“Hace seis años uso bastón, pero tengo buena salud para mis 85 años”, comenta el sacerdote José Miguel Ibáñez Langlois. El escritor, teólogo, poeta, crítico literario y académico responde por escrito; develando desde su iPad una apertura a su conocido carácter reservado. “Jamás escribiría mis memorias”, ha dicho repetidas veces.

Estos días, dice, su única limitante es el tiempo. Como capellán de la U. de los Andes (desde 1989) mantiene un rol activo. “Celebro misa a diario, es lo más formidable que hago desde los 61 años que llevo de sacerdocio; ahora solo en mi casa, por el estado de mis piernas. En la Universidad de Los Andes dejé de hacer clases hace dos años; después de casi sesenta de enseñar, ya era hora, ¿no?”.

Crítico literario de El Mercurio (desde 1966 hasta mediados de los 2000), donde fue conocido bajo el seudónimo Ignacio Valente, el clérigo vive en un centro cultural de la prelatura del Opus Dei en Vitacura. En su habitación cuelga un crucifijo, la imagen de la Virgen y centenares de libros. “‘El Quijote', me lo he leído innumerables veces; no me canso”, comenta. En su escritorio tiene una fotografía con Josemaría Escrivá de Balaguer en Chile (fundador del Opus Dei) y otra con Juan Pablo II. Son de cuando integraba la Comisión Teológica Internacional del Vaticano (entre 1986 y 1992).

Con más de cuarenta libros de poesía, filosofía y teología y unos mil quinientos artículos y ensayos, está ad-portas de publicar un par de ediciones cuyas temáticas reserva. “En la puerta del horno se queman los bollos”, dice y agrega: “Hoy apenas ejerzo como crítico en la prensa. Antes leía como mínimo tres libros semanales. Estoy escribiendo mucho, publicando un libro por año desde hace tiempo. Aunque me he dedicado a distintas áreas siempre he querido ser el cura-cura, sin añadidos”.

¿Cuáles son los temas que lo movilizan hoy?

–El misterio de Cristo para leer, escribir y vivir. También me preocupa profundamente la crisis económica que deja esta pandemia. Como sacerdote trato de ayudar en lo posible; movilizando grupos universitarios y empresariales.

¿Y qué significado le da a la muerte del ex sacerdote Fernando Karadima, condenado por la Iglesia Católica debido a abusos sexuales?

–A Karadima apenas lo conocí y hasta aquí llego, tampoco soy el juez del Juicio final. ¡Qué sabe uno! Todo ese problema de los abusos me afecta dolorosamente, como a toda la Iglesia. Pero de esta saldremos, como ha salido de tantas la Iglesia Católica.

En una entrevista usted dijo que era un “disparate” emerger de esa crisis con un cambio estructural de la Iglesia.

–Así es, la Iglesia puede levantarse como ha salido siempre de sus periodos críticos: haciendo lo suyo, anunciar a Cristo, predicar la palabra de Dios, santificar mediante los sacramentos. Hago mía esa palabra famosa: “Estas crisis mundiales son crisis de santos”. Y aquella otra palabra de Newman: “denme cinco santos y convertiré a Londres”.

–Frente al proceso que se vive con la Convención Constituyente, ¿cuál sería el rol de los convencionales católicos?

–Primero la naturaleza de una Constitución, que está algo confusa entre algunos constituyentes. Ella no es un mero conjunto de buenos deseos sociales o aspiraciones políticas, sino la ley fundamental donde se encuadran todas las leyes. Es la estructura básica de una sociedad; el conjunto de deberes y derechos fundamentales que rigen una comunidad. Estos no proceden de ningún legislador humano, sino de nuestra propia naturaleza humana. La Iglesia Católica no tiene por qué estar representada en la convención. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Los fieles católicos que estén en ella actuarán según su conciencia, sin implicarla.

Chiflado por las matemáticas

“Vivíamos en una casa apretada para ser siete hermanos, en Los Leones a metros de Pocuro. Pero con plaza al lado para juegos y deportes. Mi padre fue un abogado y mi madre una escritora e ilustradora de sus libros”, cuenta.

Doctor en Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid, y Doctor en Filosofía de la Universidad Lateranense de Roma, de niño se ve como Sandokan, D'Artagnan y Dick Turpin. “Me recuerdo con espadachines, y como Buffalo Bill a caballo en el campo; estos personajes fueron los protagonistas de mis primeras lecturas. Me disfrazaba y a los diez años me los tomaba muy en serio; me alegro de haber practicado esas fantasías”.

Y añade: “Ese campo quedaba en Maipo. Lo tengo vivo en mi memoria, como una especie de paraíso perdido: las casas, el parque, los potreros. Recuerdo hasta los caballos que monté: su rienda, su fuerza, su velocidad y mis caídas”.

¿Su pasión por la escritura viene de su madre?

–Sin duda, aunque ella escribía cuentos de niños y sobre todo de jardines, era muy jardinera. También escribía de cocina, aunque no era muy cocinera.

En el colegio Saint George's, donde estudió, tuvo como profesores a Premios Nacionales –como Roque Esteban Scarpa (Literatura)–. Además, a “sacerdotes doctos, rezadores y muy USA”. “En esa época no existía la política en mi colegio”, comenta.

¿Cómo era ese estilo estadounidense?

–Los colegios católicos de entonces eran más empaquetados, con más obligaciones religiosas, y los alumnos eran menos amigos de los profesores. A nosotros nos dejaban más libres a nuestra iniciativa.

