En el lugar de Sudamérica donde vivimos, nos encontramos aún en la frontera agrícola. Aún derriban bosques y los convierten en agricultura de arado. Uno ve que ocurre muy rápido. ¿Qué está pasando con esos hábitats? ¡Están desapareciendo! ¿Dónde está el espacio para las otras criaturas que debieran compartir el planeta con nosotros? ¿Por qué tenemos un santuario de ballenas en el extremo sur? Estamos intentando repeler el proyecto humano, mantenerlo a raya.

—Doug Tompkins

Al igual que los perros callejeros, tan comunes en Chile, el fundo del valle Chacabuco se encontraba descuidado, abandonado y por los suelos cuando Doug y Kris fueron de visita la primera vez. Más de 25.000 ovejas recorrían el valle, comiéndose todo el pasto, los arbustos e incluso los brotes. […]. El prado florido del valle, los calafates, los canelos, y las fresas salvajes habían sido eliminadas […], y el fundo contrataba a un equipo de cazadores conocidos como “leoneros”, que disparaban, envenenaban y atrapaban a los pumas silvestres.

En los lagos de la alta montaña se bañaban los flamencos y, al amanecer, las bandurrias con sus impresionantes picos curvos buscaban comida en el pasto y graznaban una advertencia a los otros animales cada vez que llegaban humanos. Los pequeños chunchos se posaban en los postes del alambrado. Cientos de metros en el aire, los cóndores montaban las corrientes ascendentes que se formaban cuando los vientos provenientes de los campos de hielo de la Patagonia chocaban contra la falda de las montañas. Paños con bosques de hayas, pequeñas manadas de camélidos silvestres sudamericanos conocidos como guanacos, y la cadena de veinte lagos de alta montaña rebosantes de diferentes tipos de aves permitían imaginar su esplendor pasado, sin embargo, hacia el 2004, “ValChac” —como el fundo era conocido— tenía una hemorragia tanto monetaria como de biodiversidad. “Cuando visité el valle Chacabuco por primera vez, vi las “vallas para guanacos” extremadamente altas, diseñadas para mantener a estos saltadores de primera fuera de los pastizales, que estaban reservados para el ganado”, dice Kris Tompkins. “Mis ojos quedaron perplejos cuando vi las decenas de miles de ovejas pastando por todo el valle. El pasto se veía irregular y muerto. No quedaba nada para la vida silvestre”.

Kris imaginó un gran plan para revitalizar las tierras degradadas de ValChac. Se sintió motivada por el desafío, y junto a Doug escudriñaron el fundo desde el aire, tomando tantas fotos aéreas en alta resolución que cuando el propietario llamado Francisco de Smet aceptó una invitación a su hacienda en Reñihue, descubrió que la pareja había estudiaba exhaustivamente su fundo a punta de fotos aéreas. Como admiradores secretos desde el cielo, Doug y Kris se imaginaban la vida con el fundo del valle Chacabuco a su cuidado. […] Yvon y Malinda Chouinard compartían su pasión, donando terrenos y dinero, y respaldaron el proyecto del parque con su influencia, que era considerable.

Tras años de negociaciones, la venta se formalizó en octubre del 2004. De Smet quería $9 millones de dólares por el terreno y $1 millón por los animales. Kris luchó arduamente por comprar el fundo sin las 25.000 ovejas, pero sin éxito, puesto que De Smet tampoco quería los animales. Ambas partes sabían que arrojar tantas ovejas al mercado haría colapsar el precio y dañaría a otros criadores de ovejas, y que no había capacidad suficiente para refrigerar o transportar tal volumen.

Luego de que Kris comprara el fundo ValChac, los rumores rebotaron por todo el valle: “¡Los ambientalistas vienen a cerrar el lugar!”. Los locales habían oído y leído sobre las batallas en Pumalín, a unos 700 kilómetros al norte. La misma pareja de gringos que “partieron Chile por la mitad” estaban tomando las joyas de la Corona latifundista en el corazón mismo de la Patagonia. ¿Eliminarían un estilo de vida por completo?

