Cuando Ricardo Araya Baltra recibió el Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas 2022, la rectora de la U. de Chile, Rosa Devés, destacó que el doctor “combina un reconocimiento científico formidable con una producción científica de las más altas en su especialidad, pero también con la aplicación de esa investigación en problemas de salud pública, en países de bajos ingresos”.

A dos meses del reconocimiento, Araya —quien llega hoy a Chile— comenta desde Londres: “No me había dado cuenta del tiempo que ha pasado, he estado tan ocupado. Fui famoso un tiempo” (sonríe).

Psiquiatra de la U. de Chile, completó su formación en el Instituto de Psiquiatría y el Hospital Maudsley de Londres. Es PhD de la Universidad de Londres, diplomado en Economía de la Salud en Aberdeen (Inglaterra), y académico e investigador en distintas universidades internacionales. Además, es director del Centro de Salud Mental Global de King's College London.

“Más que el reconocimiento personal, lo que me deja contento es el reconocimiento a la salud mental, un tema álgido e importante en las sociedades modernas”.

En el mes en que se conmemora el Día de la Salud Mental, hay cifras preocupantes. Los trastornos mentales, neurológicos y por consumo de sustancias representan el 10% de la carga mundial de morbimortalidad y el 30% de las enfermedades no mortales. 1 de cada 5 niños, niñas y adolescentes es diagnosticado con un trastorno mental. Y una persona se suicida en el mundo cada 40 segundos, aproximadamente.

“Eso porque estuvimos décadas viviendo en la oscuridad, no sabíamos cuál era la magnitud del problema de la Salud Mental. Hoy en día emerge con fuerza, como un tsunami”, comenta Araya.

—Las cifras nunca son fáciles de pesquisar, las de suicidio, por ejemplo. Los trastornos mentales no se sociabilizan tampoco.

—A eso me refiero con la oscuridad también. Hay una oscuridad que surge de la ignorancia de la sociedad, de quienes no nos poníamos de acuerdo para identificar qué es un trastorno. Cuando ya lo hicimos, empezamos a golpear las puertas y a averiguar cuánta gente la tiene. La demanda espontánea es todavía un asunto muy influenciado por fenómenos culturales: el estigma, que sigue siendo potente en todas las sociedades. Hoy vemos reportajes a cada rato al respecto, pero de ahí a que la gente se sienta cómoda para revelar este tipo de cosas, va a pasar mucho tiempo. Fue mi experiencia personal.

—¿Ha sufrido de depresión?

—He sufrido de depresión, no soy diferente a muchas otras personas. A veces estoy un poco mejor y otras peor; la depresión es una enfermedad crónica que va y viene. En términos generales, he logrado hacer muchas cosas, esto no me ha inhabilitado. He sido muy productivo en mi vida científica; quizás podría haberlo sido más.

Aquí en Inglaterra cuando yo “salí del closet”, en plena entrevista de trabajo, y le dije a mis empleadores que había sufrido depresión inmediatamente vi un cambio en ellos. Me pidieron que llenara cuestionarios, pero nadie me preguntó por si tenía hipertensión o diabetes. En la medida en que todos estemos dispuestos a transparentar, empezaremos a normalizar.

—Ud. fue pionero en la innovación en salud mental a principios de los 90, como asesor del Servicio Nacional de la Mujer. Luego hizo un estudio con un tratamiento para la depresión en la atención primaria.

—Apenas volví a Chile, hice ese trabajo con el Sernam, en VIF. De ahí pasé al Ministerio de Salud y me hice cargo del Programa de Mejoramiento Inmediato de la Atención Primaria, donde vi rápidamente que los temas de salud mental eran ignorados. Y en el concepto moderno de salud no hay distinción entre salud y salud mental. Es decir, no hay salud sin salud mental. Ahí inventamos este modelo para tratar la depresión de mujeres en varios consultorios. Les enseñamos al personal no médico, asistentes sociales, por ejemplo, a detectar la depresión y a iniciar el proceso.

