No le sorprenden los excesos de hoy. Ya se han vivido. Simplemente se repiten. Cuando el historiador de la U. de Chile, Gonzalo Peralta, lee que tal abogado dice que el proyecto para prohibir el uso civil de armas es para dejar en la indefensión al pueblo ante una revolución en ristre —de la que es parte el proyecto de nueva Constitución— se encoge de hombros y dice: “un exceso”. Uno más entre varios otros.

No le asombran, pero los encuentra peligrosos. Después de todo, asegura, la época que más se parece a estos días fue la que rodeó la confección de la Constitución de 1925. “Todo lo que pasó en esa década, en el mundo, tuvo consecuencias una década después, contribuyendo al nacimiento de regímenes totalitarios”, dirá en esta conversación.

—¿Qué es lo que tienen en común todos los procesos constituyentes?

—Todos responden a crisis políticas. Nunca se hacen cuando está todo bien. Las constituciones son artefactos o dispositivos que contienen normas, que a su vez tienen usos. Son hechos políticos, que incluyen confeccionarlas y validarlas en situaciones críticas. Las primeras responden a la crisis de la independencia y construcción de la república. Durante la década de 1820 hay cuatro procesos constitucionales que responden a esa construcción: las del ‘22, ‘23, ‘26 y la liberal del '28; para culminar con la de 1833, precedida por una guerra civil, que es la que quedó, presidencialista y conservadora.

—En una charla privada, hace poco, usted decía que la Constitución de 1925 es la que más se parece al proceso actual.

—Por la coyuntura histórica y todo lo que la rodeó antes y después. Tiene que ver con una crisis muy grave nacional e internacional. Fue un cambio de era.

—Partamos por lo internacional. Poco antes y junto con el proceso constituyente chileno de hoy, el ambiente es de agitación con revueltas en Estados Unidos (Floyd), Francia (Chalecos Amarillos), Colombia; está la guerra en Europa del este, la pandemia y la irrupción de líderes populistas de lado y lado, entre otos.

—En el proceso del ‘25 hubo una crisis internacional consecuencia de la Primera Guerra Mundial, que significó el fin de la belle époque europea, de los regímenes monárquicos en su gran mayoría, donde caen imperios y hay una crisis del liberalismo como sistema político económico. Se ve al liberalismo incapaz de resolver esas crisis y surgen alternativas como la revolución bolchevique, los fascismos en Italia, España y la intentona de Hitler con el putsch de Múnich de 1923.

—Y aquí, si bien hay un símil en la crisis de las instituciones, que también se ve hoy, en Chile se produjo la “cuestión social”, Arturo Alessandri salió del país y los caudillismos vinieron después.

—La “cuestión social” fue una crisis política, económica y social muy grave, que se venía arrastrando de manera parecida al estallido social de hoy, con discursos de decadencia acusada de todos lados, como el de Eliodoro Yáñez, de un radicalismo más bien conservador y que de manera elegante en el Ateneo (club intelectual), dijo: “Parece que no somos tan felices”. Luego surge un grupo nacionalista con Alberto Edwards, Francisco Encina y Tancredo Pinochet Le-Brun, que valoriza lo propio frente al cosmopolitismo; A su vez Nicolás Palacios saca su obra «Raza chilena», donde levanta la idea de una raza godoaraucana. Ahora, recuerda que durante el estallido primaron las banderas mapuche y que también surgió un grupo de derecha más radical, como Republicanos.

“El Congreso se retiró durante la redacción del texto constitucional”

—Hoy tenemos la crisis del petróleo por la guerra en Europa.

—Y en aquella época tuvimos la crisis del salitre. Luego, hay una especie de reflejo de la elite plutocrática, que vive con ansiedad esta arremetida, este declive. Si quiere más elementos, en medio del actual proceso constitucional llegó el covid desde China y en aquel entonces nos llegó la gripe española desde Europa.

—Más toda la crítica a las autoridades.

