Aunque es la mujer más relevante en la escena de la industria del streaming nacional, nada en la periodista Angela Poblete, quiere demostrarlo y se nota que los triunfos los vive con cierto pudor. Navega entre liderar equipos internacionales y la crianza de tres hijos. Hace colaciones y busca historias para Disney+. No ve televisión abierta y le fascinó «The Staircase» en HBO. ¿Cómo piensa y qué mueve a una de las responsables de la serie chilena más vista en Netflix?

Antes de aterrizar en Fábula TV, Angela estuvo por más de 20 años trabajando en las áreas de programación de CHV y TVN. Sin embargo, de niña no era una fanática de las teleseries y tampoco se pasaba los sábados viendo a Don Francisco.

“No era muy tevita, pero sí era muy lectora. Era el tipo de persona que anda con el libro en el auto y leía en el semáforo en rojo. Eso me facilitó pasar de la ejecutiva de la tele que se dedicaba al entretenimiento a otra que se ocupa de la ficción, porque toda mi vida leí historias” cuenta.

Hoy Angela está a la cabeza de las áreas de desarrollo y producción de Fábula TV, la reconocida productora de los hermanos Pablo y Juan Larraín. Desde el 2019 su equipo ha producido 13 series en diversos formatos y plataformas entre los que destacan Netflix, Amazon Prime y Spotify. «La Jauría» y la recientemente estrenada «42 días en la oscuridad», inspirada en la desaparición y asesinato de Viviana Haeger, son algunos de los títulos que han transformado a la productora en un actor relevante en la región.

—¿Qué te aportó trabajar en la televisión abierta?

—Más allá de las luces y de lo atractivo que tiene el mundo del espectáculo, lo que me pareció siempre alucinante y que todavía me sigue deslumbrando es el tema del alcance. Cuando descubrí que la televisión es una caja de resonancia capaz de llevar contenidos a lugares insospechados, me enamoré más profundamente de ella. Por ejemplo con «42 días en la oscuridad», estar en un lugar comiendo y que en la mesa de atrás estén hablando del tema me parece muy impresionante.

—¿Cómo han vivido el éxito de «42 días en la oscuridad»? A días de su estreno se ubicó entre las 10 series de habla no inglesa más vistas en Netflix.

—El promedio de tiempo para hacer una serie desde que nace la idea hasta que se estrena es de tres años y una vez que se lanza el fenómeno dura alrededor de 10 días, es breve. La gente habla de ella, se pega maratones, la serie es trendig topic en Twitter y en dos semanas ya hay otra. Esos días, para nosotros, fueron de muchas reflexiones porque fue una serie compleja, que requería una sensibilidad especial. El equipo siempre se ocupó de hacer una serie respetuosa y con el estreno, la gran pregunta era si las personas iban a percibir y valorar ese respeto. Es una serie que no tiene morbo y está hecha para generar una reflexión relevante de un momento histórico del país y de una sistema ineficiente, que se sigue replicando hasta hoy. La buena acogida del público no se vivió como una fiesta, sino que con humildad. Agradeciendo que la lectura de las audiencias haya sido la adecuada. Fue una serie que nos dio muchas lecciones.

—¿Cuáles?

—Nos confirmó que no da lo mismo quien esté detrás y delante de cámara, que es muy importante a quien le entregamos nuestras historias. No da igual quien la escribe o quien la dirige. Esa sensibilidad hace la diferencia.

—Las hijas de Viviana Haeger enviaron una carta al diario «El Llanquihue» en mayo, manifestando su molestia con la serie. “Detrás de la historia que ustedes producen, para una plataforma de entretenimiento internacional, hay vidas” escribieron.

—En cada decisión que el equipo tomó hubo cautela y cuidados. Un ejercicio quirúrgico de evitar la dinámica del sensacionalismo y abrazar la visión empática de los que dirigieron la serie. Me parece honesto reconocer, sin embargo, que este tipo de dilemas, son interesantes de ser alimentados en debates constructivos, porque no hay una respuesta única o correcta. Mi visión es que no pasa por censurar contenidos a priori, sino con escoger el punto de vista adecuado, para ofrecer una visión compleja y una mirada posible de ser completada por el espectador, desde su propio prisma. Es generar contenido que dialogue con la audiencia, en lugar de subestimarlo.

Y agrega: “El mundo está lleno de historias de connotación pública que han sido transformadoras. Si no pudiéramos narrar historias inspiradas en la vida real desaparecería un gran porcentaje de las obras literarias y audiovisuales del mundo”.

—Otro tema que se ha instalado es el de los abusos a partir del caso de Nicolás López. Me imagino que eso encendió las alertas en el mundo que trabajas.

—Lo de Nicolás López fue un remezón super fuerte en la industria y se generó un cambio muy importante en la forma en la que nos relacionamos. Hoy los contextos son más respetuosos que antes, pero todavía hay que estar observando. Lo positivo es que las productoras actualmente cuentan con protocolos y se han hecho cargo del tema. Esto no necesariamente implica que no vaya a volver a ocurrir, pero las personas que han sido víctimas hoy tienen los canales formales para denunciar, lo que permite investigar y reparar. Eso antes no existía.

—Y además estaba normalizado cierto trato hacia las mujeres.

