“Sólo sabemos que Gabriel Boric ha demostrado una inusual flexibilidad”.

Hoy por hoy, en la modernidad líquida que vivimos, hasta los hechos que parecen más evidentes resultan inseguros. Por ejemplo, decimos que Gabriel Boric asumirá la Presidencia de Chile. Esta afirmación, que parece indudable, sin embargo, está llena de incógnitas. No sabemos cuál será la organización política del Chile que gobernará Boric; no sabemos qué poderes tendrá su presidencia; y ni siquiera estamos seguros de quién es Gabriel Boric, realmente.

La Convención Constitucional trabaja —hasta el agotamiento, según quejas de sus miembros— para cambiar radicalmente la organización política del país. ¿El Chile que gobernará Boric será un estado unitario? ¿O será un conjunto de autonomías, que de unitario sólo tendrá el nombre? ¿El nuevo régimen político será presidencial, semipresidencial, o algo aún más mixto y vago? No sabemos las respuestas para esas y muchas otras cuestiones esenciales.

Tampoco sabemos, del todo, quién es Gabriel Boric. Sus cambios políticos han sido tan rápidos y variados que marean. Hace apenas cinco años el diputado del Frente Amplio lucía un discurso cuasi revolucionario y un peinado estilo mohicano (“me corté el pelo así para expresar mi rabia”, explicó esa vez). En noviembre pasado, tras quedar segundo en la primera vuelta de la elección presidencial, el candidato Boric eliminó el radicalismo de sus mensajes presentándose como un virtual socialdemócrata. Para entonces su peinado también era muy distinto: pelo cortito, con raya a un lado. En menos de un lustro de luchas y ascenso hacia el poder, el discurso de Boric y su imagen física, mutaron casi hasta lo irreconocible. Aquel guerrero mohicano rabioso se ha convertido, por ahora, en algo así como un joven Tancredi.

Tancredi, el protagonista juvenil de la novela El Gatopardo, se une con entusiasmo a la revolución de Garibaldi. Cuando su tío, el Príncipe de Salina, le reprocha esta traición a su clase, Tancredi pronuncia la frase más famosa de ese libro: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie.”

Los socios más radicales de su alianza, pueden temer que Boric se haya transformado en un Tancredi socialdemócrata. Otros sectores, incluyendo a la centroizquierda tan despreciada por el Boric anterior, podrían temer que el mohicano revolucionario no se haya ido, sino que sólo se haya travestido. ¿Si la nueva constitución genera un parlamento con escaños reservados que garanticen una hegemonía de la izquierda radical, mantendrá Boric su reciente moderación? Quién sabe.

Sólo sabemos que Gabriel Boric ha demostrado una inusual flexibilidad para mudar de posturas rápidamente. Esto indica que podría seguir haciéndolo, a menudo. Es posible que un presidente así de “líquido” sea el líder apropiado para un país cuyo sistema político está en plena liquidación.

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Katia Trusich Presidenta Cámara de Centros Comerciales

Hace algunas semanas, la futura ministra del Interior Izkia Siches, fue criticada por ir de compras a un centro comercial, un hecho común para millones de chilenos (en 2019 cada persona visitó en promedio un centro comercial cuatro veces al mes). Siches cerró la polémica de forma asertiva y cercana, a través de sus redes sociales, explicando su necesidad de adquirir vestuario para ella y su hija.

Este asunto anecdótico, reafirmó algo mucho más profundo: todos somos consumidores y todos vamos al mall, diferenciándonos solamente en la frecuencia y el tipo de uso que damos a estos establecimientos. Hace tiempo que los centros comerciales dejaron de ser sólo un símbolo de consumo, para convertirse en lugares arraigados entre los chilenos por su enorme oferta de bienes, servicios y entretención.

Según un estudio realizado por nuestra Cámara, con Upskills y la Cámara de Comercio, en dos de cada tres centros comerciales hay cines; en la mayoría hay patios de comida (82%) y en casi todos coexisten pequeñas y medianas empresas (el 96% tiene islas). A eso se suma que centros médicos, educacionales y oficinas públicas hoy forman parte de estos establecimientos, confirmando la tesis de Galetovic, Poduje y Sanhueza (2009, CEP), que planteaban que los centros comerciales se han trasformado en centros urbanos complejos, que comparten las preocupaciones de las ciudades y sus habitantes: seguridad, sustentabilidad y uso del espacio público.

