Joven líder del MIR

Luciano Cruz Aguayo nació el 14 de julio de 1944 y tuvo una breve pero intensa vida, interrumpida en agosto de 1971. En sus primeros años vivió en Santiago, donde estudió en el Liceo Alemán. Luego se trasladó a Concepción y fue alumno del Liceo de Hombres N° 1, donde ya demostró su carácter combativo; continuó sus estudios en la Universidad de Concepción, donde ingresó a la carrera de Medicina. Fue entonces cuando se alejó de las Juventudes Comunistas en las que participaba, para formar parte de la “izquierda revolucionaria”, a través de la Vanguardia Revolucionaria Marxista. En 1965 pasaría a formar parte de una organización llamada a hacer historia y marcar una corriente generacional: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

En 1967, en el Tercer Congreso del MIR, Cruz fue elegido con la primera mayoría para el Comité Central del Movimiento: 129 votos de 131 posibles. Sin embargo, en un plano más amplio obtuvo otro gran triunfo: a fines del mismo año fue elegido Presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción (FEC). Parte de los logros y estilo del joven dirigente están narrados en algunos textospublicados inmediatamente tras su muerte: “Luciano Cruz: su vida y su ejemplo”, de José Carrasco Tapia; y “Luciano: ¡Hasta la victoria siempre!”, de Miguel Enríquez (ambos en Suplemento de la edición N° 138 de Punto Final, 31 de agosto de 1971). Hace poco ha aparecido el libro de Pedro Lovera Parmo, “Luciano Cruz Aguayo. Como una ola de fuerza y luz” (Santiago, Editorial Pehuén/La Estaca/GPM, 2020), seguramente el trabajo más completo sobre el joven y malogrado dirigente.

Cruz llegó a la Federación de Estudiantes penquista sin esconder sus convicciones, sino por el contrario, valorando expresamente la Revolución Cubana, la figura de Ernesto Che Guevara y el compromiso personal con la izquierda revolucionaria. La victoria tenía un simbolismo adicional, al derrotar a la lista de la Democracia Cristiana, partido que estaba en el gobierno y que llevaba varios años liderando las federaciones de las principales universidades de Chile. “Tuvimos una franca, abierta y consecuente alineación junto al marxismo-leninismo”, sostuvo sin ambigüedades el nuevo líder de la FEC después de la victoria (“Entrevista a Cruz”, Punto Final N° 43, 5 de diciembre de 1967).

Quizá el momento más polémico de la vida de Luciano Cruz se produjo en 1969, cuando secuestró al periodista penquista Hernán Osses, muestra de determinación, pero también de una dificultad para respetar ciertas barreras de convivencia dentro del régimen democrático chileno. El 6 de junio de ese año Osses —director del diario Noticias de la tarde— apareció desnudo en los patios del Campus Universitario después de ser secuestrado, lo cual ciertamente era una afrenta como castigo por los artículos publicados por el medio, que los dirigentes del MIR consideraban ofensivos y no estaban dispuestos a tolerar (el tema lo hemos narrado en el artículo “El MIR y el secuestro de Hernán Osses”, serie Hace 50 años (VII), La Segunda, 21 de junio de 2019). Tras el suceso, Cruz pasó a ser buscado de manera especial por la policía.

En otro plano, siempre se recordaba una anécdota derivada del Tacnazo, de octubre de 1969, que reflejaba muy bien la personalidad de Luciano Cruz. Tras el suceso, el general Roberto Viaux, líder de la rebelión militar, se encontraba en el Hospital Militar cuando fue visitado por Severio Tuttino, periodista italiano del Paese Sera. Así conversaron, con y sin grabadora, mientras el entrevistador —que no era otro que el propio Luciano Cruz, o “Juan Carlos”, su nombre de chapa— procuraba escrutar la mentalidad e ideas del movimiento militar que había puesto en tela de juicio la fortaleza de la democracia chilena. Sin duda, la “entrevista” era otra muestra del estilo de Luciano.

Después de eso vendrían diferentes problemas y situaciones. “La policía seguía buscando a los dirigentes del MIR, allanando, torturando”, señala José Carrasco. Como contrapartida, el Movimiento intensificaría los asaltos a bancos —o “expropiaciones”, en la jerga mirista—, pasaría algún tiempo a la clandestinidad y comenzaría a pensar su posición respecto de las elecciones de 1970. Cinco años antes, al momento de su fundación, la nueva agrupación había rechazado con claridad la vía electoral o parlamentaria, así como “la vía pacífica”; había fundamentado su “acción revolucionaria en el hecho histórico de la lucha de clases” y reafirmó “el principio marxista-leninista de que el único camino para derrocar al régimen capitalista es la insurrección armada!” (Declaración de Principios del MIR, 1965). En esa línea seguiría en 1970.