Y elegimos mujeres porque estaban mucho más dispuestas a hablar del tema, no queríamos estar peleando con hombres. Hay una serie de teorías al respecto, los hombres hasta hoy ven la depresión como una debilidad. Les cuesta reconocerla y verbalizarlo. Es una de las razones que me hizo pensar en que todos quienes habíamos ‘flaqueado', que nos habíamos sentido débiles, teníamos que normalizarlo y salir adelante.

—Cuando nadie hablaba de depresión, además. El programa (publicado en 2003), terminó siendo replicado en Asia y África incluso.

—Exacto, era difícil hablar de depresión. Una doctora el otro día me decía: “Nunca me voy a olvidar de que ustedes introdujeron la Fluoxetina en los consultorios. Tampoco de las personas que entrenaban”. Es que la tasa de recuperación con este programita, nada muy sofisticado, era altísima. El 70% de las mujeres se recuperaba a los seis meses. Fue publicado en Lancet. Tres años después de esto, me invitaron a La Pintana a una reunión con las mujeres de este estudio. Ellas habían constituido un grupo que estaba celebrando la representación legal que consiguieron junto a la municipalidad. Las mismas mujeres que habían tenido depresión, entrenadas por la asistente social, empezaron a trabajar con otras mujeres. Se apropiaron de la intervención. Uno piensa: ¿Que habría pasado con esas mujeres sin apoyo? Están rehaciendo la malla social para las más vulnerables. Es increíble. En este viaje pretendo juntarme con ellas, porque ese grupo sigue vivo, ¡25 años después! Han tenido que pasar 30 años para darme cuenta de qué manera las cosas que hacemos pueden tener beneficios que uno no es capaz de visualizar.

“Uno de cada dos estudiantes tiene depresión o angustia”

Entre los compromisos del doctor Araya en Chile, el miércoles 2, a las 17 horas, participará del lanzamiento de la Comisión de Salud Mental y Convivencia del CRUCH, con la conferencia: “Salud Mental en estudiantes universitarios”.

—¿Cuál es la importancia de tener un presidente que transparenta sus propios trastornos? En entrevista con CNN, Boric habló de su TOC y estableció la necesidad de que dejara de ser un estigma.

—Sin entrar en la cosa política, porque yo soy un activista de la salud más bien (ríe), me pareció interesante cómo se dio ese proceso. Él lo reconoció y fue bueno para la sociedad chilena. Yo pensé que como lo admitió en campaña ya estaba perdido. Fue famoso el caso de Dukakis (candidato demócrata a la presidencia de EE.UU.), a quién le descubrieron una depresión y se tuvo que retirar. Esta enfermedad no es una limitante, evidentemente. Él comprometió mejorar la baja inversión en salud mental. Chile invierte cerca del 2%, el único de Sudamérica que más invierte es Uruguay, con cerca del 6%.

—¿Mejoramos al menos en cuanto al nivel de comprensión del fenómeno?

—Absolutamente. En Chile hemos avanzado bastante, porque el primer paso para resolver un problema es aceptar que existe. Yo trabajo en Colombia, Brasil, Argentina, etc. y me parece que estamos bastante bien. Hay menos estigma que en otros lugares. Hay una legislación que requiere de revisión; acá todavía se define al que sufre un trastorno mental como “demente”. Los peritajes son para definir si la persona está “demente” o no. Cuando la demencia es una enfermedad neurológica muy específica, que afecta la memoria.

—En Chile desarrolló, junto al psiquiatra Jorge Gaete, un juego para niños (de 3 a 6 años) que podría ayudar a prevenir trastornos mentales a futuro.

—Es un trabajo muy bonito, llevamos varios años. Fue el americano James Heckman, Nobel de Economía (2000), quien dijo que las inversiones sociales que se hacen en etapas tempranas de la vida son las más rentables. Él hablaba de apoyar las funciones no cognitivas, cómo resolver problemas, relacionarse mejor con otros. Tenía estudios que decían que la productividad a futuro de los niños que lo hacían mejor en cuanto a habilidades blandas era mucho más alta. Probamos un software, de manera piloto, en párvulos de distintas escuelas. Aprendimos un montón y ahora Jorge se ganó un Fondef para mejorar el juego. Las parvularias van a estar conectadas desde un laptop a cada una de las tablets para ir viendo el desarrollo de cada niño. Pareciera ser que esto, además, podría prevenir la aparición de síntomas de trastornos emocionales, está por verse.

