Conocí a Isidro Solís en 2006, yo como periodista de Justicia, y este abogado ya sumaba una colección de cargos en la historia de la centroizquierda chilena desde el Partido Radical (PR): el primer director de la oficina de inteligencia que creó la Concertación en los 90; varias subsecretarías (Aviación, Minería) y ministro de Justicia de Michelle Bachelet en su primer gobierno. Además, experto electoral de su partido, y por ende pieza obligada cuando de negociaciones se trataba.

Tras salir del Ejecutivo en 2007, se acotó a sus asesorías jurídicas y colaboraciones en el PR, que dejó hace unos cinco años. Pero como dice en broma, un político en retiro “es un adicto en rehabilitación permanente”, y —ya en serio— el proceso constitucional lo trajo de vuelta ante “la gravedad de lo que se resolvía” en la Convención Constitucional (CC). Ya no con el PR a sus espaldas, pues este partido optó por el Apruebo: se sumó a Amarillos y trabajó por el Rechazo.

Así que aquí estamos de nuevo. Se graba desde el celular, ya no de grabadora; el punto de reunión no es una repartición ministerial ni su antigua oficina en la Torre Santa María, aunque sigue en Providencia eso sí. Mantiene su afición por las antigüedades —que muestra orgulloso—; también sus referencias a la Roma clásica —dirá en algún momento que mucho de lo que viene después, es remedo de ella—, y una conciencia del poder que le permite diferenciar entre una pantomima política de una estrategia sólida.

¿Y en estos años fuera de la primera línea, cómo ves a la política?

—La capacidad de conducción de la clase política fue retrocediendo en un proceso de descomposición de los partidos tanto en su debate interno como en su capacidad propositiva, y transformándose en organismos que gestionaban cuotas de poder. Lo único que escuchaba el país eran tambores de guerra: un debate crispado, sectores cada vez menos proclives a dialogar, y una gran crítica a la negociación, elemento esencial de la democracia. La derecha creciendo bastante hacia la ultraderecha; lo mismo en la izquierda.

Y la negociación se llamó cocina, y pasó a representar lo peor de lo público.

—Pasan a ser actos reprochables, cuando articular intereses y acuerdos se logra negociando. Los extremistas han sido muy capaces, como al hablar de la “cocina” o el “no son 30 pesos”, en generar eslóganes que simplifican procesos delicados, dando la impresión de que no se solucionaba nada, básicamente por actos de voluntad. Se empieza a generar una dicotomía entre realidad y voluntad, de tal modo que la voluntad no toma en cuenta la realidad. Pero si hay algo que aprendes en la vida es que la realidad siempre se impone. La política no es pura voluntad.

Como parte de los denostados 30 años, ¿cómo ves esta generación de relevo?

—Como alguien que chocó contra un vidrio. En un gesto de perplejidad ante la realidad que no pueden modificar. Que les resulta extraordinariamente curioso, porque no solo es frustrante. Para ellos es incomprensible.

Pero pareciera que se están ajustando. Al menos el Presidente está cambiando sus posiciones.

—La construcción de poder es más complejo que el liderazgo de una persona. En el Presidente se notan modificaciones profundas en sus apreciaciones de la realidad, pero tras él hay un coro incomprensible. Su sector no lo sigue en su capacidad de ver lo que pasa. Y eso se transformará en un problema de gobernabilidad en el corto plazo: traerá confrontaciones al interior de la coalición, incoherencias en la gestión política. El destino de este Gobierno es bastante incierto.

Se ve poca planificación, por ejemplo en lo del fiscal nacional. Tú como ministro gestionaste el nombramiento de supremos. ¿Es imaginable que un ministro de Justicia no anticipe las quinas que le propondrán?

—Llama la atención la forma de gestionar una cosa tan importante como la designación de fiscal nacional. Porque cuando no logras el éxito que esperas al proponer candidato, debilitas la futura conducción de ese órgano y dejas a las personas propuestas en una condición indecorosa, porque reciben una andanada de desprestigio público y un rechazo de una de las instituciones del Estado. Deberían buscar el éxito como sistema y no transformarlo en una suerte de pronósticos deportivos, haciendo propuestas que uno no sabe en qué terminarán.

¿Con 15 años de distancia, podrías desclasificar si se conversaban estos temas incluso antes con los Supremos?