El MIR durante la UP

Recordando los gobiernos de Jorge Alessandri y Eduardo Frei Montalva, Miguel Enríquez enfatizaba que ambos “reprimían las movilizaciones de los trabajadores”, en tanto los miristas muchas veces alentaban las “huelgas estudiantiles, marchas callejeras, apoyamos las movilizaciones de obreros, campesinos y pobladores, impulsamos y ayudamos en tomas de fundos y fábricas”. En todas estas tareas, recordaba el máximo líder del MIR, “era siempre Luciano quien estaba en la primera línea y quien le imprimía el sello de su calidad innata de conductor de masas”.

¿Cómo relacionarse con un eventual gobierno de izquierda? ¿Se sumarían a la candidatura de Allende en 1970? ¿Optarían por una revolución “con empanadas y vino tinto” o persistirían en su línea favorable a la violencia revolucionaria? En la práctica, el MIR mantuvo su línea política durante el proceso electoral. La definió en un interesante documento titulado “Elecciones, no; lucha armada, único camino” (Impresores Prensa Latinoamericana, 1970), en el cual precisaban que harían “oposición activa a las elecciones y no pasiva. Nos movilizaremos tras la agitación y la propaganda revolucionaria. Ofreceremos como única verdadera salida la lucha armada y la revolución socialista”. Más adelante llegaron a un acuerdo con el candidato de la Unidad Popular, por el cual el Movimiento suspendería sus acciones directas y “expropiaciones”, pero recibiría una compensación económica de parte de Allende. Incluso hubo un aspecto más: los jóvenes miristas formarían parte de la guardia personal del líder socialista, después de la elección del 4 de septiembre, los que serían conocidos como Grupo de Amigos Personales (GAP).

Durante el primer año de Allende en La Moneda, el MIR extremó sus acciones y luchas, como las tomas de terrenos rurales en el sur, algunas ocupaciones urbanas en la capital y el respaldo a movilizaciones obreras, en las cuales tenían gran intervención del Movimiento Campesino Revolucionario (MCR) y el Frente de Trabajadores Revolucionarios (FTR). Dentro de la izquierda mantenía una relación difícil con los partidos de la Unidad Popular, especialmente con el Partido Comunista. Por otro lado, los dirigentes miristas estaban convencidos de que habían experimentado un crecimiento importante el último año, “superando incluso las expectativas de sus dirigentes”, como señaló Miguel Enríquez en la última conferencia de prensa en la que participó Luciano Cruz, el 13 de agosto de 1971.

Al día siguiente Cruz se encontraría con la muerte, que representaría “un golpe brutal” al MIR en el contexto del primer año de la UP (ver Carlos Sandoval, “Movimiento de Izquierda Revolucionaria 1970-1973. Coyunturas, documentos, vivencias”, Concepción, Ediciones Escaparate, 2004).

Muerte y funeral

El 14 de agosto de 1971 falleció Luciano Cruz, en su departamento en la capital. Al día siguiente el Movimiento de Izquierda Revolucionaria cumplía 6 años de vida. En su artículo al respecto, la revista Ercilla tituló “El extraño fin de un guerrillero” (N° 1.883, 18-24 de agosto de 1971). La autopsia determinó que Cruz había muerto por una “intoxicación provocada por emanaciones de gas. Al parecer el dirigente no alcanzó a reaccionar después de quedarse dormido, en su domicilio de Santo Domingo 658, con una estufa encendida”. El medio agregaba otro aspecto complejo, como eran las conjeturas sobre la muerte de uno de los líderes del Movimiento: “se sostuvo, por una parte, que meses antes —apenas conocido el triunfo electoral de la Unidad Popular— Cruz había manifestado su intención de retirarse del MIR, para reorganizar su vida privada. En otras fuentes se habló de suicidio, suponiendo que Cruz se sentía desplazado por Enríquez en la conducción de la organización”. Por cierto, el MIR sostuvo que se había tratado de una lamentable muerte accidental, como por lo demás quedó consignado.

