Poco menos de tres meses lleva Nicolás Cataldo Astorga en la Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo, y ya se ha juntado con más de 150 alcaldes de todo Chile. “Subdere es mucho más que entregar platas a los municipios. Te permite pensar el país de los 20 años que vienen. Abordar el desafío de la descentralización, que para el Presidente Boric es tan relevante. Y tan contraintuitivo con respecto a lo que Chile es. Enfrentar el fortalecimiento de los poderes locales, el financiamiento municipal, discutir la Ley de Royalty… es de las cosas más lindas que me ha permitido el ejercicio de la política”, señala en su oficina en La Moneda.

Profesor de Historia y Ciencias Sociales de la U. de Valparaíso, 38 años, militante del PC desde los 14, exsubsecretario de Educación, exjefe de gabinete de la entonces diputada Camila Vallejo y exjefe territorial del Presidente.

“La semana pasada estuvimos en Sierra Gorda y, la verdad, es indignante ver que pasa tanta riqueza y es una zona tan pobre. Están en medio del desierto, tan cerca de Antofagasta y tan lejos de Chile. El desafío es acercar esos territorios que están haciendo patria en aislamiento”.

—Vienes del mundo de la educación, pero también trabajaste en la municipalidad de Cerro Navia.

—Trabajé con Mauro Tamayo y fue una bonita experiencia, en un municipio muy pobre, saliendo de hechos de corrupción muy complejos. Uno aprende a hacer, con poco, mucho. Con varios alcaldes me tocó también relacionarme en Educación. Creo que quien está en el Ministerio de Educación está obligado a aprender cómo funciona el Estado, porque ese ministerio administra casi el 25% del presupuesto de la Nación. Fui asesor legislativo en el segundo gobierno de Bachelet, luego llegué al Servicio Local de Educación de Barrancas, es decir, he estado en distintos roles. Uno aprende los trucos de la administración pública, que no se aprenden en la universidad. Y uno aprende también que esto se hace siempre con equipos.

—El ambiente político está enrarecido. Esta semana se habló de censura en la Cámara Baja: PDG, Chile Vamos y Republicanos se lanzaron contra 13 comisiones presididas por el oficialismo.

—Hay un escenario polarizado sobre todo post plebiscito. La peor conclusión que puede sacar la oposición es que más del 60% que votó Rechazo es de derecha. Es un error equivalente a pensar que el 80% que votó por el Apruebo, en el plebiscito de entrada, es de izquierda. En democracia, tanto las derrotas como los triunfos son circunstanciales. Entenderlo te permite pararte pensando cuál es el paso para mañana y que se necesita construir mayorías. Para eso hay que tender puentes y dialogar con el otro. Es complejo lo que está sucediendo en la Cámara, porque parece más un show mediático que poco ayuda a la política a revalorizarse.

—A propósito de tu no llegada a la Subsecretaría de Interior y de la presidencia frustrada de la diputada Karol Cariola, Marcos Barraza habló en El Mercurio de un “anticomunismo que se ha ido incrementando a partir de las estrategias comunicacionales que ha desplegado la derecha”. ¿Compartes?

—Soy súper enemigo de apelar al anticomunismo, porque puede ser considerado como una forma fácil de rechazar cualquier crítica que pueda llegar a ser legítima. No obstante, sí creo que existe algo de eso. Volvemos a la lógica de la Guerra Fría, muy descontextualizada y anacrónica, muy propia del macartismo. Porque pensar que no me nombraron Subse de Interior porque tuiteé, hace 11 años, algo sobre Carabineros es súper equivocado. A mí me objetó la oposición, de forma virulenta, por ser comunista. Lo mismo con Karol Cariola, a quien se le objeta “por ser vocera del Apruebo”, misma condición del actual presidente de la Cámara, del que tengo la mejor opinión. Es difícil pensar que no es así, cuando todo indica que es así (...). Más que llorar las y los comunistas porque nos tratan mal, lo importante es ver qué tipo de democracia estamos construyendo. Ahora fui yo o Karol Cariola. ¿Y mañana qué?, como dice esa poesía que le atribuyen a Bertolt Brecht, mañana puedes ser tú.

—Ya diste vuelta la página con el tema de tus tuits, pero hablaste de leerlos en el contexto que corresponde. ¿Cuál es tu conclusión hoy con la distancia?

—Sé que no se trataba de los tuits, por lo que me quedo tranquilo. Hay una valoración de mis capacidades políticas y técnicas. El Presidente me promovió en otro espacio porque él tiene una buena valoración mía, por eso acepté este desafío.

—Incluso te vimos en el Congreso estrechando la mano del general director de Carabineros, Ricardo Yáñez, ya dando por superado el impasse.

