Autoridad y esferas sociales

Desde sus orígenes la sociología ha insistido en que la especificidad de las sociedades modernas es su creciente diferenciación. Esto implica el surgimiento de esferas sociales distinguidas funcional, dinámica, simbólica y estructuralmente (el trabajo, la familia, la política, etc.). Se han producido, en consonancia, diversas teorías para dar cuenta de cuáles son estas y cómo se configuran y comportan (Simmel, 1986; Parsons, 1951; o Bourdieu, 1980, para dar tres ejemplos). El punto en común de estas conceptualizaciones, a pesar de sus diferencias, ha sido la idea que cada una de estas esferas responde a leyes o lógicas particulares.

Constituyen dominios articulados entre sí pero con características y modos de funcionamiento muy distintos. Lo anterior debido a que los rasgos estructurales comunes a una sociedad se encarnan, sin embargo, de manera diferencial según esfera, una diferencia que impacta directamente en las formas en que se configuran las relaciones sociales en cada una de ellas.

Este hecho, considerado como un elemento básico de las teorías sociales, es extremadamente relevante para pensar la autoridad. A partir de ello resulta evidente que las relaciones de autoridad, como toda otra relación social, estarán impactadas por las características estructurales, funcionales, dinámicas y simbólicas que distinguen cada esfera. Tomar en cuenta este aspecto no es menor. Supone, por ejemplo, que el cuestionamiento y erosión de la autoridad no puede ser concebido como uniforme para todas las esferas. También autoriza a considerar que la autoridad es diversamente cuestionada en diferentes esferas.

Permite, por otro lado, explicar el hecho que en los países occidentales el contraste es notorio entre la fortaleza de hace unas décadas y la debilidad actual de posiciones cuestionadoras y críticas a la autoridad dentro del mundo del trabajo, mientras que, por otro lado, ha habido un aumento considerable de la puesta en cuestión de la autoridad en otros ámbitos tales como la escuela o la familia (Omer, 2018). Esto es, permite entender que en una misma sociedad puedan existir procesos simultáneos a la vez de fortalecimiento y de debilitamiento de la autoridad, los que no pueden ser comprendidos a partir de un diagnóstico unilateral y generalizador (del tipo secularización, des-paternalización, des-tradicionalización, etc.). Aconseja, en breve, prestar atención a los modos específicos que toma la autoridad en cada esfera social y las razones que lo explican.

Un ejemplo traído de investigación empírica me servirá para presentar y argumentar esta idea: los resultados de un estudio sobre el ejercicio de la autoridad en la familia y el trabajo. Vale la pena partir por definir la composición y lógicas que gobiernan globalmente ambas esferas.

La esfera del trabajo está caracterizada, idealmente, por la presencia de relaciones contractuales mediadas por el salario, contenidas, por tanto, en relaciones de mercado y sometidas a reglamentaciones jurídicas. Suelen estar organizadas en el marco de formas institucionales relativamente estables con una estructura de las jerarquías establecida, objetivos acotados y específicos y con atribuciones establecidas para cada una de las posiciones al interior de ella, que son ocupadas de manera alternante por diferentes individuos. Son relaciones que pueden tener duraciones variables pero cuyo carácter es no obligatorio sino voluntario (aunque en las relaciones concretas puedan implicar grados altos de coerción, presiones, etc.), y no comprometen ni íntima ni permanentemente a las personas.

La esfera de la familia por su parte, históricamente, al menos desde la modernidad, ha estado vinculada con una concepción contractual de las relaciones conyugales y una relación “natural” de las relaciones filiales (padres-hijos) basada hasta muy recientemente en razones biológicas. Aunque está sometida aún a un conjunto de compromisos basados en lógicas de dones y deudas no formales sino consuetudinarias, la juridización de esta esfera (su sometimiento a lógicas de derechos y deberes) ha sido creciente a partir de la ampliación de las atribuciones del Estado para intervenir y regular estas relaciones (Donzelot, 1977), así como creciente ha sido su des-biologización (por ejemplo, con el reconocimiento de parejas homoparentales). Si bien estas relaciones están fuertemente atravesadas por el dinero (obligaciones económicas entre los miembros; el dinero como sostén de las relaciones de subordinación conyugal), no es este el que funciona como sostén justificatorio de estas relaciones como en el caso del trabajo. Los vínculos suelen justificarse por conjuntos de razones de tipo afectivas, emocionales y subjetivas, y de obligaciones y necesidades asociadas al sostén individual y social de cada uno de sus miembros (Bourdieu, 1980). Es una institución no formal, con jerarquías establecidas en las que posiciones e individuos suelen estar fuertemente anudados, por lo que la alternancia en la ocupación de las posiciones es escasa. Son relaciones cuyo carácter es percibido como obligatorio y no voluntario, y tienden a comprometer íntima y permanentemente a las personas (de Singly, 1996; 2017).