La organización del funeral no resultó fácil, por los problemas que puso la Central Única de Trabajadores (CUT) para velar a Luciano Cruz en su sede, lo que ciertamente derivaba de las disputas con los comunistas que lideraban la Central, dirigida por Luis Figueroa, quienes tramitaron durante 24 horas el permiso, para luego ofrecer locales menos relevantes que la sede central. Incluso fue necesaria la intervención de Clotario Blest, histórico dirigente y fundador de la CUT, quien amenazó que no se movería del lugar hasta que se autorizara el velatorio. Finalmente, la CUT Provincial Santiago facilitó su sede, que era vecina de la Iglesia Santa Ana. En parte, la intervención de don Clotario se debía a la amistad que había ido fraguando con Cruz a través de los años, como muestra una publicación de Óscar Ortiz, cercano colaborador de Blest (ver “La historia no contada de la relación de Luciano Cruz y Clotario Blest”, en cronicadigital.cl, 26 de enero de 2021). Incluso hubo quienes llegaron a advertir que, si la CUT no facilitaba el local, “el cadáver sería velado en la calle” (en “Extraño fin de un guerrillero”).

En el funeral, el líder mirista Miguel Enríquez pronunció unas palabras emotivas y de profundo contenido político. Al comienzo de su discurso, dedicado a despedir los restos de Luciano, “o ‘Juan Carlos' como le llamábamos”, precisó un principio y una consecuencia: “Los revolucionarios siempre han estado preparados para enfrentar la muerte, para entregar su vida por los objetivos que los guían. Luciano no solo era un revolucionario, sino que estaba preparado para morir mejor que muchos de nosotros. Arriesgó su vida en innumerables ocasiones, siempre estuvo decidido a entregar la vida por la causa de los trabajadores y el socialismo”.

A juicio de Enríquez, Luciano era “nuestro líder de masas, era nuestra mejor expresión popular, el pueblo lo quería, lo seguía y lo respetaba”. Al morir a los 27 años, sostenía el máximo dirigente del MIR, Cruz carecía de cualquier propiedad, “salvo sus ideas, su valor, su nobleza y su inmensa decisión de seguir adelante”. ¿En qué se resumía ese pensamiento? En “conquistar el poder para los trabajadores a partir del ascenso de la izquierda al Gobierno y a través de la movilización de masas”, a través de un combate implacable contra los dueños del capital y de las clases dominantes.

“La muerte de Luciano Cruz es un duro golpe para nosotros. Los trabajadores han perdido un líder, los revolucionarios han perdido un compañero y nosotros un militante, amigo y hermano de lucha. Su vida fue un ejemplo para nosotros y lo será para las generaciones venideras”. Extremando sentimientos y convicciones, Miguel Enríquez aseguró que Luciano sería “un ejemplo para miles de jóvenes del pueblo que no quieren vivir de rodillas en la miseria” y “un impulso para la lucha que se avecina”. El discurso del funeral terminaba con un compromiso de ocasión: “Juramos frente a nuestro compañero de lucha combatir implacablemente a los enemigos del pueblo, luchar por conquistar el poder para los trabajadores, por instaurar un gobierno revolucionario de obreros y campesinos y por construir el socialismo en Chile”. Luego concluía con el grito de lucha: “¡Luciano: hasta la victoria siempre!”.

La muerte de Luciano Cruz fue un hito durante la historia del MIR y de la Unidad Popular. Otras personas y grupos manifestaron rápidamente su pesar o incluso fueron a despedir al malogrado joven mirista: entre ellos incluso estuvo el presidente Salvador Allende; la Comisión Política del Partido Socialista, junto a parlamentarios y jóvenes de esa colectividad; del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU); así también el MIR recibió las condolencias de parte de la naciente Izquierda Cristiana. Solo se restó el Partido Comunista, colectividad “enceguecida por el sectarismo” según denunció Miguel Enríquez.

Una concentración multitudinaria atravesó algunas calles de la capital para despedir personalmente al dirigente del MIR, que a esta altura se había transformado en todo un símbolo. Así lo resumió una nota publicada por Punto Final: “Miles de obreros, campesinos, pobladores y estudiantes portando las banderas rojo y negro del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), del Frente de Trabajadores Revolucionarios (FTR), del Movimiento Campesino Revolucionario (MCR), de la Jefatura de Pobladores Revolucionarios (JPR), y de los estudiantes agrupados en los FER-MUI” habían acompañado los restos de Luciano Cruz, con los gritos “¡Luciano: hasta la victoria siempre! ¡Luciano, Guevara, el pueblo se prepara!” (Manuel Ibarra Rojas, “Miles de trabajadores levantaron las banderas de la izquierda revolucionaria”, Suplemento N° 138 de Punto Final, 31 de agosto de 1971). Era el primer año de la UP y la efervescencia revolucionaria permitía abrigar todavía una victoria futura, aunque el tiempo mostraría lo contrario.

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