—A las élites gobernantes; y ahí hay un caso súper interesante con Tancredo Pinochet. Él escribe un reportaje en el diario La Opinión, en que se disfraza de peón y entra como temporero al fundo del Presidente Juan Luis Sanfuentes (1915-1920), y da a conocer las condiciones laborales horribles de los trabajadores. En una carta interpela a Sanfuentes, preguntándole: “Su Excelencia, ¿una vaca puede ser liberal demócrata?”, pues según él, las condiciones de una vaca de Sanfuentes eran mejores que las de sus trabajadores. Ahora también estamos sufriendo una crisis en el sistema político liberal mundial, y también como antes están surgiendo outsiders como Trump o Bolsonaro y vamos viendo Filipinas, Hungría, Polonia y Putin, aunque Rusia es otro cuento. Pero aparecen opciones fuera del sistema democrático tradicional.

—Sin embargo hoy Estados Unidos volvió a un viejo demócrata (Biden); Francia después de los Chalecos Amarillos continúa con Macron y Brasil parece volver a Lula. Pero aquí emerge un grupo inexperto, no en el mal sentido, sino que no había gobernado: el Frente Amplio (FA).

—Antes de regresar a Chile, hago un punto: esos fenómenos en Francia significaron aumento de votos para la ultraderecha. Polariza y pone en problemas a la derecha tradicional. En la década de 1920 surgen estos movimientos en Europa, pero es preocupante como lección histórica, pues se consolidan en la década del ‘30 y se van aliando con la derecha tradicional, que ve en ellos una forma de detener la amenaza de izquierda y se los terminan por comer, como en los movimientos fascistas. El tema no es derecha o izquierda, sino estos movimientos disruptivos, porque no comulgan con las prácticas comunes, sino que van a reventar el sistema.

—¿Y hay un paralelo con el FA y Apruebo Dignidad?

—Sí, pero después, con Pedro Aguirre Cerda (1938), que llega con el Frente Popular, que incluía al Frente Radical y toda su experiencia. Es algo distinto en todo caso, porque el mismo Aguirre Cerda fue ministro de Alessandri, pero incluían al Partido Comunista, que fue fundado en 1922 y al Partido Socialista, fundado en 1933 y entonces el PS era más bisoño que el FA de hoy. En esa época emergen jóvenes como Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, metidos en política y en federaciones estudiantiles. Hay una emergencia y empoderamiento político de las juventudes y particularmente de las universitarias, provenientes de las nacientes clases medias, lo que tiene cierta reminiscencia respecto de lo que vivimos hoy.

—Sobre el ambiente social, hoy se escuchan exageraciones por lado y lado, que estamos en una “revolución”, que “la constitución de Pinochet”. En suma, el del frente está mal.

—Hay excesos. En marzo del ‘25, tras el retorno de Alessandri, se crea una asamblea constituyente de asalariados e intelectuales (que no tenía validez, pero donde ensayaban ideas). También entonces había un desprestigio del Congreso y más que todo del Senado, que más que una cámara revisora aparecía como una cámara censora, para que vea cómo la historia se parece. Eso provocó tal irritación, que cuando ocurre el «ruido de sables» se cierra el Congreso hasta que termina el proceso constituyente. Y nadie quiere abrirlo, excepto los partidos. Entonces tuvimos un proceso constituyente sin Congreso. Tendremos un nuevo Congreso con las elecciones parlamentarias y presidenciales del ‘25, una vez promulgada la nueva Constitución. Hoy pasó algo curioso, de alguna forma el Congreso también se retiró durante la redacción del texto.

“Boric está pisando huevos”

—Hoy se culpa a la constitución del ‘80 o de Lagos, como se quiera, de muchos males. ¿Qué pasaba con la de 1833?

—Fue muy resistida, provocó guerras civiles y tuvo reformas muy profundas en la década de 1870, cuando llegan los liberales, sobre todo con Federico Errázuriz Zañartu. Se termina con la reelección inmediata de presidentes (fin de los “decenios”), se instaura el derecho a sufragio universal masculino y otros cambios tan grandes, que esta Constitución presidencialista permitió un régimen parlamentario durante nuestra belle époque.

—Así y todo, al igual que a la de 1980, se le criticaba por ser “pétrea”.

