En su departamento en El Golf, a sus espaldas con el retrato que el pintor Oswaldo Guayasamín hizo de su padre, Juan Gabriel Valdés asume que éste ha sido un año duro.

El 2020 partió con la muerte de su madre (el 29 de enero), Sylvia Soublette, compositora, cantante, instrumentalista y formadora de generaciones de músicos. Una figura central en la vida de los hermanos Valdés Soublette: Maximiano, director de la orquesta sinfónica de Puerto Rico y director visitante del Principado de Asturias; María Gracia, directora cultural de la Estación Mapocho; y Enrique Bravo-Valdés, adoptado, de cuya historia el ex canciller y representante de Chile en la ONU da luces por primera vez.

Además, fue el centenario de su padre, Gabriel Valdés Subercaseaux (1919-2011), quien fue canciller de Eduardo Frei Montalva, representante de Chile en la ONU durante la UP y líder de la oposición contra Pinochet tras su regreso a Chile en 1982.

“Mi madre sentía que la DC nunca trató a mi padre como merecía; la relación de él con el partido fue siempre compleja; él era muy leal, a veces más allá de lo razonable, pero hubo figuras que no lo toleraban por razones que iban incluso más allá de la política”, señala.

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“Es toda una experiencia ver partir al padre y a la madre, sobre todo cuando ya tienes más de 70 años. Es una orfandad distinta, más compleja quizá, porque te has acostumbrado a tener a tus padres contigo”.

Juan Gabriel Valdés Soublette, cientista político de la Universidad de Essex (Inglaterra), doctorado en Princeton, y el mayor de los hermanos, mantenía un contacto permanente con sus padres. “Con Valdés (así lo llama) hablaba todos los días antes de dormir. Mi madre vivía muy cerca, estuvo perfectamente lúcida hasta el final y pude gozar enormemente… Tal vez por eso la falta es mayor y se siente tan fuerte”.

—¿Cómo se vive un duelo en pandemia?

—Con bastantes dificultades; la muerte de mi madre coincidió con el inicio de la pandemia, el aislamiento, y con el estallido social. Una sensación de crisis generalizada, de que se evapora lo conocido, que no es fácil de llevar, peor si estás en duelo. Cuando murió mi padre sentí que también había partido mi mejor amigo.

—¿Cómo fue criarse con Gabriel Valdés y Sylvia Soublette?

—Eran muy autónomos y cada uno cumplió con su vocación, sin restricciones. Tratándose de una generación nacida a comienzos del siglo XX, donde las mujeres eran vistas como subordinadas, mi madre hacía su vida. Muchas veces llegaba tarde porque tenía que trabajar y eso era lo normal para nosotros. En el colegio una vez me preguntaron por qué andaba con el delantal sucio, que qué hacía mi madre. “Es cantante”, contesté, y los profesores se espantaron (ríe). Mi padre viajaba mucho, era muy autoritario, pero tuve una infancia muy feliz.

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Gabriel Valdés y Sylvia Soublette tuvieron un cuarto hijo, a quien adoptaron: Enrique Bravo-Valdés, hoy radicado en Washington.

“Yo estaba más grande cuando Enrique llegó a mi casa. Era hijo de Rosa (empleada de la casa), con quien convivíamos y queríamos mucho. Enrique era un niño muy inteligente, hábil, curioso, de una gran empatía y se incorporó de inmediato. Mis padres desarrollaron por él un cariño enorme, tanto que se lo llevaron cuando partieron a EE.UU (en 1971, cuando su padre fue designado secretario general de Naciones Unidas). En Santiago fue al Nido de Águilas, por lo que tuvo una excelente educación. Enrique estuvo muy presente cuando mi padre lideró en Chile la oposición a Pinochet. En 1983, para una protesta donde fueron juntos, estando al lado de mi papá un militar le quitó los anteojos y los aplastó en el suelo, luego lo subió al furgón. Hoy trabaja en el BID como experto en armamento químico. Nuestro hermano es una persona extraordinaria”.

—Entiendo que rechazó llevar el apellido Valdés.

