Después de la elección presidencial del 4 de septiembre, Chile inició sesenta días dramáticos y llenos de contradicciones, que mezclaban las esperanzas de los partidarios de la Unidad Popular con los temores que tenían otros sectores de la población.

La atención internacional estaba puesta en Chile, inserto en el contexto de la Guerra Fría y que desde hace años estaba sumido en una vorágine revolucionaria. La Revolución Cubana de 1959 había tenido un gran impacto en todo el continente, y en el caso chileno se inició una era de cambios estructurales, que comenzó con gran fuerza y mística Eduardo Frei Montalva y su “Revolución en Libertad”, pero se fue difuminando con el paso de los años. Hacia 1970 las opciones con más posibilidades de triunfar eran Jorge Alessandri, quien podría retornar al gobierno después de haber ejercido el poder entre 1958 y 1964, y Salvador Allende, en su cuarta postulación presidencial. Este último superó al exgobernante por menos de cuarenta mil votos, mientras Radomiro Tomic quedó en un lejano tercer lugar: si bien el resultado no alcanzaba para elegir Presidente, sí dejaba muy avanzado el triunfo de Allende, tanto en el ambiente político como en la sociedad en su conjunto.

Eso no impidió desatar una marea de acontecimientos que pusieron a Chile en un verdadero huracán político y social, con múltiples manifestaciones, que iban desde las preocupaciones económicas hasta la dimensión militar del momento que vivía el país. Desde luego, rápidamente surgió un verdadero pánico financiero, derivado de los resultados del 4 de septiembre, que muchos vieron como el comienzo del establecimiento del comunismo en el país, aunque otros advirtieron que se trataba de una continuación de la campaña del terror contra Allende. El lunes 7 de septiembre numerosas personas asistieron a los bancos y asociaciones de ahorro y préstamos, para retirar su dinero y comprar dólares para hacer frente a la nueva situación. El gobierno procuró enfrentar el problema a través de un trabajo coordinado por el ministro de Hacienda Andrés Zaldívar, para procurar la estabilidad y la normalidad económica. Sin embargo, no logró calmar la situación, y su “Informe Económico y Financiero” del 23 de septiembre generó preocupación y suspicacias, en lo que muchos calificaron como un verdadero discurso del terror, por cuanto el ministro afirmó que tras los comicios había surgido una situación de emergencia, con grandes retiros de fondos, reducción de pagos de facturas, letras de cambio y créditos, así como una clara disminución de las inversiones (La Nación, “Informe económico entregó el Gobierno”, 24 de septiembre de 1970).

Como suele ocurrir en estos procesos históricos, se mezclaban los hechos con las percepciones, mientras crecía el escepticismo entre los actores políticos, llanos a ver los errores en los adversarios y poco proclives a encontrar acuerdos que pudieran resolver el terremoto político que se había producido en Chile. En cualquier caso, en la práctica, ese 4 de septiembre había comenzado, si bien de manera progresiva todavía, la “vía chilena al socialismo”.

Allende, “Presidente electo”

La noche del 4 de septiembre Chile no eligió Presidente de la República, porque ninguno de los tres candidatos logró más de la mitad de los votos válidamente emitidos. En esa circunstancia, la Constitución establecía que el Congreso Pleno debía elegir al Presidente entre las dos primeras mayorías relativas: Salvador Allende, quien había logrado el 36,2% de los votos, y Jorge Alessandri, quien obtuvo el 34,9%.

Sin embargo, a pesar de la indefinición constitucional, en la práctica la misma noche electoral quedó zanjado el destino de los comicios: Allende sería Presidente de Chile. Al final de la jornada emergió con fuerza y determinación en su discurso en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, y ya actuaba como “Presidente electo”, aunque no lo fuera. Allende y la izquierda estaban decididos a defender su oportunidad de llegar a La Moneda, posición que el líder socialista expresó con determinación e incluso en forma amenazadora en alguna oportunidad