—Y otra cosa: que en lo institucional era incapaz de hacerse cargo de los enormes cambios políticos, económicos y sociales. Diría que las reformas de los ‘70 y ‘80 a la constitución de 1833 fueron más profundas que las que experimentó la de 1980.

—Volvamos a la “cuestión social”. La crisis de 2019 en parte responde a una desconfianza en las instituciones, pero no de empobrecimiento, sino más de expectativas y de distribución desigual, aunque sí aumentaron los campamentos producto del terremoto de 2010 y de la inmigración desordenada.

—Los índices mejoraron en los “30 años”, pero la desigualdad es el parecido con los años ‘20. La rabia es un sentimiento común a las dos épocas, que en los ‘20 se expresó en una serie de protestas del más variado tipo que terminaron en masacres. La más famosa, un poco antes, fue la de la escuela Santa María de Iquique en 1907 y otras asonadas urbanas relacionadas con gente de poblaciones marginales, como la de 1903 en Valparaíso y 1905 en Santiago. No hubo respuestas claras y la rabia se fue acumulando y usted vio cómo para el estallido social había marchas y manifestaciones todos los fines de semana, comenzando por los pingüinos, luego los ecologistas, mapuches, diversidades sexuales, contra las AFP y no tuvieron respuesta, quedando como performances que luego acababan, porque los gobiernos tampoco veían una organización clara. El estallido vino a ser una acumulación de todo aquello, también sin articulación, difusa, sin nadie con quién negociar, por fuera de los partidos, incluso por fuera de los partidos de izquierda. Jadue tuvo que salir con la cola entre las piernas de Plaza Italia.

—Desde el Gobierno la lectura de lo que sucedía fue lenta; desde el empresariado también.

—Desde la elite, de hoy y la de hace un siglo, hubo una gran distancia y falta de visión de los problemas de los sectores populares y una distancia incluso geográfica con el resto de la población. Durante nuestra belle époque se produce un enriquecimiento muy acelerado de un cierto sector de la elite vinculado al salitre, quedando fuera la elite provinciana. Esa elite en Santiago se encierra en los barrios Dieciocho y República. Ahora se encierran en Lo Curro, La Dehesa y no saben mucho lo que pasa de Manquehue hacia abajo. Dejaron fuera a la elite provinciana de rancio abolengo, descendientes de conquistadores, con mayorazgos y lo que quieras, pero sin plata y que no entraron a esa elite que circulaba entre Santiago y Valparaíso, que iba al Club Hípico, al Parque Cousiño y al cerro Santa Lucía cuando era elegante. La única otra relación era con la servidumbre de la casa, porteros, cocheros, todos uniformados, lo que los hacía muy difíciles de identificar. Ese fenómeno genera temores de lado y lado.

—¿Cuál es la diferencia más notable que observa entre la redacción de la constitución del ‘25 y la actual?

—Todos los procesos constituyentes de nuestra historia, sin importar el sector político, fueron llevados con mano firme por el Presidente. Ahora el proceso partió por el Congreso, con el acuerdo de noviembre, permitiendo dar una salida institucional a la dura y peligrosa crisis política que estábamos viviendo. Lo otro que no está hoy son los militares, cuando estuvieron en todas. No hay para qué hablar de 1980, miremos de nuevo el ‘25 con el famoso «ruido de sables». Ahí el proceso fue conducido por Alessandri y los militares para devolver a los presidentes el poder perdido a manos del Congreso.

—Si bien el Presidente Piñera se hizo a un lado, Boric entró antes de asumir al proceso, al firmar el Acuerdo por la Paz y hoy se lo ve dando una cierta dirección al Apruebo.

—Es lo que intenta a través de sus declaraciones, pero pisando huevos. Es muy distinto respecto de lo que ocurrió en el pasado. Esto es rarísimo: una Constitución con constituyentes que provocaron que los partidos también estuviesen muy ajenos, o al menos con dificultad para tener el control. El control perdido por la clase política ahora se está tratando de retomar. Como sea, con el «ruido de sables» las leyes sociales fueron aprobadas en una jornada maratónica de trasnoche entre el 8 y 9 de septiembre. Y el Acuerdo por la Paz se firma en una jornada maratónica con trasnoche entre el 14 y el 15 de noviembre de 2019.

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