Que no le pase lo mismo al Cinzano, al Moneda de Oro o al Rincón de la Guitarra”.

Nixa Olivares.

“Antes de levantar las cosas, ya habíamos vivido el duelo, ya lloramos. Pasamos por todas las etapas. Lo mejor era cerrar”, dice Nixa Olivares, la última administradora y representante legal de la Piedra Feliz.

El mítico bar del casco histórico de Valparaíso cerró sus puertas el 18 de marzo, duramente golpeado por el estallido social y luego por la pandemia. No volverá a abrir.

Parte importante de los ingresos que generaba este lugar de cinco ambientes, ubicado en la calle Errázuriz de Valparaíso, provenían del pub y discotheque, pero “al estar cerrado desde octubre del año pasado, la situación empeoraba mes a mes, acrecentada por la emergencia sanitaria… nos quedamos sin caja. Nada que hacer”, comenta Olivares.

Hasta julio pudieron pagar las cotizaciones de los 20 trabajadores, cuyos contratos se acogieron a la ley de protección del empleo. “El último esfuerzo que hicimos fue postular a un Fogape y la respuesta fue un rotundo no. Somos locales poco viables porque la posibilidad de retomar la actividad normal se ve muy lejana… con suerte mediados del próximo año”, se lamenta la ahora exadministradora, quien, por estos días, encabeza el retiro de mobiliario e inscribe los últimos objetos en un inventario que anota recuerdos de lo que fueron más de 25 años en la bohemia del puerto.

“El Lollapalooza

de la noche porteña”

Fueros dos amigos, Lucas Machuca y Álvaro Muñoz, quienes, en 1994, se propusieron abrir un lugar de “celebración y encuentro. Un espacio para la música y músicos nacionales y extranjeros; ritmos y sensibilidades que no tenían domicilio”, reza en la biografía del local, que adoptó como eslogan la frase “firme junto al puerto”.

Tomaron el nombre del roquerío de la playa Las Torpederas, en Playa Ancha, conocido como la Piedra Feliz, tristemente famoso por ser el lugar elegido por varios suicidas, en su mayoría enamorados no correspondidos. “Irónicamente, era un lugar al que acudían a encontrar la felicidad más allá de esta vida. A veces, el fin de las desgracias y la búsqueda de la felicidad se encuentra en los mismos lugares: en los roqueríos, frente al mar, y en los bares y pubs”, comenta el escritor Héctor Velis-Meza.

Al comienzo, se pensó en la Piedra Feliz como un lugar que albergaría a la generación de los años 80, pero rápidamente se diversificó. “Comenzó a llegar gente relacionada a la cultura en forma amplia. La pintura, la poesía, la música y siempre estuvo muy ligado a la literatura, entonces podía tener muchos tipos de público”, cuenta el poeta Iván Quezada.

El edificio de 5 pisos construido en los años 20, podía albergar en una misma noche a un grupo de rock y en otro ambiente tener clases de tango, mientras un grupo salsero tocaba en otro de sus espacios.

“Hace un par de años estuve de público en una lectura de poesía. Buen ambiente bohemio para un homenaje a Nicanor Parra, organizado por Juan Antonio Huesbe. Mientras nosotros escuchábamos poemas, en la sala de al lado había una clase de salsa… daban ganas de ir a bailar”, cuenta el escritor, autor de “Salvador Allende, biografía sentimental”, Eduardo Labarca.

“Era el Lollapalooza de la noche”, asegura Nixa Olivares.

Presentaciones de libros, de pintores, como Gonzalo Ilabaca, dibujantes, veladas poéticas y un circuito de más de 100 bandas, entre las que se incluyen Los Jaivas, Inti Illimani, Congreso, Los Tres, el Tío Lalo Parra, Tata Barahona, Patricio Manns, José Seves, Sol y Lluvia y Pascuala Ilabaca, le dieron cierto prestigio al local.

“Rompía con los esquemas de la cultura universitaria, entre El Huevo y esas discotheques para estudiantes y lugares de pachanga, la Piedra Feliz era un espacio más ligado a la cultura. Tenía una oferta amplia. Escuché jazz, son cubano, hice clases de tango y salsa. En el café Rojo, había una imagen de Lenin que estuvo por años colgada en la pared. Siempre fueron cercanos a la comunidad, a disposición de quienes querían organizar alguna actividad cultural o un evento pequeño”, cuenta Ignacio Bustamante, exsecretario ejecutivo de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Valparaíso.

“Podríamos decir que tenía un perfilamiento como de izquierda, pero una cosa muy general. Congregaba a parte de estas generaciones anteriores al golpe que volvieron del exilio y que se instalaron en ese lugar, un poco para vivir de la nostalgia”, agrega Iván Quezada.

Palabras al cierre

En los últimos tiempos, la especialidad de la casa eran las ensaladas, en la modalidad de buffet, pero no faltaban las chorrillanas, que eran ofrecidas como plato típico de la región. En su carta había mariscos, carnes y un amplio bar.

El investigador urbano Lautaro Triviño advierte sí que el lugar “venía mal, el edificio está en venta hace rato. Vio muy alterado su funcionamiento. Estaba en el corazón de las manifestaciones. Es una pena porque nos vamos quedando sin lugares clásicos en Valparaíso”.

Ya no hay luces, ni equipo de sonido. La cocina fue desarmada. Todos los días salen cajas del edificio. Nixa Olivares dice que está concentrada en cerrar el lugar como “corresponde”. Que pagará a los trabajadores y a algunos proveedores a los que se les debe.

El poeta Iván Quezada reflexiona: “deja una huella positiva. Fue un emblema del renacimiento de la bohemia en Valparaíso, una vez que terminó la dictadura. Fue uno de los lugares más sofisticados que surgieron en su época. Tuvo un desarrollo”.

“Que no le pase lo mismo al Cinzano, al Moneda de Oro o al Rincón de la Guitarra… cuidemos la bohemia porteña”, dice doña Nixa.

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