“Frente a un ambiente crispado, las narrativas de la democracia tienen el desafío de generar certidumbre”.

Ximena Jara M.

Recientemente el diccionario Collins eligió el sustantivo «permacrisis» como una de las diez palabras del año, aludiendo a la inestabilidad que se vive durante un prolongado lapso de tiempo. Y aunque la palabra es inglesa, Chile conoce bien la vivencia. Desde 2019 hemos enfrentado altos y bajos políticos, sociales, económicos y epidemiológicos. El 2023 no ha comenzado y ya sabemos que la economía no dará tregua y que estamos al inicio de un nuevo proceso constituyente, todo esto acompasado por una crisis climática en la que estamos llegando varias décadas tarde. La normalidad parece a ratos una palabra lejana.

En contextos de inestabilidad sostenida, lo permanente es la incertidumbre y la ansiedad. La encuesta Criteria muestra que tres de cada cuatro personas en Chile creen que la situación económica se mantendrá igual o empeorará. Y solo una de cada diez creen que Chile avanza.

En período de intestabilidad sostenida, en el que además los tipos de amenazas varían desde la enfermedad a la crisis climática, la certeza se vuelve una necesidad subjetiva de primer orden y se busca a cualquier precio. Pueden ser soluciones desesperadas y, en muchos casos, extremas, desde el levantamiento popular a la reacción conservadora. Mantener el temple, en momentos de inestabilidad, no es fácil. Gobernar la permacrisis tampoco lo es.

Frente a un ambiente crispado, las narrativas de la democracia tienen el desafío de generar certidumbre y de lidiar con emociones exacerbadas desde la empatía, pero también desde la firmeza y el control. Ordenar la política pública en torno a aquello que disminuya la tensión,y que intercepte el instinto de repliegue en lo íntimo (familia y amistades), para volver al campo de lo social y restaurar la confianza interpersonal. Esto parece lógico en el caso de temas como el orden público o las políticas sociales, cuya finalidad propia es disminuir la incertidumbre. Pero además es necesario permear con este propósito de dar certezas otras áreas, como transportes u obras públicas, por ejemplo, que también tienen la capacidad de hacer saber a las personas que la cotidianeidad de su vida funciona con normalidad, que puede proyectarse y entregar certezas desde ese espacio. La permacrisis tiene también consecuencias en cómo narramos las medidas de cultura o de deporte, por ejemplo, pues nos permiten volver a encontrarnos en la experiencia de lo colectivo y enfrentar ese vértigo del otro que da la desconfianza.

Las narrativas extremas en contextos así pueden encontrar eco más fácilmente. Y aunque esa adhesión es volátil, y su alternancia vacía genera desgaste y pesimismo en las sociedades, su peligro es real. Desde la vereda democrática, las implicancias son dobles; las narrativas de la certidumbre pueden validar las formas de acción del gobierno, pero también pueden y deben demostrar la pertinencia de la democracia como el sistema que mejor responde a las implicancias de la permacrisis global.

LEER MÁS
 
Jorge Marín Head hunter

Una de las cosas que hizo cambiar al Chile de los 60 y 70, para entrar en los “terribles 30 años”, tiene que ver con un profundo cambio de mentalidad y una consecuente mutación del chileno histórico. De empleado apocado que teme al riesgo pasó a ser un emprendedor. Puede que las políticas económicas hayan potenciado al nuevo chileno, pero la esencia es que pasamos de ser el equipo de Santibañez para ser el de Bielsa, y eso se llama “cambio de mentalidad” y “estrategia de vida”.

“Si hay una manera en que uno puede perder, es salir a empatar”, dijo Manuel Pellegrini hace unos meses. Bueno, eso fue lo que hizo Chile por muchos años. Hasta que nos dimos cuenta de que sí podíamos. Hubo que cambiar el switch, abrirse al mundo, botar paradigmas y entender realmente nuestras ventajas comparativas y sustentables para explotarlas. Hubo al menos dos generaciones de chilenos que sufrimos y luego nos beneficiamos de esa transformación. Hoy miramos nuestro país y, habiendo muchas cosas por mejorar, debemos alegrarnos y sentirnos orgullosos de sus avances. Todos los indicadores sociales, sin excepción, mejoraron para bienestar de los chilenos.

