“Sentí alivio de que no se aprobara la propuesta constitucional, aunque no por mucho rato”. Con esta frase el historiador Alfredo Jocelyn-Holt, da cuenta del ánimo que lo embargó la noche del domingo. Si se le puso atención (en el último tiempo) a sus columnas semanales en «La Tercera», esa sensación no debe sorprender tanto: en sus textos abunda cierto escepticismo. De hecho, en su última columna el día antes del plebiscito, escribió que “como nunca antes en una elección, puede ser que se termine ni eligiendo ni decidiendo nada”.

Doctorado en Oxford y académico de la U. de Chile, autor de dos ensayos clave (cada uno en su estilo) para entender los últimos 25 años —«El Chile perplejo» (1998) y «La Escuela Tomada» (2015)— dice que las horas siguientes al triunfo del Rechazo no fueron muy edificantes. “Festejos de pésimo gusto, canción nacional incluida, desde balcones de edificios en el barrio donde vivo, me recordaron bocinazos y gritos de tribus contrarias en elecciones recientes. ¿De qué sirven los triunfalismos en un país tan zigzagueante y primitivo? Y, en efecto, al día siguiente, fui a Pío Nono a hacer clase, y en vez de reflexionar y sacar conclusiones, alumnos estaban abocados a confeccionar carteles en el patio llamando a seguir con ‘la lucha'. De vuelta a casa, me enteré que por Facebook (“InfoDerecho Uchile”) andaban proclamando: ‘Era la wea señores. Era la wea, la democracia nunca fue una opción' con bandera del FPMR”.

Por cierto, no se traga que el resultado del plebiscito, a la larga, signifique mucho. Tampoco cree en una mejora en la gestión del Gobierno con la entrada de la exConcertación al comité político.

“Al menos, el triunfo del Rechazo ha significado que no tengamos que comprobar en la práctica que el engendro constitucional propuesto estuvo siempre destinado a no ser viable. Con todo, no porque se haya repudiado ‘refundar Chile' va a desaparecer el ánimo del ‘arrasemos con nuestra institucionalidad caduca', atrevimiento que seguramente seguirá intacto, aunque herido. Así que cuidado”, advierte.

—¿Este es el famoso backlash conservador que se esperaba hace tanto?

— Está por verse. Reacción tenía que ocurrir de todas maneras. Newton en su Tercera Ley advierte “a toda acción, una igual reacción”. El 44% en la presidencial de 2021 fue una señal, aunque ni la derecha le dio boleto. Con todo, dicho resultado fue infinitamente mejor que el 78%-22% del plebiscito de abril de 2020, y que esa otra hecatombe, la elección de constituyentes en mayo 2021 con reglas truchas. Como las elecciones, sin embargo, son erráticas y dudosamente trascendentes, con mayor razón los plebiscitos, porque es demencial jugarse el destino de un país votando Sí o No, cuesta calificar a este nuevo indicio como una “reacción” sostenible. Lo más significativo de todos estos años ha sido que la crítica valiente fue capaz de hacer ver que este borrador-propuesta no era admisible, y eso llevara a muchos que votaron Apruebo el 2020 a desechar su inicial aturdimiento. Es que se trató de un suicidio, una capitulación de Piñera y su gobierno, aterrados, avalada por una derecha acomplejada, de repente “evolucionada”, y por medios periodísticos que han seguido inflando al cuiquerío “progresista”, y al potencial “amarrillo” que sienten que hay en Boric, en tanto chalecos salvavidas.

—Siempre has defendido una salida moderada para cambiar la Constitución del ‘80. ¿El resultado del plebiscito apunta a ese camino?

—Llevo años sosteniendo que introducir cambios y giros mediante nuevas cartas magnas nunca ha asegurado una solución moderada, sólo imposiciones que duran, pero no para siempre. Suponen autoritarismo presidencial y estatismo, si es que no dictaduras para apuntalarlas, e involucra a militares tarde o temprano. Fue el caso de 1833, 1925 y 1980. Por lo mismo, es a todas luces más sensato reformar gradualmente, que es lo que sucedió en Chile entre 1860 y 1924 dejando atrás la constitución original sin derogarla, la de 1833. Algo de eso venía produciéndose con la deplorable Constitución de 1980. Por tanto, si a pesar de lo del domingo pasado se sigue insistiendo que hay que hacer y plebiscitar una nueva Constitución, no es descartable que vuelvan a haber intentos ultristas, y se deba de nuevo rechazar. ¿Hasta cuándo?

