“Puede ser que el abrigo del retail sea más barato, pero el mío está hecho por manos chilenas, productos locales y un trabajo único por cada pieza”.

Elisa de Cordova.

Un abrigo de la marca homónima de la diseñadora chilena Elisa de Cordova toma casi cuarenta días en estar listo. El proceso comienza en la región de Tarapacá, con la esquila de las alpacas hecha por un grupo de mujeres aymaras tejedoras, quienes luego hilan la fibra textil con un huso, y con la lana resultante crean un paño de tres por cinco metros de largo, tejido en un telar prehispánico. Luego de este proceso inicial, que es el que toma más tiempo y que dura un mes, el paño viaja a Santiago. En el primer taller se fusiona con otra tela para darle más peso; en el segundo taller se cortan los moldes, se cose, y ya está listo para que el encargado de los ojales, en otro taller, haga su trabajo y se asegure de que la terminación sea perfecta.

El resultado final es un abrigo de lana de alpaca, que cuesta cerca de 400 mil pesos, con un proceso de fabricación guiado por los criterios establecidos en la economía circular: un impacto mínimo en el medio ambiente con una baja huella de carbono, salarios justos para todos los actores del proceso y una retribución posterior, ya que a las tejedoras aymaras se les retorna un 5 por ciento de la venta de cada abrigo, independiente del pago inicial por su trabajo.

En el mundo del fast fashion, que actualmente domina el mercado de la moda, un abrigo que se vende en el retail demora, como máximo, un par de días en estar listo. La confección, con materias primas artificiales, está a cargo de una persona a la que se le paga menos de un dólar y se le exige tener el resultado en tiempo record. Probablemente vive al otro lado del mundo, en Malasia, Indonesia, Vietnam o en la India, y trabaja en condiciones deplorables. Una vez terminado, el abrigo viaja miles de kilómetros para llegar al país, dejando tras de sí una considerable huella de carbono, y su costo final es muchísimo menor a 400 mil. Y, además, no considera ninguna retribución por artículo vendido.

¿Cómo se compite contra el fast fashion, considerando que además de abaratar los costos de manera brutal, maneja el mercado con precios bajos y una mayor variedad de productos?

“Lo más importante es educar al público al cual quieres llegar, hablar de la sensibilidad de lo que uno hace”, explica de Cordova. “Este trabajo, para mí como diseñadora, es muy emotivo, es una repatriación de oficio. Cuando expongo una prenda en Instagram escribo la historia que hay detrás, para que la gente sepa que una parte de su compra llegará directamente a quien fue una pieza clave en el proceso. Puede ser que el abrigo del retail sea más barato e igual de lindo, pero el mío está hecho por manos chilenas, productos locales y un trabajo único por cada pieza”, agrega.

Cambio cultural

Una larga fila de personas saliendo de la tienda de H&M, en el mall Casa Costanera. Después de meses de confinamiento, este fue uno de los puntos de venta que atrajo a una mayor cantidad de personas cuando, nuevamente, comenzaron a abrir algunos locales. Hombres, pero por sobre todo mujeres, aguardaban su turno con varias prendas, sin importar el tiempo de espera y el riesgo de contagio. La meta era pagar.

Esta imagen en medio de una pandemia, que se repitió en China, Japón, Brasil y en el Reino Unido, con filas de personas abarrotando tiendas no esenciales, es para Bárbara Pino, académica y directora del Observatorio Sistema Moda MODUS de la Universidad Diego Portales, un reflejo de la sociedad. “Somos consumidores bastante incultos, tenemos muy poca conciencia de lo que compramos. Vivimos en una cultura inmersa en un espiral vicioso de consumo, que compra más de lo que necesita, que no entrega valor a las cosas y que las desecha rápidamente, por eso siempre necesita más”, explica.

