No usa WhatsApp ni menos redes sociales. Llega impasible a la entrevista luego de una larga travesía en metro y cuenta que se entretuvo en el camino leyendo al escritor martiniqués Frantz Fanon —revolucionario admirado por Sartre— que en 1961 escribió cosas como la siguiente: “La nueva sociedad debe nacer producto de la violencia y de la lucha armada”. Cosas que suenan muy similares a la retórica del 18-O.

Profesor de la Facultad de Artes Liberales de la UAI, doctor en Historia por la University College of London, abogado de la U. de Chile, y con pasado en el suplemento «Artes y Letras» («El Mercurio»), Somarriva se ha especializado en la historia moderna de Sudamérica y Europa. Actualmente trabaja en torno a la construcción del imaginario colonial chileno y su relación con la naturaleza y el impacto que tuvieron algunos discursos ilustrados en la época.

Hace un par de semanas escribió una columna donde afirmaba que si la política no hacía ajustes respecto de sus ideas sobre el pueblo, le sería muy difícil acercarse de manera constructiva. En esa línea sostiene que “la izquierda nunca le perdonó al pueblo chileno que hubiera votado por Piñera, así como tampoco le ha perdonado que haya votado por el Rechazo”.

Dice que recién en octubre de 2019 reapareció la idea del pueblo. “Pero, en muchos casos, ese pueblo regresó con los energúmenos y la destrucción. Y yo creo que ese es un asunto que no está bien procesado”.

—Escribiste hace poco una columna en la que citas a Lucy Oporto, la filósofa que puso en circulación el concepto de “lumpenconsumismo”. Ella hablaba en 2019 de la sociedad de consumo vaticinada por Pasolini.

—Tanto Pasolini como Adorno usaron el término fascismo en dimensiones distintas. Un posfascismo. El término se empezó a usar con una connotación psicológica y antropológica que desbordaba el concepto histórico. Pasolini entendió el fascismo desde una perspectiva romántica y muy centrada en la experiencia italiana. Le enrostró a su cultura que el fascismo no haya sido derrotado y que estaba de regreso. Pero no con el rostro de Mussolini, sino que con el rostro de la sociedad de consumo. Y yo creo que ese diagnóstico es peligroso porque tiende a diluir el concepto. Si el fascismo se puede homologar a una sociedad de consumo estamos fritos.

—¿Por qué?

—Porque la gente consume igual. Podemos, tal vez, aspirar a salir del modelo neoliberal. Pero en Chile estamos hablando de clases sociales que recién están entrando a la sociedad de consumo. Entonces no le puedes bloquear la puerta a esas clases emergentes. Pasa algo parecido con el tema de la justicia climática. Los países súper desarrollados se pueden dar el lujo de frenar el crecimiento o cambiar la matriz de combustibles fósiles, pero países más pobres, que están recién empezando un proceso de desarrollo, no pueden reaccionar de inmediato de la misma manera.

“El país no está mejor”

—¿Qué te pareció el ensayo de Oporto sobre el estallido social?

—Ella fue valiente al plantear una lectura del 18-O que era disonante con la lectura dominante. Introdujo conceptos que no se estaban manejando cuando todo el mundo estaba hablando de la épica del pueblo que había despertado. Y ella dijo, “momento: aquí hay una destrucción de los símbolos y una degradación del espacio público”. Dio señales que nadie más vio. Pero yo discrepo con ella en su visión del fascismo vinculado a la sociedad de consumo.

—Dices que ella tiene un diagnóstico apocalíptico.

—Es que no ofrece una alternativa viable. Ella tiene una cosa nostálgica que no comparto. A mi juicio ese es un camino que no tiene destino. Las nostalgias arcaicas y las utopías del pasado no me gustan. Además, yo creo que ella misma es consciente que su mensaje se instrumentalizó. Pero, al mismo tiempo, pienso que se puede revalorizar su lectura.

—¿De qué forma?

