“El cachetoneo encubre una inseguridad cultural. Quien tiene vergüenza de su idioma, tiene vergüenza de sí mismo”.

En la novela “Martín Rivas”, de Alberto Blest Gana, hay un personaje ridículo. Agustín venera y envidia la cultura francesa, dominante a mediados del siglo XIX. Para lucir esa preferencia él arruga su nariz ante los defectos chilenos. Agustín dice que en París todo es mejor y, cada dos palabras, intercala una en francés. En suma, Agustín es un cachetón.

El poeta Armando Uribe sostenía que nuestro chilenismo “cachetón” vendría, precisamente, de los vocablos franceses cachet et ton (elegancia y tono) que esos afrancesados empleaban a destajo. El cachetón es un arribista que, entre otras cosas, usa palabras extranjeras para añadirse caché y darse tono.

La cultura francesa ya no predomina en el mundo. Pero los cachetones siguen dominando en Chile. Ahora veneran y envidian la cultura anglosajona. Y pretenden imitarla usando palabras inglesas a costa de sus equivalentes en castellano.

Los anglicismos son una epidemia en Chile. Los usamos a diario en todos los niveles sociales. Por pereza o para darnos caché y tono, decimos mall (centro comercial); online (en línea); link (enlace); delivery (entrega a domicilio); webinar (seminario virtual) y hasta peak (pico).

Encontrar alternativas exige un poco de trabajo, a veces. En Chile decimos “hora peak” porque nos resistimos allamar “hora pico” al lapso de más congestión vehicular. Pero, si esa expresiónnos suena impúdica, ¿qué nos costaría traducirla por “hora punta”?

Nos costaría pues tendríamos que dejar de ser cachetones. Y para una cultura insegura eso es amenazante. El cachetoneo encubre una inseguridad cultural. Quien tiene vergüenza de su idioma o lo ignora, tiene vergüenza de sí mismo o se ignora.

Un presidente de la asociación de agencias de publicidad quiso dignificar esa vergüenza nacional afirmando: “el uso de anglicismos [en la propaganda] da estatus. […] Cuando tú les pones el inglés a las cosas, se genera un tema en el consumidor de aspiracionalidad [sic]”.

Subyugado por esa “aspiracionalidad” (que en buen castellano se llama arribismo) aquel publicista olvidó que la propaganda no sólo refleja el habla y las aspiraciones de una sociedad, también contribuye a moldearlas.

El uso de anglicismos innecesarios es una epidemia global. Pero en Chile, por causa de nuestro ancestral cachetoneo, la tasa de contagio de esa plaga se dispara (quien quiera comprobarlo puede ver “Esto no es un webinar”, en el sitio de la Academia Chilena de la Lengua). Nuestras élites políticas, económicas e incluso académicas hacen coffee breaks, en vez de pausas para el café. Nuestros jóvenes encuarentenados postean stories, en lugar de subir historias a Instagram.

Las lenguas evolucionan, se mezclan y cruzan sin cesar. Importar palabras que nos faltan es bueno. Pero desechar las que tenemos para emplear anglicismos y parecer lo que no somos es puro cachetoneo.

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Jorge A. Cash Sáez

En las últimas semanas ha circulado profusamente una tesis de Pablo Longueira, candidato a presidente de la UDI, la cual afirma, sin ambigüedades, al menos cuatro cosas. Por una parte, que la derecha debe trabajar por una unidad amplia del sector, que asegure la conformación de al menos un tercio de los integrantes en la próxima Convención Constitucional.

También, que esa unidad debe considerar a José Antonio Kast como uno de sus principales referentes. A su vez, que dicho tercio garantiza la posibilidad de vetar los acuerdos mayoritarios que provengan de la centroizquierda, por lo cual, si dicho veto se ejerce disciplinadamente, a través de cuadros técnicos preparados y monolíticos, al cabo de doce meses y ante la ausencia de acuerdo en aquellas materias sensibles para la derecha, seguirá rigiendo en todo o parte la actual Constitución.

Asimismo, insiste en la idea que dicho tercio podrá vetar el conjunto del texto constitucional que surja como resultado de la Convención.