—Pero siempre. Se conversaba con todo el mundo. Un Gobierno ordenado, antes de asumir hace un calendario de las designaciones políticas que le tocarán, para generar una política específica en cada sector: un contralor, fiscal nacional, supremos, comandantes en jefe.

O sea, no estamos ante cada Poder del Estado como cuerpos estancos, donde uno hace algo y solo pasa una posta.

—Mi experiencia me enseñó que eso no es así. La Suprema entiende que participa en una actividad institucional, la generación de un poder, y no le es neutro que los candidatos que propone los rechace otro poder del Estado. Nadie quiere participar de una decisión fracasada, pues si esto ocurre, todos son parte del fracaso.

“No solo se cortó el elástico, sino que rebotó”

Solís considera que el plebiscito del 4 de septiembre rompió los bloques políticos, lo que explica que “hoy te encuentras en el Rechazo a gente con una historia de militancia completa en la centroizquierda, porque se le hizo insoportable esta aventura del octubrismo. Yo me voy a sentar con cualquier persona que estuvo por el Rechazo, y no me voy a sentar con las personas que estuvieron por el Apruebo. Mientras este capítulo constitucional no se cierre, el eje izquierda-derecha está suspendido. La definición que se dará será entre apruebistas y rechacistas”.

Reúne aire, para recurrir a su pasado de experto electoral para explicar el punto: “Nadie puede creer que el 62% de votantes del Rechazo son de derecha. Ese sector, con la centroizquierda muy debilitada, no excede del 40%: el químicamente puro de derecha está un poquito sobre el tercio, oscila entre 36% a 38%. El 62% demuestra que el centro político se volcó al Rechazo. Hay un voto muy nítido de “izquierda-izquierda”, entre 22 y 26%, que estuvo en el Apruebo; por tanto, del 26 al 38%, quiere decir que el Apruebo no fue capaz de retener más que 12 puntos de la centroizquierda. Entonces, nosotros fuimos los que de verdad expresamos la votación del concertacionismo, al otro lado (Apruebo) se quedaron 12 puntos; aquí (Rechazo), 24”.

¿Y cómo ves a esa izquierda más dura que abogó por años por una nueva Constitución?

—Guillermo Teillier, en forma muy precisa y acertada dijo que esta derrota había sido táctica y con perspectiva estratégica. Esa izquierda cometió un error brutal: creer que las condiciones para el asalto al poder estaban dadas y haber pretendido en ese momento una especie de proceso prerrevolucionario, desechando la institucionalidad. Se desnudaron en la CC frente al país, demostrando con sus actos exactamente lo que querían, actos que fueron más expresivos que su discurso almibarado de los derechos, la buena voluntad, las personas buenas respecto a un sistema que es malo, explotador e injusto. Extremaron las cosas tanto, que no solo se cortó el elástico, sino que rebotó. Y eso los llevo a aparecer como lo que son: una minoría.

¿Y ves a esa izquierda bajando esas banderas maximalistas?

—No las pueden abandonar. Son parte de sus fundamentos.

¿Eso significa que tener una Constitución transversalmente aceptada ya tendrá un límite por la izquierda?

—Habrá sectores de izquierda que nunca aceptarán la “democracia burguesa”. Y al otro día del plebiscito ensayarán un discurso en el que dirán que el país votó engañado: o por las fake news, o el poder del dinero, o los medios de comunicación. Parte de lo que la derecha debía entender era que el gran valor de que el ciclo constitucional se cierre en este Gobierno, es que la izquierda tendrá que ponerle la firma a una Constitución que después del plebiscito no podrá tachar de ilegítima.

“Derecha debe hacer pedagogía democrática”

Ayudaste en la negociación. ¿Cómo viste a los otros actores? El frenteamplismo no podía ser sólo testimonial.

—Tuvimos dudas de que hubiera un compromiso sincero en dar una salida al tema constitucional desde fuerzas de izquierda y de derecha. Por ejemplo, cuando el FA decía “sólo 100% electo”, pese a que sabía que sobre esa base no había posibilidad de acuerdo. Ahí movimos el tablero proponiendo una convención íntegramente designada por el Congreso y que se plebiscitaba su texto.

¿Por qué lo hicieron? Se les catalogó de escuderos de la derecha.

—Estábamos decididos a garantizar que el proceso se concretara. Amarillos cree en la democracia representativa y no estamos disponibles a deslegitimar el Congreso. Casi todas las constituciones europeas fueron hechas así. Hay otras formas de hacerlo también, textos más vinculados al octubrismo, como en Bolivia y Venezuela. Podemos dar esa discusión, planteándola a los chilenos: ¿quiere un desarrollo político y social como Europa o como Venezuela?

