Ficha de autor

Pedro Cayuqueo (46) es periodista y escritor, autor de la saga "Historia Secreta Mapuche" (Catalonia) y de al menos diez libros de periodismo de opinión e investigación sobre el pueblo mapuche de Chile y Argentina. El material publicado es parte de un ensayo de próxima publicación en el que reflexiona sobre el plebiscito del 4 de septiembre.

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Todo un desafío implica analizar los resultados del plebiscito constitucional, en especial en las regiones de Araucanía y Biobío. En ambas, como es sabido, el Rechazo se impuso por aplastante mayoría. Las interpretaciones han dado para todo. Desde aquellos que sostienen que los mapuche se consideran más chilenos que los porotos a otros que, extremando el argumento, señalan que plurinacionalidad y otras demandas sólo serían ocurrencia de un puñado de intelectuales ñuñoínos desconectados del mundo real. No faltó quién, desde un alto cargo gubernamental, responsabilizó a los propios mapuche de no entender el sabio texto constitucional que se les propuso.

Primero un dato estadístico que permite un necesario aterrizaje en el mundo real: la población mapuche es minoría demográfica en la región de La Araucanía y más aún en la del Biobío. Contrario a lo que se cree, el grueso de nuestra población reside en las regiones Metropolitana y de Valparaíso, no en el llamado Wallmapu histórico. De hecho, hay más mapuche en la Región Metropolitana (614.881) que en la Araucanía (314.174) y el Biobío (178.723) juntos. No es por tanto el voto mapuche el principal responsable de la (histórica) tendencia de aquel voto regional.

Si en la Araucanía gana la derecha es porque una mayoría electoral vota derecha. Y culpar a la minoría demográfica de ser la mayoría electoral es un despropósito. Los números no dan. Adecuado sería entonces hablar de un “voto regional de derecha” y no de un “voto mapuche de derecha”, como sostiene el politólogo José Marimán. Lo sé, ello no explica que sucedió en comunas donde el porcentaje de población y de votantes mapuche si es mayor a los no indígenas, como Saavedra, Galvarino, Cholchol, Tirúa o Alto Biobío. Allí el rechazo también arrasó en el plebiscito y con porcentajes francamente sorprendentes. En este punto el análisis exige un necesario y a ratos doloroso baño de realidad.

Partamos por hablar de la participación política mapuche.

Allí otro dato a tener en cuenta. No toda la población mapuche, más de un millón y medio de personas según el último censo, adhiere a la llamada “causa indígena” y sus diversas estrategias reivindicativas que van desde lo institucional a la resistencia armada. Es más, así lo refleja el Centro de Estudios Públicos, un alto porcentaje reconoce sentirse mapuche y chileno a la vez, además de contrario a la violencia, opinión en perfecta sintonía con valores culturales muy arraigados en nuestra sociedad, el diálogo y el respeto entre las personas dos de ellos. ¿Cuánto incidieron las oleadas de atentados incendiarios acontecidas en las regiones del sur en el aplastante triunfo del rechazo? No lo sabemos, pero es dable suponer que bastante. El miedo y la rabia siempre han movilizado votos.

Sucede que la forma principal de participación política mapuche desde el retorno de la democracia no ha sido el activismo indígena, limitado en su composición, medios y alcance público. Lo ha sido más bien la adhesión e incluso militancia en partidos políticos, situación favorecida por la inexistencia de un instrumento político mapuche y la paulatina apertura de “frentes” o “departamentos” indígenas en las colectividades chilenas. Un caso reciente es el Departamento de Pueblos Originarios de la UDI presentado en julio pasado.

El fenómeno no es para nada nuevo. Todo lo contrario, es posible de rastrear a la época de los grandes diputados mapuche de comienzos del siglo XX: Francisco Melivilu (1924), Manuel Manquilef (1926), Arturo Huenchullán (1933), Venancio Coñuepán (1945, 1948 y 1965), José Cayupi y Esteban Romero (1953), Manuel Rodríguez Huenumán (1965) y Rosendo Huenumán (1973). Hablamos de una verdadera época dorada de la política mapuche, muy anterior al protagonismo alcanzado por los representantes de escaños reservados en la Convención. Permítanme algunos datos sobre aquella rica experiencia parlamentaria, hoy desconocida para muchos.

En su mayoría se trató de mapuche letrados, profesores, abogados y hombres de negocios, hijos de destacados linajes y activos en la vida cívica de Temuco y otros poblados de la Frontera. Todos provenían de importantes organizaciones “araucanistas” de la época, entre ellas la Corporación Araucana. Constituida como tal en 1938, su origen data de 1910 con la creación de la Sociedad Caupolicán Defensora de La Araucanía. Diversos historiadores coinciden en lo gravitante de su influencia política regional en la primera mitad del siglo XX.

