“El paso de la ‘traición' es un primer paso, de pérdida de inocencia, del cual ya no hay vuelta atrás. Enhorabuena”.

Hugo E. Herrera

Gabriel Boric y Javier Macaya tienen algo parecido, que va más allá de ser parte de una generación de recambio de la política. Ambos han dado pasos en virtud de los cuales los más recalcitrantes les han tildado de “traidores”. Las épocas de crisis profundas necesitan esos traidores, dispuestos a abandonar su pequeño credo en aras del bien nacional.

A Macaya se lo ve yendo más allá del economicismo de su sector, al abrirse a que en Chile rija un nuevo orden, más parecido a un Estado social que al subsidiario (de la subsidiariedad eminentemente negativa). Se lo percibe consciente de que la primera tarea de la política, esa que está fallando, es producir legitimidad.

En el caso de Boric, la “traición” es al moralismo de la izquierda académico-frenteamplista, de docentes dogmáticos, que aborrecen del mercado como “mundo de Caín” y pretenden, por vía de prohibirlo y favorecer la deliberación política, llegar al comunismo. Reducir la política a la moral daña la política. Si allá están los polutos y acá los impolutos (los de estándares superiores, como pensaba Jackson), carece de sentido buscar entendimientos y crear nuevas instituciones con ellos.

Macaya y Boric han estado dispuestos a dejar atrás las ideas estreñidas que otrora les guiasen, también por aprecio con el país y sentido de responsabilidad. Abandonar posiciones estrechas, sin embargo, no es todavía tener ideas nuevas. En ambos dirigentes se ve antes un dejar atrás que un reemplazo de ideas, al menos por otras de una entidad similar a las que van abandonando.

El fenómeno no es raro. Vivimos una crisis epocal y ella se caracteriza, precisamente, porque las ideas de antaño no funcionan, no hacen sentido en un contexto que se alteró profundamente. Los discursos usuales —del economicismo derechista y del moralismo izquierdista— pierden significado. Sendos fracasos lo han hecho notar: la derrota del Rechazo de la reacción, en el plebiscito de entrada; y la derrota del Apruebo radical, en el de salida. Un mundo muere sin que el mundo nuevo haga aún su aparición.

A Boric y Macaya les tocará la transición. Y en el camino a la “tierra prometida” quizás la avizoren sin alcanzarla. Están buscando una “nueva religión”, la manera renovada de comprender una situación que va cambiando: dar con las palabras, los símbolos, los pensamientos en virtud de los cuales parir un período en la vida política nacional. Un “nuevo discurso”, más parecido, tal vez, a las derechas e izquierdas europeas que a los intereses de los donantes de “think tanks” en la derecha, o a los de radicales identitarios y jurisletrados en la izquierda.

El paso no es sencillo. No se andan inventando teorías políticas a la vuelta de la esquina. Pero el paso de la “traición” es un primer paso, de pérdida de inocencia, del cual ya no hay vuelta atrás. Enhorabuena.

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Terminada la pandemia, con sus dramáticos resultados, la gran conversación educativa ha tenido que ver con la tragedia del ausentismo. El propio ministro Ávila ha declarado su alarma porque 50 mil estudiantes han desertado del sistema escolar y el nivel de asistencia bajó dramáticamente. Estos datos revelan una desigualdad que se agudiza y que, a menos que lo resolvamos, seguirá pavimentando el desencuentro entre compatriotas.

Quienes trabajamos en comunidades educativas vulnerables no necesitamos ver “El Reemplazante” para saber que los estudiantes que desertan en nuestros contextos corren el riesgo de ser potenciales reclutas para organizaciones delictuales y criminales. Día a día nos encontramos con sus anzuelos. “Me pagan veinte lucas por vigilar y avisar si vienen los tiras o los pacos”, cuenta al inspector un niño de 8 años, mostrando un celular smart de alta gama que le “regalaron”. Lograr mantener a un niño o niña dentro del establecimiento es una victoria de cada jornada.

