Lo que partió siendo una investigación para una tesis de magíster, terminó en una crónica política para conocer uno de los fenómenos políticos más inquietantes de los últimos años: el resurgimiento del nacionalismo en Chile.

Rodrigo Pérez de Arce (1992), abogado, posgraduado en Sociología en la PUC y subdirector del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), se adentró durante meses entre los militantes del Movimiento Social Patriota (MSP). Fueron horas de conversaciones y ser testigo de reuniones (durante 2019) para tratar de documentar lo que ahí pasaba. El resultado de aquello es el libro «Contra todo lo podrido» (editorial Planeta), que fue lanzado el sábado pasado.

“Para investigar al movimiento desde dentro había que construir confianza con los miembros. Era un trabajo exigente porque yo no milito ni me siento cercano al nacionalismo, pero al mismo tiempo tenía que empatizar y tomarme en serio su forma de pensar. Ahí uno va forjando una ética de investigación, en la cual la diferencia política no da pie al desprecio por sus ideales; y también contar con espacios propios en los que pudiera mirar con distancia crítica”, señala.

Además de su performance mediática (el grupo salió a luz en 2018 colgando muñecos de un puente en Providencia con el mensaje “pedófilo muerto, problema resuelto”) a Peréz de Arce le interesaba que muchas de las demandas del MSP parecen identificar a varios sectores de la clase media.

—Lo primero: ¿de qué hablamos cuando hablamos de nacionalismo?

—El nacionalismo hoy tiene varias caras. Me parece que lo que define a estos grupos es la valorización radical de la identidad chilena, a partir de la relación entre “sangre y suelo”. Para el MSP, los chilenos tendrían un mérito especial para habitar en este territorio, forjado a lo largo de los siglos. Junto con eso, formulan una crítica profunda a lo que llaman “globalismo”, que sería otra forma de hablar de liberalismo. Simplificando los términos, esta sería una especie de confabulación entre derechas e izquierdas, grandes grupos empresariales y la ONU para promover un orden que favorece esos intereses internacionales en desmedro de lo local.

“No son una ultraderecha como la de Bolsonaro”

—En el último tiempo se ha hablado del peligro que la “ultraderecha” o el “neofascismo” representarían para la democracia. ¿El MSP puede ser encasillado en alguno de esos términos?

—Soy bastante crítico del uso indiscriminado de esas etiquetas. Muchas veces se abusa de los términos “ultraderecha” o “neofascismo”, y se terminan volviendo obstáculos para comprender lo que hay ahí. Esto, porque remiten a fenómenos que tienen una carga propia, con los cuales el MSP no está necesariamente emparentado. No creo que el MSP sea una ultraderecha como la de Bolsonaro. Además, no hay en ellos una referencia al libre mercado, que sería uno de los elementos de la derecha chilena. Sobre el fascismo, creo que esos son fenómenos que están bastante situados en su época histórica, y por lo mismo no ofrecen la caracterización más precisa. Pero es indesmentible que comparten notas con esa vertiente, como la referencia a un pasado narrado como mito, o la exaltación romántica de lo nacional.

—¿Son una amenaza? Hasta el momento el MSP no ha protagonizado hechos de violencia mayores, pero hay cierta estética, cierto discurso muy militarizado.

—Hay que ser muy responsables en esto: el MSP no ha ejecutado acciones de violencia física contra personas. Cosa distinta son aquellas protestas que, en mi opinión, se salen de los márgenes que permite una convivencia pacífica, como esparcir vísceras de animales en una contraprotesta contra el aborto, o pedir “castración gratis para hembristas” (sic). Es legítimo tener desacuerdos con esas agendas, de hecho, yo mismo soy contrario al aborto, pero aquí creo que se va un paso más allá.

“Un antiguo líder socialpatriota decía que en la vida hay que elegir entre ser martillo o ser yunque, y que ellos no se van a dejar martillar. Esa me parece una manera reduccionista de mirar lo social y que se puede prestar para acciones mucho más conflictivas que las que hemos visto hasta ahora”.

