La risa de Pedro Pablo Errázuriz (59) resalta en la barba que lleva desde que estudiaba ingeniería civil en la UC. Padre de seis hijos (entre 33 y 8 años) y cuatro nietos, el presidente del directorio de la Empresa de Ferrocarriles del Estado (EFE) cuenta entusiasmado que en estos días abrirá unas cajas que guardan dos trenes en miniatura. Pondrá las máquinas en una sala de juegos de su departamento de Vitacura donde vive solo. “Uno es un tren a escala con delicados fierros y hartas locomotoras que me regaló mi padre a los 10 años. El otro es uno moderno, alemán, de tecnología digital. Me demoro infinito en armarlos; los pondré en una mesa larga para que hagan un recorrido más amplio. Cuando los miro veo lo romántico de los ferrocarriles y la trasformación que vive EFE”.

Como cabeza del directorio de la emblemática ferroviaria (desde 2018) Errázuriz, con un máster en la Escuela de Economía y Ciencia Políticas de Londres, dirige la modernización de la compañía estatal más antigua de Chile (creada en 1884). Conoce la deuda histórica que arrastra por décadas. En el primer mandato de Piñera, como ministro de Transportes y Telecomunicaciones (entre 2011 y 2014), participó en el Master Plan Ferroviario de EFE y hoy lidera “Chile sobre rieles”, con una inversión de más de 5 mil millones de dólares al año 2027. “Fui catete para que el presidente me dejara en este cargo. El ferrocarril fue imbatible hace cien años y estaba convencido de que podía recuperar su gloria. Hoy nuestro objetivo son trenes de tramos cortos con cercanía a las grandes urbes. Queremos triplicar el número de pasajeros, tener un margen operacional positivo y duplicar la carga”, enfatiza.

En paralelo, es también director de las empresas privadas Nueva Pudahuel, Volta (recuperación de residuos sólidos), constructora Graña y Montero (Perú) y Everis Chile (desarrollo tecnológico). “Renuevo mi declaración de patrimonio anualmente y si llego a tener un potencial conflicto de intereses me excluyo inmediatamente del proceso”, aclara.

Al año 2027 EFE contempla un plan de inversiones con más de 100 proyectos. Entre los diez más emblemáticos, Errázuriz destaca el tren Santiago-Melipilla (61 kilómetros). “Será la primera obra en construirse, partiremos este año. Se demorará 46 minutos y reducirá los tiempos de viaje en dos horas y media diarias. Otro es el puente ferroviario sobre el Bío Bío. Tendrá doble vía, dos kilómetros y US$220 millones de inversión”.

También habla del tren a Batuco-Til Til, que transportará 17 millones de pasajeros y del tramo Santiago-Chillán, que espera subir de 200 mil a 800 mil viajeros. “Además, renovaremos toda la flota. Por primera vez en la historia a fin de año llegarán trenes nuevos al Bío Bío y La Araucanía. Serán más grandes y ecológicos, con un estándar de alta calidad y tecnología de punta”.

Sus habilidades como constructor de acuerdos son conocidas. En su carril laboral ha transitado por altos cargos ejecutivos. Estuvo en Endesa (1993-1999), Lan Chile (hoy Latam 1999-2006), Essbio, Esval y Saesa (2006-2011), entre otras compañías. Su vasta experiencia la demostró cuando en agosto, junto al equipo de EFE, logró US$500 millones en un bono internacional para la ferroviaria. “Es histórico que nos presten este monto a 30 años con la tasa más baja para una empresa en América Latina. Es un voto de confianza para Chile y los proyectos que está realizando la compañía”.

-¿Piñera lo llamó para felicitarlo?

-Está feliz, me dice: “Te enamoraste del proyecto”. El presidente quería un plan de largo plazo para ferrocarriles, porque entiende que son proyectos de Estado que van más allá de un gobierno.

-Egresó del Verbo Divino con 6,8 y en 1984 obtuvo el premio nacional de ingeniería hidráulica, ¿Siempre fue bueno para los números?

-Sí, de chico los números me hablan. Me acuerdo que hace 30 años iba en un taxi y se me quedó el maletín. Solo me acordaba de los números de la patente que nunca me quise meter en la cabeza. Cuando veo una presentación, me doy cuenta varias láminas después de que algunos números no cuadraban.

“Mi tío Francisco Javier lo ha pasado mal”

Su abuelo Pedro Pablo Errázuriz, ingeniero civil, quien vivía en una casa de principios de siglo en la calle Almirante Barroso (cerca de la iglesia El Salvador), era “fanático” de los trenes. “Tenía celosamente guardados en una vitrina máquinas a vapor, juegos y trenes a escala. Cuando llegábamos los nietos chicos nos dejaba jugar con ellos. Nos poníamos de guata en el suelo con mi primo para armarlos sin ningún cuidado”, ríe.

Pero su recuerdo más memorable con su abuelo es cuando, a sus nueve años, lo acompañaba a la calle Lincoyán. En el centro de Santiago visitaban una tienda que vendía trenes en miniatura traídos de Europa. “Era realmente muy entretenido. Como era un ambiente muy oscuro siempre me lo imaginaba lleno de telarañas. Me acuerdo de su olor, entre metálico y eléctrico. De grande volví al local, pero ya no estaba”.

Su otro abuelo, Arturo Domínguez, tenía un “tren chico” en su fundo de Rosario (al sur de Rancagua). El campo se llamaba El Delirio y en este, que sigue perteneciendo a su familia, hace ochenta años está exhibida una locomotora a carbón inglesa. “Aún funciona y le quedan tres carros”, comenta.