¿Y cómo viste a la derecha? 20 años atrás eran férreos defensores del modelo económico y de la Constitución.

—La derecha tiene por delante un trabajo durísimo: hacer pedagogía democrática en su sector social. En la conducción de sus partidos han avanzado mucho en un compromiso genuino y bastante moderno con una democracia representativa. Pero están condicionados y limitados por un electorado que está muy detrás de sus dirigentes. No puede ser que el miedo permanente sea que si ellos no hacen lo que les pide el extremismo de su sector, paguen un costo electoral. Si sus dirigentes son capaces de dar conducción, pueden transformarse en un elemento extraordinariamente útil para el desarrollo.

No a una “asamblea constitucional tutelada”

¿Quées lo destacable del acuerdo? Tiene una serie de capas.

—Las obras se reconocen por sus efectos, dice una vieja frase. Es difícil saber hoy cuál será el aporte real. Anticiparía como reflexión que no se puede repetir el error base de CC anterior: construir un texto excluyente y al gusto sólo de la mayoría de sus integrantes. Redactar uno que dé cuenta de las aspiraciones de todos los sectores políticos, sociales y culturales daría un gran servicio.

¿El diseño lo facilita? Hay quienes hablan de tutela.

—La historia siempre la escriben los vencedores. Es una cita súper dura, pero realista. Por tanto, la responsabilidad ahora esté en el ánimo de los vencedores. Cuando se está en esta posición, uno tiene que autolimitarse, ejercer con responsabilidad y generosidad ese papel. Si lo hacen, esta puede ser una gran Constitución. La izquierda cuando venció trató de cobrar todas las facturas acumuladas.

Tomás Jordán ha dicho que las bases son realmente el pacto constitucional. Para otros son limitaciones.

—Lo comparto (lo de Jordán). Ahora, hay que contener una segunda tentación. No hay que transformar esta en una asamblea constitucional tutelada. Hay bases, habrá un proyecto, pero la construcción final le corresponde a la gente electa. El comité técnico de admisibilidad es un león que debe actuar con los dientes limados y los expertos deben generar un texto que oriente la discusión. La tentación de hacer una Constitución entre el comité de expertos y el de admisibilidad podría destruir todo el pacto constitucional.

Y cómo debiera ser este texto. Jaime Bassa ahora propone un texto procedimental.

—Primero, minimalista y no reglamentario. Poner en él la solución a todos los problemas rigidiza y constitucionaliza la discusión política futura. Además, estamos de acuerdo en discutir el sistema político, si no queremos terminar en una peruanización del mismo.

¿Qué rol cumplirá Amarillos?

—Primero, la participación de Amarillos en el Rechazo fue fundamental, orientando y dando seguridad a las fuerzas de centroizquierda para decantar por esa posición. Y, aunque es siempre feo el autobombo, en la negociación contribuyó defendiendo principios con valentía, sin miedo a la cancelación, y cuando tuvimos que tensionar, confrontar, o pagar costos, lo hicimos. Esa forma de hacer política hace tiempo que estaba ausente.

La izquierda los critica duro.

—Ya estamos ante la próxima campaña: decir que Amarillos es parte de la derecha. En este país cada uno tiene historia. Nuestra vida bajo la dictadura es una coraza que nos defiende. Decirnos derechistas o poco demócratas suena ridículo.

Si el eje es el Apruebo- Rechazo, ustedes debieran aliarse con la derecha.

—Es una discusión pendiente. Lo más probable es que el FA no nos ofrezca cupo dentro de los expertos, por ejemplo. Y si la derecha nos ofrecen participación... No puedo hablar por el partido, pero aceptaríamos cualquier generosa propuesta que se nos haga. Estamos para incidir en política, para que en Chile haya una nueva y buena Constitución.

¿Llevarán candidatos?

—No alcanzaremos. Nos quedan aún cinco meses como partido en formación. Para inscribir candidatos debemos hacerlo 90 días antes de la elección, y como no somos partido, no podemos. Y como militantes de un partido en formación, tampoco podemos ser independientes en otras listas. Por eso, hoy, ningún Amarillo será candidato. Dependemos de que exista una norma transitoria que habilite a los partidos en formación para presentar candidatos.

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