Sus miedos no eran infundados. Colonia Dignidad, el mismo enclave alemán por el que Doug había pasado durante su épico viaje de 1968, y luego nuevamente con sus colegas de Esprit para navegar el Biobío, estaba ahora siendo expuesto como un centro de torturas clandestino utilizado por los militares chilenos. En la superficie Colonia Dignidad había prometido educación y salud gratis; en realidad era una mansión del horror administrada por un grupo de alemanes recluidos. Para muchos de los políticos en Chile, Colonia Dignidad parecía ser como una nación dentro de su nación. Protegida por el gobierno alemán, parecía ser un remanente de la Guerra Fría, y el gobierno chileno era incapaz de controlar a estos poderosos extranjeros ni desmantelar sus costumbres extrañas y tradiciones violentas. Más de unos cuantos chilenos sospechaban que Tompkins podía también estar escondiendo una agenda secreta.

Mientras se preparaba para tomar la posesión de ValChac, Kris armó un equipo de transición. Reunió a un grupo de tres personas, todas mujeres, para establecer las reglas. “Fuimos a ValChac y tuvimos que aceptar formalmente la estancia de parte del dueño, y reunirnos con todos los empleados, veintiséis gauchos y dos cocineros”, dice Kris riéndose. “Y estos son gauchos pistoleros, con el cuchillo en el cinturón. ¡Y ahí estábamos! Carolina había preparado su manual para empleados. Y decía, ‘No se permiten armas', y cuando leyó eso todo el mundo miró hacia el suelo porque todos cargaban pistolas, rifles, y tenían cuchillos en sus pantalones. Y luego dijo, ‘¡No se permiten mascotas!'. Y cada uno tenía entre siete y doce perros. Fue una forma extraña de comenzar”.

Tan solo meses después de haber comprado el fundo, Kris y Doug se enfrentaron a una crisis. Miles de corderos estaban a punto de nacer. Tenían que cuidar a los enfermos, sacrificar a los moribundos, y vacunar a todos los corderos balantes. Ahora entendían por qué De Smet había luchado tanto por dejarles las ovejas.

Kris se hizo cargo. Antes de ser Kris Tompkins había sido Kristine McDivitt, una descendiente de escoceses criadores de ovejas. Mientras Doug vertía millones de dólares en la granja orgánica de 8.000 hectáreas en Argentina conocida como Laguna Blanca, y pasaba los días dedicado a la bioquímica y a la agricultura orgánica, Kris organizaba estudios de la fauna de ValChac. Malinda e Yvon Chouinard estaban motivados también con las oportunidades de restauración. Mantuvieron una lealtad con Kris y sabían de primera fuente lo valiosa que había sido para la empresa Patagonia. Invirtiendo su tiempo y recursos, jugaron un rol clave en la compra de los terrenos adyacentes.

Mientras estudiaban colectivamente la fauna, Doug y Kris debatían sobre las mejores técnicas de conservación y compraban terrenos, surgieron una serie de preguntas. ¿Qué animales habían sido cazados hasta la extinción? ¿Habrán sobrevivido otros ecosistemas para esos mismos animales? ¿Cómo podía reintroducir especies endémicas a la tierra desolada? El valle servía como un corredor biológico para las especies que migraban a través del corazón de la Patagonia, haciendo del terreno un proyecto ideal para el interés creciente que ella y Doug cultivaban por el retorno de la vida silvestre.

Luego de comprar el fundo, Kris dirigió las negociaciones. Ella y Doug ofrecieron los terrenos gratis al gobierno chileno. El Servicio Nacional de Parques de Chile (Conaf) podía administrar la tierra, en un proceso similar al de Argentina con Monte León. Los chilenos rechazaron la oferta. No iban a recibir un parque nacional gratuito. Intimidados por la infraestructura y el mantenimiento necesario, se temían que el gobierno chileno no podría permitirse el costo de aceptar la donación.

Doug y Kris convirtieron el rechazo sorpresivo en un desafío. ¿Serían capaces de restaurar el fundo sobreexplotado y reconstruir un ecosistema en el proceso? “El proyecto tenía cierto romanticismo, porque empezar de cero significaba mucho trabajo de campo para Douglas y Kris”, explica Ingrid Espinoza, quien trabajó con ambos y vivió, junto a su esposo, en Reñihue. […]

Inicialmente, los únicos edificios habitables en ValChac eran un redil en ruinas y una choza que alguna vez había sido usada por los arrieros. Doug y su equipo de constructores remodelaron el redil y le dieron la forma de un refugio básico, y pronto Kris y Doug estaban durmiendo allí varios días a la semana mientras esbozaban la infraestructura para su nuevo proyecto de parque nacional.