—Te lo pregunto porque en muchas de tus columnas y entrevistas apuntabas al “origen violento e impúdico” del proceso constituyente. ¿Crees que ese camino insurreccional, pongámosle así, fue derrotado definitivamente?

— La propuesta constitucional en su borrador original, antes que la maquillaran, hacía alardes de su origen histórico violento en el preámbulo. El acuerdo del 15-N también suponía dicho inicio. Comunistas y frenteamplistas siempre han sostenido que sin el “estallido” no habría habido proceso constituyente. Pregúntenle a Fernando Atria si la teoría del “poder constituyente” no supone siempre violencia original detrás del supuesto derecho que se desprende de éste. Yasna Provoste no lo puede decir mejor cuando tuitea: “No es que hayamos perdido; es que todavía no hemos ganado”. Suena ingenuo creer, por tanto, que la opción insurreccional haya sido derrotada definitivamente. Resultados de votaciones pueden esfumarse en 48 horas. Reitero, no hay nada más veleidoso que chilenos votando.

—Entonces, ¿qué quiere este país? Alguna vez dijiste a «La Segunda» que Chile “siempre ha querido distintas cosas y por Dios que le ha ido mal”. Digo, el electorado ha ensayado diversos rumbos desde al menos 2013.

—Apostar a ganador para ver qué resulta ha sido la tónica desde 1964, ni que fuera lotería o juego de casino. El Chile electoral quiso que Frei Montalva arrasara para evitar a Allende. A Allende se le eligió en dos instancias a fin de instalar un régimen revolucionario socialista, una vez en las urnas y otra al ratificársele en el Congreso gracias a la DC. La dictadura militar, por su parte, gozó de apoyo mayoritario durante buena parte de su período en el poder; no todo se debió a dominación, armas y tortura. Este país es servil. En 1988, tras quince años, Pinochet siguió obteniendo un 43%. Es muy posible que haya habido mucha gente que votó por Frei, luego por Tomic o Allende, y que, después valoró el ascenso social que la dictadura les brindó. Qué historia más enredada. Otro tanto sucedió entre 2006 y 2019. Acordémonos de cuando se dejaba de querer a Bachelet y se votaba por Piñera, o vice versa. Al final daba un poco lo mismo cuál de los dos: igual nos empantanábamos. Otro tanto se produjo en esos 30 años, “los mejores de nuestra historia” según algunos. Los de esos gobiernos binominales de la Concertación consensuada con la derecha. Me temo que un país así no parece tener una idea muy clara de lo que quiere.

—El historiador Alfredo Riquelme decía el lunes que buena parte del resultado se debía, a fin de cuentas, a una “muy arraigada cultura política liberal democrática que hicieron suyas las clases populares a lo largo del siglo XX que dio cauce institucional a reformas y revoluciones, sobrevivió a la dictadura y, ahora, al estallido social y sus secuelas”. ¿Estarías de acuerdo con ello o se trata de otra cosa?

—En efecto, Riquelme aparece diciéndolo al pasar, sin entrar a fundamentarlo. Si quiso decir con ello que las clases populares no son de izquierda, no explica por qué a menudo se calientan con odio de clase. En cualquier caso, que lo que él llama “cultura política liberal democrática” de subalternos dé lugar tanto a reformas como a revoluciones muestra que da para todo. Si lo entiendo bien, este trasfondo liberal democrático habría hecho posible el estallido, como también el tener que “sobrevivirlo”. Vaya explicación confusa.

“Tenía entendido que la izquierda estaba en crisis hace rato”

—Hablando de historia: en una columna, Sol Serrano decía que el mayor error de la Convención fue su “desprecio por el pasado”. Ahora, también es cierto que la historia tampoco es una caja de herramientas a la que echar mano para sacar siempre lecciones políticas, pero ¿qué te parece a ti?

