“El primer punto que afecta nuestra lengua comienza con la migración, como factor sociocultural que empieza a alertar a los lingüistas con respecto a la influencia que podrían tener los dialectos latinoamericanos. Segundo, las redes sociales que establecen un mecanismo de comunicación extrema donde se agrupan las tribus y solo caben los que piensan igual, significan las palabras como quieren, tergiversan y manipulan, generalmente con la intención de denostar. El tercer punto, el aumento de la delincuencia, especialmente en el tema de las drogas. Los delincuentes manejan su coa, que también influye en la forma de expresarnos, principalmente en el lenguaje juvenil”, sostiene Juan Pablo Reyes, doctor en lingüística y académico de la Universidad de Playa Ancha.

El director del Departamento de Literatura y Lingüística de la Facultad de Humanidades analiza “la liquidez verbal del momento” en que vivimos.

—¿Tiene que ver con que nuestras autoridades, del presidente hacia abajo, vienen a instalar un nuevo estilo de comunicar?

—Sin duda. Se trata de una nueva generación que tiene un imaginario distinto al que teníamos tradicionalmente. Se refleja en las denominaciones territoriales. Tienen una representación muy fuerte en el aspecto poético, narrativo literario, lo que les hace dar un discurso que a veces raya en lo fantástico y no lo aterrizan coherentemente en lo político. De ahí viene la resemantización de las palabras ya no de acuerdo a convenciones generales del país sino de acuerdo a ciertas tribus que se formaron después del estallido principalmente. El presidente pertenece a la generación millennial que se creó con la potencialidad de las comunicaciones virtuales y globalizadas. El presidente habla dejando bien a todo el mundo y en política eso no resulta, porque hay mucha diversidad.

—¿Cómo ve su manera de comunicar?

—Hasta las elecciones, observé que él tiene una mezcla de lenguaje político, juvenil y poético. Lo noté cuando mencionaba a Irina como su “compañera de vida”, citaba a Nicanor Parra y el lenguaje político le sirve para hacer una koiné, es decir transformar todas esas palabras de la emoción a un lenguaje común. Con el lenguaje poético llega al alma y al corazón; con la política llega a la razón. El político también apela a la emotividad, pero la política es pragmática, no quiere estallidos. La poesía aporta emotividad y no permite hacer una reflexión. Eso le sirve a la política como un recurso, el presidente Boric creo que utiliza la poesía para eso.

—Usted también habla de la importancia del lenguaje popular.

—Las expresiones populares son las que ocupa el pueblo y que yo utilizo en mi escenario para que se identifiquen conmigo. Todas las palabras del estallido social que se vierten en (el borrador de) la nueva Constitución, como plurinacionalidad, purilingüismo, sistemas jurídicos, son demandas que nacieron espontáneamente desde la rabia y la frustración. Los juristas de la convención tuvieron que traducir los términos que salieron de la calle.

—Muchos términos tienen una carga simbólica importante, pero si se mal ocupan terminan provocando problemas, como “Wallmapu”.

—Exactamente. Ahí es donde tengo la duda si el gobierno ocupa palabras que apuntan a la emotividad por la emotividad misma o con un propósito político. No se entendió una visión política del Wallmapu, porque querría decir que la ministra quería dividir el territorio y nos ponía en conflicto limítrofe en el sur y en norte también. Se deben juntar dos polos opuestos: el emocional y racional.

—La Convención instaló en la nueva Constitución, términos como “sistema de justicia” y no “poder judicial”, “acción de tutela de derechos fundamentales” en vez de “recurso de protección”...

—Hay una renovación del lenguaje jurídico administrativo en la Constitución. Se habla de patrimonio lingüístico, de maritorio o derecho de la naturaleza. Se renueva el lenguaje con la resignificación a partir de lo que los constituyentes entendieron respecto de sus electores. Se actualizó el lenguaje jurídico con ayuda de una institución que se llama Lenguaje Claro, que apoya a todas las instituciones jurídicas de Latinoamérica, para que esta Constitución evitara la ambigüedad. Don Andrés Bello decía que “Cuando el sentido de la ley es claro, no se desatenderá su tenor literal so pretexto de consultar su espíritu”. Es decir, para qué nos vamos a ir a los renglones torcidos de dios, si está escrito claro y coherente. Hacia allá tendieron.