Actualmente en el Congreso, se tramitan varias iniciativas tendientes a acortar los horarios del comercio, discriminando al principal empleador del país respecto de otros sectores productivos. Antes de restringir actividades destinadas a los consumidores, parece sensato considerar que afectar a un sector tan cercano a las personas también tendrá un impacto en ellas.

Todos queremos mejores oportunidades laborales, más tiempo en familia y de descanso para todos los trabajadores, pero en la discusión persisten varios mitos y desconocimiento. El comercio funciona con turnos, dando más oportunidades laborales; los horarios cambian entre zonas geográficas, entre formatos, entre competidores, incluso, entre locales de un mismo centro comercial y sobre todo, en algo que quedó patente tras las reaperturas en medio de la pandemia, las personas quieren que las dejen ir al mall.

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“Piñera deja un Chile más violento e inseguro ”.

Diego Sazo London School of Economics– Investigador VioDemos

Para llegar a La Moneda por segunda vez, Sebastián Piñera y su coalición no vacilaron en recurrir a la estrategia del miedo. Siguiendo un libreto utilizado por las derechas del mundo, plantearon en campaña que la continuidad de la Nueva Mayoría sería sinónimo de estancamiento económico y descontrol de la delincuencia. Proyectaron incluso el riesgo que corrían los chilenos con la izquierda en el poder: Chilezuela. Como alternativa, Piñera prometió un gobierno esperanzador que reactivaría la economía y pondría orden en la casa.

Una vez electo, la estrategia de Piñera en materia de seguridad pública consistió en aplicar mano dura contra los delitos comunes, el crimen organizado y la inmigración ilegal. Esto vino acompañado de una fuerte pirotecnia mediática. Fue así como, a pocas semanas de asumir, el presidente lideró un patrullaje nocturno en una población de Renca. Luego vendrían los anuncios televisados sobre un comando jungla para la Araucanía y las expulsiones de inmigrantes vestidos con overol blanco. Para Piñera y sus aliados, combatir la inseguridad significaba reprimir más fuerte y comunicar con mayor sentido del espectáculo.

Sin embargo, esta estrategia fue un fracaso. Tras cuatro años de mandato, Piñera deja un Chile más violento e inseguro. Esto se confirma no sólo con el aumento en la tasa de homicidios y delitos de alta connotación, sino también con el avance explosivo del narcotráfico. Lo mismo ocurre con los ingresos clandestinos en el norte, el vandalismo habitual en el centro y la violencia creciente en el sur del país. Más aún: el deterioro en la relación entre la policía y la ciudadanía vive uno de sus momentos más críticos. Aunque estos problemas responden a múltiples factores y algunos se arrastran por décadas, la correlación entre el enfoque punitivo del gobierno y el recrudecimiento de las cifras es evidente.

Esta fallida gestión de Piñera ofrece tres lecciones. La primera es que simplificar problemas complejos contribuye a la profundización del descontento social. Al sugerir que las amenazas a la seguridad se solucionaban con mayor represión, Piñera aplicó una fórmula destinada al fracaso. A la larga, esto acentuó la desconfianza hacia su figura y al conjunto del sistema político al exponerlos como especuladores frente a una prioridad ciudadana. La segunda lección es que recurrir excesivamente a acciones punitivas favorece el escalamiento de la violencia. Sin selectividad, proporcionalidad y eficacia, la represión del Estado acentúa la percepción de injusticia entre algunos individuos y los incentiva a radicalizar sus métodos de resistencia. Tercera: solucionar los problemas de inseguridad requiere de medidas sostenibles en el largo plazo. Tal como demuestra la evidencia, perseguir financieramente a los carteles criminales, contener a los grupos de insurgencia armada, y reconstruir las relaciones entre la policía y las comunidades locales, son procesos paulatinos ajenos al cortoplacismo del rating y de las campañas digitales.

En el balance final, el juicio al gobierno de Piñera es negativo. Esto no sólo por haber empeorado las condiciones de inseguridad en el país, sino también por tropezar nuevamente con la piedra de las altas expectativas frente a desafíos complejos.

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