"Mi hijo me comenta: mamá aquí han matado a alguien y

a mi no me queda más remedio que explicarle que sí, que mataron

a alguien”.

Olga Achón, española,

vecina del Parque Forestal.

"Con las protestas el aire se hacía irrespirable en la librería. Antes teníamos

4 o 5 actividades semanales, eso ya no

se ha repetido”.

Mario Cerda, dueño de la franquicia de Qué Leo del Forestal.

Caminando por el centro de Santiago, basta una consulta a un transeúnte por el tema de la delincuencia -la principal preocupación de chilenas y chilenos según todas las encuestas de opinión-, para que cuenten sobre un familiar o un amigo o amiga que ha sufrido un robo: lunetas de los espejos de los autos, un “motochorro” que se llevó el celular o que vieron en la televisión un portonazo o una encerrona.

También se habla con temor de “El Tren de Aragua”, una banda de delincuentes venezolanos que se ha tomado los noticieros nocturnos de la televisión abierta y los matinales. La mezcla es caótica: a las imágenes de un grupo de hombres disparando al aire armas automáticas, se suman los operativos para erradicar el comercio ambulante en distintas comunas. Hace poco se informó, por ejemplo, que dos carabineros fueron quemados con aceite hirviendo por quienes cocinan y venden frituras en la Plaza de Armas.

La Segunda conversó con cuatro testigos privilegiados de este deterioro, y que habitan además lugares emblemáticos de Santiago.

Los carteles del Parque Forestal

Olga Achón tiene 47 años y es doctora en antropología. Nació en Lleida, España, y vive desde 2005 en el Parque Forestal, en el edificio que se ubica justo al lado de la punta de diamante que divide las calles Merced y Monjitas. Olga observa lo que ocurre afuera de su casa desde el tercer piso de su departamento frente al parque. Es cantante y catalana, comenta. Sus hijos y su esposo son chilenos.

Olga solía cantar en el circuito de hoteles que tiene su barrio y es una asidua usuaria del parque. La conoce mucha gente de la zona. Dice que el desmedro que ha vivido su barrio no comenzó ahora ni con el estallido social. “Lo vengo resintiendo desde el año 2010, cuando fui madre de mi primer hijo, que nació prematuro y estuvo en la UC de la calle Lira internado. Por ese entonces tenía que sacarme leche día y noche y eso me permitió ver algo a lo que en esa época no le había puesto atención: el cruising, grupos de hombres y parejas que venían a tener relaciones sexuales en el parque. Desde ahí no paró más y llegó la delincuencia”, comenta.

Olga sale todos los días temprano de su casa a buscar el auto junto a sus hijos para llevarlos al colegio. Describe una escena que se repite a diario: “Cuando salimos, tengo que contarles un cuento o un chiste para despistarlos y así evitar que vean cómo están teniendo sexo en el parque, a metros del departamento. El problema es hacer vivible para las familias un lugar donde hemos vivido toda la vida”, se queja.

Dice que no han cambiado sus rutinas: la hora de cerrar las puertas en su casa es las 19:00. Básicamente porque sus hijos deben dormir temprano para ir al colegio. Sin embargo, está consciente que para otras personas ha sido un problema mayor. Para sus amigos comerciantes del barrio, para los clásicos vendedores de antigüedades en Lastarria que ahora comparten su espacio con ambulantes que venden desde ropa usada hasta queques de marihuana. Olga no está en contra del comercio, pero dice que debe ordenarse. No quiere que su hijo pueda ir a comprar un libro y a la vez una anfetamina, que es lo que ocurre a pasos de su casa, donde es fácil conseguir todo tipo de drogas. “A todo le puedes encontrar un rollo o una vuelta, el tema es la anomia, la ausencia de norma”. Y agrega: “Antes no escuchaba ráfagas de disparos y lo malo es que uno lo normaliza, ya no me sorprende. Voy caminando con mi hijo, no le había querido contar que a un chaval lo han matado en el parque, no le quiero presentar la vida tan violenta, entonces vamos caminando y encontramos carteles de la familia de este chico buscando testigos. Y mi hijo me comenta: mamá aquí han matado a alguien y a mi no me queda más remedio que explicarle que sí, que mataron a alguien. Que estás en casa, que despiertas a tomar un vaso de agua y por tu ventana ves cómo tienen sexo en la calle frente a tu departamento. Hasta hace unos meses estábamos viviendo en el primer piso y ahora estamos en el tercero porque vivir en el primero se volvió impracticable. No hay nadie que haya tenido la voluntad política suficiente para sacar a esta gente que viene, tiene sexo y deja sus condones botados en la calle desde 2010. Esto fue un gran bache en el camino, criar a tus hijos frente a eso, es lamentable. Pero esta dejadez desde el Estado y los poderes locales es generalizado”, explica.

