Dentro de la UP y fuera de la UP

Una de las características más visibles de la revolución chilena durante la Unidad Popular fue la existencia de dos grandes tendencias, que señalaban querer un futuro socialista, pero discrepaban en los medios y formas de organización, así como en su participación dentro de la coalición de gobierno.

En la práctica, había una izquierda mayoritaria y tradicional, que actuaba en el gobierno y que agrupaba a diversas colectividades detrás de la figura del presidente Salvador Allende. Desde 1970 estaba en La Moneda y su propuesta principal era avanzar hacia el socialismo a través del Programa de Gobierno aprobado en 1969 por los partidos de la UP, cuyas fuerzas principales eran el Partido Socialista y el Partido Comunista, a los que se sumaban el MAPU, el Partido Radical, el PIR y la Social Democracia. Por otra parte, se encontraba el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que si bien era más pequeño y no participaba en el poder político formal, contaba con una gran capacidad de comunicación, mística juvenil y representaba, simbólicamente, la posibilidad de triunfo del modelo cubano en Chile. No obstante, es necesario precisar que había sectores del PS que compartían el análisis del MIR, agrupación con la cual incluso tendrían importantes acercamientos.

Ambas visiones no convivían fácilmente y, por el contrario, muchas veces tenían discrepancias teóricas y prácticas, o “tácticas”, como se les denominaba. Como era frecuente, las disputan trascendían el ámbito privado y sus repercusiones se expresaban en el debate público, en la lucha sindical y estudiantil, en la calle y en la prensa. Básicamente, el MIR criticaba a la Unidad Popular por su carácter “reformista”, que no asumía los desafíos reales de la revolución y que tenía vacíos ideológicos y fácticos. La UP, por su parte, en muchas ocasiones rechazó las acciones de la izquierda revolucionaria, porque ellas no respetaban el camino establecido “por el pueblo” en 1970 y porque con su maximalismo y uso de la violencia daban argumentos a la oposición al proceso revolucionario chileno.

A mediados de 1972, en un momento de crisis de la Unidad Popular, esta disputa volvió a aparecer en escena.

La disputa entre el PC y el MIR

En mayo y junio de 1972 se desarrolló una lucha política e ideológica en la izquierda chilena, cuyos representantes proferían críticas abiertas a sus contradictores. La disputa involucró especialmente al Partido Comunista y al MIR.

El contexto nacional mostraba una crisis al interior de la Unidad Popular, que llevó al oficialismo a realizar un cónclave en Lo Curro, para revisar la situación económica del país. También se podían apreciar discrepancias sobre algunas divisiones o iniciativas, como fue el “Documento de Concepción”, que llevaron a cabo las directivas locales penquistas de la UP junto con el MIR, lo que fue desautorizado a nivel nacional. Finalmente, emergían las críticas cruzadas entre las agrupaciones izquierdistas, por aspectos tácticos y estratégicos de la lucha política.

La prensa comunista denunció a la “jauría ultraizquierdista”, que buscaba desacreditar al Partido Comunista y asegurar que su línea era la que correspondía a la Unidad Popular. Sin embargo, resultaba que esa facción estaba empeñada en que el pueblo echara por la borda los logros históricos, y en vez de tener una política de clase adecuada, adoptara “una línea criminal de provocaciones que ha sido siempre extraña a la conducta del proletariado nacional y que a nada conduce”. Esto se reflejaba en que los voceros del MIR llamaban a “incendiar Chile por los cuatro costados” y a formar “ejércitos populares” que pondrían al país en estado de conmoción. El periódico convocaba a rechazar a quienes querían envolver “al Gobierno del Pueblo en un remolino de mezquinas jugarretas politiqueras, violentas y altamente peligrosas” (El Siglo, “Irresponsabilidad peligrosa”, 17 de mayo de 1972).