El devenir de estas esferas en las décadas pasadas, visto desde la perspectiva del ejercicio de la autoridad, ha diferido grandemente, y esto en buena medida por razones estructurales. Como veremos, mientras en el trabajo las transformaciones en los rasgos estructurales no ponen en cuestión de manera fundamental la distribución del poder, en el caso de la familia la debilitan, poniéndolas en tensión y ejerciendo presión para su transformación.

En efecto, la distribución del poder en el mundo del trabajo, como lo sugieren diferentes autores, se ha mantenido incólume e incluso se ha reforzado. En el mundo del trabajo, las empresas o empleadores han ido ganando capacidades de control sobre los trabajadores, ya sea por el debilitamiento de los actores debido a la pérdida de protagonismo de las organizaciones colectivas (los sindicatos), por la falta de regulación estatal de estas relaciones y la disminución de las medidas de protección de los trabajadores, por el éxito en la manipulación ideológica de los mismos, o por el aumento de mecanismos o tecnologías de control de la fuerza laboral (Standing, 2013; Castel, 1997; Bröckling, 2017, 2007; Stecher y Sisto, 2019).

El mundo de la familia en cambio ha debido enfrentar una intensa presión por la reestructuración de la distribución de poder en su interior. Esto debido, en buena medida, a […] las transformaciones de los principios normativos sociales (igualdad, diversidad o derecho), expresadas en nuevas normas jurídicas así como en los cambios en los equilibrios institucionales entre familia y Estado (Renaut, 2004). La puesta en cuestión de lógicas patriarcales; la modificación de las relaciones entre hombres y mujeres; la transformación de las atribuciones de los padres y madres respecto a los hijos; el empuje a la democratización de las relaciones sociales que ha incluido una nueva concepción de las relaciones entre adultos y niños (Tort, 2005; Roudinesco, 2003; de Singly, 1996; Therborn, 2004), han implicado una nueva distribución de poder entre los actores. Adicionalmente, las crecientes atribuciones estatales y la juridización y judicialización de estas relaciones han deslegitimado o debilitado en muchos casos el espectro tradicional de las formas de resolver los conflictos, de distribuir las funciones, y de generación de expectativas.

Estas diferencias en términos estructurales tienen efectos claros en los destinos de la autoridad en cada una de estas esferas. El debilitamiento de la autoridad es un diagnóstico significativamente presente en el caso de la familia mientras que se encuentra relativamente ausente en el ámbito laboral, lo que por cierto no anula el carácter problemático que toma el ejercicio de la autoridad en este último ámbito. Esto es precisamente lo que muestran nuestras investigaciones sobre el ejercicio de la autoridad en Chile.

Según nuestros resultados (Araujo, 2016), aunque en las dos esferas se encontraba un alto malestar de las personas por las dificultades que encaraban al momento de ejercer la autoridad, lo que debían enfrentar y cómo lo enfrentaban era notoriamente diferente en cada una de ellas. Una distinción que se puede explicar por un conjunto de razones. En función de aclarar nuestro argumento, nos detendremos en un solo factor explicativo de los destinos divergentes de la autoridad en estas esferas: el diferencial de sostenes estructurales al rol en el marco del ejercicio de la autoridad presentes en cada una de ellas.

