Prólogo

El grupo de norteamericanos y chilenos que acordaron formar a estudiantes de economía de la Universidad Católica de Chile en la Universidad de Chicago, perseguía desde un principio intervenir los estudios de economía en Chile y, con ello, el curso de la economía chilena. Sin embargo, jamás imaginaron las consecuencias que su proyecto tendría en el futuro del país.

A su retorno desde los Estados Unidos, a fines de los años 50, los Chicago Boys trajeron consigo una sólida formación técnica y una misión clara: difundir la ideología de la libertad del mercado. Sin embargo, resistidos por empresarios y políticos durante años, los profesores de la Universidad Católica debieron conformarse con reproducir en las nuevas generaciones de economistas la crítica al Estado y a la democracia chilena. Solo la dictadura militar de Pinochet los instaló a la cabeza de la economía del país y les permitió imponer su ideología sin contrapesos, transformando por completo el curso del desarrollo de Chile.

Esa es la historia que relata este libro, que hace muchas décadas fue mi tesis de doctorado para el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Princeton, en los Estados Unidos. En español apareció en 1989 una versión resumida, a cargo del Grupo Editorial Z. En 1995, a su vez, Cambridge University Press publicó la tesis original completa. Esta nueva publicación, ahora por el Fondo de Cultura Económica, es entonces la primera que se puede leer íntegra en nuestra lengua y muestra, además, que a pesar de los años transcurridos la historia que relata y las ideas que describe no pierden trascendencia.

El objetivo central de las reformas estructurales y privatizaciones de empresas públicas desarrolladas por los economistas de Chicago fue reducir drásticamente el rol del Estado e instalar la lógica de mercado en toda la sociedad. Las llamadas “modernizaciones” expandieron la tuición del mercado a los servicios, a la salud, a la educación y a las pensiones, y hacia el final de los años 80, justo para el momento de la recuperación democrática, la ideología tendió a consolidarse en la sociedad chilena. Perdió su discurso más radical, pero amplió su radio de influencia y aceptación, y devino en una especie de dogma compartido para alcanzar el crecimiento económico. La euforia capitalista del fin de la Guerra Fría legitimó el neoliberalismo, vinculándolo al carácter aparentemente inevitable de la democracia liberal y la globalización. Para las élites conservadoras, economía y neoliberalismo eran sinónimos, y las ideas de eficiencia y modernización se identificaron con el mercado. La extraordinaria “alianza de militares y economistas” impuesta bajo la dictadura quedó atrás. Chile era ahora un ejemplo universal del rol del mercado en democracia, puesto que el esfuerzo por reducir progresivamente el rol del Estado y sus regulaciones, y debilitar aquel mundo sobreviviente de “lo público”, prosiguió inflexiblemente su curso.

El auge económico extraordinario del ciclo exportador de los años 90 y las políticas sociales de gobiernos de orientación socialdemócrata, lograron incorporar a millones de chilenos al desarrollo económico y aumentar la protección social de una manera nunca antes vista en la historia del país. Pero el éxito indiscutible de este período no significó un cambio en el predominio de la cultura individualista y competitiva construida a partir de la ideología del mercado. Más aún, una vez alcanzada la enorme tarea de poner a los militares en su lugar, los gobiernos socialdemócratas debieron limitarse a corregir “el modelo” en aspectos marginales.

¿Las razones?

Primero, estaba la enorme dificultad política de modificar una Constitución destinada a proteger el rol predominante del mercado. Luego, había que lidiar con la defensa a ultranza del sistema económico por parte de las élites conservadoras. Y finalmente se hallaba el comprensible afán de los gobiernos democráticos por consolidar la incorporación de nuevos sectores sociales por medio del crecimiento económico y el consumo. Por esa vía se mantuvo en Chile la preponderancia de una ideología que sospechaba del Estado y promovía su reducción, limitándolo a un rol asistencialista. Se consolidaron con ello algunas de las medidas más conflictivas heredadas desde la dictadura, como la privatización de las pensiones o la precarización de los servicios públicos. A la creciente privatización en áreas como la educación y la salud, habría que agregar que el agua también dejó de ser un bien público.

Pero con el tiempo Chile tampoco logró constituirse en una excepción a la crisis global de la democracia liberal. En línea directa con los principios de Friedrich Hayek, el razonamiento neoliberal chileno se convirtió en un opositor esencial al diseño políticamente deliberado de la justicia en la sociedad. Como el mercado sabía lo que era el bien común, la política tenía que reducirse a una competencia de poder entre individuos. Por ese camino, la expansión del mercado como ideología, la idea de un orden supuestamente espontáneo que regulaba los intercambios, se opuso directamente a la democracia. La idea del voto optativo, la magnificación del poder tecnocrático, la reducción del papel del Congreso y la transformación de los procesos electorales en espectáculos lúdicos y operaciones financieras, no fueron más que las consecuencias de una democracia destripada de sus fundamentos igualitarios. La democracia liberal sufrió el ataque de aquel hermano gemelo que pareció imponerse tras el fin de la Guerra Fría: el mercado. La política y la sociedad se fueron por caminos distintos.

