“La televisión sigue siendo

el gran constructor

de rostros”. Cristián Leporati, publicista.

“La potencia simbólica que tiene algo que ya no tiene cuerpo es súper fuerte”. Constanza Michelson, psicoanalista y autora.

Mark Chapman asesinó en 1980 a quien fuera su ídolo, John Lennon.

La princesa Diana se transformó en un ícono pop tras su fallecimiento, en 1997.

“Dios está muerto”, tituló el periódico francés L'Equipe, con un dejo nietzscheano, el 26 de noviembre pasado. Una idea que se repitió en medios de todo el mundo a la que, además, se sumaban los adjetivos de “genio” y “eterno”. Así despedían al astro argentino del fútbol Diego Armando Maradona, quien falleció el día anterior, a los 60 años.

Un “a-diós” -como también rezaban otros titulares- como pocas veces se ha visto. Con los argentinos volcados en las calles y en la Casa Rosada -donde fue velado- para llorarlo, con la televisión y las redes sociales haciendo a todo el planeta partícipe del duelo, con deportistas y fanáticos de todos los rincones presentando sus respetos, y con el nombre de Maradona, aunque fuera para criticarlo, tomándose la conversación hasta de a quienes menos le interesa el fútbol. De paso, éste dejaba de ser carne para transformarse en una más de las leyendas que trascienden desde la cultura popular contemporánea.

Unió en la admiración a ricos y pobres, jóvenes y los no tanto, países y continentes; pero también provocó el rechazo de otros sectores y comunidades -como buena parte del feminismo y las diversidades sexuales-, simbolizando, además, el recambio cultural de las nuevas generaciones. Aunque, Maradona no ha sido el único “objeto de devoción” que genera tal controversia. Michael Jackson y Picasso, en diferentes escalas y tiempos, también han suscitado el amor y odio de la gente. Pero, ¿qué hay detrás de la idolatría, del ídolo y de quien idolatra?

¿Qué es la grandeza?

“Cuando tienes sociedades que son fuertemente individualizadas, como la occidental, donde los espacios de sociabilidad son más bien establecidos en un menú, como el consumo, hay determinados fenómenos que te vuelven a dar un sentido de comunidad. El fútbol tiene una fuerza muy grande en ese sentido, porque es reunirse siendo muy heterogéneos en torno a algo que los convoca”, dice el filósofo, ensayista, traductor y académico Pablo Oyarzún, quien ve en Maradona la mayor manifestación de este elemento sociopolítico, que también suscitan otros ídolos, y “que es bien importante”.

El académico de la Universidad de Chile asegura que todos necesitamos admirar, “porque enriquece mucho la vida”. Y la lista de admirables a lo largo del siglo pasado tiene, entre otros, a Elvis Presley, Charles Chaplin, Muhammad Ali, Lady Di, que se elevan como íconos de su época. Ídolos que, como sostiene Oyarzún, reflejan la realidad que viven y también la modifican. La pasada del ‘Rey del rock' por el programa de Ed Sullivan, en 1956, es prueba de ello: sacudió las caderas como nadie se había atrevido -ni se le había permitido- hasta entonces, generando los alaridos de las fans, el enojo del conductor del show, y el repudio y censura del ala conservadora estadounidense. Algo que se ve lejano ante la hipersexualización mediática actual.

Sin embargo, ni Elvis ni la mayor parte de la lista alcanzan el fervor religioso que concentra Maradona, al menos en Latinoamérica, donde medios de comunicación, fuerza política, industria deportiva, publicidad, seguidores, el propio jugador, han contribuido en la construcción del imaginario divino alrededor de su figura. “Los argentinos son más exagerados que nosotros, más hiperbólicos en su lenguaje. Aunque, sí es cierto que el ídolo deportivo tiene algo de semidiós de la mitología griega, alguien que tiene la relación con los dioses, pero a la vez es humano”, analiza el periodista y académico Eduardo Santa Cruz, para quien una frase del escritor uruguayo Eduardo Galeano precisa lo que es Maradona, en la conjución del virtuosismo y el vicio en partes iguales: “el más humano de los dioses”.