—Naturalmente. Yo tengo grandes amigos en la derecha, con los que jugamos fútbol y compartimos mucho. Recibí de ellos, exparlamentarios, exministros, muchas expresiones de cariño. La política se trata de generar vínculos y yo trato de vincularme siempre desde lo personal. Cuando las conversaciones son así de honestas, las personas se van encontrando en su esencia. En el Congreso muchas veces uno ve al personaje y no a la persona. Cuando tuve que conseguir mayorías para aprobar la Reforma Educacional me senté a negociar con la oposición de la época y fijar fronteras. Un día estuvimos desde las 8 de la mañana hasta las 12 de la noche, que era mi cumpleaños, y seguimos hasta las 10 de la mañana del día siguiente. Pero los parlamentarios pararon para cantarme el ‘Cumpleaños feliz' (recuerda sonriendo).

“Se trata de instalar una idea de caos que no es real”

Nicolás está casado con Danae Prado, periodista, “feminista y comunista” -como dice en su perfil- y son padres de dos niños: Salvador Antonio, de 12 años, y Matilde Violeta, de 3.

“Antonio por el papá de mi compañera, que murió en dictadura”, acota.

Él tiene tatuada en una pierna la obra “Danae”, de Klimt, en honor a su mujer. Y en su antebrazo el arma de Han Solo, de “La Guerra de las galaxias”, con las frases “I love you… I Know. “Un clásico del romance ñoño”, aclara él. Las mismas que se tatuó ella, con la silueta de Leia. “No es una AK47 como pensaron algunos. Yo me río no más”.

También tiene a Ganesh, “el dios de la superación de los obstáculos”. Y su último tatuaje se lo hizo cuando terminaron la Reforma Educacional. Es un lápiz junto a una frase del filósofo Paulo Freire: “La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que cambiarán al mundo”.

—Cuando presentaste el convenio para recuperar fachadas afectadas por el estallido, terminaste en abrazos con Evelyn Matthei, quien te criticó antes pero se corrigió: “Lo he ido conociendo, es una persona encantadora”, dijo.

—(risas) Nos habíamos juntado el día anterior con la alcaldesa y conversamos mucho, nos dimos cuenta de que coincidimos en muchas cosas en cuanto a gestión pública. Nos caímos bien. Lo que no significa que yo no sepa quién es Evelyn Matthei y que ella sepa que yo soy comunista, con todo lo que implica para ese mundo. Representa la posibilidad de encontrarnos mundos distintos.

—Con respecto a la evaluación del gobierno en la última Cadem, la ministra Vallejo baja y tanto Tohá como el subsecretario Monsalve, con quienes tú trabajas, son los mejores evaluados. ¿Es una valoración a la exConcertación?

—Lejos de todos los análisis políticos, no creo que las personas digan: “Oh, la ministra Tohá es exConcertación, la valoramos por eso”. Sí hay una valoración a la trayectoria de personajes tan potentes como ella, como la ministra Uriarte o el subsecretario Monsalve. Se ha notado con la ministra Tohá una conducción clara, potente, y muy asertiva, que se necesita en momentos tan confusos como éstos. Ambos enfrentan un tema complejo como la seguridad pública y eso se valora. Además, como llegó en esta segunda etapa de gobierno, tiene un liderazgo que no está desgastado, está subiendo porque demuestra una forma nueva de hacer las cosas. La ministra Vallejo, la ministra Orellana, el ministro Marcel, etc., también han sido liderazgos muy potentes. Que haya bajado ahora Vallejo no significa una mala evaluación, porque además ella tiene un porcentaje muy alto de conocimiento.

—Fue noticia también la salida de Nelson Alveal, Jefe de Avanzada.

—Creo que este gobierno está sobreobservado por la prensa y la oposición. No pasa nada muy diferente a lo que pasa en cualquier gobierno. ¿Alguien sabía quién era el jefe de avanzada del Presidente Piñera? Se trata de instalar una idea de caos que no es real. Acá estamos los equipos trabajando a full, de la mejor manera posible; algunos lo logran más, otros menos.

“Me tocó madurar de golpe”

Nicolás es wanderino, pero también del Santiago Morning, porque tiene grabadas sus visitas de niño al estadio junto a su padre. “Con todos mis amigos de Valparaíso éramos del Wanders. Juntábamos monedas, macheteando afuera del estadio, para poder ver los partidos. A veces no alcanzamos y entrábamos al segundo tiempo, cuando abrían. Era la época del ‘Nos lleva por 100 pesos'. Atravesábamos toda la ciudad en micro”, relata.

