Con un Gobierno que perdió a su tercer ministro del Interior en poco más de un año, no todo es un panorama tan negativo para la derecha como se piensa. Stéphanie Alenda, Ph.D. en Sociología Política de la U. de Lille, académica de la UNAB y editora de “Anatomía de la derecha chilena”, da luces sobre oportunidades incluso para el Presidente Piñera, que esta semana —buscando a un jefe de gabinete— dio un brusco giro, nombrando a un rostro del Apruebo. Sobre Rodrigo Delgado, ella conjetura: “Dependiendo de cómo lo haga en un cargo en el que se termina fácilmente siendo un fusible de la oposición, puede convertirse en una carta más de la coalición de cara a la presidencial”.

—¿Cuáles son sus atributos?

—Los alcaldes son los mejor evaluados; pertenece a la “nueva derecha”; demostró saber leer la realidad del país, como un cambio de época; su ingreso mantuvo los equilibrios del gabinete con un UDI, pero renovado frente a Víctor Pérez; fue uno de los protagonistas de la consulta de alcaldes como potencial salida a la crisis y es uno de los liderazgos “solidarios” que pidió una mirada más sensible a las demandas de la calle. Es una figura complementaria a la de Mario Desbordes.

—¿Cómo sigue el Gobierno frente a la ofensiva de la oposición?

—Es complejo, pero la oposición tiene episodios de unidad muy puntuales. Y en Chile Vamos la acusación contra Pérez puede tener un efecto aglutinador, incluso acelerar el acuerdo con José Antonio Kast; no significa necesariamente borrar las tensiones que puedan aflorar con una alianza estratégica que une dos polos.

—No se vio a la derecha unida el día después del plebiscito, como se decía.

—La derecha no esperaba una victoria tan rotunda del Apruebo, pero no todo es un efecto directo del plebiscito. Por ejemplo, que tres dirigentes Evópoli plantearan congelar la relación con el Gobierno, tras la muerte del carabinero en La Araucanía; los errores iniciales de la defensa de Pérez y el nuevo eventual retiro del 10% de cotizaciones. La sensación de división se debe a otros factores previos que se activan en función de la coyuntura, pero que se arrastran desde el 18 de octubre; existe un déficit de autoridad legítima del Gobierno y una falta de proyecto político unitario. Tenemos datos para comprobar que las posiciones distintas en torno al cambio de la Constitución eran previas al plebiscito. Desde 2016, nuestra encuesta a dirigentes de la coalición mostró un porcentaje no menor en Chile Vamos a favor de una nueva Constitución: 35% de RN, 21% UDI eso sí muy menor, 61% Evópoli y 46% de la derecha social o solidaria. Hay una sensibilidad transversal a favor del Apruebo entre los chilenos y muchos son de centroderecha simplemente.

—A mediados de año usted ya hablaba de una crisis en la figura presidencial. ¿Cuánto le ha afectado a Chile Vamos la falta de un líder que los aglutine?

—Hace falta, lo que no quita que el Presidente pueda empujar un proyecto político de renovación, colectivo y unitario.

—¿Todavía puede?

—Pienso que sí, y tiene más probabilidades de ser exitoso ahora, por la coyuntura desde el estallido social, que cuando él mismo acuñó en su primer mandato la expresión «nueva derecha». No fue un concepto vacío, sino un ímpetu refundacional que entonces no prosperó.

Continúa: “Él planteó entonces superar el clivaje izquierda-derecha, una derecha modernizada, alejada de totalitarismos y de atropellos a los DD.HH. Se hablaba de criterios: defender la libertad vs. igualdad, la sociedad vs. el Estado, una cultura de oportunidades, pero además legitimar el sistema de protección social. No estoy de acuerdo con que no existió nunca en el sector un proyecto, pero no tuvo éxito probablemente por resistencias internas cuando se tocan temas en conflicto con el núcleo duro del sector”.

—Entonces, pese a todo, ¿Piñera tiene un rol que puede jugar?

Sí. Podría contribuir a preparar la sucesión y empujar un proyecto de renovación. Hay que definir qué se entiende por renovación. El tema central en la coalición es que no hay un proyecto ni un liderazgo capaz de convocar a la inmensa mayoría, tal como ocurrió cuando Piñera fue candidato; ya no, por razones que tienen que ver con la aprobación presidencial y el ciclo que abrió la crisis de octubre. Él puede hacer poco hacia afuera, en reconquistar a la ciudadanía, aunque tenga que empujar una agenda social y de seguridad sin esperar mucho a cambio; sí puede jugar un rol clave en dar forma a un proyecto que es urgente poner en marcha, de eso depende el futuro de la coalición.

Para Alenda, también el resultado del plebiscito abre escenarios, pues considera que en la ciudadanía “hay pocas evidencias de polarización. En el Apruebo, la mayoría votó así para garantizar derechos sociales, no tanto por las ganas de terminar con la Constitución de Augusto Pinochet. El voto ideológico fue minoritario; hay un voto más pragmático, en torno a bienes y servicios públicos”. Y a su juicio, “la centroderecha tiene la posibilidad de ser reelecta, la condición es mantener la unidad, y esto implica incorporar a las diferentes sensibilidades y no desacreditarlas. Apuntar a los «traidores» no ayuda”.

—¿Es posible un gobierno de “convivencia nacional” que planteó Lavín?

—El proyecto de Macron en Francia fue una fórmula parecida. Frente a las élites polarizadas, la carta que está jugando Lavín es una de reconciliación, transpartidaria, de valoración y no anulación del disenso. Él siempre valora mucho a su contrincante, por ejemplo a Jadue. Sintoniza con los acuerdos que la ciudadanía demanda, sin volver a la compulsión de consenso de los 90. Su propuesta se distingue del proyecto de RN de fortalecer un polo socialcristiano o centrista en base al cual se construiría un nuevo Estado de bienestar; da un paso más allá pues se preocupa también de la convivencia política.

—¿Y qué puede aprender la derecha chilena de la alemana?

—Mucho. Tiene ese carácter socialcristiano, la CDU tuvo un rol muy importante después de la II. Guerra Mundial en la exitosa democratización de Alemania, con Adenauer. Un libro de Daniel Ziblatt muestra que la consolidación de las democracias europeas se debió mucho a la existencia de partidos de centroderecha robustos, capaces de abrazar la acción política pragmática; fueron un dique de contención contra el avance de los extremos, en particular la extrema derecha. Y no es que Merkel se haya definido como socialdemócrata; tomó medidas que eran tesis de la socialdemocracia. Los dichos de Lavín no son tan disruptivos como parecen.

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