El martes 3 de noviembre de 1970 se realizó la ceremonia de cambio de mando presidencial. Después de seis años en La Moneda, el líder DC Eduardo Frei Montalva daba paso a uno de sus rivales históricos, el socialista Salvador Allende, después de un intenso y complejo año electoral.

La actividad del Congreso Pleno se extendió de 10 a 11.20 horas. El acta del diario del Sesiones registra una impresionante asistencia de representantes diplomáticos, que vieron entrar al presidente Frei a las 10.57 horas, acompañado de sus ministros. La sesión comenzó a las 11 horas, con la presencia de 45 senadores y 136 diputados. Después de aprobar el acta del Congreso Pleno del 24 de octubre, que había elegido al “ciudadano don Salvador Allende Gossens” como Presidente de la República, solicitaron al Presidente Electo que ingresara a la sesión junto con sus futuros ministros. De inmediato los presentes se pusieron de pie para escuchar la entonación del Himno Nacional, tras lo cual Tomás Pablo (Presidente del Senado), procedió de acuerdo con lo establecido para estas ocasiones: “De acuerdo con lo dispuesto en el artículo 70 de la Constitución Política del Estado, procederé a tomar juramento al señor Presidente Electo don Salvador Allende Gossens. ¿Juráis o prometéis desempeñar fielmente el cargo de Presidente de la República, conservar la integridad e independencia de la Nación, y guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes?”

La solemnidad del momento se mezclaba con la emoción y la alegría contenidas durante décadas por los partidarios de la izquierda chilena, que vieron llegar el momento de conducir los destinos del país para dar inicio a la “vía chilena al socialismo”, como denominaban al proyecto de la Unidad Popular. La respuesta de Salvador Allende fue escueta, rápida y segura: “Sí, prometo”. De inmediato procedieron a firmar el Acta de Juramento el propio Allende, además de los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados. El presidente Eduardo Frei Montalva se quitó la banda y la insignia de mando presidencial, que puso en manos del Presidente del Senado, quien a su vez las terció sobre el pecho del nuevo Presidente de Chile, agregando: “De conformidad con lo resuelto por el Congreso Pleno, procedo a haceros entrega, por el período constitucional correspondiente, de la Insignia del Mando Supremo de la Nación”.

“¡Viva Chile, mierda!”, había sido grito de victoria del diputado socialista Mario Palestro tras la elección de Allende días atrás, en una manifestación espontánea y popular que saludaba la etapa que se iniciaba con esperanzas, temores, algarabía y una preocupación que cruzaba a distintos sectores de la población. Se iniciaba un periodo inédito en la historia de Chile, que en los sesenta días precedentes había mostrado las contradicciones de la sociedad, las limitaciones y posibilidades del régimen democrático, así como el anticipo de los días difíciles que vendrían por delante. La campaña quedaba atrás con todo su fervor, movilización social y episodios de violencia; lo mismo ocurría con el proceso posterior al 4 de septiembre, con las negociaciones, la defensa de la primera mayoría de Allende que hicieron sus partidarios y la lucha de sus opositores para evitar que llegara a La Moneda, que había incluido el doloroso e inaceptable asesinato del comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider, por parte de un grupo extremista de derecha.

Finalmente, Salvador Allende Gossens era Presidente de Chile. Desde entonces ya podía cambiar ese epitafio con el cual él mismo ironizaba: “Aquí yace el futuro Presidente de la República, Salvador Allende”. Después de todo, en 1970 había enfrentado su cuarta aventura presidencial, después de las sucesivas derrotas de 1952, 1958 y 1964. Sin embargo, Allende tenía una gran confianza en su capacidad política y en el trabajo realizado, y estaba convencido de las posibilidades de una alianza amplia de las fuerzas de izquierda, sumado al respaldo que los sectores populares podrían dar a esta nueva postulación. Finalmente, el objetivo estaba conseguido, aunque todavía quedaba mucho camino por delante.

Osvaldo Puccio, secretario personal del senador y ahora gobernante, se fue tras el acto del Congreso Pleno hacia el Palacio de gobierno: “Lo que ahí encontré era realmente insólito. No había nadie más que el personal de servicio en el edificio. No quedó nadie para hacer entrega de la Moneda. Nos encontramos todos los escritorios vacíos, igual que los archivadores. Las cajas de fondo estaban puestas. No había nada, absolutamente nada en ningún cajón. Ni un solo archivo. Era una casa totalmente vacía. Habían roto o se habían llevado todo lo que era documentación, todo lo que podía tener alguna relación de gobierno. Lo único positivo: eso representaba que se acababa una etapa de Chile. Nosotros iniciábamos una nueva” (en Un cuarto de siglo con Allende, Editorial Emisión, 1985).

