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El general René Schneider Chereau , comandante en Jefe del Ejército, baleado en su auto el 22 de octubre de 1970, falleció dos días después.

Un particularidad de la elección presidencial de 1970 fue la irrupción del factor militar en el proceso electoral, a partir de unas declaraciones del comandante en Jefe del Ejército. El asunto comenzó en mayo, cuando general René Schneider recordó la doctrina del Ejército y su relación con la política. En esa ocasión, El Mercurio publicó unas declaraciones del uniformado, que señalaba que la actividad política estaba fuera de la doctrina institucional; que el Ejército era garante del proceso en que se fundaba la vida democrática del país, como eran las elecciones; que apoyarían a quien ganara los comicios, y si ninguno de los tres postulantes obtenía la mayoría absoluta, respaldarían la decisión del Congreso Nacional, institución a la que correspondía definir entre las dos primeras mayorías relativas.

Las declaraciones provocaron reacciones inmediatas, por razones políticas o por incomprensión, pero no porque el general hubiera faltado a la disciplina o a sus deberes constitucionales. En la derecha criticaron su posición, porque estaban convencidos de que Jorge Alessandri obtendría la primera mayoría, por lo cual las palabras del comandante en Jefe del Ejército podrían ser interpretadas como un respaldo a quien obtuviera eventualmente la segunda mayoría relativa, que en ese caso podría ser Salvador Allende o Radomiro Tomic. Las críticas eran torpes, por cuanto el general Schneider solo había repetido las obligaciones que le fijaban la Constitución y las leyes, y sus palabras no tenían connotación política o partidista alguna.

A pesar de ello, hubo una sesión del Senado en la que se discutieron las palabras de Schneider. Los nervios cundían a pesar de la solidez de la posición manifestada por la máxima autoridad institucional, pero en el contexto de 1970 todo podía ser mal interpretado o se integraba al clima de polarización y odiosidad que comenzaba a dominar en el país. A medida que se acercaban los comicios, el ambiente mezclaba el interés de participar con las campañas de terror y desinformación, que se expresó en una polarización que levantó a Allende y Alessandri como las postulaciones con más posibilidades de obtener la primera mayoría.

Schneider tras las elecciones del 4 de septiembre

Los resultados electorales significaron un verdadero shock para la derecha y para muchos dentro del gobierno de Eduardo Frei Montalva, así como para el propio gobernante.

Al día siguiente, René Schneider se reunió con el general Carlos Prats, para analizar la situación que vivía el país y ver las posibles alternativas que se abrían ante el complejo escenario. Las posibilidades que planteó el comandante en Jefe del Ejército fueron las siguientes: votación de la DC por Alessandri en el Congreso Pleno, con el compromiso de su renuncia para promover una nueva elección; pacto de la DC con la UP, con la condición de mantener un régimen de plena vigencia de la Constitución; proclamación de Allende sin compromiso de ningún tipo, lo que se traduciría progresivamente en la implantación de un régimen marxista, lo que provocaría una crisis conducente a una dictadura proletaria o una dictadura militar; finalmente, un golpe de Estado, que podría ser promovido por el general Roberto Viaux y sus partidarios. En todos los casos, advertía Schneider, estaba en riesgo el Ejército profesional, aunque era necesario hacer los esfuerzos correspondientes para evitar el perjuicio de la institución y lograr salvar la democracia chilena (en Carlos Prats, Memorias. Testimonio de un soldado, Editorial Pehuén, 1985).

Lo que manifestaba el comandante en Jefe del Ejército era un conjunto de alternativas frente a una situación nacional compleja, que mezclaba las preocupaciones internas con la intervención norteamericana postelectoral. Esto, sumado a las presiones que sufrían los propios uniformados, llevó a importantes reuniones dentro de la institución y de los militares con el gobierno. El 7 de septiembre de 1970 se realizó un importante Consejo de Generales, para analizar la compleja situación que estaba viviendo Chile. En esa ocasión el general Schneider hizo reflexiones muy relevantes sobre las contradicciones que apreciaba en el mundo político, reafirmando a su vez la postura constitucionalista del Ejército: “Esta situación es sumamente curiosa, ya que mientras no existió en forma real este peligro, los políticos que tenían la obligación de palparlo, ya que estaban viviendo en forma muy directa el ambiente, nada hicieron, y todos estaban dentro del marco legal. Ahora que el ambiente se puso un poco raro y ocurrió lo que muchos pensaban, pero que nunca en su fuero interno lo concibieron, resulta que todo está cambiando. Ese es el juego político que se está haciendo y que se va intensificando día a día. Hemos aceptado el veredicto de las urnas y reconocemos y apoyamos en estos momentos a dos postulantes a Presidente de la República y que son los dos que obtuvieron las dos primeras mayorías relativas: el señor Allende y el señor Alessandri. Legalmente corresponde al Congreso Nacional decidir cuál de los dos será el futuro Presidente de Chile, y a quien elijan ahí, sea quien sea, le debemos apoyar y respaldar hasta sus últimas consecuencias”.

