Hasta esta semana, Wilton Gregory, el arzobispo católico de Washington D.C., era probablemente más conocido fuera de los círculos religiosos como el hombre que arremetió contra Donald Trump por una controversial fotografía en junio. El presidente había posado con una Biblia frente a la Iglesia Episcopal de San Juan frente a la Casa Blanca, después de que usar gas lacrimógeno para despejar el camino entre los manifestantes que protestaban contra el asesinato policial de George Floyd.

El arzobispo no se anduvo con rodeos y calificó la decisión de permitir que Trump visitara un santuario católico al día siguiente para un evento sobre la libertad religiosa como "desconcertante y reprobable". Dijo que estaba consternado de que "cualquier institución católica se permitiera ser tan atrozmente utilizada y manipulada". Con las tensiones por la injusticia racial en EE.UU. aún hirviendo, y días antes de la elección presidencial del martes, el Papa Francisco convirtió al arzobispo Gregory en cardenal, el primer afroamericano en usar el sombrero rojo de la Iglesia Católica.

Paralelos con Francisco

Las carreras y las perspectivas religiosas de Francisco y el nuevo cardenal tienen mucho en común. Desde su elección en 2013, el Papa, nacido en Argentina, ha tratado de reordenar las prioridades de una Iglesia milenaria de 1,3 mil millones de católicos en todo el mundo, lo cual incluye casi una cuarta parte de la población estadounidense. La idea central es crear una Iglesia misionera, más pastoral que clerical por naturaleza. Parte del trabajo del Arzobispo Gregory, después de que sea instalado el próximo mes, será promover esta visión.

Francisco se remonta al espíritu del Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII en 1962. Ese intento de llevar a la Iglesia a una alineación menos abrasiva con su rebaño moderno, debatiendo todo desde el celibato hasta la teología de la liberación, fue cancelado por la ortodoxia limitada y defensiva de Juan Pablo II y Benedicto XVI, los dos predecesores de Francisco.

El Arzobispo Gregory fue un protegido del difunto cardenal Joseph Bernardin de Chicago, una gran influencia en el catolicismo estadounidense y abanderado de las ideas del Vaticano II. Se convirtió en una figura destacada por derecho propio hace casi dos décadas. Los tradicionalistas y los guerreros de la cultura de la Iglesia estadounidense, la punta de lanza de la oposición a Francisco, lo han tenido en la mira desde hace tiempo.

Sin embargo, detrás del radiante exterior del sacerdote hay acero templado. Michael Sean Winters, columnista de asuntos católicos, dice: "Gregory es eclesiástico hasta la médula, pero nunca ha sido de los que esconden la cabeza en la arena".

Fue el primer presidente de raza negra de la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU. en 2002, cuando la Iglesia se vio envuelta por una investigación del Boston Globe sobre el abuso sexual de menores por parte del clero. Fue el entonces obispo Gregory quien forjó un consenso sobre la tolerancia cero para los abusadores. Winters recuerda que el cardenal Raymond Burke, quien ahora lidera la reacción contra Francisco, dijo en la conferencia que “no se podían aplicar las reglas a los obispos”. Bernard Law, el cardenal de Boston que encubrió el abuso, fue expulsado de todos modos.

Más recientemente, los tradicionalistas han atacado a Amoris Laetitia, una exhortación apostólica de 2016 en la que Francisco instó a sacerdotes y obispos a adoptar un enfoque "misericordioso" con las personas divorciadas y vueltas a casar que desean comulgar. Esta relajación de un antiguo anatema simplemente alineó al Vaticano con la realidad. Para los conservadores, descentralizó el juicio doctrinal.

El Arzobispo Gregory lo consideró un desafío papal para “ir más allá de pensar que todo es blanco y negro”. Hablando en Boston College en 2017, dijo que el documento "reconoce los problemas y desafíos reales y serios que enfrentan las familias hoy", y llamó a este enfrentamiento con los tradicionalistas "una proclamación de esperanza a través de la misericordia y la gracia de Dios".

Nacido en Chicago en 1947 de padres de clase trabajadora que pronto se divorciarían, Wilton Daniel Gregory se embarcó temprano en su misión. Tenía 11 años cuando se convirtió al catolicismo y decidió ser sacerdote. Fue ordenado a los 25 años y consagrado obispo a los 36, uno de los más jóvenes en la historia de EE.UU.

Mientras tanto, obtuvo un doctorado en liturgia en Roma. Fue nombrado Arzobispo de Atlanta en 2005 y se mudó en 2019 a una arquidiócesis de Washington sacudida por revelaciones de abuso sexual por parte del cardenal Theodore McCarrick, expulsado el año pasado por Francisco.

Es uno de los 13 nuevos cardenales, los cuales han formado una especie de mayoría para Francisco en el Colegio de Cardenales que elegirá al próximo Papa.

En siete años, Francisco ha nombrado a 73 de los 128 cardenales electores actuales (sólo los menores de 80 pueden votar). Eso hace que sea cada vez más improbable que sus oponentes puedan revertir sus reformas. Parece que el Arzobispo Gregory se convertirá en un pararrayos en esta tempestuosa competencia, mucho antes de que sus eminencias ingresen a la Capilla Sixtina.

Sin embargo, el Arzobispo es más consensual de lo que sugiere su censura a Trump, dice Winters: “Wilton es un constructor de puentes, no un lanzador de bombas, pero tiene una columna vertebral que sale a relucir de repente, especialmente cuando el racismo se esconde detrás de la religión. Trump merecía ser confrontado. Millones de católicos estaban orgullosos del Arzobispo Gregory por hacerlo”.

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