“Ha sido muy dura y larga, lo que ha dejado tiempo para revisar muchas actividades de nuestra vida”, dice la arquitecta Ximena Joannon sobre la pandemia. Con una ajetreada agenda en las últimas semanas, por su trabajo a cargo de la recuperación de la Virgen del Cerro San Cristóbal, en estos meses no sólo le ha tocado enfrentar el aislamiento, ver la ciudad detenerse y adaptarse al teletrabajo; también le tocó vivir en carne propia el contagio de covid y estar lejos de los suyos. “Esta situación de forzado aislamiento y falta de libertad nos ha hecho valorar lo esencial, los afectos, la familia, la salud, el sentido de pertenencia a un grupo”, afirma.

Arquitecta de la Universidad Católica, como estudiante estuvo vinculada al trabajo de misiones y durante tres años hizo clases en Infocap. “La cercanía a la gente trabajadora y sencilla es algo que agradezco en mi vida y en esta profesión, me gusta mucho el trabajo en equipo y en obra. El ayudar a los demás dando trabajo o cumpliendo un encargo, es una recompensa humana invaluable”, afirma.

Fue su infancia, la que pasó gran parte en el campo, la que sembró en ella un espíritu de servicio, el que mantiene en cada proyecto que hace junto a su marido y socio, el también arquitecto Cristián Sáez. “Procuramos mantener un espíritu social. Los proyectos son sueños, ser un buen medio para intentar cumplirlo ha sido una gran motivación siempre, junto con ser éticos y consecuentes con nuestro quehacer como arquitectos”, afirma. “Hemos procurado mantener un repertorio de proyectos lo mas amplio posible y también mantener una actitud académica y exploratoria en nuestro taller. Hemos hecho colegios, edificios industriales, bodegas de vinos, obras religiosas, remodelaciones, conjuntos de viviendas y viviendas unifamiliares en distintos lugares de Chile, sin importar el tamaño o presupuesto del encargo”.

–La pandemia ha dejado enseñanzas en todas las áreas. En el contexto de ciudades vacías, edificios y construcciones sin moradores, ¿qué deja para la arquitectura y el urbanismo?

–Ha dejado tiempo para revisar muchas actividades de nuestras vidas. Si pensamos en la arquitectura como el reflejo de nuestra forma de vivir, esta estaría experimentando una gran reflexión sobre ella, lo cual sin duda tendrá consecuencias a futuro. Los espacios que comúnmente habitamos serán quizás los más cuestionados, con preguntas esenciales como por qué tengo que vivir aquí o de esta manera, qué lugar le sobra o falta a mi casa, variarán las condiciones de muchos espacios según los nuevos estándares de distanciamiento, tamaño, ventilación que quizás permanezcan. En cuanto a las ciudades, los barrios y en especial la edificación de carácter social, se necesita hacer un esfuerzo mayor por mejorar, debiera ser una variable estructurante de las políticas de gobierno. Una mejor calidad de vida influye en una mejor construcción de sociedad.

“Hacer las cosas bien”

Cuando a Ximena le tocó elegir su carrera, no sabía que la arquitectura estaba en su adn. Es bisnieta de Eugenio Joannon, arquitecto e ingeniero francés que llegó a Chile a fines del siglo XIX, a servir al gobierno del presidente Balmaceda y que más tarde se hizo reconocido por su trabajo con el arzobispado durante 25 años, especializándose en el diseño de iglesias.

“No tenía idea de que tenía un bisabuelo arquitecto ni cómo era. En el ramo de dibujo de primer año le pedí al profesor dibujar una de sus obras en vez de la que me habían asignado. Me enfrenté de lleno a su rigor, tuve que medir y dibujar miles de detalles porque existían muy pocos planos”, recuerda. “Con el tiempo he valorado lo que significa sacar adelante una obra, por lo que ver el trabajo de mi bisabuelo, quien llegó solo a Chile a ejercerlo, me emociona”.

Sus obras favoritas: el Convento e Iglesia Hermanitas de los Pobres, la Iglesia Santa Filomena, la Iglesia Corpus Domini.

La presencia de Joannon como arquitecto del arzobispado, se hizo muy potente en el país, ¿cree que hay valoración de aquello?

–Si, bastante en ese ámbito. Hace unos años le hicieron un homenaje en la Universidad Católica, en conjunto con el Consejo de Monumentos Nacionales. Le hicieron una declaratoria seriada a un conjunto de sus obras, lo cual fue un importante reconocimiento a su labor profesional en Chile.

–En la esquina de Estado con Compañía hay un hermoso edificio metálico que hizo su bisabuelo. Pocos saben de su valor arquitectónico. ¿Le pasa con alguna otra obra de él?

–Es notable que en una de las cuatro esquinas de la Plaza de Armas aun subsista un edificio de estructura metálica de apariencia frágil, al lado de los edificios porticados. Es el testimonio de un tipo constructivo poco habitual para esa época, presente en la estaciones de trenes, puentes y el Mercado Central. La Virgen del Cerro San Cristóbal también es una gran obra desde el punto de vista estructural. Fue hecha en los Talleres de Eiffel, Val D'Osne en París, siendo una gran gesta su montaje, sin camino y con carretas. Creo que mi bisabuelo no perseguía destacar sino hacer las cosas bien. Sus obras son de muy buena factura, dan cuenta de su buena formación como arquitecto en la Escuela De Beaux Arts y de ingeniero en la Escuela Central de París.

–¿Qué se habla en las generaciones actuales de su familia sobre su bisabuelo?