Estos fueron los temas que estaban a la base del estallido social del 2019 en Chile. Millones de personas se congregaron, a menudo con rabia, a condenar el poder en las élites y la esterilidad de una política incapaz de cambiar la lógica del sistema. Denunciaron los abusos empresariales, la mercantilización de los servicios y la concentración de la riqueza en una minoría, y dejaron en una ciudad devastada, las huellas del rechazo a un sistema en extremo desigual y a un gobierno que veían como su encarnación.

Hubo un rayado, escrito en un inglés muy chileno, que cristalizaba la memoria y el proyecto de los manifestantes: “¡Bay Bay Chicago Boys!”. Era el rechazo a una historia. Y eso es, de pronto, lo que mantiene el valor de conocerla.

Introducción

Chile: el ejemplo excepcional

Desde los últimos 30 años, Chile ha sido citado frecuentemente como un ejemplo político y económico para países en desarrollo. Desde el retorno a la democracia, ha existido tanto una aprobación como una preocupación unánime sobre el continuo crecimiento económico en Chile. El país, en efecto, ha sido entendido como un modelo de equilibrio, prudencia democrática y manejo económico eficiente. Hubo un período, sin embargo, en donde el “ejemplo” chileno fue objeto de opiniones altamente polarizadas. Tanto la “Revolución en Libertad” del presidente demócrata cristiano Eduardo Frei (1964-1970), como la “Vía legal al Socialismo”, llevada a cabo por el Presidente Salvador Allende (1970-1973), atrajeron una gran atención de diversos grupos de personas, en distintos momentos y regiones del mundo. Ambos proyectos fueron sindicados como “modelos”, ya sea a emular o a evitar. Luego del control militar y del masivo abuso de los derechos humanos que el régimen autoritario sostuvo, Chile se mantuvo como objeto de curiosidad de diversos círculos políticos e intelectuales. El ejemplo trágico de una democracia destrozada proveyó la chispa para acaloradas discusiones y controversias en varios países. El repentino cambio de orientación de Chile fue un fascinante fenómeno político y económico que encendió el amplio debate sobre el desarrollo, la democracia y el cambio social. Afortunadamente para los chilenos, la recuperación de la democracia en 1990 eliminó la histórica condición del país como laboratorio social. De ahora en más, la controversial historia chilena reciente se ha convertido en materia de historiadores y especialistas. Incluso hoy, sin embargo, algunos insisten en destacar la naturaleza ejemplar de un “experimento” particular, visto como un modelo ideal para otros países en desarrollo o para naciones en proceso de modernización de sus economías: la revolución neoliberal implementada luego de que el general Pinochet asumiera el poder.

Es importante recordar que, en septiembre de 1973, una junta militar derrocó al presidente socialista de Chile, Salvador Allende, provocando la destrucción de la larga tradición democrática. El general Pinochet y sus brutales métodos de gobierno inspiraron un rechazo compartido por casi todo el mundo. Sin embargo, y casi desde el principio, la transformación económica llevada a cabo en Chile adquirió un enorme prestigio en las instituciones financieras internacionales, así como también en círculos académicos conservadores, cuyas visiones económicas (y sociales) eran, en ese tiempo, llamadas de forma indistinta como “neoconservadoras”, “neoliberales” o “neoclásicas”. Desde mediados de la década del 70, Chile disfrutó de un tratamiento privilegiado por parte del Fondo Monetario Internacional (fmi) y los bancos comerciales. Chile era, sin duda, el país más visitado y comentado por parte de los periodistas de medios internacionales conservadores, como también por una distinguida lista de académicos liderados por los más prominentes miembros de la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, entre quienes se destacaba Milton Friedman. La razón de este interés es fácil de comprender: Chile se había convertido en el primer y más famoso ejemplo de un país, en vías de desarrollo, que aplicaba reglas económicas ortodoxas. Se produjo una apertura del comercio exterior; se liberaron los precios; las compañías de propiedad estatal se privatizaron; el sector financiero se desreguló, y las funciones y el tamaño del Estado fueron drásticamente reducidas.

El interés en Chile, adicionalmente, también respondía a otro elemento: el grupo de economistas designados por el general Pinochet en los más altos puestos de su gobierno eran conocidos en círculos académicos y de negocios, desde hace algún tiempo, como los Chicago Boys, en atención a que la mayoría de ellos había recibido entrenamiento de posgrado en aquella universidad estadounidense. Su estatus como antiguos alumnos de la Universidad de Chicago explica no solo la audacia de su revolución económica, sino también su ilimitada fe en la ciencia económica como sustento legítimo de sus draconianas decisiones, y en la habilidad del mercado para resolver el conjunto de problemas que la sociedad debía enfrentar. Era igualmente explícito su completo rechazo al rol activo del Estado en el proceso de desarrollo. Para ellos, todo estaba inspirado en la “ciencia económica”, una ciencia que se encuentra principalmente en sus textos canónicos. El caso chileno, de esta forma, se convirtió en un fenómeno único, que no era deudor de ninguna otra experiencia histórica.