Errázuriz, el mayor de seis hermanos, desde los cuatro años es un diestro jinete. Su primer caballo, una yegua overa alta llamada “Mancha”, se lo regaló su padre. “Cuando chico me subía sin rienda ni montura. En El Delirio había caballos ensillados, íbamos a la cordillera y recorríamos los campos”, recuerda el ejecutivo, de 1,87 cm, que practica equitación hace cuatro años en el Club de Polo San Cristóbal. En las caballerizas del recinto de Vitacura están sus caballos Casino, Caracola y Guanajuato, (Lusitano blanco).

-¿Es buen jinete entonces?

-Me he caído tantas veces que no estoy tan seguro. En diciembre, después de un salto pequeño, me di un porrazo grande; full torpeza. Dicen que estuve inconsciente unos segundos y cuando se me quitó no quería que me subieran a la camilla. El enfermero decía: “que alguien me acompañe para llevarme a este bruto”.

Colocolino acérrimo, además fue seleccionado nacional de Voleibol en 1979. “Era bueno para la pelota y de chico era bien ganso, ordenadito, después me desordené en cuarto medio”, dice y ríe. De padre ingeniero (representante de grandes compañías extranjeras en Chile), creció en Vitacura y fue criado en una familia de centro derecha. “Ese sector político también me identifica”.

-En el libro “Chilenos en su tinto” (2007), Hermógenes Pérez de Arce dice que apellidos como Errázuriz constituyen “presunciones fuertes” de pertenencia a la aristocracia.

-Si bien tengo antepasados en la primera junta de gobierno, no he recibido herencias. Pero en 1986 me pasó algo increíble. Me fui a trabajar a la consultora Norconsult en Noruega y me invitaron a una reunión con un grupo de 30 personas que yo no conocía. Se llamaba “Solidaridad” y rescataban a latinoamericanos de sus dictaduras. Me recibieron espectacular; los chilenos que se habían ido hace más de diez años, querían saber del país. Conté mucho y cuando me estaba yendo un argentino me preguntó mi apellido. Cuando dije Errázuriz se produjo un silencio terrorífico. Sentían que conversar con alguien con un apellido como el mío era hablar con el enemigo. No solo no me hablaron por un tiempo largo, sino que no le hablaron más al que me había llevado a la reunión, que era uno de sus líderes; fue muy impactante.

-¿Por primera supo lo que significaba ser Errázuriz?

-Mis apellidos, Errázuriz Domínguez, no tienen que ver con un hito. Cuando siento mi sangre pienso en el esfuerzo. Me acuerdo de mi abuela paterna, Marta Ossa, quien era pura fortaleza; ella fue uno de los motores en la construcción del Templo Votivo de Maipú. En el mundo de la gestión tengo el valor de persistir y de catetear; en el transporte si te derrotas rápido no avanzas.

-Ella era la madre del ex arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz ¿Cómo es su relación con su tío?

-De mucho cariño, lo quiero mucho. Cuando tenía 17 años me fui de intercambio a Alemania en el verano de 1979. Lo fui a ver cuando él estaba en la sede central del Schoenstatt en Coblenza. Alojé cuatro días en el monasterio y viví un tiempo de mucho recogimiento. Tuvimos conversaciones muy profundas sobre el movimiento con el que hice una alianza para siempre. He conversado muchas veces con él sobre este caso, pero yo formo parte muy íntima de su círculo, entonces no soy un buen juez. Es bien doloroso lo que ha pasado; mi tío lo ha pasado mal.

-¿Qué opina ante las declaraciones de José Andrés Murillo, denunciante de Karadima, quien ha dicho que su tío, que en 2009 ordenó cerrar la investigación eclesiástica por los abusos del sacerdote, representa el lado más cobarde de la Iglesia Católica?

-A la luz de lo que hoy uno sabe, efectivamente hay cosas que se pudieron hacer mejor, pero creo que el tiempo les dirá a quienes lo han acusado que estaban equivocados en algunos aspectos sobre sus juicios. Si hay algo que me queda bien profundo es que al final el juicio más importante para un cristiano es el que hace Dios. Yo creo mucho en él, aunque estoy lleno de defectos.

-¿Y cuál es su principal debilidad?

-En discusiones familiares puedo ser fuerte; como hermano mayor o papá muchas veces me paso en revoluciones; soy bruto y a veces puedo herir profundamente sin la intención de hacerlo.

Un desorden sano

-Está por el Rechazo de una nueva Constitución y desde 2013 milita en Evopoli. ¿Cómo ve las posturas divididas en su partido entre el Apruebo y Rechazo?

-Las respeto. El desorden de Evopoli es sano, como las peleas en una familia. Estas posturas obviamente producen más dificultad, sería más fácil tener una sola visión, pero esto refleja lo que es nuestro partido. Es un conglomerado más amplio y abierto a la diversidad.

-Como director en una estatal, ¿Qué rol debería asumir el Estado hoy?

-A comienzos de este gobierno uno de los ejes que lanzamos en Evopoli fue su modernización. Hoy lo estatal pone mucha energía en sus funcionarios y en estructuras. Por ejemplo, el tema tecnológico, que es pura mejora de servicios a los ciudadanos, está muy retrasado. Yo crearía un estamento de recursos humanos que se preocupara de capacitar y evaluar a los trabajadores del Estado para atender mejor a las personas. Terminaría con ese Estado que se mira el ombligo todo el rato.

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