—¿Tiene este nuevo lenguaje una necesidad refundacional?

—Yo creo que sí, pero necesitamos una Constitución para todos. El concepto de Carta Magna ya no es el mismo de los ‘80, donde era prácticamente un contrato comercial entre ciudadanos y gobernantes. Hoy es un pacto social, en el que las partes intervinieron y se pusieron de acuerdo para firmar. Por cierto es refundacional en la medida en que ya no somos una sola nación, somos parte de un Estado confirmado por varios pueblos tribus.

“El lenguaje inclusivo no se puede imponer ni prohibir”

“El lenguaje inclusivo nace primero en los movimientos pingüinos, después entra a los universitarios”, advierte Reyes.

“Cuando el uso se imponga, los reclamos que tengan otras generaciones no van a tener mucho sentido”, añade. “Antes sucedía que no se aceptaba el dialecto chileno versus el dialecto español. Los chilenismos eran de un hablar vulgar. De ese dialecto nace el habla nacional. Hay conceptos que hoy son parte del acervo lingüístico nacional. ‘No estoy ni ahí', por ejemplo, que viene del mundo delictual. Quiere decir que no estaba ahí, en el lugar del delito. La literatura toma palabras de la marginalidad y las difunde”.

El académico destaca el “Diccionario ejemplificado de chilenismos” —desarrollado desde el año 56 al 2000, sacado de las obras literarias, criollistas y costumbristas— y el Narcodiccionario que elaboró la Policía de Investigaciones, que reunió 4 mil 671 palabras con diez mil acepciones, todas referidas a nombres y actividades relacionadas con las nuevas drogas en el país. “Hay que recordar que el lenguaje delictual está unido al lenguaje político, porque en el Gobierno militar los presos políticos estaban junto a los presos delictuales. Eso lo aborda un expreso político en un libro llamado ‘Coa'. Lo vemos hoy en la Araucanía, donde hay discursos delictuales y políticos entremezclados”.

—¿Cómo se transformó el habla chilena desde el estallido social en adelante?

—Ha sido una torre de Babel que quedó dividida en varias comunidades, que ahora están tratando de marchar todas juntas, por un largo camino, después de haber cruzado el mar, llegan al desierto y vamos a andar vagando como 40 años más para encontrar un lugar medianamente estable. Cada grupo empezó a pedir lo suyo, pero hay que converger en una sola unidad. Se encontraron nuevas formas de hablar. Nuestros íconos no son los de siempre, se cuestionan ciertos monumentos. En estos momentos no hay consenso en casi nada, estamos fraguando un Chile nuevo a través de las palabras.

—¿El lenguaje inclusivo tiene un límite? Porque no provoca lo mismo decir Cámara de Diputados y Diputadas que “Somos Humanes”...

—El límite del lenguaje somos los propios hablantes. Si esa forma nos sirve para comunicarnos, lo vamos a adoptar; si hay problemas de interferencia, no. La máxima discriminación es la lingüística. Se crean tribus que usan el lenguaje inclusivo, pero el resto de la comunidad no los integra. Si el lenguaje incluso logra superar a esos hablantes, se va a generalizar. Depende también de si tiene o no apoyo en los medios de comunicación y en los establecimientos educacionales. No se puede imponer ni prohibir. Se lanzó el fenómeno, se argumenta, la RAE tiene sus argumentos basados en la normatividad, nosotros los nuestros basados en el uso. Pero como ahora no es un fenómeno espontáneo desde los hablantes, sino ideológico, creado como una forma de bandera de lucha, está muy limitado a esos grupos todavía.