—Los revolucionarios, y estos convencionales recientes lo eran, siempre muestran rechazo hacia el pasado. Por ejemplo, Frei Montalva y su gobierno se propusieron anular trescientos años de hacienda rural en Chile con su Reforma Agraria, que de reforma tenía poco, y de revolución mucho: al final terminó produciendo el golpe militar. Otro tanto fue la anti-política de esa dictadura contrarrevolucionaria-revolucionaria entre 1973 y 1989. Por tanto, por qué hablar de “error”, si es lo que se proponían y el pastel sigue ahí sin que se le haya barrido del todo. Quienes se equivocaron patéticamente en esta vuelta fueron los que creyeron que este proceso iba a conducir a otra cosa, y después se espantaron con lo que se les ofreció. Gente de derecha, concertacionistas, socialistas y DC que luego pasaron a denominarse “amarillos”. ¿Qué dirá de eso Sol Serrano?

—¿Cómo viste a Boric la noche del domingo? Cierta mirada transversal señaló que su tono fue el correcto, pero la comedia de errores en que se convirtió el fallido nombramiento del subsecretario del Interior ensombreció todo.

—Vi al Boric que ya todos conocen aunque sin abrigo, y sin mangas arremangadas exhibiendo sus tatuajes. Igual, la voz pareció impostada, como ensayando un papel en un drama absurdo de Pirandello donde nadie sabe en qué va a terminar. En una de éstas, en el acto final se pondrá corbata y le pida a Tito Noguera que lo entrene con el “To be, or not to be” de Hamlet.

—Carolina Tohá llega al Ministerio del Interior y el PS refuerza su presencia en el comité político. ¿Crees que aquello podrá darle al Gobierno un nuevo rumbo? En una de tus últimas columnas hablabas de que había que tener cuidado con los “administradores de crisis”, que siempre están detrás del cortinaje para entrar en escena.

—Carolina Tohá fue incapaz de parar la destrucción del Instituto Nacional cuando lo tuvo a su cargo como alcaldesa de Santiago. Que el PPD y el PS vuelvan a La Moneda significa que la Concertación amenaza con resucitar. Sólo faltan los DC. Quizás aparezcan en el próximo cambio de gabinete. ¿Otra “transición” más que Eugenio Tironi tendrá que anunciar que se terminó?

—¿Qué pasa con la izquierda?, ¿entra en crisis con este resultado? Ha comenzado cierto debate que apunta a dejar de lado las causas identitarias y retomar proyectos más amplios, “universalistas”, como les llaman.

—Curioso, yo tenía entendido que la izquierda estaba en crisis hace rato. Quienes mejor lo han explicado en Chile han sido los de la «SurDa»: Carlos Ruíz Encina y Giorgio Boccardo, subsecretario del Trabajo. Teillier tratando de equilibrar el PC entre Jadue y Vallejo, él mismo en el medio, y teniendo que ser aliado de gobierno con los Boric y Jackson, me huele a que la crisis viene de antes.

—¿Crees que parte de la academia debe hacer una autocrítica? Muchos académicos defendieron la propuesta constitucional, incluso hasta hicieron campaña por ella, sin apenas sentido crítico. Mauricio Tapia, profesor de la Escuela de Derecho de la U. de Chile, dijo que “el apoyo incondicional y condescendiente a todas las propuestas fue un error”.

—Otro más que habla de “error” y ajeno. Mi opinión sobre Mauricio Tapia, caso paradigmático, aparece en el segundo párrafo del capítulo 1 de «La Escuela Tomada». Ahí digo que, habiendo sido un mimado del oficialismo en la Escuela de Derecho, se chaqueteó y apoyó la toma en contra de Nahum el 2009. Que yo sepa Tapia aún no ha renegado de su apoyo a Boric, Atria y compañía en dicha toma, antesala que sirvió para tomarse los liceos y calles el 2011, volcarse al Congreso y minarlo por dentro; justificar después el 18-O con sus incendios, saqueos, peajes, y funas; luego, el 15-N, la Convención, y como guinda de la torta, la elección de Boric el año pasado. El mundo académico, en especial la Universidad de Chile, está hace rato secuestrado por ideologías, entronizadas en claustros y burocracias, como para atreverse a hacer una autocrítica seria. Esta es la última trinchera donde replegarse. Aquí volverán a refugiarse al menos Atria, Bassa y Loncón. Y continuarán ofreciéndose diplomados de más de $1 millón por matrícula sobre la nueva Constitución. Han dado con una mansa mina, negocio seguro. Esto no para.

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