Paralelamente, en la Catedral de Santiago tenía lugar un Te Deum ecuménico organizado con ocasión del cambio de mando, que no era una tradición republicana, pero lo habían pedido en su momento los presidentes Jorge Alessandri y Eduardo Frei Montalva. El caso de Allende, siendo “ateo y marxista”, le pareció novedoso al cardenal Raúl Silva Henríquez, quien interpretó la solicitud como un reconocimiento a la preeminencia de la Iglesia como “entidad moral”. El arzobispo de Santiago recibió posteriormente el siguiente comentario del nuevo gobernante: “Cardenal, el Te Deum fue la ceremonia más importante y más hermosa de la transmisión de mando. Fue la que produjo más impacto en las delegaciones extranjeras, usted no se imagina” (Ascanio Cavallo, Memorias Cardenal Raúl Silva Henríquez, Tomo II, Ediciones Copygraph, 1991)

El primer ministerio de Allende

Concluida la ceremonia en el Congreso Nacional, el subsecretario del Interior Daniel Vergara Bustos dio lectura al decreto supremo que designó al primer gabinete del presidente Allende. Estaba conformado por José Tohá como ministro del Interior; Clodomiro Almeyda como ministro de Relaciones Exteriores; Américo Zorrilla en la cartera de Hacienda; Pedro Vuskovic en Economía, Fomento y Reconstrucción; Mario Astorga en Educación Pública; Lisandro Cruz en Justicia; Alejandro Ríos en Defensa; Pascual Barraza en Obras Públicas y Transportes; Jacques Chonchol en Agricultura; Humberto Martones en Tierras y Colonización; José Oyarce en Trabajo y Previsión Social; Oscar Jiménez en Salud Pública; Orlando Cantuarias en Minería y Carlos Cortés como ministro de Vivienda y Urbanismo.

La conformación del nuevo gabinete permitía integrar a las distintas colectividades que conformaban la Unidad Popular: había cuatro miembros del Partido Socialista, tres ministros aportaban los partidos Comunista y Radical, dos el Partido Social Demócrata mientras solo contaban con un representante el MAPU y Acción Popular Independiente; en tanto Vuskovic era un académico, independiente de izquierda. Dos socialistas ocupaban carteras clave en la nueva administración: Tohá y Almeyda, quienes deberían llevar adelante la dirección cotidiana del gobierno y su inserción internacional, que consideraba novedades importantes, como el restablecimiento de relaciones con Cuba. La revista comunista Principios (N°136, octubre-diciembre de 1970), destacó que “el gabinete ministerial fue integrado por obreros, empleados, maestros y profesionales, todos ellos gente de trabajo modesto y vinculados a las luchas del pueblo”. El número respectivo ponía de forma elocuente en la portada: “El pueblo entra a La Moneda”.

El tema de la organización política del gabinete tenía la mayor importancia, considerando que el candidato y los partidos y movimientos de la UP se habían comprometido a tener una representación de todos ellos en los órganos de la dirección del Ejecutivo. Adicionalmente, habían suscrito un acuerdo decisivo: “En el Gobierno de la Unidad Popular la acción del Presidente de la República y la de los partidos y movimientos que lo formen será coordinada a través de un Comité Político integrado por todas estas fuerzas. Tal comité operará de acuerdo con las orientaciones generales definidas por el programa común, y considerará con el Presidente de la República su ejecución, la operatividad de los planes de gobierno y en especial la marcha en la aplicación de las medidas económicas, sociales, de orden público y de política internacional, así como la de racionalización, desburocratización y eficiencia de los servicios del Estado” (Programa Básico de Gobierno de la Unidad Popular, 1969). Mayor importancia adquiría el acuerdo, considerando que –como reconocería el socialista Carlos Altamirano– “en general, dentro de la Unidad Popular, las decisiones se tomaban por unanimidad” (Patricia Politzer, Altamirano, Santiago, Debate, 2013). Esto generaría enormes dificultades en diferentes momentos de la administración.

En cualquier caso, eso ocurriría más adelante, especialmente en 1973. En noviembre de 1970 los partidarios de la Unidad Popular se encontraban en plena celebración por el nuevo gobierno, en medio de un silencio y anonadamiento de la futura oposición a Allende. En cualquier caso, la revista falangista Política y Espíritu (N° 318, diciembre de 1970), reconocía que Allende “a pesar de de su combativa vida política y de la abierta injusticia con que enfrentó a la Democracia Cristiana a lo largo de muchos años y al gobierno del presidente Frei en los últimos seis, es un hombre de convicciones democráticas, de ideas sinceramente populares y dispuesto a mantener en el nivel correspondiente la dignidad del país”. La percepción cambiaría más adelante.