El planteamiento descrito, cuya lógica y estructura no es otra que la fijada por Jaime Guzmán en la Constitución de 1980, no alienta ni promueve la construcción de acuerdos, sino que los impone sobre la base de la sobrerrepresentación de las minorías y de la coerción del veto.

Dicho esquema, si bien fue funcional para prolongar la ejecución eficiente del ideario de Guzmán en democracia y garantizar mínimos de gobernabilidad en la primera fase de la transición, condujo a una cultura transaccional que dañó profundamente la política chilena al constreñir a nivel constitucional la fuerza de las mayorías, tergiversando la idea de los grandes acuerdos que pudiesen surgir como consecuencia del encuentro genuino de miradas y proyectos.

La tesis del precandidato a convencional de la UDI no esconde nada. No hay trampa ni segundas lecturas. Esta vez, y sin necesidad de recurrir a las máximas de la transición, Longueira se apresta a extremar la discusión constitucional para provocar su fracaso y el triunfo, ahora democrático, de la Constitución de su mentor.

Quienes creemos que este proceso representa una oportunidad para Chile no podemos caer en la lógica de trinchera. Debemos procurar y propender con renovado optimismo a la búsqueda de entendimientos que nos permitan forjar nuestro destino en paz, sin vetos y con pleno respeto a las minorías.

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“Las instituciones hay que pensarlas imaginando que el peor energúmeno llegará al poder”.

Fernando Claro V.

Es difícil analizar las elecciones gringas, más aún acá, desde el fin del mundo, pero hay algo que me niego a creer: que los votos de Trump son una afirmación de todo lo malo que él, como individuo, representa: mentira, racismo, machismo, prepotencia, etc. Quizás soy ingenuo, pero no puede ser que el 48% de los 150 millones que votaron sean dementes como él. Tiene que haber mucho más, y no solo apoyo a baja de impuestos, proteccionismo o tirria al ideal cosmopolita.

Meryl Streep nos dijo hace unos años que si no fuera por ella y la «gente de Hollywood», no tendríamos «más entretenciones que ver fútbol y artes marciales que, en todo caso, no son El Arte». Es decir, ella, y Hollywood, son la fuente de la correcta entretención y del verdadero arte. Lo decía en función de unos arrebatos de Trump y debido a que «la prensa, los extranjeros y Hollywood», estaban siendo «la clase más vilipendiada de la sociedad estadounidense en la actualidad»: Hollywood, la industria del cine que a través de los Oscar premia a las minorías —y no películas—, y que se nutre en el más simple y burdo baile de dólares gracias al consumo de superhéroes, explosiones e infantilismo. Como si una asociación entre McDonald's, KFC y Subway insistiera en presentarse como los verdaderos jueces de la alta cocina, dijo Ernesto Ayala. Y de la cocina saludable, agregaría yo. Puro show. ¿Qué hay de malo en seguir el fútbol americano y tomar cerveza? Juzgar mezclando cuestiones como mitomanía y machismo con tener camionetas y salir a pescar hace mal. Ese es el tipo de cosas que despierta iras contra los demócratas que se transforman en votos. Hace unos días, el expresidente de RD, Rodrigo Echecopar, hacía creativas comparaciones de las elecciones gringas con los partidos de cricket, el sofisticado deporte británico. Espero no se burle algún día de quienes seguimos nostálgicos de la noventera Don Balón.

Deberíamos aprender de la prueba que al parecer superó la democracia estadounidense: controlar a un loco descriteriado. Por más mal que hizo, no pudo hacer mucho. Las instituciones hay que pensarlas así, imaginando que el peor energúmeno llegará al poder. Por eso nunca hay que darle muchas herramientas al Estado. Imagínense a Trump twitteando hacia dónde debe dirigirse el famoso «régimen de lo público» de Atria y sus amigos. O nuestra educación en manos de Matías Walker o de los diputados Winter o Urrutia.

En Chile también tenemos unos que hacen lo suyo: se hacen ricos actuando en teleseries hijas del más burdo consumismo para después, en nuestros Oscar de la bondad en Twitter, autosantificarse y autoanularse mentalmente, cancelando por moda a personas con opciones incomparables al trumpismo, AMLO o el chavismo. Parece que la cosa era estudiar teatro.

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