Los amplios ventanales con vista al cerro San Luis (El Golf) iluminan las paredes blancas del departamento de María Alicia Ruiz-Tagle (77). Y mientras amablemente sirve café, pregunta risueña: “¿Me van a sacar fotos?, porque a esta edad me carga cómo salgo”.

En varias de sus cartas publicadas desde 2003 en El Mercurio, devela la “injusta” muerte de su hermano menor, Eugenio, quien fue asesinado en octubre de 1973 en Antofagasta a manos de la “Caravana de la Muerte”.

Casada, cuatro hijos, militante de Amarillos por Chile, hace más de dos décadas viene defendiendo la inocencia de su hermano y las últimas dos semanas también la participación del excomandante en jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre en el caso Caravana, quien acaba de ser sentenciado a cinco años de presidio como cómplice de 15 homicidios cometidos por esa comitiva en La Serena.

“Hace 20 años salí del ostracismo. Mi primera lucha fue limpiar la imagen de mi hermano, porque lo acusaron de guerrillero, lo que nunca fue”, dice.

Sus esfuerzos hoy han sido –a través de cartas a El Mercurio- alzar la voz en defensa de jóvenes militares de esa época, entre ellos Cheyre, a quien califica como un «chivo expiatorio que apenas tenía 23 años» y era un subordinado en esa época, lo que la ha llevado a una seguidilla de intercambios de cartas por las páginas del diario con el rector de la UDP, Carlos Peña, quien plantea que no se pueden obviar ni diluir las responsabilidades personales cuando se está en una posición subordinada.

“Mi diferencia con el rector Peña en su visión sobre este caso. La mía es que con fines ejemplificadores, se pretende juzgar y usar como chivo expiatorio a un muchachito común y corriente de 23 años como si en ese momento ya tuviese el criterio y la fuerza del fogueado Comandante en Jefe del Ejército”, dice.

Agrega que “a esas alturas ni él ni nadie podía sospechar las verdaderas intenciones del enviado especial plenipotenciario de Pinochet (...) Siento que los tribunales quieren hoy reivindicar la cobardía previamente demostrada al juzgar a los poderosos abusadores de los derechos humanos descargando todo su poder sobre los jóvenes subordinados de entonces, el eslabón más débil”.

“El bonito de los ojos verdes”

La casa de los Ruiz Tagle Orrego estaba en la calle Alcántara, en el barrio El Golf. “Mis padres eran conservadores, de derecha. Mi papá era gerente de Previsión del Banco Central, así que teníamos una situación muy cómoda”, recuerda.

Ex alumna del Villa María, y la mayor de tres hermanos, tenía un año y dos meses de diferencia con Eugenio: “Éramos muy unidos, desde chicos”.

Dice que “cuando estaba en la enseñanza media del Verbo Divino, a él empezó a apasionarle la pesca submarina, incluso fue campeón sudamericano. A los 17 años iba a la caleta de Hornitos, ayudaba a los pescadores y empezó a relacionarse con la pobreza. Siempre me decía: «Debemos salir a conocer este otro mundo, estamos en una burbuja demasiado protegida y afuera muchos viven sin esperanza»”.

A fines de los 70 su hermano ingresó a ingeniería civil a la UC y al poco tiempo comenzó a militar en el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU). “Se metió en la cuestión política, por la causa social, no por algo ideológico”, aclara.

Casado y con una hija de meses, a los 24 años Eugenio se fue a vivir a Antofagasta como gerente de la Industria Nacional del Cemento (Inacesa). “Años después, pude ir a verlo al cementerio en Antofagasta. Al principio no se nos permitía. Entonces, un muchacho, de los que cuidan, me dijo: «Siempre me sorprendió esta tumba, porque por el apellido se nota que no es gente como nosotros; aunque siempre vienen personas muy sencillas a dejarle alguna florcita”.