Celebraciones y discursos

El periódico Las Noticias de Última Hora anunció en su edición del 30 de octubre que tras el cambio de mando habría una “grandiosa fiesta popular”. El medio señalaba que el centro de Santiago se convertiría en un “monumental parque” con capacidad para un millón y medio de personas. Esto permitiría dar un marco adecuado a una celebración que contaría con numerosas delegaciones extranjeras, con la presencia de artistas, estudiantes y pobladores que querrían manifestar su algarabía en la histórica ocasión. El mismo 3 de noviembre La Nación publicó el afiche con el programa de las “Fiestas populares del Chile Nuevo”.

La llegada de Allende al gobierno de Chile se dio, en términos generales, en un marco de reacciones internacionales muy positivas, con saludos que llegaron desde las más diversas naciones del mundo. Para el cambio de mando también hubo muchas delegaciones extranjeras, así como una presencia destacada de periodistas de distintos lugares del mundo. En La Moneda hubo una fiesta a la que asistieron unas tres mil personas, a partir de las 18 horas del día del cambio de mando, con invitados internacionales, dirigentes políticos, pobladores y trabajadores, autoridades del mundo social y de la cultura, embajadores y artistas. El representante británico informó el 16 de noviembre a su gobierno sobre la nueva administración, destacando que había tenido un énfasis considerable en la participación popular, mayor que en las celebraciones del presidente Frei, cuando asumió en 1964, y que el programa incluyó un número de funciones y recepciones que mostraban al nuevo Presidente de Chile con las organizaciones de trabajadores, movimientos juveniles y organizaciones populares (Archivo del Foreign Office, Londres, Kew, FCO 7/1523).

Esa misma noche de su primer día como gobernante, Allende expresó ante la multitud que rodeaba La Moneda: “tengo la seguridad de que el nivel político y la conciencia revolucionaria del pueblo de Chile comprende la gran responsabilidad histórica, ya que desde todos los continentes miran el ensayo nuestro, la victoria nuestra, que algunos no la reciben complacidos, pero que la inmensa mayoría saluda como una victoria trascendente y abre grandes perspectivas para Chile” (La Tercera, “Dijo Allende desde los balcones de La Moneda. El pueblo comprende su responsabilidad histórica”, 4 de noviembre de 1970).

El 5 de noviembre hubo un gran acto en el Estadio Nacional, con asistencia de unas 70 mil personas, que era a la vez una celebración y una presentación del proyecto político, con definiciones conceptuales relevantes sobre las tareas que vendrían por delante. En esa ocasión el presidente Allende pronunció un importante discurso, en el cual comenzó expresando: “Dijo el pueblo: ‘Venceremos', y vencimos. Aquí estamos hoy, compañeros, para conmemorar el comienzo de nuestro triunfo. Pero alguien más vence hoy con nosotros. Están aquí Lautaro y Caupolicán, hermanados en la distancia de Cuauhtémoc y Tupac Amaru. Hoy, aquí con nosotros, vence O'Higgins, que nos dio la independencia política, celebrando el paso hacia la independencia económica. Hoy, aquí con nosotros, vence Manuel Rodríguez, víctima de los que anteponen sus egoísmos de clase al progreso de la comunidad. Hoy, aquí con nosotros, vence Balmaceda, combatiente en la tarea patriótica de recuperar nuestras riquezas del capital extranjero. Hoy, aquí con nosotros, también vence Recabarren con los trabajadores organizados tras años de sacrificios. Hoy, aquí con nosotros, por fin, vencen las víctimas de la población José María Caro; aquí con nosotros, vencen los muertos de El Salvador y Puerto Montt, cuya tragedia atestigua por qué y para qué hemos llegado al poder. De los trabajadores es la victoria”.

La Unidad Popular, como ha expresado Tomás Moulian, tuvo “fiesta y drama”. No cabe duda que en noviembre de 1970, con Allende en La Moneda, la izquierda vivía su momento de mayor alegría y llena de esperanzas atesoradas por décadas. Desde entonces en adelante, la tarea sería dura y cuesta arriba, con una oposición creciente y problemas internos que dificultarían la gestión presidencial durante casi mil días.

Ficha de autor

Alejandro San Francisco es Profesor de la Universidad San Sebastián y de la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Publica. Director general de Historia de Chile 1960-2010 (Universidad San Sebastián).

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