La familia en el caso de Chile, junto a los empujes hacia una nueva distribución del poder entre sus miembros discutidos arriba, se ubica en el contexto de ciertos rasgos estructurales que la exigen especialmente. La familia en Chile, a pesar de los procesos de modernización e individualización social que han caracterizado esta sociedad en las últimas décadas (PNUD, 2002), continúa siendo el soporte social más importante para los individuos. Los apoyos para enfrentar la vida social provienen principalmente para muchos de la familia. Esto en buena parte como resultado de un contexto social y económico caracterizado, en virtud de la instalación del modelo económico liberal, por la retracción de los apoyos estatales y la debilidad de las protecciones sociales, así como por la incertidumbre vinculada con la inestabilidad y precariedad laboral (Araujo y Martuccelli, 2012). Lo anterior ha tenido al menos dos efectos relevantes en la perspectiva del ejercicio de la autoridad.

Por un lado, la alta dependencia a los apoyos familiares explica una alta disposición de los individuos para cumplir las expectativas y demandas de esta. Por otro lado, la continuidad de una también alta exigencia en el cumplimiento de los roles familiares. Lo anterior en un contexto en el que las familias aparecen más fuertemente centradas en las relaciones con los y las hijas que en el eje conyugal La dimensión filial-céntrica de la familia pone una exigencia adicional a la estructuración de las relaciones entre padres e hijos. Para padres y madres, la sanción social sobre el cumplimiento de su rol parental aparece usualmente como un elemento central de la autoestima personal.

Pero esta exigencia se ve tensionada por la gran exigencia del mundo del trabajo, ya sea formal o informal. Aunque esto afecta de manera distinta a las familias según su composición, tiende a ser un rasgo compartido. Esta exigencia se expresa de manera importante, para el objeto de nuestro estudio, en el uso del tiempo. El trabajo fagocita los tiempos familiares, ya sea por la lógica de la presencia que domina en las relaciones laborales o por la pluriactividad laboral que ha funcionado como mecanismo de encaje ante salarios considerados insuficientes, por poner sólo dos casos (Araujo y Martuccelli, 2012). Para decirlo de otro modo, muchos padres y madres se ven tensionados entre demandas muy altas del mundo del trabajo y la exigencia moral de ponerle prioridad a sus roles parentales y sus rendimientos como tales. Los rasgos predominantes de la organización económica-productiva de la sociedad son un primer elemento estructural que aporta al debilitamiento de la autoridad parental.

Pero hay otro conjunto de factores. En la medida en que este cumplimiento del rol parental tienden a medirlo en función de los logros de los hijos, y estos los perciben vinculados con su capacidad para ejercer la autoridad sobre ellos, la pregunta sobre cómo ejercer la autoridad se constituye en un tema mayor para los padres, una pregunta que no cuenta con una respuesta sostenida colectivamente que los apoye eficientemente en esta tarea.

Padres y madres perciben y se hacen parte de nuevos ideales sociales que han surgido en la sociedad relativos a un ejercicio de la autoridad parental más democrática y dialogante. Existe de hecho una cantidad muy grande de discursos expertos o mecanismos estatales, por ejemplo, circulando o actuando, que plantean estos nuevos ideales de parentalidad (Faircloth, 2014). Pero, al mismo tiempo, reconocen que estas formas ideales no resultan eficientes en el momento de ejercer la autoridad.

Formas más unilaterales y con uso de la fuerza hoy ya no les son aceptables, aunque terminen recurriendo a ellas. Del mismo modo, consideran que las formas ideales democráticas-dialogantes con mucha frecuencia terminan derivando en una pérdida de capacidad para orientar las conductas de sus hijos e hijas. La amenaza, la desobediencia y la falta de herramientas para cumplir sus tareas son una constante en los testimonios de estos padres y madres. Se encuentran, así, enfrentados a nuevos ideales de ejercicio de la autoridad, pero sin un nuevo modelo que los haga eficientes. En ese contexto, además, perciben que muchos de los soportes tradicionales del ejercicio de la autoridad no son más aceptables o posibles (como el castigo físico), lo que sienten que fragiliza aún más su posición. Con nuevos ideales, pero sin modelo, y con los soportes habituales o históricos en el ejercicio de la autoridad debilitados, el ejercicio de la autoridad termina por constituirse en una solución altamente personal (carente de un carácter consensual social generalizado), muchas veces precaria, con escasa coherencia y desarrollada con alta incertidumbre. En la familia, el ejercicio de la autoridad resulta problemático en cuanto carente de un andamiaje de sostén colectivo al mismo.