En sus años escolares “jugaba fútbol, sobre todo fútbol" y practicaba mucho ciclismo. “No me despintaba de la bicicleta. También esquiaba, pero barato y esforzado, subiendo en camión, y sin andariveles; trepando con los esquís al hombro. Y estudiaba poco. Tuve calificaciones superiores en el colegio, en Ingeniería y en los dos Doctorados, pero me carga lo del mejor alumno, del mateito. No era de esos”.

Asimismo, entró a ingeniería porque siempre estuvo “chiflado por las matemáticas, por el cálculo, la analítica y la teoría matemática”. “Estuve primer año y segundo en la UC, pero después partí a Roma y a Madrid donde estudié filosofía, teología y literatura”.

Su llamado al sacerdocio se concretó cuando conoció a los primeros miembros del Opus Dei en Chile.

–Así es, uno de ellos era profesor de Ingeniería en la UC y el otro alumno de la carrera. Fueron personajes inolvidables, la palabra que mejor los califica es santos.

Esta vocación sacerdotal se cimentó gracias a ellos…

–Absolutamente; los conocí en la universidad; yo solo era de misa dominical y poco más. Pero en el Opus Dei entendí la llamada del cristiano a la santidad. Comprendí que el estudio y el trabajo eran parte integrante de esta vocación divina. No fue solo un llamado doctrinal, sino la vida de aquellos admirables pioneros, que vinieron del viejo mundo con lo puesto. Llegaron con una misión que parecía disparatada, pero gracias a Dios conseguida: hacer el Opus Dei en Chile.

La periodista Olivia Mönckeberg, quien en 2003 publicó “El imperio del Opus Dei”, dijo en una entrevista a El Mostrador que trece años después, está mucho más convencida del poder y la influencia del Opus Dei en Chile. Que lejos de ser un grupo religioso, tienen poder y también lo tienen en lo material: “es cosa de ver ese gran proyecto que es la Universidad de los Andes", señaló.

–Durante estos trece años el Opus Dei ha crecido, aquí y en los cinco continentes, porque está vivo. ¿O cuál era la idea: ¿que durante estos años nos estancáramos, nos achicáramos? El poder de mover voluntades, de ayudar a otros a vivir una vida cristiana, lo tenemos porque estamos vivos, y por la gracia de Dios: sin ella no iríamos ni a la esquina. ¿Otros poderes? Supongo que para montar una empresa se necesita poder económico, y para fundar un partido se requiere poder político; pero para iniciar una universidad se necesita vocación académica, preparación intelectual y un proyecto cultural. En la Universidad de los Andes lo hemos tenido, cómo no. Si eso es “elite”, son parte de ella todas las universidades del mundo.

“ ¿Arrepentirme de qué?”

“Con Parra tuve una estrecha amistad, fui un habitual de La Reina, e hice todo lo que pude por difundir su obra cuando otros la mezquineaban, porque me pareció innovadora; me abrió los ojos sobre cierto tipo de poesía que no estaba en mis cánones. Con Uribe tuve una gran amistad, admiré sus primeros libros, no los que siguieron. Siempre estimé lo certero de su ojo crítico en literatura. Con Neruda siempre puse por las nubes la enorme grandeza de su creación poética como conjunto”, cuenta.

Ha sido uno de los principales divulgadores de la obra de Nicanor Parra, (escribió “Para leer a Parra”) ¿Qué recuerda de él?

–La conversación de Parra, sin omitir temas de profundidad, era divertidísima. Hablábamos de este mundo y del otro. Además, algunos sábados o domingos se juntaban muchos escritores en su casa de La Reina. De su parentela, recuerdo a la Catalina, la hija mayor, y a la Colombina, siempre con un guitarrón al hombro más grande que ella.

En la dictadura de Pinochet fue el único crítico permitido de las letras locales, ¿Se arrepiente de eso?

–Hice crítica literaria muchos años antes de Pinochet, y muchos años después de él. La ejercí durante los períodos de Frei Montalva, de Allende, de Pinochet, de Aylwin, de Frei Ruiz-Tagle, de Lagos, etc. Siempre me dio lo mismo quién estuviera en el poder. ¿Arrepentirme de qué? ¿Yo debía renunciar a hacer crítica literaria porque estuviese este o aquel de presidente, o declararme en huelga? Supongo que no necesito abundar en la amplitud de mis criterios literarios y en el pluralismo de mi crítica en toda época. Lo que pasa de aquí es ya majadería ideológica.

¿Tiene una postura política?

–Mantuve una tendencia desde muy joven, pero desde mi ordenación sacerdotal la he tenido bien guardada en mi conciencia. Pienso que es lo que corresponde a un sacerdote; los curas políticos no le han hecho bien a la Iglesia ni a la política. Me refiero a las militancias de partido. Uno se ordena sacerdote para administrar los sacramentos y predicar el evangelio, no para comprometerse con banderías de política contingente que dividen a la ciudadanía.

¿Y su mirada sobre la muerte?

–Con la gracia de Dios, espero cosas tan infinitamente maravillosas que desde aquí abajo no se pueden imaginar siquiera: el cielo, ver a Dios cara a cara, la resurrección de la carne, la vida eterna. Rezo frecuentemente esta oración en verso que termina así: “Jesús, a quien contemplo hoy entre velos, / te ruego que se cumpla lo que tanto yo ansío: / que mirándote a cara descubierta / la visión de tu gloria sea mi gozo. / ¡Amén!

LEER MÁS