El diario El Siglo escribió un editorial muy ilustrativo y con un título elocuente: “Un proceso irreversible”. El periódico comunista afirmaba que sería necesario “mantenerse movilizado para defender el triunfo” (10 de septiembre de 1970). En la misma línea se expresó Allende, incluso de forma amenazadora: “Hemos triunfado, pero toda una conjura nacional e internacional se ha desatado para impedir que el pueblo consolide su victoria. No vamos a dejar que burlen la voluntad mayoritaria de Chile. Si pretenden interrumpir el proceso legal en curso, tienen que saber que el pueblo está vigilante. Ante cualquier descabellada intentona, los campesinos ocuparán la tierra, los obreros las fábricas, los maestros las escuelas, los empleados públicos las oficinas. Chile será paralizado desde Arica a Magallanes... Nada más lejos de mí la intención que sacar al pueblo a la calle, pero si tengo que hacerlo, yo mismo encabezaré la defensa de la victoria” (Clarín, “Allende: Si tenemos que pelear nuestra victoria en las calles yo mismo encabezaré la defensa”, 28 de septiembre de 1970).

Esa había sido, precisamente, la tesis que había planteado el MIR –que no había sido parte del proceso electoral– un par de semanas antes, cuando afirmó que ante “un desconocimiento declarado y represivo [de la victoria de Allende], los obreros deben ocupar sus fábricas, los campesinos sus fundos, los pobladores, a hacer barricadas en las calles” (Clarín, “El MIR llama a defender el triunfo y a cumplir el programa de la UP”, 16 de septiembre de 1970).

El temor de la izquierda era doble. Por una parte, que se produjera una decisión del Congreso Pleno a favor de Jorge Alessandri, fórmula perfectamente constitucional, pero que estimaban sería desconocer la victoria del 4 de septiembre. Por otra parte, de inmediato surgieron los rumores ante un posible golpe de Estado, que Allende trató de calmar con alusiones a las Fuerzas Armadas chilenas, “estrictamente profesionales, cuyo sentido impulsaré y desarrollaré al máximo”, agregando: “Conozco las Fuerzas Armadas, y por lo mismo, su lealtad e integridad. Sé que ellas constituyen el pueblo con uniforme y ellas conocen también mi fe inquebrantable en los destinos de Chile. Por eso, tienen plena certeza de que siempre responderán con su tradicional disciplina y respeto al imperativo de la historia, expresado en las urnas” (Clarín, “El Presidente Electo: ‘Daré orden, paz y bienestar a los chilenos'”, 10 de septiembre de 1970). Sin embargo, el propio general René Schneider, comandante en jefe del Ejército, había afirmado que su institución apoyaba a los dos candidatos que seguían en competencias tras la elección: Salvador Allende y Jorge Alessandri.

Las preocupaciones políticas y militares tenían sentido, por cuanto había movimientos en aquellos días, promovidos desde el exterior y al interior del Ejército, para impedir que asumiera un gobierno marxista en Chile. Esas tentativas culminarían dramáticamente con el asesinato del general Schneider.

Las derechas

en acción

Los partidarios de Jorge Alessandri prácticamente se paralizaron la noche del 4 de septiembre. El propio candidato se fue a acostar sin dar señales a sus seguidores, en un momento en que ellos eran invadidos por el temor que producía la victoria parcial de Allende.

Esa misma noche un programa de Canal 13 vio como emergió una figura hasta entonces desconocida, el joven abogado Pablo Rodríguez Grez, quien fue uno de los pocos que estuvieron dispuestos a dar la cara en el momento de la derrota, con una tesis muy simple: la elección no había concluido y el Congreso Pleno debía votar por Alessandri, para impedir que se instalara el comunismo en Chile. Ese fue el sentido del Movimiento Cívico Nacional Patria y Libertad, que se fundó precisamente en septiembre de 1970 con esa finalidad (y que renacería en abril del año siguiente, con un cambio de nombre parcial y nuevos objetivos).

El 9 de septiembre Jorge Alessandri definió su posición ante los comicios, planteando una situación especialmente compleja: “En el caso de ser elegido por el Congreso Pleno, renunciaría al cargo, lo que daría lugar a una nueva elección. Anticipo, desde luego, en forma categórica, que en ella yo no participaría por motivo alguno” (El Mercurio, “Alessandri define su actitud frente al Congreso Pleno”, 10 de septiembre de 1970). El expresidente estimaba que no podría ejercer el poder si resultaba elegido, por no tener una amplia mayoría electoral, que era una de las premisas que había definido su candidatura. ¿Por qué, entonces, planteaba la posibilidad de que el Congreso Pleno lo apoyara?