Es hijo de Lucía Astorga Salinas y del exmiembro del MAPU Héctor Cataldo Ávila, cuyo caso figura en la comisión Valech. “A mi padre se lo llevaron detenido el 11 de septiembre a las 5 de la mañana, él era el ingeniero químico del gasómetro de Valparaíso. 23 años tenía”, señala. “Mi mamá era la empleada de la casa de mis abuelos paternos, era vecina, militante PC. Ella empezó a ser parte de la familia y crió a mis hermanos mayores, porque mi papá estaba separado. El más chico tiene 10 años más que yo. Mi mamá no podía tener hijos, porque es enferma renal, pero cuando tenía 26 nací yo y luego mi hermana menor. Eso deterioró mucho su salud. Tuvo un embarazo antes, pero lo perdió porque la golpearon en una protesta”.

Sus padres se separaron a principios de los 90. “Nosotros nos quedamos en Valparaíso y mi papá se vino a Santiago. Vivimos mucho de allegados. Recuerdo muy bien las marchas, las concentraciones. Yo no tenía un móvil en la cuna, tenía el arcoiris del No y stickers del MAPU Obrero Campesino”, recuerda riendo.

“Cuando mis papás se separaron, a mi mamá le recrudeció la enfermedad. Yo tenía unos 7 años y mi hermana tenía 3. Me tocó madurar de golpe. A mi mamá le daban las crisis, se ahogaba, porque se dializaba. Aprendí a cocinar, a bañar a mi hermana, a hacer aseo. Yo llegaba del colegio y tenía que volver a dejarla, después ir a buscarla y ayudarla con las tareas. Y no lo cuento como ‘qué triste mi vida', porque tengo claro que hay personas que lo pasan peor. Fui un niño muy feliz, pero sí de mucha aproximación a la pobreza. Porque los cerros en Valparaíso terminan en quebradas y es ahí donde viven las personas más vulnerables. Yo acompañaba a mi mamá a las quebradas a vender chalecos y productos Avon. Me acuerdo mucho de ella armando carnadas con los pescadores o limpiando pescados en la caleta”.

Hoy su madre vive con dos trasplantes a cuestas. “Es una persona que quiere mucho vivir. De ella yo saqué la resiliencia, tiene la capacidad de volver a pararse 10 veces. Ahora sobrevivió a una crisis de covid, recién le sacaron el oxígeno. Mi mamá es muy heavy”.

—Conociste otra realidad que termina siendo importante en tu desempeño hoy, ¿no?

—Vivir en ese contexto me permitió integrar formas distintas de mirar el mundo. Sin duda. Yo me crié en la calle Víctor Pivet en el Cerro Esperanza, entre hijos de profesionales e hijos de gente sin estudios. Eso me permitió mirar las desigualdades. Entré en primer año del liceo a militar en las JJ.CC. y, al mismo tiempo, a la Pastoral Juvenil. Salíamos a dejar comida y vestimenta a las personas de situación calle. Y el trabajo político lo hacía con la Jota. Todo para mí muy compatible.

—¿Cómo viviste tú las experiencias de tu familia en dictadura? ¿En qué minuto te sientas a conversar con tu padre?

—Mi papá se murió en marzo de este año y lo vi llorar una sola vez en la vida. Fue cuando para el Día del padre, yo con 14 años, le regalé un poema de Mario Benedetti: “Hombre preso que mira a su hijo”... me emociona (se saca los lentes para limpiarse las lágrimas). Ahí me contó lo que le pasó, yo creo que no se lo ha contado a nadie de la familia. Lo tomaron preso y pasó por un par de buques de la Sudamericana de Vapores, tuvo suerte y pasó muy rápido por la Esmeralda, y de ahí lo llevaron a la Academia de Guerra. Me habló de las técnicas. Su cuerpo estaba totalmente machucado y le daban a elegir: golpes o electricidad. “Yo siempre elegía electricidad”, me decía, “porque si me tocaban el cuerpo me caía y me mataban”. La electricidad la podía fingir.

—¿Creciste aprendiendo a canalizar la rabia?

—Hay que aprender a seguir viviendo y ser feliz en la medida de lo posible. Yo soy una persona feliz, entendiendo que no es un estado permanente. Mis padres también lo fueron. Él siguió luchando por los DD.HH., fue presidente de los expresos políticos, su vida se la dedicó a esa lucha. Era “El Necio”, de Silvio Rodríguez, se murió como vivió.

—¿Adoptaste ese carácter?

—Yo soy mucho más flexible que mi papá, él era muy rígido, a lo que no le voy a poner valoración, pero te limita. No crecí con odio, pero sí con mucha convicción de estar en el lugar correcto, de que hay cosas que no se pueden aceptar ni tolerar.

LEER MÁS