—Más allá de cualquier diagnóstico que uno haga del 18-O, si uno ve lo que ha pasado después, y en especial a partir de los conflictos que vivimos en el último año, el país no está mejor. Estamos con un gran problema de seguridad. La relación con Carabineros está al rojo. Hay un factor que tiene que ver con esta cosa anarca, lumpen y las barras bravas, donde todo está mezclado, que es sumamente destructivo. Todavía estamos pagando esos platos rotos.

—Marcelo Mellado habló en una entrevista del “anarcopendejismo”: el anarquismo que valida el lumpen.

—Estoy de acuerdo. Creo que el gran tema que hay en un escenario posliberal oscila entre la anarquía y el autoritarismo. Hay una tendencia equivocada por parte de los teóricos a despreciar al anarquismo porque es un movimiento inorgánico, que no tiene ningún tipo de coherencia, liderazgos, e incluso articulación. Estos rasgos lo hacen difícil de analizar en términos convencionales. Hoy miraba las fotos de las fachadas de los colegios en conflicto y están llenos de símbolos anarquistas. Incluso creo que la respuesta “Antifa” es una fórmula que desborda sus márgenes y es muy violenta. El movimiento “Antifa” viene del mundo del punk y ha sido muy fuerte en Estados Unidos y se opone a un concepto del fascismo muy elástico. La idea es reaccionar frente al fascismo con sus mismas herramientas de fuerza. Entonces creo que en Santiago está operando entremezclado el mundo “Antifa”, las barras bravas y el anarquismo. Y eso funciona en la actividad cotidiana de Plaza Italia. Es gente que está de planta ahí.

—El lunes posterior a que Boric asumiera la Presidencia, en la Escuela de Derecho de la Chile apareció un rayado que decía: “Boric e Izkia reprimiendo desde el primer día”.

—Sí, lo vi. Me da la impresión que se ha tendido a subestimar ese anarquismo. Lo que me llama la atención del anarquismo es lo pegote y pop que es.

—Las referencias populares están en todos lados. En Hollywood se hacen películas que son apologías del anarquismo.

—Además uno ve que hay una cosa antiglobalización que comparten la nueva izquierda, el mundo anarquista y la nueva derecha chilena. El partido Republicano es anti globalista y se muerde la cola, o se topa con el mundo anti globalista que representa la oposición al TPP-11. Fácilmente se puede conectar el mundo anarquista con el mundo libertario.

—En Argentina existe el “anarcocapitalismo” representado por Javier Milei.

—Ese mundo y el anarquista son hermanos o primos.

—¿En Chile existe alguna figura que sea homologable a Milei?

—No, pero no creo que se demore mucho. No me extrañaría que en el Partido de la Gente (PDG) aparezca algo parecido a un Milei. Yo creo que el PDG es un partido que podría capitalizar todas estas cosas; más que el partido Republicano. Aunque no me extrañaría que se produzcan alianzas.

“Los anarquistas dicen: no somos violentos”

—Volviendo al tema del anarquismo. Mellado dice que el “anarcopendejismo” valida el lumpenismo pero que después tiene problemas para deshacerse de ese tipo de personajes.

—Hay una estrategia anarquista que consiste en provocar la reacción de las fuerzas de orden. Y, a mi juicio, la opinión pública no ha entendido la distinción que hace el anarquismo entre destrucción y violencia. Los anarquistas destruyen símbolos del capitalismo, del orden y el Estado. Y para ellos la violencia forma parte de la respuesta oficial que implica la agresión a la vida humana. Entonces cuando la gente critica la violencia de grupos, ellos dicen: no somos violentos. Los violentos son los carabineros porque nos matan. Los anarquistas creen estar destruyendo símbolos del estado opresor y del sistema.

—Siguen la máxima de Brecht: “robar un banco es un delito, pero es más delito crearlo”.

—Exacto. Yo destruyo. No soy violento. La violencia es la respuesta hacia mí. Es un fenómeno que no está bien procesado. Estuve leyendo «Los condenados de la tierra» de Frantz Fanon. Es un libro clásico poscolonial que tiene que ver con los movimientos de liberación de Argelia contra el estado francés. En ese libro Fanon plantea el tema de la violencia legítima como herramienta para impulsar una democracia participativa. Hannah Arendt dijo que Marx rechazaría esa postura porque en su visión, esa clase de participación se disolvería con la desaparición del Estado. Y es parecido a lo que pasa con el nuevo Gobierno. Ellos, en cierto momento, legitimaron la violencia, la validaron o no la condenaron, sin considerar que estaban en una carrera por el poder y que su victoria no haría desaparecer el mundo que pretendían eliminar y terminarían haciéndose cargo del orden. Y ahora hay un montón de funcionarios de Gobierno que están dando explicaciones por lo que dijeron en torno al tema de la destrucción.

