“Es raro Chile. Es curioso que siendo un país tan chico haya tenido tan buenos dibujantes. Es como lo que pasa con los poetas”, plantea el guionista e historietista Pedro Peirano. La reciente muerte de Quino, creador de Mafalda y uno de los mayores referentes mundiales, lo golpeó duro, pero al menos trajo la opción de conversar sobre las historietas. De recordar cuando los quioscos estaban abarrotados de revistas, llenas de personajes dibujados a mano que protagonizaban chistes, aventuras y misterios, en los que el cuestionamiento social se infiltraba en clave sátira.

Un género gráfico narrativo cuyas premisas son también sus riquezas: la síntesis y la sencillez en la comunicación. “Cuando lees el principio, estás viendo el final de la historia, porque es un golpe de vista, a diferencia de otras narrativas, como la audiovisual, que son secuenciales”, explica Peirano. Esta simplicidad es, sin embargo, la base de quienes cuestionan su cabida en el arte: “son vistos como monitos animados para niños”, apunta el periodista e investigador Rafael Valle.

Desde el alemán residente Federico von Pilsener (1906), pasando por Condorito (1949), Mampato (1968), Trauko (1988), hasta Chancho Cero (2000); son parte de la centenaria genealogía de la historieta nacional, que persiste bajo nuevos autores y códigos; pero que, según Valle tienen en común la expresión de la “chilenidad”.

Un dibujo calcado de Chile

Fue en 2018 cuando Valle publicó La Gran Aventura de Themo Lobos, un repaso a las siete décadas de trabajo del hombre tras Mampato, El Peneca y Alaraco, fallecido en 2012 y considerado uno de los dibujantes más importantes del país. En el libro, el periodista también describe la prolífica industria local del cómic.

“Hubo una época dorada que empezó en los 40, que enlaza con la sátira política, después entra la historieta y, en los 60 y 70, los quioscos estaban llenos de revistas chilenas. Entre ellas, las de Zig-Zag y Quimantú”, cuenta Valle. Doctor Mortis, Jungla, El Jinete Fantasma, entre otros, eran parte de una lista de títulos que lograba ventas impensadas para hoy. “Si a una edición le iba mal, vendía 10 mil ejemplares. Ahora, cuando una novela gráfica vende 5 mil, es éxito total”, agrega.

Quizás el mayor ejemplo de éxito y perdurabilidad está en Condorito. “Si piensas que Mafalda es el personaje más famoso en Argentina, aquí lo es Condorito, un humor más blanco, menos sofisticado, un poco más analfabeto. Al principio era una foto increíble de Chile, él era el pobre choro, insolente, y después se fue poniendo aspiracional, le quitaron todo lo que lo hacía genuino. Es un poco la historia del país”, dice Peirano. Valle concuerda: “A medida que se fue internacionalizando, fue perdiendo chilenidad. En los 50 estaban los quiltros, la suegra, los curaditos del barrio, su casa era como una mediagua con un neumático arriba. Un referente en el reflejo de Chile”.

Pero la televisión, la crisis económica de los 80, y más tarde, la crisis del papel, minaron la popularidad de las historietas en Chile y el mundo. “Los cómics solían vender diarios, hoy es sólo voluntarismo”, dice Peirano, quien pese a la resignación prepara El Club de los juguetes perdidos, una nueva publicación en formato novela gráfica, una de las evoluciones más populares entre dibujantes y consumidores de historietas, a la que también se han suscrito Alberto Fuguet y Gonzalo Martínez, coproductores de Road Story (2004).

Cine, internet y nuevas voces

Avengers: Endgame se convirtió, en 2019, en la película más taquillera de todos los tiempos. Se trata de la vigésimo segunda producción cinematográfica basada en el universo Marvel, que desde 1939, se erige como una de las mayores editoriales de historietas junto a DC Comics.

Aunque no se declara fan de estas películas, Rafael Valle admite que han permitido un resurgimiento y revalorización de las historietas. También Internet y las plataformas digitales, donde incluso se ha generado una variante ‘millenial' y anónima de las tiras cómicas: los memes.

Otros artistas, como Alberto Montt o Malaimagen, siguen la tradición de la viñeta con acento en la crítica sociopolítica, un estilo que poco a poco vuelve a aparecer en medios de comunicación, y donde nombres como Hervi y Francisco Olea se leen como sobrevivientes.

Instagram o Patreon -sitio de micromecenazgo para proyectos creativos- también han servido de vitrina. “A nivel mundial ha habido un boom en torno a los ilustradores, los dibujantes y al cómic. Creo que tiene que ver con lo cercano que es, la facilidad, porque no se necesitan muchos recursos y tiene un potencial gigante”, cuenta Carola Aravena, una de las nuevas destacadas de la escena local.

Para ella, en los últimos años se ha dado una visibilización de autoras y temáticas feministas que antes no tenían tanta cabida. “Ahora las mujeres están más presentes. Una de las grandes exponentes es Maliki, que rompe un poco ese paradigma más machista del cómic. Y paralelamente han ido apareciendo otras, por ejemplo, la revista Brígida o Katherine Supnem, desde una posición más underground”, dice.

Pese a la proliferación de nombres, la falta de espacios complejiza el desarrollo de una carrera. “Hay que hacer malabares”, dice Aravena. Diego Cumplido, otro destacado de las nuevas generaciones, sostiene que "falta solidificar la escena”. Afirma que el cierre de Plop! Galería –dedicada exclusivamente al arte gráfico– y de revistas como Condorito son muestras de una crisis que se contradice al fenómeno online. “Estamos sujetos a ganar fondos en los que quedan seleccionadas cinco al año. Es súper duro. En otros países el cómic es mucho más respetado, pese que aquí tenemos una historia muy bonita”. Y no deja de sonar a chiste repetido. ¡Plop!

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