—Esta industria históricamente ha sido muy machista, imagínate que fue donde nació el «Me Too». Entonces te diría que hace 10 años atrás a nadie le parecía extraño que estas cosas ocurrieran.

“No es justo el estereotipo femenino de la súper mujer”

Fábula abrió el 2020 su oficina en México y por las restricciones de la pandemia, Ángela no pudo viajar ni pisar el set de la primera serie que realizaron allá: «Señorita 89» (para Starzplay). Reconoce que eso fue difícil y apenas se abrieron las fronteras, Poblete hizo maletas y partió junto a su marido y sus tres hijos a instalarse por tres meses en tierras aztecas. “Fui a aprender en este territorio que es como la meca de la producción latinoamericana, donde en cada esquina hay un rodaje”, señala.

—¿Qué fue lo más enriquecedor de tu experiencia en México?

—Me parece super interesante el ensamblaje cultural que hoy tenemos con una conciencia de latinidad muy potente. Cuando partí trabajando en la TV, los chilenos todavía estábamos con la estupidez del “jaguar”, nos creíamos europeos y no teníamos una identidad latina. Creo que, a partir de cambios de paradigmas muy fuertes, los chilenos hoy nos sentimos parte de este continente. Hemos ido descubriendo que son muchas más las cosas que nos unen que las que nos dividen.

—¿Qué nos une?

—Nos unen los mismos padeceres, injusticias, pobrezas, pero también nos reímos de cosas bastante similares. Todos los latinos amamos a las abuelas y nos invitamos a las casas por ejemplo, cosa que no ocurre en Europa. Esa comunión permite realizar series desde Chile, Argentina o desde México, con equipos de diversas nacionalidades y eso es alucinante.

—¿Tienes obsesiones como directora?

—Le doy mucha vuelta a lo que hacemos y a encontrarle un sentido en los contextos actuales. Una reflexión que me ronda hoy tiene que ver con el famoso algoritmo y esta idea de que las plataformas nos están ofreciendo contenidos “customizados” con un menú acorde a nuestros intereses. Para mí esto supone un riesgo bien alto que significa ir restringiendo nuestra visión de mundo. Es una paradoja también porque los catálogos son enormes, pero con contenidos complacientes con lo que pensamos, en una sociedad que además está dialogando poco. Me parece interesante visualizar ahí una oportunidad en la televisión que ofrezca formas de vidas distintas y que despierte curiosidad donde no la hay.

—¿Y eso es posible con la permanente tensión con las áreas comerciales? Las series tienen que ser rentables.

—Te diría que en esta nueva televisión y en la era del streaming, hay mucha mayor apertura a la originalidad y al riesgo. Ya no existe ese concepto de que tal consumidor quiere determinado contenido, ahora la pregunta que nos estamos haciendo es ¿a cuántos corazones puedo llegar con esta historia?

—Hablando de las historias ¿cómo llegan éstas a Fábula?

—Las ideas tienen distintas fuentes, algunas nacen del equipo porque alguien tiene una pasión o un interés, hay otras que corresponden a la propiedad intelectual del escritor de un libro o de un documental, de casos reales. Somos un equipo cazador de ideas.

—¿Qué condiciones tiene que tener una idea para que te guste?

—La primera es que venga de la mano de una persona que esté profundamente conmovida con esa historia y que tenga la necesidad de contarla. Creo que cuando las ideas son utilitarias, es como tratar de construir un cuerpo sin órgano, independiente de que después a la serie le vaya muy bien, pero el punto de partida no es la búsqueda del éxito si no un compromiso personal. También nos importa que las historias sean provocadoras y sobre temáticas contingentes.

—Temas como el feminismo, la diversidad sexual, o el abuso están muy presentes en la oferta audiovisual. Me imagino que tocar una tecla distinta debe ser un desafío.

—Puede sonar muy impopular, pero hoy uno de los temas que estoy buscando desarrollar tiene que ver con las masculinidades. Siento que abandonamos por mucho tiempo a las figuras masculinas y las relegamos a roles muy aburridos. Muchas veces cometimos el error de poner sólo a mujeres buenas y a hombres malos. Así como tampoco considero justo el estereotipo femenino de la súper mujer, porque creo que lo femenino también tiene que abrazar la fragilidad. Las mujeres ya tenemos suficientes exigencias en nuestras vidas, para que además la televisión nos imponga un modelo a seguir de una superheroína que se la puede con todo. Hay que repensar esos roles y el cómo los estamos planteando, porque me parece insultante para la audiencia ofrecerle personajes unidimensionales.

—¿Cómo ves el futuro del streaming en Chile?

—Hace cinco años si nos preguntábamos quienes en Chile podían vivir exclusivamente del cine, esas personas podían contarse con los dedos de una mano. Hoy no hay guionistas suficientes para atender la demanda que tenemos de contenidos en el país y en Latinoamérica. Estamos asistiendo a un florecer de la industria audiovisual latina. Si lo hacemos bien y nos mantenemos unidos, puede traer mucha prosperidad, no solo económica, sino de esa que crea sentido de pertenencia en un país. Por lo mismo, es importante que les vaya bien a todas las productoras y que los contenidos chilenos viajen por el mundo. Tener una industria solidaria es vital para nuestro crecimiento.

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