—Escribiste: “La mayoría de los participantes del MSP no caben bajo el rótulo de personas desviadas, ni siquiera extravagantes”. ¿Quizás eso sea lo más complejo, no? Son gente común y corriente, demasiado quizás.

—Este es uno de los hallazgos que creo que obligan a tomarse muy en serio lo que aparece en el libro. Como decía Oscar Contardo en el lanzamiento, muchos de los sufrimientos que denuncian los nacionalistas son los mismos de la amplia clase media chilena. Por lo mismo, antes de patologizar a los militantes, de señalarlos como pura desviación social, como una enfermedad despreciable, corresponde mirarlos con detención. Chile ha logrado mucho en las últimas décadas, pero al mismo tiempo hay que saber resolver las tensiones que genera el progreso. Las tensiones de ese proceso de modernización no solo son de orden material, sino, sobre todo, refieren a preguntas profundas: ¿Quiénes somos como comunidad nacional?, ¿qué nos une? ¿Pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos?

—¿Estos grupos tienen algún anclaje intelectual? El viejo nacionalismo chileno tenía lecturas de cabecera: Nicolás Palacios, Francisco Encina, Alberto Edwards, Jaime Eyzaguirre.

—Uno podría diferenciar, a grandes rasgos, entre dos grupos que coexisten en el mundo nacionalista. Por una parte, hay personas bastante leídas en esas influencias que mencionas y otras, que tienen un cuerpo de lecturas robusto, pero que creo que son una minoría. El MSP incluso tiene una editorial propia que ha publicado varios títulos. Pero me parece, insisto, que es una minoría. El grueso de los participantes llega ahí más bien por una intuición, según la cual la nación chilena estaría en riesgo frente a distintos peligros, como la ONU, los tratados internacionales o el progresismo.

—¿Te sorprendió que estén alejados de la figura de Pinochet?

—La primera idea que muchos asumen es que estos grupos defenderían a la dictadura. Pero eso no es así en el caso del MSP y al conocer sus fuentes intelectuales, se entiende mejor su rechazo a Pinochet. La razón principal es que en ese período se sientan las bases para una economía abierta, de libre mercado, que a juicio de ellos pone en riesgo a la producción local. Al mismo tiempo, esa liberalización le abre las puertas al influjo de los organismos internacionales que, según su entender, es corrosivo para la cultura e identidad nacional, y degeneraría el tejido social. De hecho, por su manera de entender la economía, se sienten más cercanos a algunos procesos que sostuvo Allende en su momento, como la nacionalización del cobre.

—Una de las cosas que llama la atención es el concepto de la “buena muerte” o del “morir por la causa” que tiene este grupo. Una chica que recién está saliendo del colegio va y te lo dice. ¿Cómo tomarlo?

—La “buena muerte” es uno de los temas más impresionantes en el MSP, porque hoy nadie parece estar dispuesto a un sacrificio así de grande por nada. A lo mejor por una persona de nuestro círculo familiar más inmediato, pero no más que eso. El hecho de que los militantes estén dispuestos a morir por su causa muestra la intensidad con la que se vive el nacionalismo, y creo que toca un tema crucial para todos: ¿cómo construimos fuentes de sentido que hilvanen nuestra vida? El MSP te da esa respuesta, por equivocada que sea, y ese es uno de sus atractivos en tiempos en que nada parece valer la pena.

“La frontera ideológica es bien porosa”

—El escenario político donde se mueven este tipo de movimientos es súper confuso a veces. En una entrevista con «La Segunda», Marcelo Somarriva decía que “hay una cosa antiglobalización que comparten la nueva izquierda, el mundo anarquista y la nueva derecha chilena”. Es como si las fronteras no quedaran claras.

—Sí, se mueven en un lugar que ellos denominan de “tercera posición”, que no calza con el esquema tradicional de izquierdas y derechas. Por lo mismo, coinciden con alguna derecha en ciertos temas, como en la agenda sobre aborto; pero también con ciertas izquierdas. El caso del TPP-11 me parece bastante sintomático, porque nacionalistas y frenteamplistas sostienen algo parecido: firmar tratados internacionales implica una pérdida inaceptable de soberanía. El nacionalismo también ocupa términos que están bien presentes en el lenguaje de la nueva izquierda, como la crítica al extractivismo o al neoliberalismo. La frontera ideológica es bien porosa, a fin de cuentas.

