El compositor Sebastián Errázuriz (47 años) entró al taller de guitarra de su colegio y reconoce que a la tercera clase ya tocaba mejor que el profesor, “pero niño prodigio no era”, dice entre risas. Lo adelantaron al nivel de los más grandes, hasta que el maestro se dio cuenta de que había tocado techo y lo recomendó al reconocido guitarrista nacional Emilio García, quien no impartía clases para escolares. De inmediato detectó el talento del joven y lo aceptó. Entonces, su pasión comenzó a tornarse en una verdadera vocación, aunque un fuerte dolor de cabeza para sus padres.

“Fue un drama familiar épico”, cuenta el compositor. Recuerda que en cuarto medio se planteó seriamente seguir el camino de la música profesional, pero que la presión social de su entorno lo frenó. Cuando le contó sus planes a su papá, este le dijo: “para vivir de la música en este país hay que ser un genio y si lo fueras, ya te habrían descubierto. Así es que olvídate de estudiar música… tienes que ganarte la vida”. Y fin de la conversación.

El creador de óperas como “Viento Blanco” y “Papelucho” no tuvo opción. Durante ese verano fue guitarrista de la banda “Fresco y Natural después del postre" y en marzo se matriculó en Sociología en la U. de Chile, donde fue compañero de Daniel Jadue y de Alberto Mayol. Sin embargo, un viaje por Sudamérica se transformó en una experiencia iniciática y el adiós a la carrera más tradicional. Sin avisarle a su familia, congeló sus estudios y fuera de todo plazo se inscribió en la Escuela Moderna de Música. No transó y su familia se tuvo que resignar. Hoy su papá es su fan y celebra con mucho orgullo sus logros, el último de ellos: la ópera “Patagonia”, inspirada en los 500 años de la expedición de Hernando de Magalles y Sebastián Elcano, la primera en que se dio la vuelta al mundo en la historia.

La obra, inédita coproducción que fue escrita desde el sur de Chile y que une a dos de los principales teatros de la zona, además reunió al compositor con el director de escena argentino Marcelo Lombardero, además de la Orquesta de Cámara de Valdivia y el libretista Rodrigo Ossandón, quien relata el encuentro de la comunidad Aonikkenk –habitante de la bahía San Julián– con la tripulación de Magallanes desde el punto de vista del territorio patagónico.

–En “Patagonia” la expedición es contada desde el punto de vista de los tehuelches, ¿de dónde surge esa idea?

–Ese tema surgió en el proceso de investigación. Todo lo que sabemos de la expedición de Magallanes lo sabemos desde la mirada europea. Una de las principales fuentes para nuestro trabajo fue la biografía de Magallanes de Stephan Zweig, en la que afirma que la historia finalmente siempre la cuentan los que han sido más perversos y sanguinarios. Esas ansias de reconocer a los pueblos originarios nos llevó a pararnos en la Patagonia y preguntarnos:¿cómo vivieron los patagones la llegada de los conquistadores? Mientras estábamos en ese proceso, Elisa Loncón se transformó en presidenta de la Convención Constituyente. Lo primero que hice fue agarrar el teléfono, llamé al libretista y le dije: “Esto está pasando hoy”. El imput de la contingencia y el ritmo de estos tiempos se nos fue metiendo muy fuerte en la obra… se nos profundizó esa permanente pregunta de ¿para qué y para quién hago esto?

¿Qué otros aspectos de la contingencia fueron considerando?

–El que los conquistadores fueran todos hombres nos hizo plantearnos el desafío de ser capaces de contar esta historia desde la mirada de los pueblos originarios y en voz femenina. Es por eso que tres mujeres tehuelches van llevando la narración. La primera sinopsis de la obra era Hernando de Magallanes, la historia de sus barcos… la expedición… pero en la medida que fuimos avanzando dijimos: “bajémonos de los barcos y metámonos al territorio”. Nos fuimos permeando de la actualidad: la pandemia, el estallido social y la convención. También nos preocupamos de hacerlo de manera natural y que no se transformara en una obra panfletaria.

Y agrega:

–Por otra parte, discutimos mucho con el equipo el evitar caer en la cosa híper binaria de los buenos y los malos. Me parece fuera de época. ¿Magallanes era un “hijo de puta” desgraciado? No, Magallanes era un hijo de su tiempo.

“El medio todavía quiere encasillarte”

Errázuriz lleva seis años viviendo en Frutillar. Junto a su mujer, decidieron trasladarse entre varios motivos, por la búsqueda de un proyecto educativo que les hiciera sentido para su hija. “La educación musical, en particular, en Chile es tremendamente desigual y a la suerte de la olla”, afirma. “El año que llegué a Frutillar estuve a cargo de un plan de mediación de música chilena en escuelas y en muy pocas ocasiones a los niños les tocaba la suerte de un profesor con una vocación real. En el 99% de los casos o no existía el ramo de música o la hacía un profesor de otra especialidad. Me tocó ver a un profesor de matemáticas que impartía el ramo y su clase era para llorar. A nivel general la música está totalmente botada. No hay enseñanza musical en los colegios. Ante la pregunta sobre ¿Qué pasa con la educación musical en Chile? Creo que es más pertinente preguntarnos ¿Cuál educación musical?”, dice.