La idea que estaba detrás era intentar que en esos nuevos comicios se presentara el propio Eduardo Frei como candidato, en una elección sin postulante de derecha, en la cual era previsible el triunfo del gran líder DC. La operación se conoció como el “gambito” Frei, iniciativa en la que habrían estado involucrados sectores alessandristas y freístas.

El 11 de septiembre el ministro de Defensa Sergio Ossa, ministro de Defensa visitó al embajador norteamericano Edward Korry, a quien le manifestó que el presidente Frei estaba dispuesto a una alternativa frente a Allende en el Congreso, para lo cual contaba con el apoyo del gabinete y de 38 de los parlamentarios del partido. Impedir la elección del socialista era posible, pero dependía “mayormente de que el ambiente en Chile se mantuviera tranquilo y que Allende y sus fuerzas enfrentaran una creciente preocupación en la ciudadanía”, aunque Frei se manifestaba con dudas respecto a avanzar en esa línea de trabajo, según informó el representante norteamericano. Como sabemos, esa alternativa no prosperó finalmente, porque ni Frei ni Alessandri estuvieron dispuestos a avanzar en esa dirección, y porque surgieron otras alternativas para resolver el problema planteado.

Discrepancias y decisiones en la Democracia Cristiana

El 5 de septiembre Radomiro Tomic visitó a su amigo Salvador Allende para felicitarlo por su victoria. Sin embargo, la posición de la Democracia Cristiana no era unívoca. El presidente Eduardo Frei Montalva recibió los resultados del 4 de septiembre con gran preocupación, porque estaba convencido de que un gobierno de la Unidad Popular significaría el fin de la democracia en Chile.

La situación era curiosa: Radomiro Tomic llegó en tercer lugar en las elecciones, pero a pesar de su clara derrota el Partido Demócrata Cristiano tenía las llaves del proceso electoral. Allende o Alessandri serían elegidos en el Congreso Pleno según cuál fuera la decisión de los parlamentarios falangistas, porque ellos tenían un número suficiente para inclinar la balanza hacia la izquierda o hacia la derecha.

Varias cosas influían en un acercamiento entre la DC y la postulación de Allende. En primer lugar, porque el líder socialista había obtenido la primera mayoría relativa, y la tradición electoral demostraba que siempre habían sido elegidos los que habían obtenido esa posición: Gabriel González Videla en 1946, Carlos Ibáñez del Campo en 1952 y Jorge Alessandri en 1958. En segundo lugar, porque había una mayor cercanía programática entre Tomic y Allende que en relación con Alessandri. En tercer lugar, la noche del 4 de septiembre hubo jóvenes demócrata-cristianos que celebraron con la izquierda en la Alameda, así como el candidato falangista visitó al día siguiente al líder de la UP. Finalmente, el ambiente social y político del país había entendido que la elección presidencial había concluido con una victoria de la Unidad Popular, y era muy difícil revertir ese camino.

Sin embargo, como señala Sebastián Hurtado, entremedio también se discutió el “gambito Frei” y una fórmula menos conocida, pero muy relevante: “las intenciones de un grupo de miembros del gabinete de Eduardo Frei, y posiblemente del mismo Frei, de producir una crisis política que empujara a las Fuerzas Armadas a hacerse del poder en el período entre el 4 de septiembre y la sesión del Congreso Pleno del 24 de octubre que debía elegir al Presidente de Chile para el período 1970-1976”, especie de “golpe blanco” para bloquear la llegada de la UP a La Moneda (en “El golpe que no fue. Eduardo Frei, la Democracia Cristiana y la elección presidencial de 1970”, Estudios Públicos, N° 129, verano de 2013). En una idea como esa ciertamente había otros interesados, como se probaría con el correr de las semanas, con lamentables y dramáticas consecuencias.

Finalmente, la Democracia Cristiana discutiría ampliamente sus definiciones al interior del conglomerado de gobierno, abriéndose a una fórmula creativa que requería el acuerdo del propio Salvador Allende y de la Unidad Popular: el Estatuto de Garantías Democráticas, paso decisivo para permitir el voto falangista por el líder socialista en el Congreso Pleno.

Ficha de autor

Alejandro San Francisco es profesor de la Universidad San Sebastián y de la Universidad Católica de Chile. También es director de Formación del Instituto Res Publica y director general de Historia de Chile 1960-2010 (Universidad San Sebastián).

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