–Se le recuerda siempre con mucha admiración y cariño, por su sencillez, sentido de familia y profunda fe. Era un hombre de convicciones, trajo la Fundación San Vicente de Paul a Chile y terminó su vida dedicado al servicio de los pobres.

“Completar una tarea inconclusa”

En medio de la crisis sanitaria, a la oficina de Ximena y su marido les tocó asumir el proyecto de restauración de la Virgen del Cerro San Cristóbal. En cinco fases, fueron 45 días de trabajo.

Era un desafío importante, considerando que la imagen de la Virgen tiene 116 años. Esta se ejecutó en distintas piezas fundidas en Francia, las que luego fueron montadas una sobre la otra en el pedestal de hormigón, que es la capilla de la base diseñada justamente por su bisabuelo.

–Sobre la reciente restauración, la corona que exhibe seguramente generará alguna reacción contraria, ¿lo consideró?

–Lo consideramos y evaluamos con más personas, adultos mayores, jóvenes, los propios trabajadores y quienes están a cargo del Santuario, en especial su rector, el Padre Carlos Godoy, quien conoce muy bien a los fieles. En este caso, lo primero era cumplir con el encargo y el plazo, revisamos estructuralmente la estabilidad de la imagen tras los desprendimientos de la cornisa, para luego rehacerla con nueva tecnología. Luego se decidió aprovechar la instalación de andamios para pintarla e inspeccionar el estado de las uniones entre las partes. Finalmente supimos de la existencia de las estrellas de la corona original y decidimos reponerla. Es cierto que nadie recuerda la imagen con corona, pues estuvo ausente por más de 70 años, pero tiene sentido el volver a completarla como se concibió originalmente. Es como completar en nombre de nuestros antecesores una tarea que ellos dejaron inconclusa.

A propósito del cerro, ¿qué valoración debiera existir respecto al patrimonio verde?

–Creo que vivir rodeado de cumbres de distintas alturas es un privilegio, en poco tiempo podemos subir a una de ellas. Estando arriba, se aleja el ruido, se escuchan los pájaros y con suerte se ven algunos animales. Subir un cerro requiere concentración y eso a uno lo saca de la rutina. El contacto con el verde y con la naturaleza ayuda a pensar, baja el estrés y uno se renueva. El cuadro de Pedro Lira sobre la fundación de Santiago en el Cerro Huelén nos recuerda la identidad de nuestra ciudad y de sus habitantes, está ligada a ellos. Tenemos un patrimonio verde muy valioso, sería bonito que estos formaran un circuito más accesible e interrelacionado entre ellos, estos nos permiten tener un sentido de orientación y nos dan la posibilidad de “salir” de la ciudad sin salir de ella.

–¿Qué temas extraña poner al centro del debate para ir creciendo en estas materias?

–Hace tiempo que se ven ausentes los temas valóricos ligados a la construcción de una ciudad de buena calidad. Los planos reguladores, todos dispares, no producirán un milagro, eso ocurrirá cuando se tome conciencia política de que necesitamos planificación urbana a largo plazo y diseño urbano de calidad que la lleve a cabo. En Chile tenemos muy buenos profesionales para ello, sumados a los centros de estudios de las universidades y del sector público. Si se quiere aspirar a tener una ciudad más integrada, menos segregada, más verde, con mejores barrios donde la gente se quiera quedar y se conozca, eso requiere diversos planes, que derivan en proyectos urbanos concretos. No es llegar y poner viviendas sociales en barrios donde el valor del suelo es alto, lejos del transporte público, servicios o colegios, es todo un sistema. Se puede hacer, pero por respeto por quienes vivirán ahí debiera hacerse bien, eso ya ocurre con soluciones creativas en muchas urbes del mundo.

–¿Qué oportunidades ve para la ciudad, los espacios públicos y privados a partir de la nueva era post covid?

–La oportunidad de volver a recuperar la escala del hombre y una mejor calidad de vida para sus habitantes como prioridades. La ciudad no puede solo orquestarse en torno a los desplazamientos rápidos, a sacarle rentabilidad a los barrios o infraestructura funcional. El covid ha cambiado el foco y también muchos estándares, como por ejemplo la necesidad de veredas mas anchas pues hoy acogen mas actividades como comer, mayor demanda por desplazarse en bicicleta, mayor valorización de un espacio de esparcimiento cercano en zonas mas densas, o poder salir a la naturaleza circundante como los cerros para sentirse fuera de la ciudad. Eso nos acerca a un modelo que alguna vez tuvimos de barrios mixtos, donde no había que ir lejos para ir a trabajar o al colegio, con comercio de barrio y plazas pequeñas intercaladas. No ocurriría lo que vemos hoy con la pandemia, barrios de oficina o céntricos solitarios, que caen en decadencia y se vuelven peligrosos.

–¿Dónde diría que está el corazón del patrimonio de una ciudad como Santiago?

–Hay distintos tipos de patrimonio, pero creo que uno muy importante es la vida de sus habitantes, lo cual hace que esté en constante evolución. Trabajar con la ciudad implica ser visionario, pero también respetar su pasado, su identidad. Por eso a las ciudades hay que cuidarlas y renovarlas constantemente, pues ellas también se pueden despoblar, deteriorar o perder su atractivo porque se deja de invertir en ellas. Es positivo ir sumando nuevas experiencias urbanas individuales y colectivas, como el Highland Park en Nueva York, un parque elevado construido sobre unas ex líneas de tren. En Santiago también tenemos zonas industriales o antiguas que se podrían reconvertir.

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