Pero como nada es perfecto, entremedio criamos una generación de cristal. Que nació y creció sin crisis de verdad, sin la pobreza de los 60, pero llena de culpas y autoflagelaciones. Gente que no busca mejoras, sino “destruir el modelo”, para financiar con plata de “alguien” muchos derechos y pocos deberes, sin entender que ese “alguien” necesita producir para generar ingresos.

Nos están volviendo a contar que empatando podemos clasificar, que con la calculadora, unas “sideletters” y un Estado empresario y gordo vamos a romperla. Pero esa película los más viejos la vivimos por muchos años. Ayudemos a nuestras empresas, a nuestros emprendedores y a través de ellos a sus colaboradores y a nosotros mismos. Ser socialmente responsables no tiene que ver con ser autoflagelante y destruir lo alcanzado, sino que con perfeccionar aquellos elementos que nos permitan mayor control y transparencia, mejor equidad y una solidaridad profunda pero bien entendida. Miremos 2023 como el reencuentro lógico entre los chilenos. No dinamitemos el buen camino (no perfecto) que costó tanto construir.

LEER MÁS
 

“Aunque todos hablan de la importancia de la participación, parece ser un autoengaño”.

La calidad de las democracias existentes está en declive y, al mismo tiempo, el apoyo público a valores autoritarios está creciendo. Eso concluye el informe anual del Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA). Estos resultados son preocupantes y se relacionan de manera directa con la desconfianza institucional que existe en nuestro país, la que según varios estudios continúa a la baja.

¿Qué es la confianza? Además de un anhelado valor social, es la disposición a colaborar, a comprometerse con una política pública y, en definitiva, a comprometerse con un país. Si confío en la autoridad, voy a pagar mis impuestos; si confío en las instituciones, voy a participar de un sistema de admisión escolar, y así con muchísimos otros ejemplos. ¿Cómo se genera mayor confianza hacia las instituciones? Según lo que hemos analizado, por un lado está la dimensión de probidad y transparencia, y por otro, la habilidad o capacidad técnica. Las personas pierden la confianza en el Estado cuando este no soluciona los problemas de los ciudadanos. Ahí tenemos una gran dificultad, porque la capacidad del Estado de resolver ciertas necesidades es muy lenta y no estamos siendo capaces de dar respuestas oportunas.

En las conversaciones que hemos impulsado desde Tenemos que Hablar de Chile también ha aparecido la enorme desconfianza hacia el mundo político. Las personas de a pie muchas veces no son capaces de distinguir quién tiene la culpa de sus problemas —si un parlamentario, el alcalde u otra autoridad— pero sí saben muy bien que tienen que enfrentarse, por ejemplo, a una lista de espera en salud que es interminable. Eso, razonablemente, genera una antipatía contra la institucionalidad.

Otro atributo de una democracia sana y eficaz es la participación. Aquí también nos falta mucho por avanzar. Aunque en el discurso todos hablan de la importancia de la participación, parece ser un autoengaño. Si vamos a los números, encontramos que hay 20 leyes que tienen instancias formales de participación, además de ocho fondos públicos que la promueven. ¿De qué sirve esto si cuando llega la opinión de la ciudadanía no la escuchamos? Durante mi paso por la Secretaría de Participación Popular de la Convención Constitucional, me llamó la atención que hayan existido 77 iniciativas populares de norma que reunieron 15 mil firmas, pero en verdad no se escucharon. Tenemos muchos canales hoy, pero en la práctica no hacemos nada por ello.

Cuidemos nuestra democracia, porque no es algo dado. Enfoquémonos en escuchar de verdad a la sociedad civil y en mejorar no solo el sistema político, sino sobre todo la gestión pública, para dar respuestas eficientes a las necesidades de la ciudadanía y construir confianzas que permitan consolidar la convivencia democrática. Es este uno de nuestros desafíos más urgentes.

LEER MÁS