Esa paradoja junto al contexto geográfico son, para el escritor Álvaro Bisama, la base del relato maradoniano y lo que lo separa de otros ídolos. “Él es único, irrepetible, existe en una dimensión de la realidad que solamente es posible de ver desde la precariedad latinoamericana”. Asimismo, dice el autor de ‘Mala lengua: Un retrato de Pablo de Rokha', el argentino fue capaz de recorrer “la experiencia humana completa, con sus luces y sombras, hasta volverla casi irreal, una épica y una tragedia a la vez”.

Santa Cruz sostiene que hay grupos que rechazan a Maradona por muchas razones, “por machista, misógino, porque efectivamente lo era, desparramaba hijos por todas partes y no se hacía cargo. Una serie de cosas negativas del ser humano, él las hizo y más que todos los demás”. Por otro lado, dice, el jugador nacido en la popular Villa Fiorito “encarnó” y “re-presentó” los sueños y deseos de su pueblo, como “el poder echarle la foca a los poderosos”. Algo que, para el periodista, se asemeja a lo realizado por otros ídolos deportivos como Muhammad Alí, Jesse Owens y los deportistas afrodescendientes de Estados Unidos que se manifiestan ante la discriminación racial.

Para Oyarzún, la compleja composición psicosocial del jugador argentino, en la que se manifiestan “experiencias extremas de lo humano”, le plantea preguntas complejas: “¿Qué es la grandeza? Por ejemplo. Cuando uno habla de ella espera encontrarse con una cantidad de cualidades morales, virtudes y cosas por el estilo, pero la grandeza, tal vez, se mide de otra manera. No se mide sólo por la entereza ética de las personas, necesariamente. O tú empiezas a pensar en la entereza de una manera distinta, no sólo en términos éticos. Hay caracteres que pueden ser consistentes, pero que son feroces. Si uno piensa en Shakespeare, en Ricardo III, en Macbeth, son unos tipos de una consistencia atroz y, justamente, los lleva a realizar acciones atroces”.

La pasión de los neuróticos

En la mañana del 8 de diciembre de 1980, Mark Chapman se apostó en las afueras del edificio Dakota en Nueva York, donde esperó a quien fuera su ídolo mientras formaba parte de los Beatles, John Lennon, pero con el cual -diría más tarde- estaba “indignado por su estilo de vida”. No fue hasta cerca de las 11 de la noche que el músico y su esposa, Yoko Ono, aparecieron de regreso en su hogar. Al descender de una limusina, el exfan se aproximó y disparó en cinco ocasiones, acertando en cuatro contra el cuerpo del artista, que falleció a los pocos minutos. Tras el acto, el ahora asesino sacó su recién comprado libro de “El guardián en el centeno” y lo leyó hasta que la policía lo apresó sin oponer resistencia alguna.

El infame caso Chapman-Lennon es una muestra extrema de lo que puede ocurrir cuando una idolatría se transforma en algo patológico. Sin embargo, la psicoanalista y escritora Constanza Michelson aclara que la idealización de personas/personajes al punto de transformarlos en deidades responde a la estructura común y corriente de la neurosis humana, la que nos hace sentir una “deuda existencial”, lo que nos lleva al proceso de “transferencia de saber y de poder a otro”, similar al del enamoramiento, en el que se idealiza a una persona que encarna “nuestra falta”.

“Por ejemplo, una típica neurosis es la del impostor, de creer que en realidad somos ilegítimos en lo que estamos haciendo o estamos estafando porque en realidad no sabemos tanto, no merecemos lo que tenemos”, afirma la psicoanalista.

En ese contexto, el ídolo de multitudes o los líderes carismáticos encuentra un amplio campo fértil para reunir seguidores, fomentando el fenómeno de masas, en el que las “distancias psicológicas” entre unos y otros desaparecen. Incluso, los psicópatas son objeto de fascinación. “Es cosa de ver la cantidad de series que hay sobre ellos”, dice Michelson.