Días después Orlando Millas —uno de los dirigentes más destacados de la colectividad— lamentaba el mencionado “Documento de Concepción” y su anuncio de formar “una alianza que busca la discusión y la puesta en práctica de una línea que asegure la irreversibilidad del proceso revolucionario”, en la cual los partidos de la UP hacían causa común con el MIR. Denunciaba la visión anarquista presente en algunas propuestas y sostenía que ella contribuía a minar la autoridad del gobierno. En un aspecto especialmente interesante, Millas reflexionaba: “Ni el Presidente de la República, Salvador Allende, ni los partidos de la Unidad Popular y, en primer lugar, el Partido Comunista, pensamos, ni de lejos, que debemos tomar medidas represivas contra aquellos grupos de obreros, campesinos, estudiantes que sobrepasan la legalidad. Esto lo sabe el MIR y de ello abusa”. Como conclusión, estimaba que era necesario cuidar la unidad de la izquierda y rectificar en aquellos aspectos en los que habían cometido errores (El Siglo, “Salvar la crisis y reforzar la Unidad Popular”, 28 de mayo de 1972).

El propio Millas, en otro texto, abordaba el conflicto entre el reformismo y las políticas revolucionarias, cuestión que estaría definida por la posición que asume la clase obrera, los problemas de la propiedad sobre los medios de producción, el carácter del proceso y las alianzas de clase que se establezcan. En ese plano, sostenía que “el proceso será revolucionario y, por lo tanto, será a la vez irreversible, únicamente si cada obrero interviene en él como miembro de la clase que asume la dirección de la sociedad y lo experimenta en carne propia, en su nuevo sistema de salarios, en su participación real, en una democratización del sistema de trabajo que rompa implacablemente las trabas burocráticas y sectarias y los resabios gerenciales”. El objetivo era que la clase obrera llegara a ser “dueña de los medios de producción y deje, por tanto, de ser explotada” (“La clase obrera en las condiciones del Gobierno Popular”, 5 de junio de 1972, en Víctor Farías, La Izquierda Chilena 1969-1973, Tomo 4). Para dar mayor fuerza a sus argumentos, recurría a la figura de Lenin y a la experiencia de la Revolución Bolchevique.

Rápidamente, los sectores cercanos al MIR entendieron que se había abierto una disputa entre quienes propiciaban un cambio radical de estructuras en el país: “Una lucha ideológica que enfrenta criterios reformistas con puntos de vista revolucionarios, se ha planteado en el seno de la izquierda chilena” (“Divergencias en el seno del pueblo”, Punto Final, N° 159, 6 de junio de 1972). Manuel Cabieses publicó un interesante y largo artículo titulado “Las tareas de los revolucionarios en la etapa actual” (Documento Punto Final, N° 160, 20 de junio de 1972), en el cual no solo planteaba sus posiciones, sino que rebatía las del PC, y específicamente las de Millas.

A su juicio, existía una obligación clara durante una revolución: primero era necesario derrotar al reformismo dentro de las izquierdas —“ni con la mejor buena voluntad puede llegarse a una fórmula de conciliación permanente entre ambas posiciones”—, y luego había que pasar a la ofensiva contra la burguesía. Por otra parte, insistía en que la lucha ideológica debía preceder al desarrollo práctico de la revolución. Como era previsible, también ocupó la experiencia rusa y la figura de Lenin en su argumentación, asegurando que existía “una falsificación histórica e ideológica” en el reformismo. La realidad chilena en 1972, a diferencia de la rusa en 1921, era muy distinta: “después de 20 meses de gobierno [de la UP] con participación de ministros comunistas y socialistas, ni siquiera se ha producido el quiebre de las viejas instituciones burguesas, como el Parlamento, los Tribunales y la Contraloría, y mucho menos el aparato armado se ha fracturado en beneficio de las clases revolucionarias”. En consecuencia, según Cabieses la institucionalidad burguesa vivía una “época de renacimiento”. Una de las expresiones de ello era que los revolucionarios estaban en minoría, no solo en Chile, sino también al interior de la Unidad Popular, donde primaban la burguesía o los reformistas, a juicio del analista.

Tareas de futuro

En 1970 la Unidad Popular llegó al gobierno, pero todavía no había conquistado el poder. Esa era la tarea más relevante para la consolidación de la revolución y del socialismo en Chile.