Su experiencia en el sur, hasta ahora, le fascina. “Vivir en una ciudad chica y con este teatro es un lujo”, dice. De hecho, mientras da esta entrevista, gira la cámara de su computador para mostrar con orgullo la desde su escritorio. “Me encanta el ambiente que se está dando acá. Gente muy diversa, pero con un denominador común: el amor por la naturaleza, el querer hacer comunidad y bajar la pata del acelerador”, afirma.

–No eres el clásico compositor que uno imagina, de un mundo más docto quizás, ¿cómo te definirías musicalmente?

–Cuando dicen que soy un compositor “ecléctico” me siento bastante cómodo, porque fui músico de jazz, hago música popular a cada rato y me encanta trabajar con Ana Tijoux o el Frutillarino. Estar trabajando una semana en un disco con Joe Vasconcellos y a la semana siguiente estrenar una ópera para mi es algo totalmente normal… pero para el medio que todavía quiere encasillarte en alguna de las estanterías de las tiendas de discos, es ruidoso. Siento que esas etiquetas no aportan y que lo único que hacen es limitar.

Y agrega:

–Todavía en las escuelas de música se incentiva un poquito esta cosa del compositor como un poeta maldito, medio loco, que está encerrado en su mundo, como si no fuese relevante el destino de su obra, y para mí sí es muy relevante. Yo hace muchos años tomé la decisión de que escribo algo en la medida que tenga una historia que contar, no porque viva inmerso en una poética musical.

–Hay cierta idea de que la elite musical escribe para sí misma sin considerar mucho al público ¿ocurre eso?

–De hecho por esa razón soy uno de los compositores disidentes del circuito de la composición contemporánea docta chilena. El discurso de ese mundo va por preguntas del tipo ¿qué importa el público?, lo que me parece ridículo. Me interesa más la opinión de una señora que nunca ha ido a la ópera que la apreciación de los músicos gurúes. Me aporta más saber lo que le sucedió a ella con mi obra, que lo que ocurre en los circuitos de los que cuidan este “santo grial” llamado composición contemporánea.

–Has dicho que tienes “la necesidad vital de componer” ¿Cómo es tu proceso?

A diferencia de colegas que tienen la disciplina de componer una cantidad de horas diarias, yo no. Yo me meto en proyectos que en su fase inicial tienen más que ver con lo investigativo que con lo musical. Es casi un trabajo científico en el que necesito un panorama muy amplio, con mucha información. Luego termino lo que podríamos llamar el proceso de “divagación” y me armo una agenda concreta.

–¿Trabajas mejor bajo presión?

–Así es. El año pasado encontré una fórmula que me funcionó muy bien para separar las labores de la creación y la producción. Me levanto muy temprano, a las 4:30 de la mañana y a las 5:00 ya estoy sentado en mi escritorio escribiendo. A esa hora no hay whatsapp, no hay mail, solo mi café y yo. Mi gran descubrimiento es que ese trabajo en la madrugada vale por ocho horas y no hay titubeos. Luego parto tranquilo el día con mi hija y con la sensación de que ya hice mi pega creativa.

–Un trabajo creativo que te ha llevado a componer música para películas como “Santos” y “Fuga”, la banda sonora de un ballet como “Antártica”...

–La pega como compositor fluctúa entre proyectos muy diversos y para vivir de esto una de las principales fuentes es la industria audiovisual –acaba de ser nominado a los premios Pulsar en la categoría “Mejor música para audiovisuales”–. Me interesa el trabajo interdisciplinario y me llama mucho la atención poner la música al servicio de otra manifestación artística, tanto o más que el encargo para una orquesta, que es una labor más solitaria. El trabajo colectivo es muy bonito y me gusta participar en los montajes… Hay mucho compositor que te manda la partitura y con suerte llega al estreno. Para mí el poder compartir el resultado del encierro de las 5 de la mañana con todo el equipo involucrado, es alucinante.

–En “Viento Blanco” tomaste como inspiración la tragedia militar ocurrida en 2005, en Antuco, ahora miras al pasado pero inspirado en hechos de la actualidad. Con un ojo tan conectado con la contingencia y desde la música, ¿cómo miras Chile?

–Tengo mucha ilusión y esperanza con lo que viene. He seguido y me interesa mucho el proceso constituyente, también me preocupan las verdaderas campañas organizadas de desprestigio y de continuar con el ejercicio de no escucharnos. Se tiran voladores de luces porque alguien simplemente dio una opinión… una opinión que no es ley, no es norma, no es nada. Además estamos en un contexto en donde la estructura de los dos tercios garantiza que debe existir un nivel de acuerdo muy grande y por ende, también tendrá que haber un nivel de sensatez muy grande.

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