“Weber tiene razón: por sobre todo, el buen gobierno requiere capacidad para ejercer el poder”.

Marcelo Mella Polanco Académico de la Usach

Max Weber, en “La política como vocación” (1919), analizó las aptitudes que contribuyen al buen gobierno, trazando la distinción entre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad”. El equilibrio entre estos dos componentes, así como la capacidad de subordinar las creencias propias a las necesidades, determinará la eficacia o el fracaso del actual gobierno. A este dilema estratégico se refería Weber cuando señalaba metafóricamente que el buen gobierno supone sellar un pacto con el diablo, en el sentido que actuar por convicciones no garantiza los mejores resultados.

Más allá de las restricciones exógenas impuestas por la crisis económica internacional, el gobierno del Presidente Boric enfrenta problemas endógenos, de cuotas y de comportamientos. De cuotas porque se trata de un gobierno minoritario y, por ello, la gestión legislativa será más costosa. Respecto del manejo de sus dos coaliciones de apoyo, Boric debiera sincerar las prioridades programáticas; a medida que pase el tiempo el costo de los acuerdos dentro del oficialismo será mayor y el abandono legislativo que conoció Piñera después del 18-O podría repetirse.

Por otra parte, se observan en el oficialismo dificultades de comportamiento; la principal es el difícil aprendizaje político de AD como coalición de Gobierno. Los grupos emergentes del progresismo que provienen de las protestas estudiantiles de hace una década exhiben una trayectoria ascendente casi perfecta hasta el triunfo de Boric en las presidenciales de 2021. Considerando esta trayectoria, se puede entender que el mayor desafío del gobierno sea internalizar la experiencia posterior al 4 de septiembre en beneficio de un diseño político más efectivo.

Los últimos resultados electorales han mostrado que el progresismo chileno ha debilitado sus bases históricas de apoyo, rompiendo con una larga tradición de la izquierda caracterizada por su anclaje electoral clasista. Tanto la votación de Boric en primera vuelta como la del Apruebo de salida manifiestan que los sectores más vulnerables se han desanclado de la izquierda por falta de efectividad o de identificación con su oferta política. La deriva de un progresismo orientado al discurso identitario y a las buenas razones no permitirá recuperar la base histórica del sector si no hay resultados políticos o una retórica que supere la grieta cultural entre la izquierda woke y la “política de los pobres”.

Por extraño que parezca, Boric y Piñera comparten cierta inclinación a subordinar la capacidad de acción estatal a sus convicciones personales. La pretensión de refundar o reinventar el modo de hacer política, si se trata de una convicción auténtica, es una muestra de narcicismo que nada suma al éxito de la gestión del Estado. En este punto Weber tiene razón: por sobre todo, el buen gobierno requiere capacidad para ejercer el poder, subordinando convicciones a un interés político más amplio. Pero el diablo es viejo y será necesario envejecer con él, en cierto sentido, para entender sus razones.

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Jorge Marín Head hunter

El escritor estadounidense Nate Silver, en su libro “La señal y el ruido”, habla respecto del riesgo de basarse en lo conocido para proyectar el futuro. Dice: “Suponga que es usted un buen conductor, que en treinta años manejando solo ha tenido un par de accidentes menores en casi veinte mil viajes en auto. Nunca condujo bajo los efectos del alcohol. Pero, un día se le pasa la mano con las copas y se pregunta ¿conduzco o tomo un taxi? La respuesta sería obvia, pero lo más probable es que decida manejar, si considera su experiencia de 19.998 veces que llegó a salvo. El problema es que ninguno de esos viajes los hizo bajo los efectos del alcohol. Luego, las nuevas circunstancias hacen que la muestra para proyectar sea cero y no 20.000”.