Las gestiones de Guzmán

Habla sin pausa de los sucesos que rodearon la muerte de su hermano. “Cuando llegó el Golpe, salió un edicto el 11 de septiembre que decía que todos los responsables de las empresas estatales debían hacer entrega del mando de estas compañías. Eugenio fue muy tranquilo a traspasarla. Pero no pudo, por un asunto administrativo. Entonces, Joaquín Lagos, comandante de la Primera División del Ejército y Jefe de Zona le dijo que mientras la empresa no estuviera recibida, «lamentablemente» debía detenerlo”.

Y sigue: “Se preocupó de no dejarlo en la cárcel de Antofagasta y lo puso en la base aérea de Cerro Moreno de la FACh, porque lo consideraba más digno. Pero eso resultó peor porque había un coronel que fue un matón: torturaba y mandaba a torturar, lo disfrutaba. Decía, por mi hermano «tráiganme al bonito de los ojos verdes». Entonces, el capellán jesuita de la FACh, José Donoso, habló con el general Lagos y le pidió que lo sacaran de ahí”.

Sus padres, recuerda, tomaron como abogado a Luis Fermandois, entonces presidente del Colegio de Abogados de Antofagasta. “Todo se arregló y el general Lagos dijo que el 20 de octubre se haría el traspaso de la empresa y que mi hermano quedaría libre. Mi mamá llegó a Antofagasta dos días antes que mi papá, y la noche del 19 Fermandois la convidó a comer con Lagos. Estaban en el café, cuando el general Arellano mandó a un conscripto a buscar al general para exigirle firmar un decreto de fusilamiento por intento de fuga de un grupo de detenidos donde estaba Eugenio. En el momento, Lagos se enfrentó a Arellano, quien le enrostró los poderes plenipotenciarios que tenía directamente de Pinochet... No pudo hacer nada”.

–Usted ha dicho que su hermano nunca fue fusilado.

–Cuando sacaron a los presos de la cárcel, los metieron a un camión y los llevaron a la Quebrada del Buey. Los trasladó un grupito de cinco hombres de Arellano y los torturaron de la manera más bestial: los subían al helicóptero un poquito y los botaban para quebrarles los huesos. Después, los subían un poquito más y así seguían. Los mutilaron y desfiguraron con un salvajismo y crueldad indecible... Hace 30 años con mi familia pudimos ir a recuperar su cuerpo a Antofagasta, que se exhumó: tenía todos los huesos quebrados, balas, fue otro duelo espantoso.

–Antes no pudieron traer su cuerpo a Santiago.

–No, a mi mamá le dijeron que no le podían entregar el cuerpo y no quisieron que abriera el ataúd. No la dejaron traerlo a Santiago porque su cuerpo había sido despedazado: nunca fue fusilado. Entonces, el general Lagos tuvo un gesto de rebeldía contra Arellano y, al día siguiente, permitió que ella viera a su hijo. Tras verlo, mi madre nunca más se sacó el negro.

–En una de sus columnas en El Mercurio contó que Jaime Guzmán, que lo conocía, se enteró de la muerte de su hermano por un bando militar que decía que habían ejecutado «al terrorista».

–Ellos eran amigos de la época de la universidad. Jaime me decía: «Yo pongo las manos al fuego por Eugenio, sé que no hizo nada». Incluso Guzmán llevó personalmente a mis padres a hablar con todos los miembros de la Junta Militar.

“A los verdaderos culpables no les llegó el rigor de la ley”

–Cuando su hermano es asesinado ¿El nombre de Cheyre le sonó como involucrado en el caso?

No, para nada. De hecho, hay gente que cree que mi defensa por él es algo personal, pero yo no lo conocía. Mi admiración por Cheyre vino por el «nunca más». Para mí el Ejército era algo horroroso, monstruoso, yo no cantaba el himno nacional y cuando veo que un comandante en jefe es capaz de declarar que «estas cosas nunca más van a ocurrir», reconociendo que sí habían pasado, dije: «esto es de una valentía impresionante». Ahí lo defendí por primera vez contra quienes lo trataban como traidor. Hace un par de años lo fui a saludar en un matrimonio y me dio un abrazo muy cariñoso.