—Pero la Constitución nueva está escrita en lenguaje inclusivo y cuando las autoridades se sienten obligados a utilizarlo, cometen errores como el de “las y los medicamentos”.

—Pero ese error es un uso del lenguaje y queda en el hablante. Estamos en el pidgins, la unión de dos hablas medianamente desarrollada, viene de speech business, cuando dos personas saben apenas palabras y no necesitan una elaboración mayor. Porque en el lenguaje no inclusivo también se cometen errores y no pasa nada. Es un lenguaje que está activo y quién sabe si en 10 años más eso ya no sea un error.

Erupciones del lenguaje

Reyes es autor del “Manual Sociocultural de Habla Chilena para Extranjeros y Estudiantes de Lenguas” (2016) —donde repasó conceptos como “ser flaite”, “ladrón de cuello y corbata”, “encapuchado” o “me enteré por la prensa”— y del libro “El apodo en la historia de Chile. Nominar para Dominar” (2012).

“Ese fue mi despertar a la innovación porque los apodos siempre se utilizaron como un recurso cómico, asociado a lo vulgar. Y no, toda la monarquía tenía dos nombres y tenían que ver con características físicas, psicológicas o con el lugar donde habían nacido. El pueblo lo imitó. Tenía un componente socioracial en America Latina”.

—Usted habla de eufemismos o “lenguaje diplomático” como una forma de violentar una realidad, fenómeno que se comenzó a visualizar en Chile en los ‘90.

—Es decir cosas desagradables con palabras bonitas. No decir “miente” sino “falta a la verdad”. “Guerra fría”, “Estado de excepción intermedio” también es un eufemismo. Es lo políticamente correcto. Escuchaba al encargado en la Araucanía que decía que el papel no dice “acotado” ni “intermedio”. Por ejemplo, la Ministra del Interior no es eufemista, es muy directa. Ya antes de ser ministra expresaba sin tapujos sus pensamientos.

—¿Las redes sociales de qué manera transforman nuestro lenguaje?

—La gran diferencia es que reflexionábamos antes de hablar. Con las redes, la velocidad, el impulso, la ansiedad te hace ser arrebatado, buscar la frase provocadora que te vaya a dar likes. Hay mucha emotividad negativa. El lenguaje en redes está unido a estados alternados de la mente y el propósito de la comunicación siempre es el contacto. Da respuestas inteligentes, pero no soluciones. Sí satisfacen la necesidad de transparencia, porque los gobernantes hoy pueden mostrar su privacidad. Hay una tendencia a la economía lingüística, que en la literatura se ha reflejado con los microcuentos.

—Usted utiliza el concepto de “globañol” para hablar del lenguaje que se utiliza en redes sociales, que se entiende más allá de las diferencias dialectales geográficas.

—Un chileno escribe “altiro” y eso lo debería entender un español, un colombiano, argentino o mexicano, de clase alta o media, joven o viejo: tenemos que llegar a una estandarización panhispánica. He estado haciendo ejercicios por twitter, tomamos los tuits de Maduro y Guaidó, vimos cuantos venezonalismos habían y cuantas palabras eran entendidas por todos. Hay un léxico compartido y uno específico, eso se va a ir generalizando después. Pero así como surge el sentimiento de la plurinacionalidad, también va a surgir el efecto del nacionalismo. ¿El habla chilena va a desaparecer? Va a depender de nuestro espíritu nacionalista.

—¿Cómo se vislumbra nuestro lenguaje en 10 años más, dada la ebullición actual?

—Es un río desbordado que se ha salido de su cauce. Dada las redes sociales, hace erupciones por todos lados. Hay muchas lenguas en contacto y muchos sistemas lingüísticos. La Constitución va a exigir en ciertas regiones el uso oficial de la lengua indígena. Donde hay mayores cambios, dado los migrantes, es en la comida. Hay un nuevo léxico que nos trae el ciberespacio, la pandemia o el lenguaje jurídico y económico. Se enriquece la lengua toda vez que entra en contacto con otros códigos y comunidades. El escuchar al otro siempre enriquece.

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