Para los chilenos que tenemos más años (y que dejamos atrás los pensamientos adolescentes de que el mundo puede cambiar con ideas lindas, pero sin crecimiento y financiamiento), es difícil digerir que Chile tenga “nuevas circunstancias” y que estemos ad portas de ser de los países de la región con menor crecimiento proyectado para 2022 y 2023, con proyecciones negativas de inversión de 3,3% y 4,7%, respectivamente; tenemos un instrumento que se desafinó.

Las organizaciones que saldrán airosas serán aquellas que logren entender rápido que estamos en un contexto de destrucción de riqueza que surge de un cóctel de exceso de demanda agregada y déficit de oferta agregada provocados por la pandemia, las inyecciones de liquidez y varias cucharadas de populismo. Serán las que entiendan que el país ha cambiado y que tienen que adaptarse (variar el comportamiento para enfrentarlos cambios). Las organizaciones deberán “alivianar su mochila”, simplificar o automatizar procesos, entender las nuevas necesidades de los consumidores y enfocarse en gestionar su talento interno. Será aprendizaje sobre la marcha, porque sus historias de estabilidad, crecimiento y certezas ya no servirán.

Los que generamos riqueza debemos intentar dar vuelta esta realidad, siendo generosos en recursos y esfuerzos. Las autoridades de gobierno y del Congreso deben escuchar a la gente. Dejar atrás las ideas adolescentes, o la búsqueda de ventajas mezquinas. Podemos volver a vivir con sentido de país.

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“Debemos asumir una actitud proactiva para hacernos cargo, como sociedad, de nuestra salud mental y nuestro bienestar”.

Jorge Sanhueza Rahmer Decano de Psicología, U. Adolfo Ibáñez

La Organización Mundial de la Salud describe la salud mental como un estado de bienestar en el cual el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes para poder afrontar las presiones normales de la vida, trabajar fructíferamente y ser capaz de contribuir a su comunidad. Y la propia OMS plantea que, para lograrlo, es indispensable un conjunto de condiciones biológicas, psicológicas y sociales que se manifiesten en un ambiente de respeto y protección a los derechos civiles, políticos, socioeconómicos y culturales básicos. Sin la seguridad y la libertad que proporcionan estos derechos, resulta muy difícil mantener un buen nivel de salud mental. Desde estas aproximaciones, la comunidad internacional ha establecido una íntima relación entre la vivencia individual de la salud mental y las condiciones de sociales y culturales en las que ésta se despliega.

Posiblemente, para cada uno de nosotros, esta imbricación ha sido particularmente evidente en este año de postpandemia. El conjunto de estresores económicos, sociales, políticos y culturales, así como las propias reacciones individuales al estrés que hemos vivido, han hecho evidente la fragilidad crítica de nuestro bienestar biopsicosocial.

Múltiples encuestas, aunque no siempre con rigor metodológico, han evidenciado una alta sensibilidad al malestar psicológico que un gran número de personas comienza a manifestar. Tenemos también evidencia empírica del creciente número de personas que han ingresado a los programas oficiales de salud mental, y sabemos, además, que los profesionales de esta área han evidenciado un aumento explosivo de consultas. A su vez, parte de la sociedad ha comenzado a hipotetizar que algunos de nuestros problemas de convivencia social pueden estar condicionada por esta mayor afectación en nuestra salud mental.

Cabe preguntarse si realmente estamos psicológicamente tan mal o si es que tendemos con cierta facilidad a atribuir nuestra vivencia de estrés a problemas de salud mental. Indistintamente de la respuesta, pareciera que los desafíos actuales de nuestra vida, deben pasar por la temática de la salud mental y las denominadas prácticas del bienestar socioemocional. Este paso no está asociado solo al conjunto de nuestras acciones individuales, sino también a la definición e implementación de estrategias organizacionales y sociales.

Hoy, posiblemente más que en otros períodos, debemos asumir una actitud proactiva para hacernos cargo en conjunto, como sociedad, de nuestra salud mental y nuestro bienestar. Para ello proponemos asumir una vida con sentido, capaz de crear espacios humanizantes y que promueva la salud y el bienestar personal y relacional en su más amplia expresión.

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