El camino no era fácil. Si bien la UP tuvo un comienzo promisorio en su primer año de gobierno —con buenos resultados en las elecciones municipales, nacionalización del cobre y situación económica holgada— siguió un segundo año más complejo. En 1972 ya se podía percibir una oposición creciente y más unida, con la Democracia Cristiana y el Partido Nacional como principales colectividades. A esto se sumaban problemas en el ámbito económico, político y social. ¿Qué ocurriría hacia el futuro? ¿Cómo enfrentar a la oposición, pero también los propios desafíos de la izquierda gobernante?

Las posiciones no eran unívocas ni al interior de la UP ni tampoco en otras agrupaciones revolucionarias. La tesis oficialista la había manifestado con claridad el presidente Salvador Allende en el tradicional Mensaje del 21 de mayo: el proceso revolucionario se desarrollaría de acuerdo con “el cumplimiento integral de nuestro programa”, que debía realizarse dentro del marco institucional chileno y de su democracia política (Sesión del Congreso Pleno, domingo 21 de mayo de 1972). La idea era defender las conquistas y consolidar el camino de transición al socialismo, con la clase obrera como base fundamental (El Siglo, “Fortalecer el Programa de la Unidad Popular”, 30 de mayo de 1972).

El MIR sostendría por su parte que, al margen de lo que hiciera el Ejecutivo, los revolucionarios debían emprender tareas propias: “la principal es ganar a las masas para conquistar el poder, ampliando sus reivindicaciones democráticas de hoy”. Y para ello, el proletariado requería “una dirección revolucionaria consecuente” (“Las tareas de los revolucionarios en la etapa actual”). En este sentido, no bastaban los límites estrechos de la democracia burguesa, sino que era necesario ampliar el trabajo con las bases y las vías de hecho.

Daniel Vergara, subsecretario del Interior —apodado “Barnabás”— llegó a sostener que el MIR, “en su incapacidad seudorevolucionaria, sufre todos los vicios de los reformistas”, en entrevista salida desde el corazón del Ejecutivo (Hernán Millas, “El imperturbable Daniel Vergara”, Ercilla, N° 1.924, 31 de mayo a 6 de junio de 1972). En la práctica, era una demostración visible de las tensiones que coexistían al interior de la izquierda. Incluso el secretario general del PS, Carlos Altamirano, mostró las discrepancias sobre un eventual diálogo con la Democracia Cristiana, que él personalmente desestimaba, porque en la DC prevalecían “los sectores reaccionarios freístas”. Sin embargo, el resultado fue diferente: “Nuestra concepción fue rechazada y aprobada en cambio la del resto de los partidos de la UP, que prefirieron un entendimiento con la DC. Sin embargo, los hechos nos han dado la razón” (Chile Hoy, “Altamirano condena la política tradicional”, N° 5, 14 al 20 de julio de 1972. Entrevista de Marta Harnecker y José Quijano).

El MAPU sostenía que en marzo de 1973 se desarrollaría una lucha decisiva: “Nosotros hemos afirmado desde diciembre de 1971 que la próxima gran batalla por el poder es esa elección general. El triunfo de la UP en ese enfrentamiento es un avance de la mayor importancia en el curso de la revolución chilena. No es ésta por cierto la batalla final; vencer allí no resuelve definitivamente la lucha por el poder en favor de la clase obrera y el pueblo. Pero, no cabe duda, que significa un avance fundamental. Un Congreso ganado por la UP permite enfrentar la transformación del Estado con una correlación de fuerzas muy favorables. Posibilita enfrentar la transformación revolucionaria del Estado burgués, utilizando los centros fundamentales del actual Estado: el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo” (MAPU: Quinto Pleno de la Dirección Nacional, 22, 23 y 24 de junio de 1972, en Víctor Farías, La izquierda chilena 1969-1973, Tomo IV).

Esta última sería, precisamente, el gran enfrentamiento político de la Unidad Popular en 1973. Sin embargo, previamente correría mucha agua bajo el puente.

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