Estas reformas y, hasta cierto punto, la manera drástica y radical en que ellas fueron aplicadas, siguen siendo objeto de preocupación y admiración de algunos observadores y analistas, a pesar de que se encuentran a la base del éxito chileno de los años 90 y primeras décadas del siglo xxi. El rigor económico al cual fue sometido Chile después del fallido experimento socialista ha sido entendido como el fundamento de una economía libre y balanceada que, poco más de veinte años después, distingue a su naciente democracia. Por muchos años, el fmi y otras entidades asociadas al núcleo del mundo industrializado recomendaron seguir el caso chileno como ejemplo para el resto de América Latina. Desde el punto de vista de estos organismos, para bien o para mal, Chile ha avanzado en la corriente universal de liberalización económica, la privatización de la propiedad pública y la reducción del rol social del Estado, en un contexto de dificultades para el capitalismo financiero. En efecto, esta corriente ha forzado a un cambio de curso no solo en los países más desarrollados, como Estados Unidos y el Reino Unido, sino también en las regiones en desarrollo. En América Latina, Chile se anticipó más de 10 años a la estabilización, el reajuste y al proceso de liberalización, los que ahora son una característica generalizada del continente. Más destacable aún es que estas reformas ultraliberales se produjeron antes de que ellas acontecieran en Estados Unidos y el Reino Unido. Esta anticipación ha dejado perplejos a los estudiosos que comprenden al sistema económico mundial como un sistema mecanicista, cuyos eventos dependen de los fenómenos acaecidos en los países centrales. Es así como los economistas chilenos parecen haber vislumbrado el cambio y fin de la era keynesiana, la que tuvo como consecuencia la prominencia de las políticas monetaristas que buscan corregir el desbalance financiero producido por el “estatismo” de la era precedente. Sus políticas anticiparon una forma –abundancia financiera, reducción del Estado, la denigración de la intervención estatal, la celebración del rápido enriquecimiento, el boom yuppie, junto a una completa despreocupación por las políticas sociales–, una moda que algunos intelectuales neoliberales y economistas especializados arguyen como característica distintiva de la modernidad occidental en los años que cierran el siglo xx. De esta forma, no debiera sorprender que el ejemplo chileno haya sido citado como un prototipo de las “Terapias de Shock” que se utilizaran para combatir el caos productivo en medio de una inflación desatada, tal como sucede en Rusia y en algunos países de Europa del Este. La Historia es, en efecto, capaz de generar los giros más extraños. Estas referencias sobre Chile parecen inclinar la creencia, al parecer inevitable, de que las enfermedades económicas deben conducir necesariamente a soluciones drásticas, incluso si ellas requieren la implementación de políticas draconianas. Tal como en Chile veinte años atrás, algunos observadores pueden confundir los inevitables costos que entraña un proceso de normalización económica con la búsqueda deliberada de la purificación ideológica.

Son precisamente estos elementos controversiales los que han mantenido el interés extranjero en el caso chileno durante todos estos años. Esto nos permite considerar una serie de elementos y fenómenos que son objeto de estudio de economistas, científicos políticos, sociólogos y otros profesionales de las ciencias sociales. La economía ha logrado extraer una gran cantidad de datos de Chile durante su investigación sobre la inflación, las políticas de reajuste y el proceso de apertura económica en países en vías de desarrollo. Sin embargo, la discusión sobre la relación entre el autoritarismo político y el cambio económico estructural conducido por los neoliberales ha sido igualmente popular, llegando incluso a eclipsar el análisis estrictamente económico sobre el caso chileno. Es a propósito de esto que el caso chileno ha sido frecuentemente citado por los escépticos, quienes dudan si acaso es realmente posible combinar un régimen democrático con procesos de ajuste económicos de inspiración neoliberal. Las reformas económicas estructurales prescritas para América Latina por el conglomerado de instituciones públicas y privadas que regulan las finanzas internacionales, las que un autor ha referido como “El Consenso de Washington para países en desarrollo”, parecen hacer imposible la preservación de libertades personales. Claramente, todo este asunto ha sido el principal argumento de quienes se oponen a la aplicación de medidas económicas ortodoxas en los países en desarrollo.

(Continúa en la página 20)

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Ficha de autor

Juan Gabriel Valdés un político y diplomático chileno, exministro de Estado del presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Abogado de laPontificia Universidad Católica de Chile, es Master of Arts en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Essex, en Estados Unidos. Además, es doctor en Ciencias Políticas de laUniversidad de Princetonen Estados Unidos.

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