Olga recorre el centro, como todos, a veces por un trámite o simplemente para comprar algo. Y ha visto lo que todos los alcaldes de Santiago han visto frente al mismo municipio desde hace años: “Se ha asentado un tipo de prostitución en la Plaza de Armas, luego de la gran inversión que se hizo, uno pasa por ahí y es evidente. ¿Y qué haces? ¿Te vas de dónde vives?”.

“Ya no podemos ser

la farmacia de los libros”

Mario Cerda, dueño de la franquicia de la librería Qué Leo del Parque Forestal, que se ubica a metros de Plaza Italia, resistió al estallido social y la pandemia. Lleva ocho años junto a su esposa en el local. Dice que los últimos han sido más duros. Tras la pandemia, recuerda, el barrio quedó solo. Dice que hace la diferencia entre carabineros y “pacos”, pues ahí solo actuaban como un “órgano represor” de la protesta. “Pero si tenías una emergencia, no aparecían”.

Así, dice, comenzó a regalarse el territorio del Parque Forestal a los delincuentes. “Lo que se está viendo ahora es básicamente lo que se dejó de hacer. Todo esto nos cambió nuestros horarios, antes nos decían que éramos la farmacia de los libros porque cerrábamos a las 11 de la noche, pero eso se perdió, ya no se puede”.

Mario cierra ahora su librería a las siete de la tarde y cree, al igual que todos los entrevistados, que más allá del color político de la autoridad, hay un abandono del Estado en el lugar. Sus actividades -como tertulias o lanzamientos de libros- se fueron acabando, principalmente por los aforos que impuso la autoridad sanitaria y en menor medida por lo tarde que terminaban. “También había protestas y el aire se hacía irrespirable en la librería, varias veces tuvimos ese problema. Antes teníamos 4 o 5 actividades semanales, eso ya no se ha repetido”, concluye.

Pelea de naciones

en Plaza de Armas

La mujer vive hace más de 30 años en un departamento del Portal Fernández Concha. Prefiere que le cambiemos el nombre, pues quiere evitarse problemas con sus vecinos. Que son bien diversos: vendedores ambulantes, trabajadoras sexuales, jubilados, vendedores de droga y madres con hijos que viven en pequeños espacios y que se levantan todos los días antes del amanecer para trabajar. “Es un pequeño Chile”, comenta Rosa, el nombre que usaremos para contar su historia.

Desde un hostal que está ubicado casi al final del antiguo edificio construido en 1871, observamos la Plaza de Armas. Rosa nos explica cómo se dividido en el último tiempo: “Mira (indica con su mano derecha), la esquina de la calle Estado es el lugar para los dominicanos y dominicanas. No te puedes meter con ellos. Las chicas chilenas y colombianas que se dedican al trabajo sexual cuentan que son muy complicadas de carácter. En esta otra esquina donde está la escultura del indio (homenaje a pueblo indígenas), están los travestis y frente a la Catedral las chilenas y colombianas. Las venezolanas merodean por todo el sector”, dice Rosa. A todo ese heterogéneo grupo de personas se suman ambulantes, pintores, humoristas callejeros y comercio ambulante en general.

Hace seis meses el Primer Juzgado de Policía Local de Santiago nombró un interventor en el Portal Fernández Concha, para regular el pago de los gastos comunes y su funcionamiento. Lograron un acuerdo con el municipio que lidera la alcaldesa Iraci Hassler para contar con guardias que están todos los días en la puerta y que controlan a quienes ingresan. La verdad es que de otra manera sería imposible, comenta otro vecino. Está todo tan normalizado que incluso se ha llegado a ciertos acuerdos con las mujeres que ejercen el comercio sexual y que arriendan departamentos por días o por horas. La limpieza, la delincuencia y todos los temas domésticos, incluido la prostitución, se discute en las juntas directivas.

Poco a poco han ido ordenando el recinto, lograron sacar a quienes se habían tomado algunos departamentos y a otros que comercializaban drogas. De las personas que hace algunos años adquirieron departamentos y los remodelaron con la idea de recuperar el edificio de alto valor arquitectónico, quedan pocas. Rosa tiene un dicho: “El Portal te deja o te atrapa, a mi me atrapó y me gusta vivir acá”.

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