En el caso del trabajo, el sentimiento de amenaza a la pérdida del control en la situación de ejercicio de autoridad, presente en sordina, pero constante en las relaciones de autoridad en el ejercicio de la parentalidad, es ostensiblemente menor. Aquí, la estructura de la escena, y la obediencia, desde sus percepciones, no se encuentra puesta en cuestión. Lo anterior porque los sostenes estructurales e institucionales al rol se encuentran bastante más preservados.

Tanto del lado del que ejerce la autoridad como de los subordinados, hay una clara conciencia que en el mundo del trabajo se cuenta con herramientas estructurales muy establecidas y poderosas y formas eficientes para mantener el control sobre los trabajadores y que estas, en última instancia, funcionan como soportes para el ejercicio de la autoridad.

Estructuralmente, lo anterior se vincula con que las últimas al menos cuatro décadas han estado caracterizadas por la profunda modificación del marco que regula las relaciones laborales en el país. Se instituyó a partir de 1979 la liberalización de las relaciones de trabajo, reforzando la capacidad de los empleadores de despedir a sus trabajadores, la disminución de la importancia de la negociación colectiva, y la individualización de la misma, una des-potenciación de armas de presión colectiva como las huelgas, así como un traspaso de las funciones de protección de los sindicatos al Estado (Stecher y Sisto, 2019; Undurraga, 2014; Ramos, 2009). A lo anterior debe sumarse la flexibilización y la precariedad laboral y salarial, así como los altos grados de inconsistencia posicional (la obligación de constituir y sostener de manera permanente la posición social ocupada), y de endeudamiento, con sus consecuentes efectos disciplinantes (Ruiz y Boccardo, 2014; Araujo y Martuccelli, 2012; Pérez-Roa, 2019). Subjetivamente, como lo mostraron nuestros resultados, todos estos factores estructurales terminan por aportar a un expandido miedo al despido, y sentimiento de vulnerabilidad que refuerzan los sostenes estructurales al control de los y las trabajadoras.

Por otro lado, como en la familia, se cuenta con modelos ideales coherentes con un ideal más democrático y dialogante de ejercicio de la autoridad (en este caso movilizado por los discursos que tienen su origen en las teorías del management), pero en esta esfera se encuentra la permanencia reconocida y admitida de formas consuetudinarias históricas de ejercicio de autoridad, las que se encuentran aún claramente anudadas a las formas organizacionales a pesar de la retórica democratizante.

No obstante, esta disonancia entre ideal y prácticas consuetudinarias se expresa en un verdadero sentimiento de desgaste interactivo y de tensión personal relacionado con la tarea de ejercer la autoridad de manera ordinaria. Hacerlo demanda una cantidad muy grande de energía, especialmente en los cargos de las jerarquías intermedias, pero no sólo eso. Es agotador y es fuente de alta tensión, pero, insistimos, ello acontece a nivel de las interacciones personales.

En términos interactivos la cuestión es compleja porque su autoridad la fundamentan en mantener formas de obediencia “maquinales” (consentidas pero no conciliadas), lo que implica un permanente y siempre disputado ejercicio de imposición de la propia autoridad. Ante la ausencia de conciliación por parte de los subordinados, se abre una escena construida a partir de una lectura de imposición que es leída por estos como humillación y que aviva las formas de resistencia múltiples más bien subliminales u oblicuas. Una respuesta que aumenta la necesidad de fortalecer modalidades que acentúan mecanismos de control, y coerción mecánica directamente vinculados con los cambios tecnológicos (Stecher y Sisto, 2019) y el uso virtual de la amenaza y la fuerza (del despido preferentemente).

A diferencia del caso de la familia, entonces, el ejercicio de la autoridad en el trabajo está caracterizado por un mayor sostén estructural, el que, sin embargo, y paradójicamente, lo que hace es fortalecer modos de obtención de la obediencia no conciliada. Ello no hace sino aumentar el grado de conflictividad soterrada que recorre esta esfera.

En breve, si el sentimiento de conflictividad es igual de alto en las dos esferas, en la del trabajo no hay el sentimiento de un debilitamiento de las capacidades para obtener la obediencia algo que se encuentra en el corazón de las inquietudes parentales hoy. El debilitamiento de la autoridad es diferencial en ambas esferas.

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