—Como le sucedió al director del Metro.

—Nicolás Valenzuela dijo cosas en 2019, pero son muchos más. En ese contexto, y al calor de la rebelión, ellos nunca pensaron que estaban en un tránsito político que los iba a llevar al poder. Por eso ahora están dando disculpas.

—La psicóloga Antonia Russi dice que la generación que está en el Gobierno tiene un problema con las redes sociales: sienten la obligación de externalizar todo lo que les sucede.

—Es cierto. Lo que se ve en las redes sociales, es lo que se está viendo en las calles. En muchos casos, cuando se habla de paralelos con modelos pasados, no se tiene en cuenta que el sujeto histórico actual está conectado con Facebook, Twitter o WhatsApp. Por eso, los paralelos que se hacen con rebeliones antiguas son inútiles. Paul Valery decía que la historia es la ciencia de los hechos que ocurren solo una vez. Esto que pasó en Chile es único, no tiene paralelo con el pasado, porque son sujetos históricos nuevos. El pendejerío, por así decirlo, responde a estas claves. Creo que ese factor generacional hay que verlo en la clave de las redes sociales.

—Escribiste que el lumpen se articula alrededor de la cultura de las barras bravas, el trap, el reguetón y el narco.

—No quiero ser duro con el reguetón, pero es evidente que es una cultura que tiene problemas asociados al éxito fácil. Hay un modelo de “hacerla”. Y eso es complicado para el mundo escolar. Yo he conversado con profesores y es difícil combatir ese modelo de éxito del “influencer” y otros casos afines. ¿Qué alternativa puede ofrecer un profesor? El ausentismo escolar está en un punto altísimo y pienso que se debería enfrentar el tema del lumpen con la vuelta a clases, más que por las vías de la seguridad y delincuencia. Es difícil que la educación, con las herramientas convencionales de la enseñanza, resulte atractiva frente a la competencia del skate o la calle. Es una pelea desigual porque el modelo del triunfo es Marcianeke. Marcianeke la hizo. Todos quieren ser Marcianeke. Y esa cultura te dice que la educación forma “perkins” y la calle te ofrece ser un bacán.

—También escribiste que la nueva izquierda sigue más a Bad Bunny que a Judith Butler.

—No, yo dije que la nueva izquierda impulsa una agenda de género tratando de interpelar a un mundo cuyos modelos son más bien construidos por Bad Bunny, y no por Judith Butler, que es la referente de Irina Karamanos, por ejemplo.

—Bad Bunny se viste de mujer en algunos videoclip y clama por la independencia de Puerto Rico. Sin embargo, guarda su dinero en EE.UU. y en sus letras cosifica a las mujeres.

—Me cae muy bien Bad Bunny, pero igual me llama la atención que la cultura de la cancelación sea bastante discrecional y que existan ciertas burbujas donde no entra. Y este tipo tiene varios flancos. Lo que me han dicho muchos cabros jóvenes, es que Bad Bunny tiene un mensaje hipersexualizado, pero “género consciente”. Aun así, me parece que son subterfugios porque su mensaje es bastante convencional en este aspecto, más allá de que se ponga pollera. Habría que hacer mucha maroma, mucho enjuague, para lavar esas canciones del mensaje hiper sexista que tienen. Tengo la impresión de que el mundo del pop actual vive en estos cruces que no son fáciles de asimilar por la cultura más tradicional. En ese sentido, la cultura pop es un mundo liviano o vaporoso y permite estos cruces que, para alguien estructurado mentalmente, pueden resultar contradictorios. Ellos pueden estar en la mañana en Plaza Italia y un poco más tarde en un McDonald's.

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