“Poseedores de una formidable capacidad negociadora, sus líderes lograron filtrarse en las esquinas más recónditas de los poderes establecidos de su tiempo, consiguiendo hacer política mapuche, ejercer derechos ciudadanos, conquistar cargos públicos y sentar las bases, en los años 60', de la actual política e institucionalidad indígena del estado […] Sus hitos y objetivos cumplidos no han sido superados por organización mapuche alguna”, señala José Ancán, autor de una reveladora biografía del diputado y exministro Venancio Coñuepán Huenchual.

“Tuvieron temprana conciencia del poder de la política para lograr la solución de los problemas de su pueblo y manifestaron su inquietud por alcanzar representación indígena en el Parlamento”, señalan sobre estos diputados los antropólogos Rolf Foerster y Sonia Montecinos, autores del libro “Organizaciones, líderes y contiendas mapuches: (1900-1970)”, obra ineludible para estudiar su legado. “Esta generación de diputados fue un grupo de intelectuales y profesionales brillantes, dotados de una enorme lucidez, que accedieron a la Cámara de Diputados para promover la defensa de su pueblo y eso lo lograron con educación, ya que fueron capaces de adueñarse de las armas del huinca” subraya por su parte Jorge Pinto, Premio Nacional de Historia.

Hablamos, por tanto, de un arraigado comportamiento político mapuche institucional, de activa participación en procesos electorales y pragmáticas alianzas con fuerzas políticas chilenas, desde comunistas a liberales, desde ibañistas a conservadores. Este camino de participación política fue transitado de manera ininterrumpida por las organizaciones mapuche hasta el golpe de estado de 1973, siendo retomado en los noventa y con relativo éxito a nivel de contiendas electorales municipales: nueve alcaldes y una treintena de concejales mapuche en las últimas décadas, cifra para nada menor. Allí el antecedente previo de la actual participación mapuche en los escaños reservados y que, a diferencia del actuar de los grupos radicalizados, constituye una tradición cuando menos ya centenaria en Chile.

Hablemos ahora del voto mapuche

Hay un porcentaje de la población mapuche que o bien no vota —el conflicto territorial ha desencantado a muchos territorios con las vías institucionales— o bien, ya lo vimos, lo hace como clientela electoral de aquellas fuerzas políticas que muy efectivamente impulsaron la opción Rechazo. Consta que así sucedió y masivamente con el mundo campesino mapuche evangélico. En el caso de quienes sí votan: ¿Se oponen estos mapuche al avanzado catálogo de derechos indígenas que consagraba el texto constitucional o más bien al aborto como predicaron sus pastores? No hay forma de saberlo, no son datos que recoja la elección. Suponer que los mapuche votaron en contra de la plurinacionalidad implicaría la existencia de un voto étnico ideológico o altamente politizado. Lejos estamos, creo, de tal escenario.

Son numerosos los estudiosos que han dado debida cuenta de lo pragmático del comportamiento electoral mapuche. “Todo pareciera indicar que el voto mapuche no se inclina tanto por una opción política determinada —lo que podría llamarse un voto politizado— sino que expresa más bien consideraciones de orden local o personal, a las cuales no son ajenas las redes de solidaridad familiar o de clientelismo político”, sostiene el historiador Pedro Marimán en “Algunas consideraciones en torno al voto mapuche”, artículo publicado en la década de los noventa por el Centro de Estudios y Documentación Liwen de Temuco. “El voto mapuche, hasta hoy no me convenzo de lo contrario, no es un voto étnico. En otras palabras, no es un voto en bloque de una comunidad diferenciada para favorecer a un candidato o una opción determinada”, subraya por su parte el politólogo José Marimán, ex director del mismo think tank.

El antropólogo estadounidense John Durston, autor de “El clientelismo político en el campo chileno. La democratización cuestionada” (2005), es de los pocos que ha estudiado a fondo el comportamiento electoral mapuche. Sus conclusiones no difieren de los intelectuales ya citados.

Mediante trabajo de campo en dos comunidades entre el período 1999 y 2002, Durston indagó sobre los factores que conducían al apoyo mayoritario a candidatos de derecha en comunas con altos índices de población mapuche en La Araucanía. Sus conclusiones se alejaron de las explicaciones clásicas de preferencias ideológicas, relevando una práctica clientelar (rural) de larga data potenciada por lógicas culturales propias de reciprocidad y alianzas. En simple, los mapuche votan por quien creen puede solucionar sus problemas (o bien por aquella opción que les parece no los va a incrementar), un patrón electoral no muy diferente de sus vecinos chilenos.

A juicio de Durston, determinante como precondición para el clientelismo serían la desigualdad y la rígida estratificación socioeconómica existente en un territorio. “Dondequiera que haya un sistema de partidos políticos, programas gubernamentales de recursos sociales para pobres y una fuerte y rígida estratificación socioeconómica surgirán diferentes formas de clientelismo”, subraya. Y La Araucanía, no lo olvidemos, no solo tiene ingresos casi 30% inferiores al promedio del país y el menor nivel de empleo. También, de acuerdo a los datos de la encuesta Casen 2020, se trata de la región más pobre de Chile con 17,4% (muy por sobre el promedio nacional) y la segunda con la mayor pobreza extrema 5,9%, que está por sobre el promedio nacional de 4,3%. Hablamos entonces de un terreno fértil.