El 8 de septiembre, Schneider se reunió con el presidente Frei, junto a los otros comandantes en Jefe y el General Director de Carabineros, ocasión en la que también se encontraba el general Carlos Prats. En la ocasión, según recordaba Prats, el Presidente de la República manifestó su preocupación por la situación económica que comenzaba a vivir el país producto de los resultados electorales, así como les comentó la reunión que había sostenido el día previo con Salvador Allende: en esa oportunidad le comentó al líder socialista con toda franqueza que su llegada al gobierno significaba “caer irreversiblemente en el marxismo”. Schneider aprovechó de expresar a Frei que la solución política debía provenir del Partido Demócrata Cristiano, lo que llevó a Prats a manifestar a algunos ministros DC que sería conveniente que los dirigentes del partido conocieran el pensamiento profesional de los uniformados.

El miércoles 9 se reunieron los militares con miembros de la directiva del PDC y figuras relevantes de la colectividad. Ellos manifestaron la imposibilidad de apoyar a Alessandri en el Congreso Pleno –eso podría precipitar al país a la guerra civil–, pero que sí estaban dispuestos a apoyar a Allende, no obstante antes plantearían a la Unidad Popular “exigencias políticas que se transformen en una verdadera garantía de supervivencia de la democracia representativa”, como recordó Prats en sus Memorias. Schneider reiteró su posición destinada a restaurar la cohesión del Ejército y respetar de forma irrestricta la Constitución, “por lo que la posición que ha sostenido es bien conocida de los políticos: respaldar al candidato que proclame el Congreso Pleno”. Como se puede apreciar, la continuidad de la doctrina y la acción era bastante clara, mientras la Democracia Cristiana presentó al gobierno un Estatuto de Garantías Democráticas, que sería la condición para apoyar a Allende en el Congreso Pleno. El acuerdo finalmente se verificó y la DC respaldó al candidato socialista, que con ello quedaba listo para ser elegido Presidente.

Sin embargo, el ámbito militar todavía mostraría algunas sorpresas, por cuanto las presiones continuarían sobre el Ejército, algunas como parte de las conversaciones propias del momento que vivía Chile, otras como expresión de la guerra sicológica que enfrentaban las autoridades políticos y la institución militar y, lamentablemente, algunas que se salían completamente del régimen republicano y democrático que regía en Chile.

El asesinato del general Schneider

Las Fuerzas Armadas habían decidido respetar el camino constitucional en Chile, por lo que no se podía contar con aquellas para detener a Allende. Esta, que era una posición institucional, tenía en el general René Schneider a su cara más visible y a su mensaje más coherente.

Las alternativas se iban estrechando: la elección del Congreso Plena se consolidaba en favor del candidato de la Unidad Popular, tras el acuerdo por el Estatuto de Garantías Democráticas. El caos económico había alterado parcialmente la situación del país, pero hacia la segunda quincena de octubre ya parecían haber pasado los peores efectos. Estados Unidos se manifestaba preocupado, aunque sus autoridades parecían cada vez más conscientes de que no existía ambiente para un golpe de Estado y que parecía inminente la llegada de Allende a La Moneda.

La única excepción era el general Roberto Viaux, quien conspiraba –con conocimiento e incluso apoyo de la CIA norteamericana– para evitar lo que parecía inevitable. Paralelamente, un grupo que coordinaba Enrique Arancibia Clavel inició algunos atentados, para generar un cuadro de descontrol, intentando que se culpara a una supuesta Brigada Obrero Campesina. Por otro lado, Viaux también logró reunirse con el general Camilo Valenzuela, el almirante Hugo Tirado y el general director de Carabineros Vicente Huerta. Un gran obstáculo para las acciones de estos grupos era la figura del general Schneider. Aunque originalmente la idea era secuestrar a varios generales, finalmente la acción se concentró exclusivamente en el comandante en Jefe del Ejército, de manera de propiciar una situación de conmoción que generara las condiciones para un golpe de Estado. La acción debían llevarla a cabo algunos civiles que compartían los objetivos de Viaux, si bien el líder del Tacnazo había expresado que el objetivo era el secuestro, enfatizando que debía darse buen trato al general.