–A su llegada a La Serena la comitiva militar del general Arellano se reunió con el comandante del regimiento. Y en ese encuentro, donde examinaron los expedientes y resolvieron fusilar a 15 personas, estuvo Cheyre.

–Era un teniente de 23 años que entró y salió de esa reunión, solo recibía ordenes de trasladar expedientes. Cheyre no puede haber oído nada, porque la misión de Arellano era secreta, como me aclaró el general Lagos cuando hablé con él años después. Carmen Hertz me había aconsejado: «Habla con Lagos, no sabes su historia». Entonces, este general me contó que, justo después de lo de Eugenio, Pinochet paró en Antofagasta. Y que cuando él le presentó el horror de lo que había pasado, de inmediato Pinochet lo mandó a callar.

–El rector Peña, en su primera carta en El Mercurio se pregunta si se comete un error al hacer responsable a Cheyre... y responde con un no.

–El rector Peña es demasiado legalista, no se pone en la posición de la persona, no ve la cuestión humana. ¿Si yo supiera de algo así, estaría dispuesta a sacrificar mi vida, a dejar a mis hijos solos por personas que no conozco, sabiendo que no voy a cambiar en nada la situación?

Y explica: “Cuando murió Eugenio mis papás se quedaron un par de días en un hotel de Antofagasta y la segunda noche los llamó el barman para que bajaran a escuchar algo importante. En el bar había unos cinco chiquillos veinteañeros de la FACh borrachos. Estaban ahogando las penas, hablando de Eugenio. Ahí contaron del ensañamiento que tenía este coronel de Cerro Moreno con mi hermano. Estaban angustiadísimos, dijeron que habían reclamado, pero les advirtieron que si no obedecían les llegaría un disparo inmediato. No tenían salida.

–¿Qué consecuencias le ha traído defender al excomandante y a jóvenes militares?

– Para mucha gente soy una traidora, porque me pongo a defender militares. Hay gente muy cercana que no logra entender lo que hago. Lo que pasa es que yo tengo una obsesión con que a los verdaderos culpables no les llegó el rigor de la ley. Los tribunales fueron temerosos y cobardes. Arellano murió en su casa porque estaba loco. Y esa cobardía la están descargando sobre gente que tuvo un rol irrelevante en lo que pasó. Esos jóvenes militares fueron igual de víctimas que Eugenio: eran chiquillos que se metieron en la aviación porque querían ser ingenieros, querían volar. Para ellos fue horroroso porque se vieron atrapados en esto y después, su propia gente los abandonó, sus superiores se lavaron las manos y ellos sufrieron todo el rigor de la ley.

–Han pasado más de 50 años de todo esto ¿perdonó a Arellano?

Al señor Sergio Arellano Stark en su faceta de general todopoderoso, dueño de la vida y la muerte no lo podría perdonar, porque su arrogancia no le permitiría el arrepentimiento ni la capacidad de pedir ese perdón. Contra el Sergio Arellano Stark viejo, débil y con la mente nublada, jamás quisiera vengarme.

Recuerda que durante años trabajó en obras sociales con el padre Luis Antonio Díaz, párroco de Santa Rosa, en Lo Barnechea. “Y hace unos 25 años yo estaba dando la comunión en esa iglesia, y Arellano Stark estaba al lado mío dándola al mismo tiempo. Fue impactante cuando lo vi (...) Fue súper fuerte saber que estaba tan cerca mío, aunque él nunca tuvo idea quién era yo”.

–¿Cree que él se arrepintió de liderar la Caravana de la Muerte?

– No, porque podría haber contribuido mucho si hubiera hablado.

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