“Para salvar a su amigo, el alcornoque, lo mejor era ponerlo de moda, convertirlo en un ‘tesoro ecológico'. ¡Astuta, Margarita!”.

“¡Es único!”. Con estas palabras una anciana salvó el alcornoque que sombreaba su calle en Talcahuano. Operarios de vialidad armados de motosierras iban a talar este “árbol del corcho”, que dificultaba la pavimentación de ese pasaje. Pero la señora Margarita, con sus noventa años a cuestas, se aferró al tronco para impedirlo.

Esa anciana frágil se hizo fotografiar mientras se interponía entre el alcornoque sentenciado y los musculosos operarios que pretendían cortarlo. Uno de sus nietos subió esa imagen a las redes sociales. Ésta se “viralizó” rápidamente. Ecologistas y conservacionistas se movilizaron (digitalmente) para defender “el árbol de la abuelita”. La Junta de Vecinos que había aprobado ese proyecto de pavimentación reconoció su descuido. Hubo vigilias en el barrio. Niños que jamás habían reparado en ese árbol rugoso ahora le escribieron poemas y los colgaronde sus ramas. Finalmente, el alcalde de la ciudad detectó la popularidad de este árbol y juró protegerlo (los alcaldes suelen experimentar un repentino amor por los árboles cuando estos se vuelven populares). El municipio contrató a una empresa especializada en salvatajes forestales. Con mucho trabajo y gastos, el viejo alcornoque fue desraizado, levantado con una grúa y trasladado a un vivero.

Ahora muchos que antes ni siquiera conocían el nombre de ese árbol se felicitan por haberlo salvado. Pero lo cierto es que ese alcornoque sólo sobrevivió gracias a la astucia de la señora Margarita.

Esa nonagenaria lúcida, y acaso pícara, convenció a medio mundo de que el árbol que obstaculizaba su calle era “único”. A los periodistas, a los pavimentadores y al alcalde, a todos les explicó que la presencia de ese árbol del corcho en aquellas latitudes sureñas era algo muy raro. Si sus conciudadanos permitían que ese espécimen tan especial fuera cortado demostrarían una ignorancia ecológica que los avergonzaría.

Margarita podría haber intentado conmover a los taladores y disuadirlos de otra forma. Pudo contarlas razones obvias de su amor por ese alcornoque más bien feúcho. Pudo relatar que lo vio crecer y sobrevivir a tormentas y a podas brutales. Pudo describir cómo sus hijos y sus nietos treparon a sus ramas. Pudo mostrar los nombres de unos enamorados tallados en su corteza. Pudo recordar que muchas veces, en verano, cuando volvía a casa cargando una bolsa llena de compras, se detuvo bajo ese árbol y su sombra gentil la refrescó.

Margarita pudo, tal vez, contar todo eso. Pero ella es sabia. Nueve décadas en este mundo tienen que haberle enseñado que nuestros pequeños afectos conmueven a muy pocos. Para salvar a su amigo, el alcornoque, lo mejor era ponerlo de moda, convertirlo en un “tesoro ecológico”. ¡Astuta, Margarita!

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Gonzalo Valdés Director ejecutivo Centro de Políticas Públicas UNAB

Estos días observamos los disímiles resultados de las reformas a la migración y a las pensiones. Mientras una finalmente se transformó en ley, en la otra se observa un estancamiento sin futuro. La comparación nos deja varias lecciones. Primero, ambas reformas son muy relevantes para la ciudadanía y fueron encabezadas por un gobierno con minoría legislativa, debilitado y con escaso apoyo popular, y un Congreso fragmentado y liderado por outsiders crecientemente empoderados. Aun así, los resultados son opuestos.

La reforma de pensiones contó con el apoyo explícito de la Moneda desde el primer minuto. Ha sido liderada por tres ministros del Trabajo y, como dijo la senadora Goic, el último cambio “echó por la borda la posibilidad de sacar adelante la reforma”. En cambio, la de migraciones inicialmente no contó con el apoyo entusiasta de los ministros de Interior, sino que fue liderada por el jefe de migraciones, quien fue tratado de racista y xenófobo, y sólo a medida que se lograron resultados se hizo explícito el apoyo de La Moneda. Pese a esto, la ley se aprobó con votos de la oposición democrática.