Para un comprador no informado, puede ser muy atractivo contar con la oferta inagotable de varias colecciones al año y con el recambio completo de una tienda cada mes, pero detrás de eso hay una alta huella de carbono y un mercado que genera efectos negativos en el ámbito social, económico y ambiental. Según cifras de la ONU, la industria de la ropa, que duplicó su producción entre 2000 y 2014, es la segunda más contaminante del planeta. Utiliza 93 mil millones de metros cúbicos de agua cada año (lo que podría cubrir las necesidades de cinco millones de personas), y desecha en el mar medio millón de toneladas de microfibra, equivalentes a tres millones de barriles de petróleo. Y cada segundo, se entierra o quema una cantidad de textiles equivalente a un camión de basura. Esto ocurre en Chile más a menudo de lo que se cree. “Cerca de Alto Hospicio hay quemaderos clandestinos. Ahí llevan las toneladas de ropa que no se vendieron en la Zofri y se queman, porque es más barato que guardarla en bodegas”, denuncia Pino.

Pero la sobreproducción de ropa, los altos volúmenes de desechos y los daños que generan al medioambiente son temas que, en medio del ritmo frenético del fast fashion, están sentando las bases del nuevo rumbo que debería tomar la industria. “El cambio de paradigma es urgente, es cierto que gracias al mayor acceso a ciertos bienes se ha podido alcanzar una mejor calidad de vida, y que en Chile esa pobreza de personas descalzas y sin ropa ya no existe, pero ya estamos al lado del exceso. El mundo siempre ha actuado con lógicas de crecimiento, en donde los números tienen que dar, pero ya no hay más espacio para ese mundo y ese es el gran desafío que están viviendo las empresas”, asegura la académica. Y agrega: “Las grandes marcas están haciendo esfuerzos para cambiar en temas de sostenibilidad y en sus planes de negocios. H&M se dio cuenta de que no puede seguir vendiendo más de lo que vende hoy, porque los mercados están copados. Comprendieron que el futuro es el cambio porque la sobreproducción no los va a llevar a un modelo sostenible en el tiempo. El cambio de paradigma es importante, y tiene que ver con el decrecimiento: vivir con menos para vivir mejor”.

Distinción

Elisa de Cordova es la única chilena invitada a participar de la plataforma oficial de la próxima semana de la moda de Nueva York, uno de los eventos más importantes del mundo textil y que se celebrará en febrero de 2021. Su trabajo con las tejedoras aymaras, que comenzó cuando se enteró de que estaban sin trabajo por la pandemia, fue clave para la invitación. “Te ofrecen una pasarela para que muestres tu trabajo, así que mostraré mi última colección, que tiene estos tejidos”, cuenta.

Es un hito para su carrera como diseñadora independiente, que comenzó en 2016 cuando fundó su marca homónima. Pero antes, también sufrió los males del fast fashion. “Trabajé para el retail y conozco las malas condiciones. Te dicen: ¿puedes hacer 100 prendas en 2.500 cada una? Si dices que no, hay otro que dice que sí, por necesidad. Lo ético es que la persona ponga el valor; hay gente que cobra barato, sabiendo que su trabajo vale más. Si pagas bien y no explotas a quien trabaja contigo, respetas su trabajo y generas un círculo virtuoso. Yo pago bien porque no puedo hacer vista gorda con lo que pasa en mi entorno, como tampoco puedo hacerlo con lo ecológico”, dice la diseñadora.

Con este conocimiento, definió las líneas por las que transitaría su marca: pocas colecciones al año para evitar la sobreproducción textil, básicos, tonos monocromáticos y textiles sudamericanos. “Como trabajo a escala pequeña, tengo el lujo de no venderme al sistema. Eso, considerando cómo funciona todo, es un acto de rebeldía porque podría estar ganando mucho más, con un flujo de ventas constante y un sueldo fijo. Pero decidí irme por el camino de lo sostenible y ser consciente”.

Perderse en los detalles

Carolina Diez no recuerda cuándo fue la última vez que compró en una cadena de ropa. “Los valores del retail no existen; el vestuario que crean es desechable, con telas de mala calidad. Es por ellos que tenemos un entendimiento equivocado del valor y del trabajo que hay detrás”, dice. Diseñadora gráfica y de vestuario, es la creadora de Renacentistas, una marca con la que busca producir a baja escala, sólo a pedido, eligiendo telas antiguas y hechas en Chile. “No me voy por el lado minimalista. Me pierdo en los detalles, evoco sentimientos, que se note que lo que estás usando tuvo harto trabajo y buenas terminaciones”, dice.