El primer intento fracasó el 19 de octubre, tras una recepción a la que asistió Schneider, quien se retiró en su automóvil particular y no el oficial, generando confusión entre los secuestradores. Tres días después, cuando el comandante en Jefe se dirigía desde su residencia particular al ministerio de Defensa, su automóvil fue bloqueado por varios vehículos que le cerraron el paso. En ese momento se acercaron al general los hasta entonces secuestradores: Jaime Melgoza, Andrés Widow, Juan Luis Bulnes, Diego Izquierdo y Eduardo Avilés Lambie. Entonces Schneider trató de tomar su pistola, que no alcanzó a emplear: Melgoza le disparó de inmediato, a lo que se sumaron Bulnes e Izquierdo. “Vacié todo el cargador”, señaló Izquierdo, en tanto Bulnes agregó: “Yo también disparé, era una causa justa... El general disparó hacia nosotros, pasando la bala entre nuestros cuerpos, por eso tuvimos que dispararle” (“Corte Marcial-7 de diciembre de 1972”, Revista de Derecho, Jurisprudencia y Ciencias Sociales, Tomo LXIX, julio-diciembre 1972). Viaux afirmó posteriormente no entender cómo se había producido el asesinato, que “desmoronaba lo que se había planeado” y “era totalmente contraproducente” (en Florencia Varas, Conversaciones con Viaux, Santiago, 1972).

El chofer Leopoldo Mauna condujo al comandante en Jefe del Ejército al Hospital Militar, de forma inmediata. El general Schneider se encontraba herido de gravedad, por cuanto las heridas eran profundas. Aún así, al llegar al recinto, alcanzó a dirigir algunas palabras al médico Jorge Castro: “Castrito, estos carajos... usted es mi salvación”. “Fue lo último que escuché de mi general”, diría Castro posteriormente. Mauna explicaría después: “En la forma que lo atacaron, yo pienso que estos no tuvieron la intención de secuestrarlo, se asimila más a un asesinato” (en Víctor Schneider, General Schneider. Un hombre de honor. Un crimen impune, Ocho Libro Editores, 2010).

El atentado generó una ola de indignación en el mundo político y militar, así como también en la sociedad. Pero en la práctica, fortaleció la idea de seguir con el proceso institucional, descartando cualquier vía alternativa. De hecho, ese mismo 22 de octubre se discutió el Estatuto de Garantías Democráticas en el Senado, y dos días después el Congreso Pleno eligió a Salvador Allende como Presidente de la República, mientras el general Schneider agonizaba, acompañado de su familia que no podía entender que un hombre como su marido y padre pudiera sufrir un atentado tan injusto.

El 25 de octubre en la mañana falleció René Schneider, después de una larga vida de servicio al Ejército y a Chile. En la misa en la Catedral y en sus funerales hubo recuerdos sobre su trayectoria, sus virtudes personales y compromiso constitucional. Hablaron, entre otros, el general Carlos Prats –quien lo sucedería al mando de la institución– y el cardenal Raúl Silva Henríquez, quien afirmó que “la patria no ha muerto: llora emocionada, con noble entereza, ante el sepulcro que es también emblema de grandeza ciudadana” (citado en Memorias del cardenal Raúl Silva Henríquez, Ediciones Copygraph, 1991). Entre quienes rindieron homenaje a Schneider en la Escuela Militar, donde estaban sus restos, destacaban las figuras del presidente Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, a pocos días de entrar a La Moneda; y también estuvo el expresidente Jorge Alessandri. El Memorial del Ejército de Chile dedicó un número especial a su comandante en Jefe asesinado.

Chile vivía momentos dramáticos, de una tensión inimaginable, una de cuyas manifestaciones más dolorosas fue el magnicidio –por parte de un grupo extremista de derecha– del general Schneider, víctima de un proceso político que se había enturbiado, pero en el cual él mismo había mantenido una línea de conducta coherente e intachable.

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