Puestas así las cosas: ¿Se opusieron los mapuche en el plebiscito a la plurinacionalidad y las autonomías territoriales o más bien respaldaron con su voto la opción que les parecía menos riesgosa para su ya complejo día a día? ¿Se opusieron los aymarás de Colchane y de Ollagüe a la justicia indígena, ya existente en la zona andina de Perú y Bolivia, o más bien al caos migratorio que se acusó posibilitaría el nuevo texto constitucional? No lo sabemos a ciencia cierta. Se requerirán nuevos estudios de comportamiento electoral mapuche o indígena —ahora que lo pienso casi inexistentes respecto de otros pueblos originarios— para hilar más fino en esta y otras interpretaciones sobre los resultados del plebiscito. Mientras ello no suceda, todo elucubración.

Pasemos a la tan necesaria autocrítica

La propuesta constitucional emanada de los escaños reservados indígenas, ¿fue lo suficientemente difundida y socializada al mundo indígena? Me temo que no y allí otro baño de realidad: no a todos los mapuche le interesan las reivindicaciones indígenas y es probable que vivienda, salud y pensiones sean derechos mucho más apremiantes en su vida cotidiana, en especial en zonas rurales y de la periferia urbana muy por debajo de la línea de pobreza. De allí que el temor a “perder la casa” ( o “perder” los derechos de agua en el caso andino) haya sido para muchos más determinante a la hora de votar rechazo. Sí, mucho más que la plurinacionalidad o la participación política vía escaños reservados, propuestas que tal vez nunca comprendieron o de las cuales ni siquiera llegaron a enterarse.

Seamos claros, no se puede culpar de todo al empedrado, sean estas las fake news o el actuar de aquellos grupos radicales que nunca comulgaron con esta vía institucional, democrática y pacífica.

¿Qué grado de responsabilidad le cabe a la propia Convención y en particular a los convencionales indígenas en este fracaso? ¿Hicieron correcta lectura de la cultura pública chilena? ¿Pecaron de maximalismo con la plurinacionalidad y los sistemas de justicia indígena, hipotecando de paso un reconocimiento constitucional pendiente desde 1990? Todo pareciera indicar que sí. Lo sé, a veces hay que pedir lo imposible para lograr lo posible, es la regla número uno de cualquier negociación política. Pero en una Convención culposa y protoindigenista lo imposible se volvió posible y ello no hizo más que pavimentar el camino a la debacle. El tejo se pasó varios pueblos.

Lo acontecido con la plurinacionalidad ilustra el punto.

Muchos defendimos su inclusión en el texto y valoramos el salto gigantesco que suponía para Chile: pasar del último lugar continental en lo relativo a reconocimiento de derechos indígenas a ocupar un sitial de vanguardia a nivel mundial. Bonito en el papel, sublime. El tiro, sin embargo, salió electoralmente por la culata. Ante una sociedad chilena conservadora y formateada durante dos siglos en la idea del estado-nación y un voto mapuche para nada diferenciado del chileno, la oposición a la plurinacionalidad se transformó en una de las municiones electorales más letales del Rechazo. Sí, era necesario debatir de ello en la Convención, correr el cerco en lo referido a qué entendemos por identidad nacional e inclusive ciudadanía, pero no más que eso. Lecciones que no debemos olvidar.

Otro tema son las alianzas políticas establecidas al interior de la Convención. ¿Equivocaron el camino los convencionales indígenas que mimetizaron sus demandas con aquellas de los sectores más duros y refundacionales de la izquierda? Me parece que sí. En este punto la exclusión, tanto de los debates como de las comisiones técnicas, de aquellos mapuche vinculados a la centroderecha asoma como un error político de proporciones. Lo estratégico era escuchar sus planteamientos, atender sus observaciones y sumarlos al desafío constituyente. Si algo requería la propuesta constitucional indígena eran alianzas políticas transversales por parte de sus impulsores, no vetos o censuras. Y de izquierda a derecha, como estilaba el viejo y efectivo parlamentarismo mapuche. No sucedió así y los protagonistas mapuche de la campaña del rechazo ya sabemos quiénes fueron.

La porfiada realidad obliga a quienes apostaron/apostamos por el camino constituyente a ser innovadores en los discursos, creativos en las formas y sobre todo cultivar siempre una vocación de mayoría, ya que con votos y no con declaraciones altisonantes se ganan las elecciones y los plebiscitos. Muchos aprendizajes deja sin duda esta elección y serán claves para que los derechos de los pueblos indígenas puedan, de una vez por todas, encontrar cauce institucional en un futuro proceso constituyente. Para ello se necesita que los chilenos vean en el ascenso de los pueblos originarios una oportunidad, no una amenaza a sus derechos o a su propia alma nacional, aquella “chilenidad en riesgo” tan hábilmente explotada por el rechazo. Entender esto último créanme que es clave. Aceptarlo, estratégico.

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