Mirando hacia atrás, la mayor diferencia estuvo en la estrategia legislativa y comunicacional elegida. El proyecto de pensiones se ha caracterizado por ser voluble (el actual y el original parecen escritos por gobiernos de distinto signo) e inentendible para la población. Parece no existir una estrategia propiamente política para presionar a la oposición, sino vagos llamados a la unidad.

El proyecto de migraciones, en cambio, se basó en explicar a la población cuál era el problema y cuál la solución. Se escucharon frases como “turismo laboral” y “migrantes vendiendo obleas en las esquinas”. Se publicó un libro donde el efecto de la migración en el empleo fue protagonista. Al terminar con las enormes filas de extranjeros se demostró capacidad. Se mantuvo una posición estable y se pagaron los costos de no sumarse al acuerdo de la ONU. Y se negoció con parlamentarios de oposición que representan a las regiones más golpeadas, quienes ganaron aprobación popular al apoyar la ley oficialista.

En resumen, cuando el Congreso está en contra, sólo es posible lograr cambios legislativos implementando estrategias de carácter político y no simplemente llamados a la unidad.

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“Jadue, principal aliado de China acá a través del Partido Comunista, se pasea ‘moderado' por radios y matinales ”.

Fernando Claro V.

Hace un par de años, unos secuaces del príncipe de Arabia Saudita agarraron a un periodista, Jamal Kashoggi, y lo trituraron dentro del consulado que tienen en Turquía. Kashoggi había ido a hacer unos trámites para casarse, pero lo metieron a una bolsa en pedazos y lo hicieron desaparecer. La verdad es que se mandaron un tremendo asado para camuflar todo, parece, porque ese día está registrada una compra de más de 30 kilos de carne en el consulado. Eso es lo que dice la CIA, al menos. La polola nunca supo de él, debe haber quedado sola esperando algún taxi afuera. Era una «amenaza para el reino»: escribía demasiado en el Washington Post. Mejor callarlo. La cosa es que ahora salió un documental, El Disidente, explicando todo esto, y tuvo varios problemas para ser distribuido. Eso es lo que hacen estos países autoritarios: censurar —además de matar—. Y lo mismo le ha pasado al documental sobre el coronavirus, Coronation, del artista Ai Weiwei, que China prohíbe allá, gracias a su censura oficial, pero también en Occidente, gracias a con su poder de compra.

Hace unos meses apareció un paper sobre «estudios asiáticos» que me nombraba a mí, un piñufla columnista, como difusor del racismo contra los chinos en Chile y Latinoamérica. No sé cómo pueden a llegar a semejantes delirios. Tengo los mejores recuerdos de los estudios escolares sobre la civilización china y sus dinastías —y especialmente de Qin Shi Huandi—, así que por suerte ya viajé meses creyéndome Marco Polo por pueblos empedrados y llenos de puentes arqueados como Lijiang. Las autoras del estudio se basan en una carta en la que yo criticaba el confundir la crítica a un régimen dictatorial como el del Partido Comunista —secretista, protectores del rapto y esclavización de niños para construir hornos, censores y generadores de amnesia forzada— con la crítica a una raza. Sinofobia le pusieron, una falsedad total, aunque una técnica retórica común: en Inglaterra le dicen xenófobo al historiador Niall Ferguson, siendo que está casado con una negra escapada de Somalia. No falta que luego empiecen a aparecer «estudios latinoamericanos» asociando las críticas al «socialismo del siglo XXI» con un racismo contra venezolanos o argentinos. Quién sabe, ya debe nadar algún tesista mareado en Francia haciendo esas conexiones, no me extrañaría.

Lo peor es que la gente lo cree. Lo que pasaba en Venezuela demoró años en ser reconocido. Jackson y Boric lo defendían sin matices. ¿Qué habrá que esperar con esto otro? Jadue, principal aliado de China acá a través del Partido Comunista, se pasea “moderado” por radios y matinales ofreciendo republicanismo cuando ni siquiera cree en el periodismo. No es inofensivo ni buena onda: no cree en libertades básicas, y menos en la de expresión. Amnésicos todos. Inentendible que ese partido no tenga la misma mala percepción que la dictadura de Pinochet o el nazismo.

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