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“1976”, el primer largometraje que dirige la actriz Manuela Martelli, es una película atípica para el cine chileno. No por el tema que aborda (ver subtítulo) sino por la forma en que lo hace: su decisión de esquivar obviedades, poner atención a detalles (zapatos, telas, colores) y relegar la épica y violencia de los tiempos retratados (Chile en 1976) a un fuera de campo que podemos intuir. La directora ha atribuido estos caminos a la sensibilidad femenina (casi todo el equipo está compuesto por mujeres), pero la responsabilidad es también de la narrativa oblicua que propone el cine contemporáneo. Digamos que más que avanzar en línea recta, la película ofrece un estudio de personaje en un contexto adverso para su zona de confort.

Carmen (Aline Kuppenheim) –inspirada en la abuela de Martelli– es una dueña de casa solidaria y progresista que, a pesar de todo, vive en una burbuja que parece protegida de los peligros de entonces. La dictadura y los enfrentamientos en las calles están a la orden del día, aunque la vida de quienes tienen privilegios transcurre al margen del caos. Ella, de hecho, está enfocada en remodelar su casa de veraneo en la playa y decide pasar unos días ahí. Su familia y su esposo la visitan. Hay, digamos, una aparente armonía tras este statu quo que la película cuestiona con sutileza (Carmen alguna vez quiso ser médica).

El punto de inflexión ocurre cuando un cura cercano, el padre Sánchez (Hugo Medina), le pide a Carmen que cuide a Elías (Nicolás Sepúlveda), un joven malherido del que no sabemos mucho. Ella lo recibe y lo esconde. Poco a poco iremos entendiendo que es un prófugo de la represión.

“1976” es una película sobre el silencio. O los múltiples silencios de la dictadura. El mutismo de la comunidad, la sordina de los perseguidos, la complicidad tácita de algunos. Martelli no transforma a Carmen en una heroína de la lucha anti-sistémica pero sí la presenta como una mujer sensible cuya existencia se ve remecida por la aparición de Elías. Desde entonces la película transcurre con inteligencia sigilosa. Se divide entre lo que pasa en el mundo exterior y lo que parece acontecer al interior de Carmen, interpretada con contención y delicadeza por Kuppenheim.

La fotografía de la argentina Soledad Rodríguez (“El estudiante”) va de la mano con las sutilezas de una narrativa que involucra al espectador a través de un buen manejo del suspenso, recurso que coexiste junto a la observación atenta al personaje protagónico. Si alguien espera un romance entre la mujer y su protegido saldrá decepcionado. “1976” –elegida para representar a Chile en los Goya– toma distancia de los lugares comunes. Su mirada está en los detalles, las emociones, los pequeños objetos, el tiempo, el silencio.

¿Habla mucho el cine chileno sobre el golpe y la dictadura?

La llegada de “1976” a nuestro país, tras un recorrido por festivales internacionales que comenzó en Cannes, reabrió una vieja polémica: la supuesta obsesión del cine chileno por la dictadura y el golpe.

La académica y economista María Cecilia Cifuentes fue la primera en lanzar la piedra a través de sus redes sociales. “Parece que el cine chileno sería casi inexistente sin la dictadura. ¿Logrará después de medio siglo abrirse a otros temas?”, escribió.

La respuesta llegó de parte del crítico Marcelo Morales, fundador de la enciclopedia virtual Cinechile.cl y actual director de la Cineteca Nacional, quien publicó un estudio hecho por su equipo sobre el tema. El análisis consistió en tomar todos los estrenos realizados entre 2001 y 2022 y precisar cuántos de ellos hablan directamente sobre la dictadura.

“Entre 2001 y 2022, se han estrenado 570 películas chilenas en los cines, de las cuales 82 entran en la «categoría» que habla de la dictadura, del golpe o de los últimos días de la Unidad Popular. Es decir, es apenas un 14%”, señala el estudio. “Esta medición sirve también para demostrar que en estos momentos en que se estrenan cerca de 40 películas al año, la diversidad temática es amplísima”, agrega Morales en el sitio.

¿A qué responde la sensación común de que el cine chileno sigue pegado en 1973?

“Yo me he dedicado a investigar cine chileno y me doy cuenta de que la gente no percibe la amplitud que tiene porque no está informada”, opina Morales. “Una razón es que las salas comerciales ya no programan cine chileno por un prejuicio comercial, basándose en la idea de que no le va bien. Las salas independientes, por su parte, se enfocan en un público más específico que sí sabe de esta amplitud. Pero no hay mucho público. Yo creo que se está gestando. Comunicacionalmente tampoco hay cabida para el cine chileno. No se programa ni se habla de él por los mismos prejuicios comerciales. En todo caso, creo que es importante hablar del pasado porque este es un país donde hay temas pendientes. El arte sirve para reflexionar en torno a la memoria que fue ultrajada”.

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