de la alta exigencia, las fuertes cargas laborales, la productividad han hecho que la gente corra mucho para «tener» cosas que siente que necesita. Sumémosle que estamos insertos en un país con escasa cohesión social, con ausencia de conceptos como “vecindad” o “barrio”, lo que obstaculiza la construcción de redes comunitarias. Hoy el chileno no sólo tiene poco espacio para compartir con otros, tampoco tiene instancias para estar consigo mismo.

—En una reciente columna de El Mercurio, Harald Beyer alerta sobre un estudio que señala que “la soledad en los colegios era más elevada mientras más estudiantes tenían acceso a un teléfono inteligente” ¿Qué opinas?

En la actualidad la salud mental y todo el desarrollo emocional es un tremendo desafío. Estamos tarde y nos hemos dedicado a resolver lo que deberíamos estar preocupados de prevenir. Y existen muchas variables que todavía no sabemos manejar. En algunos países están prohibiendo los celulares y estudiando normativas para que antes de los 16 años un niño no pueda tener su propio smartphone.

—¿Se justifica la idea?

Estamos en un proceso de aprendizaje tal como lo hicimos en su momento respecto del tabaco y del alcohol: saber cuál es la edad adecuada para el poder incorporar el uso. Porque aparte del peligro de la adicción, está el riesgo del famoso FOMO (del inglés Fear of missing out, «temor a perderse algo»). En el caso de las adolescentes mujeres hay una tendencia a darle demasiada importancia a la apariencia física, aumentando la insatisfacción con el propio cuerpo, generando más trastornos de conducta alimentaria y mayor malestar psicológico. Esto está muy documentado en la ciencia y tenemos que fortalecer las estrategias para abordar estas problemáticas.

—¿A qué edad uno podría darle un celular a un hijo?

Para que un adolescente se pueda hacer cargo con autonomía de su celular, sugiero que a partir de los 16 años. Antes de eso, el uso tiene que ser totalmente supervisado.

“Todo es autopercepción”

—Comparte la frase de Otto Dörr que “la sociedad actual no acepta el sufrimiento y el que lo padece recurre al psiquiatra, quien se apresura a prescribir antidepresivos”?

Es una frase que intenta llamar la atención respecto de algo que probablemente puede ocurrir en exceso, pero también me parece que una generalización. Lo que muchas veces llamamos antidepresivos, son moduladores emocionales necesarios. Es como ponerle suspensión a tu auto: si estás en la carretera probablemente no necesitas mucha suspensión, pero si te vas por un camino de montaña está la posibilidad de caerte a un hoyo en el que además te puede saltar una piedra… en ese caso sí requieres esa suspensión para poder llegar a tu destino. Por lo tanto, estas medidas farmacológicas muchas veces son necesarias y realmente ayudan.

—Pero la vida está llena de montañas con baches, es improbable que alguien no pase por ese camino ¿no deberíamos prepararnos mejor para el dolor?

Cualquier tipo de tratamiento implica estrategias y no solo farmacológicas. El medicamento es una medida de corto plazo, pero tiene que haber una estrategia de mediano y de largo plazo para salir del medicamento y encontrar un equilibrio que te permita manejar la vida en una carretera sin sobresaltos. Las estrategias no farmacológicas son muy importantes, está el rol de la psicoterapia, pero también otras como cuidar el sueño, la alimentación, hacer deporte. Hay que cuidar ese difícil equilibro al que aspiramos en la vida cotidiana.

—En Argentina o Venezuela la están pasando mal hace rato ¿Por qué, si en Chile tenemos mayor estabilidad política y económica, el deterioro de la salud mental va en alza?

Porque poseemos una mala mezcla: tenemos la expectativa de un país desarrollado, pero con una cultura todavía muy subdesarrollada. Nuestra capacidad de consumo es alta, pero el capital cultural para administrar esa capacidad de manera edificante y sin consecuencias negativas, es bajo.

—Da la idea que las generaciones anteriores nunca consideraron la salud mental y que ahora estamos en una sociedad que solo «se mira el ombligo» ¿pasamos de un polo a otro?

Es cierto. Parte de la cultura moderna está muy centrada en el individualismo, incapaz de ver a otro, traduciéndolo en un auto diálogo y comparación permanente. Cuando uno sale al mundo y se encuentra con otras realidades, eso te permite poner en perspectiva tu propia vida. El individualismo y el aislamiento social ha hecho que todo sea autopercepción y uno no pueda sopesar las situaciones adecuadamente, nos quedamos enlodados en el problema con una autonarrativa muy rígida.

—Hoy los contenidos de autoayuda y empoderamiento femenino son muy demandados. Hay quienes dicen que la llamada «positividad tóxica» ha sido un flaco favor para la salud mental, especialmente de las mujeres ¿Qué opinas?

Es muy bueno, sin duda, tener una mejor autoestima y darse ánimo. Mi problema con eso tiene que ver con el cruce hacia el individualismo. Están muy instaladas las consignas de «yo no necesito a otros» o «yo puedo sola». Esas narrativas tienen un efecto en la pareja medio paradojal, porque supone validarse en una relación poniendo límites permanentemente, como si en sí misma esa relación supusiera una transgresión constante por parte del hombre, viéndolo siempre como una amenaza. Personalmente abogo por que cada pareja sea capaz de construir su «nosotros»... una relación no es una «sociedad de dos yo», son dos individuos capaces de construir un terreno común y que comienzan a conjugar la vida en primera persona en plural. Para poder hacer eso tenemos que escucharnos, validarnos y confiar.

“Asistir a terapia es cool”

—Hace unas semanas el Presidente Boric llegó tarde a una actividad por decir que venía de terapia ¿Hay prejuicio con eso?

Hablarlo ha sido un aporte a la normalización de entender que la salud mental es parte de la salud y que debemos hacernos cargo. Soy un convencido que la terapia es una herramienta de ayuda innegable, pero también que esa mirada está validada en ciertos círculos, más intelectuales, en los que asistir a terapia es incluso considerado como algo cool de alguien que se cultiva y se piensa a sí mismo, pero para la mayor parte de la población no es así. En general, la gente en Chile es más bien reacia a la terapia y las razones son varias. Desde los que piensan que los tratamientos no son efectivos, los que creen que hablar con una psicóloga tienen los mismos efectos que conversar con una amiga o simplemente porque no cuentas con el presupuesto para hacerlo. Y en otras ocasiones, el miedo a recibir un diagnóstico de frentón al estigma.

—Crees que producto de ese mismo miedo al estigma, ¿la gente duda del liderazgo del Presidente?

No creo. Probablemente sus detractores van a tomar eso como un aspecto para criticar su figura. Pero a la mayor parte de la gente le es indiferente si el Presidente va o no va a terapia, al final de día lo que les importa es cómo está funcionando el país y que impacto positivo tiene su liderazgo en sus vidas.

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