Para mostrar otros caminos a niños, niñas y adolescentes, las comunidades educativas necesitamos que asistan a clases. En nuestra pequeña escuela de La Pintana lo descubrimos en los años 80. Por esta razón, por décadas, hemos ido a buscar a los estudiantes en un bus; nuestros profesores van cada día a las casas de niños y niñas para convencerlos de venir. Con estas y otras estrategias, hemos logrado un 100% de retención de estudiantes, y una asistencia mayor al 92%.

Los recursos de la subvención son fundamentales para ello. Sin embargo, como escuela no recibimos los recursos de la subvención de 2020 para la educación media ni para la educación que entregamos a jóvenes y adultos. Al solicitar estos pagos, una resolución del director provincial de educación —“corrigiendo” una anterior de 2019— nos notifica que la educación media de nuestra institución queda sin validez, y que la subvención correspondiente (uno de cada cuatro pesos) se suspende, sin información, sin resolución, sin aviso.

Me niego a creer que la burocracia del Mineduc sea más grande que la voluntad de retener a casi cien estudiantes adolescentes de La Pintana que, cada día, apuestan por la educación. Es tiempo de poner los hechos donde ponen las palabras, como ha dicho el Presidente Boric. Es tiempo de demostrar de qué lado está el ministerio cuando hablamos de ausentismo escolar.

Mauricio Mardones

Director colegio Célestin Freinet, La Pintana

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“El alumno debe estar en el corazón de alguien al interior del establecimiento, y nadie mejor para ello que su profesor jefe”.

Marcos Singer Director MBA UC, presidente Instituto Hebreo de Chile

A la luz (o a la sombra) del informe de la OCDE —que asegura que Chile es el país miembro que mantuvo más tiempo cerradas las escuelas durante la pandemia— y de las cifras de deserción escolar del Ministerio de Educación, es urgente reflexionar acerca de las claves de una educación exitosa. Me concentraré en una: la gestión por alumno.

Esta es una estrategia que se hace de una “foto” integral de la persona, no varias vistas por especialidad. A los profesores de matemática les preocupa el desempeño en matemática; a los de arte, el arte; a los psicopedagogos, los problemas de aprendizaje; a los visitadores sociales, los problemas socioeconómicos; y así sucesivamente. Todos estos enfoques interactúan: un mal desempeño en lenguaje puede deberse a una crisis familiar; un extraordinario talento artístico puede desentenderse de la asignatura de matemáticas. Sin embargo, el desempeño educacional se evalúa de manera compartimentalizada, mediante el Simce o las pruebas de selección universitaria. No se trata de abandonar la perspectiva técnica —está muy bien desarrollar cada especialidad— pero también es importante hacer bien el todo, que no es lo mismo, porque el óptimo de una perspectiva puede perjudicar al resto. En el futuro debería existir un indicador de cuánto se está logrando del potencial integral de cada alumno; sólo así podremos atender su diversidad.

Esta estrategia requiere de procesos y sistemas acordes. Consultar sistemas aislados, registros en planillas y en papel es inviable. Todas las calificaciones, anotaciones y situaciones particulares del alumno deberían registrarse en un repositorio común. Con esta “carpeta” única y digital se podrán verificar reglas de una buena educación.

Para que esta estrategia sea exitosa, debe existir lo más importante: corazón. El alumno debe estar en el corazón de alguien al interior del establecimiento, y nadie mejor para ello que su profesor jefe. Su rol debe ser conocer a cada alumno integralmente y en detalle, para descubrir cuál es su máximo potencial individual y las barreras que impiden lograrlo. Debe ser quién organiza los múltiples recursos delestablecimiento, quien se coordina con los apoderados y, más importe que todo, quien guía a cada estudiante.

Lograr que los profesores asuman este rol requiere saber, querer y poder hacerlo. Para saber, deben ser capacitados de manera multifuncional, especialmente en habilidades de liderazgo y mentoría. Para querer, es necesario que sean evaluados y reconocidos bajo esta perspectiva holística de la educación. El poder asumir el rol de “dueño de sus pollos” requiere de un empoderamiento al interior de los colegios.

Sólo ello permite mirar a cada niño y joven más allá de los grandes promedios. Ya tenemos el corazón de sus profesores para cuidarlos; ahora nos falta dotarlos de la estrategia y sus herramientas para lograrlo.

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