—El otro día señalabas que uno de los fundadores del MSP, Pedro Kuntsmann, hoy está bien cercano al Partido de la Gente (PDG) y es raro, porque uno diría que está más identificado con el Partido Republicano.

—El MSP tiene una crítica fuerte hacia Kast y los republicanos. Rescatan su defensa de ciertos símbolos nacionales, pero creen que son una muestra más del liberalismo económico y que al final, están cooperando con ese orden mundial que desconoce o incluso atenta contra lo chileno. La crítica es parecida a la que le hacen a Pinochet: en Kast hay elementos patriotas, pero estéticos, superficiales, insuficientes. En ambos casos, la crítica es feroz: según los nacionalistas, ellos destruyeron el tejido social, la cultura chilena, sus recursos naturales y se lo entregaron a las transnacionales.

—¿El PDG puede canalizar algo de este espíritu presente en los grupos nacionalistas?

—Me da la impresión que sí, sobre todo en momentos en los que el sistema político no es capaz de procesar ciertas demandas presentes de forma transversal en la sociedad. Pienso en dos temas que hoy tienen relevancia en nuestra cotidianeidad: la inmigración y la seguridad pública. Ahí hay un espacio para que ciertos discursos nacionalistas ganen tracción a partir de la idea de mano dura, o de atribuir esa desconexión, que en muchos casos es real, a que los políticos están concentrados en la agenda de la ONU. Esa convergencia entre el PDG y el nacionalismo es perfectamente posible, porque explota las percepciones de la realidad de las personas y ofrece salidas rápidas a ellas. Sin ir más lejos, el PDG presentó un proyecto de resolución en la Cámara de Diputados para exigir al Gobierno que en el eventual nuevo proceso constituyente no hubiese injerencia de organismos internacionales.

—¿Cuánta diferencia hay entre el MSP y otros grupos como el «Team Patriota»? Uno podría decir que Pancho Malo es más “trumpista” que nacionalista.

—Son grupos distintos entre sí. Los socialpatriotas consideran que el «Team Patriota» y su líder son ultraderechistas y pinochetistas. Esa sería una diferencia insalvable. De hecho, hay bastante animadversión, cuando no derechamente agresividad, entre ambos grupos. Si para Francisco Muñoz los referentes son Kast y Trump, para el nacionalismo sería algo más parecido a Putin.

—¿Qué futuro le ves a movimientos como este? En Chile el nacionalismo, incluso en dictadura, fue un grupo político marginal.

—Es innegable que se trata de movimientos que no han tenido un impacto mayor a nivel político. El propio MSP tuvo dificultades importantes cuando intentó convertirse en partido. Pero no se debe descartar la influencia que pueden ejercer a nivel de discurso, así como la posibilidad de ingresar a otros partidos que sí tienen esa representación, sobre todo en momentos de desconfianza institucional, en que las personas no se sienten escuchados.

—¿Qué debe hacer el sistema político frente a estos grupos?, ¿ignorarlos?, ¿tomarlos en serio?, ¿considerarlos una amenaza?

—Lo peor que puede hacer la política es cerrar sus oídos a este tipo de fenómenos. Eso solo profundiza y radicaliza el malestar real que reflejan estos movimientos. Más allá de las críticas a sus soluciones o al proyecto nacional que defienden, con las cuales yo tengo diferencias relevantes, hay que reconocer que en sus críticas hay una parte de verdad. El desarraigo, las dificultades para encontrar lugares de pertenencia, son experiencias ampliamente compartidas. De ahí la urgencia de comprender, primero, y actuar, después. Y las dos cosas con urgencia. En caso contrario, no debiera sorprendernos que el anhelo por un Bukele chileno cobre cada día más fuerza.

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