Al atardecer, los rayos del sol atravesaban nubes moradas mientras el cielo se desplazaba por una docena de azules. Iluminados por la luna los locales podían guiarse cuando cabalgaban. Las noches eran una maraña de sonidos de animales. Los guanacos lanzaban un llanto penetrante cuando se sentían amenazados. “Luego tenías el caos de la persecución y luego también los gritos de cualquiera fuera el animal que se estuvieran comiendo”, dice Kris. Pese a los ataques frecuentes de pumas al ganado, Doug y Kris preferían dormir en carpa a la orilla de un lago. Las conexiones telefónicas no existían, por lo que usaban una radio CB y se dieron nombres indicativos. Él era Águila. Ella era Picaflor.

[…]

Ahora que su fundación Conservación Patagónica era dueña del vasto valle, era hora de explorar. ¿Qué había comprado exactamente? Saliendo de la casa, a Doug y Kris les gustaba caminar de la mano: sin teléfonos, sin servicios digitales y, si el clima lo permitía, sin ropa.

Doug ya no tomaba ácido ni usaba alucinógenos. En estos viajes desnudo no necesitaba ningún atajo psicodélico para apreciar la belleza del paisaje de la Patagonia. “Saquen a los humanos del medio”, decía a menudo, “y la naturaleza florecerá”. Kris y Doug solían detenerse en sus paseos para señalar la órbita de los cóndores sobrevolando un cadáver en descomposición. Cuando buscaban el objeto de la atención de los cóndores, a veces se encontraban una vista macabra: una docena de corderos mutilados. Las madres puma les enseñan a sus crías a morder la yugular, matando a la presa de inmediato. Pero los cachorros de puma son menos eficientes, a menudo hiriendo o mutilando a los corderos, sin matarlos de inmediato. El saldo de una sola tarde podía alcanzar a ser veinte o treinta corderos, y las lecciones de cacería de la madre puma dejaban a su paso una sangrienta escena. Los cóndores planeaban desde arriba, esperando su turno.

Doug necesitaba escapar de Sudamérica para tener aventuras en el extranjero y aceptaba una oferta de su amigo Mike Fay, quien buscaba a un piloto experto que lo ayudara con un reconocimiento aéreo que estaba organizando en Chad, África Central. La misión era tan aburrida como volar puede serlo: volar en línea recta a través del desierto, estimando la población de animales a lo largo de 3.000 kilómetros cuadrados. La ruta de vuelo de la investigación requería cientos de vuelos en cada dirección, como una gran hoja de papel gráfico. Tompkins volaba siguiendo la línea de visión, ignorando deliberadamente los instrumentos. Rara vez se desviaba más de tres metros del curso. “Era fenomenal”, dice Fay. “Siempre puedes distinguir a un buen piloto de uno malo según la rectitud de sus líneas. Y las suyas eran perfectamente rectas”.

[…]

Doug y Kris ahora se alternaban entre su casa del bosque lluvioso de Pumalín, los humedales de Iberá y su nuevo proyecto en las praderas de la Patagonia. En una ladera sobre el río Baker, de agua marina, y arrimado en un valle pintoresco a ochenta kilómetros tierra adentro desde el océano Pacífico, ValChac ofrecía una alternativa soleada y de cielos despejados al clima gris y sombrío de Pumalín.

Cada vez que iba en su Cessna rumbo al sur, Doug volaba por una ruta diferente, mientras acumulaba 7.000 horas de vuelo, a menudo sin utilizar los instrumentos. Volar de vista, Doug aleccionaba a sus atónitos pasajeros, es esencial para evitar inconvenientes si es que llegan a fallar los instrumentos o, algo que le había pasado más de un par de veces al piloto excesivamente entusiasta, cuando el avión se quedaba sin combustible en pleno vuelo.