Con menos de un año de funcionamiento, que justo coincidió con los meses de pandemia y confinamiento, y solo con Instagram como plataforma de venta, Carolina ha podido promover y vender sin invertir un peso en publicidad. “Si una blusa en el retail puede costar 30 mil pesos, mi blusa de seda y con terminaciones perfectas, cuesta 60 mil. No aspiro a que me compren millones de personas. Mi precio es más alto porque no concibo pagarle mal o menos de lo que corresponde a la persona a cargo de la confección. Una de las claves de mi marca es que diseñadora y modista se necesitan mutuamente, prima el respeto por el trabajo de las dos”, dice. Respecto a cómo se proyecta, espera sumar a más personas a la cadena productiva, sin perder de vista sus valores. “Me encantaría generar trabajo no sólo para mí, armar un equipo un poquito más grande. Pero tiene que ser de a poco”.

Rescatar para reciclar

Rosario Hevia llegó a la hilandería ubicada en Macul por primera vez el año pasado. Buscaba reciclar parte de los 450 kilos de ropa que recibía al mes con su emprendimiento Travieso, con el que le daban una segunda vida a la ropa infantil. Cuando volvió en octubre, post estallido social, le dijeron que la fábrica había quebrado y que la iban a vender. Y como ella ya estaba al tanto de la necesidad del reciclaje textil, convocó a cuatro socios más (todos ingenieros civiles y sin experiencia en el área textil), para comprar la fábrica e iniciar su propia empresa de reciclaje textil. Concretaron la compra el 2 de enero de este año, hicieron toda la mantención necesaria y en marzo empezó a operar Ecocitex (Economía Circular Textil).

Actualmente, reciclan más de tres toneladas de residuo textil al mes, convirtiéndolo en hilado de ropa reciclada.

“Partimos reciclando de forma completamente gratuita, pero crecimos y recibimos más ropa. Tenemos que ser cuidadosos, porque si empezamos a recibir más de lo que podemos trabajar es poco sostenible”, reflexiona Rosario, quien también detalla que están estudiando distintas opciones. “Una sería proponerle a las grandes empresas un sistema de economía circular, en donde compren el hilo resultante de su reciclaje textil y le den nueva vida a ese hilado, o bien que paguen por el retiro de la ropa, porque actualmente es gratis”, explica.

En el centro de acopio de la fábrica reciben más de una tonelada de ropa a la semana, ya sea por donaciones de personas, por lo que llevan empresas dedicadas al retiro domiciliario, por los retazos del proceso productivo que reciben de marcas como Monarch y por las muestras de vestuario de otras como Ripley. Lo que está en buen estado se vende o se dona, las telas que se pueden rescatar se convierten en otros productos y sólo se recicla la ropa en mal estado. Para eso, se clasifica por color, se le quitan cierres, botones, broches y etiquetas, y cuando tienen 450 gramos limpios de un mismo color, se corta y desmenuza. Una máquina peina y separa las fibras en paño de vellón textil desmenuzado, transformándose así en hilado de textil. Luego se pasa a otra máquina, en donde se aplica torsión al hilo para otorgarle resistencia.

“El desafío más importante es reciclar, pero también abrir mercado a ese producto resultante”, cuenta Rosario. A ocho meses de haber iniciado las operaciones, tienen 130 puntos de venta en donde se pueden comprar los hilos en formato de ovillo o cono, pero es tanto el desecho y reciclaje, que la producción de hilos es mayor a lo que han vendido. Por eso, Rosario tiene claro que la meta no es reciclar mayores cantidades de ropa, sino que disminuir el consumo y generar menos desechos.

“Los consumidores estamos súper acostumbrados a hablar de lo sustentable, pero muchos no son consecuentes, e igual compran en cadenas de fast fashion. Si nos oponemos a eso y dejamos de comprar a quienes no se hacen cargo de sus desechos textiles, el consumidor puede obligar ese cambio”, dice convencida.

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