La interpretación que haga la gente sobre sus ídolos, entonces, será también factor en la construcción de su figura. “Los van a meter en sus vidas y los van a acomodar a sus necesidades, a sus demandas. Entonces, por ejemplo, van a haber muchos Maradonas. En última instancia, tenemos a un ser humano, no es más que eso, sobre el cual construimos seres para valorar u odiar”, resume Eduardo Santa Cruz.

La muerte de Lennon, así como ocurrió con otras estrellas de la música, como Bob Marley y Kurt Cobain, potenciaron sus niveles de idolatría. Esto, porque “se congela una imagen y la potencia simbólica que tiene algo que ya no tiene cuerpo es súper fuerte. Así nace la iglesia y el cristianismo”, explica Michelson. Otros factores que han sido determinantes en la construcción de un imaginario idílico son el misterio, el misticismo, y la autodestrucción, siendo la escena rock de finales de los 60's evidencia de ello, con la presencia de artistas como Jimi Hendrix, Jim Morrison, o Janis Joplin.

“Cuando tu vida está totalmente expuesta y has accedido a esa exposición, por así decirlo, pienso en la Edith Piaf y muchas vidas de ese tipo, el nivel de exposición es tal que los termina quemando. Es como estar expuestos excesivamente al sol, y porque además le pusiste una lupa, que termina incinerando esas vidas. Entonces, el nivel de exposición es algo que uno no puede dejar de considerar en estos casos. No hay refugio. Como eres una imagen importante, que vende, todo lo que hagas está sometido a esa exposición. Es como un martirologio”, reflexiona Oyarzún.

La marca del tiempo

La fragmentación medial y la liquidez de la comunicación en la era digital ha cambiado el terreno para el surgimiento de nuevos ídolos, así como también el poder de influencia de los antiguos -Michael Jackson es un ejemplo de esto último-. Mientras hace unas décadas, el misterio y el misticismo eran factor preponderante, hoy lo es la transparencia, la banalización y el estar permanentemente conectado. “Ya no son tres medios los que controlan la información en un país, hoy son multiplataformas digitales y cada una va creando sus propios perfiles de líderes de opinión”, dice el director de la Escuela de Publicidad de la Universidad Diego Portales, Cristián Leporati. Pese a ello, “la televisión sigue siendo el gran constructor de rostros”.

Maradona solía ser un caso excepcional, según el publicista. Porque si bien se trataba de un personaje de “alto riesgo”, dada su personalidad nihilista y sus polémicas -algo a lo que las marcas solían hacer el quite- “era un producto cultural transversal muy interesante porque era como hijo de su tiempo, un tipo de éxitos y fracasos, además de súper popular”, por lo que participó constantemente de campañas publicitarias. “En los últimos 10 años, las marcas se han ido soltando y se han arriesgado a auspiciar, promocionar, rostros globales que son de alto riesgo, porque, en términos del lenguaje e imaginario publicitario, auspiciar lo perfecto, el hombre y mujer perfectos, la familia perfecta, el político perfecto, es muy ajeno a una realidad muy política, muy contrastada, muy dura y brutal, y las marcas están buscando cercanía para poder vender. En ese sentido, Maradona era un símbolo de ying yang. Un tipo maravilloso, pero que también podía ser profundamente odioso”, dice Leporati.

El sitial de ídolos masivos aparece hoy vacío. Pablo Oyarzún lo acredita al desgaste de un ciclo de “extraordinaria inventiva”, como se vio en el rock entre la década del 50 y el 90, en las que “a cada rato surgía un artista notable” y en las que pareciera haberse “agotado todas las opciones”. Ahora, dice el filósofo, “siempre hay opciones, por eso admiras cuando alguien te propone una nueva posibilidad”.

Su rol sociopolítico llevó a Muhammad Alí a trscender del cuadrilatero del box.

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