Entre los que se sentían más amenazados por la llegada de activistas medioambientales estaban los cazadores de pumas, los hombres que encarnaban al noble pionero en el corazón de la cultura vaquera de la Patagonia. Conocidos como leoneros, eran valientes cazadores que montaban a caballo en expediciones hacia lo alto de la cordillera de los Andes, o incluso a veces a la vecina Argentina. Estos cazadores acarreaban cuchillos, pistolas y escopetas. Su arma más efectiva era una jauría de perros, un grupo de todos colores y tamaños que parecía haber sido sacado de doce esquinas de alguna calle al azar. Más inteligentes que los de raza pura, estos mestizos no eran solo cazadores. Para el gaucho nómade que solía pasar meses en el descampado, eran su compañía.

Doug se obsesionó con proteger los pumas. Entregarles a los pumas el lugar completo para que cacen y maten era una parte clave de su estrategia para permitir que el cazador alfa de la zona recuperara su rol, regulando las poblaciones de animales nativos. El equipo Tompkins entrenó a los leoneros del fundo para convertirlos en guardaparques. En vez de matar a los pumas, les disparaban con dardos tranquilizantes, y luego montaban el animal de 50 kilos sobre una camilla mientras el equipo veterinario les abrochaba un collar de seguimiento por onda de radio. Los antiguos cazadores llevaban a los biólogos en travesías de un día para identificar las zonas clave del hábitat del puma. Expulsados del valle por un siglo de balas, la población de estos felinos estaba dispersa, y rara vez se la divisaban. Nadie tenía idea alguna de cuántos de estos leones de montaña vivían en ValChac.

Doug armó un equipo multidisciplinario de conservación para estudiar el hábitat, la salud, y la población restante de pumas en Valle Chacabuco. Convenció a un zoológico de Santiago que recolectara la orina de puma de sus felinos enjaulados. Acarrear barriles de orina de puma a la remota Patagonia, Doug se dio cuenta, era el primer paso para ayudar que la población nativa de leones de montaña se recuperara. Colocando la orina de puma en una botella aspersora, hizo que su equipo marcara el territorio con el olor de un puma desconocido. Calculaba que con eso merodearían por otros lugares y evitarían a las ovejas, que eran presa fácil en el valle.

Con Kris encabezando el proyecto del valle Chacabuco, dividieron su tiempo entre el Parque Pumalín, que se encontraba paralizado más al norte, y su nueva operación, que habían bautizado como Parque Nacional Patagonia. El trabajo solía comenzar al amanecer y continuaba hasta bien entrada la noche. Doug a menudo tenía jornadas laborales de doce horas. Kris sentía como si hubiera vuelto a ser gerente, pero esta vez en vez de dirigir la compañía Patagonia, estaba reconstruyendo un ecosistema en la Patagonia misma. Doug le dejaba cartas de amor en sus bolsillos, zapatos, y cajones de ropa. Incluso pegaba notas en la parte trasera del asiento del piloto en su avión. Cuando ella se sentaba en el avión, la nota estaba a la altura de sus ojos. “O sea, eran como huevos de Pascua”, dice Kris riéndose. “Recibir ese tipo de amor cambia todas las células de tu cuerpo. Tu cara cambia. La manera en que contestas el teléfono. Todo se relaciona con esa otra persona. Y estábamos un poco obsesionados el uno con el otro. En nuestros momentos felices estábamos solo los dos”.

A la luz de las velas, por la noche Doug estudiaba los mapas de la región de Aysén. Colocando fotografías lado a lado, componía los paisajes. Tomaba estas fotos mientras volaba con una mano y fotografiaba con la otra, a menudo a tan solo a quince metros de altura. Cuando necesitaba enfocar la cámara, piloteaba con las rodillas. Uniendo las imágenes individuales, Tompkins descubrió rincones secretos del valle. La región de Aysén estaba cartografiada precariamente, y mucho de lo que se conocía provenía de un viaje realizado en 1912 por un monje salesiano y escalador llamado Alberto De Agostini, quien pasó una década acarreando una cámara de formato medio de 6x6 entre las montañas. Al igual que Ansel Adams en parque Yosemite, las fotografías de De Agostini provocaron un movimiento conservacionista más amplio.

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