—Y con la doctora Vania Martínez está trabajando en jóvenes en detección temprana de trastornos mentales. ¿Cómo va eso?

—Con Vania ahora trabajamos en un programa con cinco universidades en Chile y somos parte de una red mucho más grande en el mundo. Ella te puede dar las cifras, pero quedamos todos marcando ocupado. Uno de cada dos estudiantes tiene depresión o angustia tipo clínica. No conocemos la situación prepandemia, pero nos han dicho que las cifras han subido muchísimo en niños y jóvenes, no tanto en adultos. Hay muy poca gente que trabaja por los niños y jóvenes en Chile y hoy deberían tener prioridad.

“Me decían el Señor minimalista”

En Guatemala fue parte de Buena Semilla, plan de apoyo psicosocial para madres de familias mayas de alto riesgo. Y en Colombia en Jóvenes en acción, con jóvenes afectados por el conflicto armado. Hoy Araya pierde la cuenta en la cantidad de países en los que trabaja. “Deben ser unos veinte”, dice sonriendo.

En Perú y Brasil probó también una plataforma para personas con depresión. “En Brasil trabajo en un laboratorio grande de asuntos tecnológicos. El estudio lo publicamos en la revista Jama el año pasado. Era para personas con depresión que tenían alguna comorbilidad como hipertensión o diabetes. Porque los viejitos empezamos a acumular enfermedades y, como vivimos más largo, nos empezamos a transformar en un problema muy grande para la sociedad”.

—Porque aquella enfermedad, supongo, empieza a empeorar la enfermedad mental, un círculo vicioso.

—Exactamente. Si tienes diabetes e hipertensión, mezcla no poco común, y te deprimes, se te quitan las ganas de hacer cosas. No tienes motivaciones ni energía, empiezas a abandonarte a ti mismo y no vas al médico ni por los controles. Hay una gran oportunidad de trabajar ahí. Brasil tiene un 20% de mayores de 60 en su población. Hicimos otra intervención en la tercera edad completamente a través de whatsapp, con mensajes de audio. Es un diálogo entre una pareja de adultos mayores, como una telenovela, con el que se refuerza el mensaje terapéutico. Recién terminamos el estudio y, si funciona, va a ser un acierto enorme.

Uno aprende del ser humano con estas cosas. A los que nos financiaban no les gustaba la idea de que prestáramos teléfonos a la gente de las favelas, porque pensaban que iban a desaparecer, lo mismo nos pasó en Perú. ¿Y sabes que de 400 teléfonos que prestamos solo perdimos 3? Fue una experiencia de confianza en el ser humano. Ellos llegaban a devolverlos hasta con carcasa, los limpiaban. Eran pobres, pero no ladrones, evidentemente.

—¿Se sigue sorprendiendo usted con estos procesos?

—Absolutamente. Cuando empecé a presentar en los países desarrollados me decían el “Señor minimalista”, porque solo desarrollo cosas muy breves, simples y baratas. Si funcionan, bien; si no, no, porque es lo que los países pobres pueden probar. Los comités de ética en EE.UU. y Europa no les dejan pasar nada, pero en los países pobres sí podíamos probar estas cosas. Así se empezaron a interesar. Hoy en muchos países utilizan a personal no médico para entregar este tipo de atenciones. Yo decía: “Nosotros entramos a esto antes que ustedes por necesidad; ustedes entraron por ahorrar plata”. Llegamos por diferentes rutas, pero llegamos. Tenemos que ser innovadores. No hay psiquiatras para atender a toda la población. Si juntamos a esta gente que especializamos con la tecnología que tenemos a disposición, podemos hacer algo muy potente. Por ahí va el futuro para mejorar los servicios de salud.

LEER MÁS