—Así es, pero cuando se encontró con su padre biológico, no hubo ninguna cercanía. Ahí decidió que no era tan mala idea ser Valdés.

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A los 21 años fue testigo —en primera línea— de la visita de la Reina Isabel II a Chile (1968). “Durante varios días debimos ensayar unas reverencias de lo más ridículas”, recuerda. “El príncipe Felipe pidió una cerveza y no había. Funcionarios del ministerio fueron corriendo a Lo Barnechea y trajeron unas Escudo que le encantaron, tomó varias. Salvador Allende —que era presidente del Senado— estaba sentado a su lado. “¿Acaso usted es candidato eterno a la presidencia?”, le preguntó el monarca, porque ya había postulado dos veces. Allende le contestó: “Cuando muera, en mi tumba habrá una placa que diga: aquí yace Salvador Allende, futuro presidente de Chile”. El príncipe rió y se produjo un intercambio muy simpático. En cuanto a la reina, cuando saludó a Volodia Teitelboim, señaló que en sus últimos 20 años nunca había estado tan cerca de un comunista. En el almuerzo estaba Angel Parra, hubo música chilena, estaba todo el espectro político invitado. Era otro Chile”.

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En 1976, Juan Gabriel Valdés era ayudante de Orlando Letelier en Washington, cuando ocurrió el atentado que terminó con su vida y la de su asistente, Ronni Moffit, en una operación ejecutada por la DINA.

“Orlando había sido ministro de Allende y pasó por la isla Dawson, por lo que era muy imponente a sus 42 años. Yo tenía 26 y vivía en NY. Me pidió que me fuera a Washington como su ayudante. La noche antes del asesinato me llamó para avisar que pasaría a buscarme en la mañana temprano para que le entregara un texto en el que habíamos estado trabajando. Le dije que no podía, que tenía que llevar a mis hijos al colegio pero que nos viéramos a las 9.30 en la oficina. Ese día no llegó. El auto estalló alrededor de las 9. Fue una impresión horrible, me acompaña hasta hoy”.

La historia no se termina ahí, asegura. “Pinochet estaba obsesionado con Letelier y con Valdés (padre). En una conversación con Kissinger en julio de 1976 (el asesinato fue en septiembre), Pinochet le dice al secretario de Estado norteamericano: ‘usted me está garantizando apoyo sin embargo Letelier y Valdés se dedican a atacarme en el congreso de EE.UU; ustedes no están cumpliendo su rol'. Pero había una confusión: no era mi padre el que iba con Letelier al Congreso sino yo. A Valdés le asignaron la protección permanente del FBI. Fue un momento muy incómodo, un período muy malo para toda la familia”.

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Sylvia Soublette fue una férrea defensora de su marido y lo apoyó cuando se planteó su nombre como una opción a la presidencia de la República. “Otra cosa es que jamás le habría gustado ser primera dama; estaba muy dedicada a la música para hacerse cargo de cumplir funciones protocolares. Incluso cuando mi padre fue ministro de RREE la criticaban por su excesiva autonomía”.

—A su padre había gente que lo quería, pero también otros no lo podían ver.

—Así es. Era querido por mucha gente, en particular por las mujeres del partido.

—Se cuenta que era muy galán.

—Es verdad (ríe). Pero también provocaba en mucha gente una sensación de distancia que iba más allá de lo razonable y que tenía que ver con su historia familiar (aristocrática). También porque era visto como izquierdista por plantear que había que entenderse con los socialistas. Entendió que tenía que conocer a un señor que se llamaba Ricardo Núñez (entonces líder del PS) y llegar a un acuerdo con él. Pero un gran fracción interna lo consideró pecaminoso.

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“Las nuevas generaciones carecen del coraje que tuvo mi padre”, señala. “La generación de recambio debiera trabajar con un solo norte: dejar atrás la sociedad de mercado e instalar un modelo más humanista. Pero (para que resulte) se requiere un sentido de unidad y no denostar a los que vinieron antes”.

Se queda pensando.

—Entre ellos sólo veo una competencia fenomenal, confusión y perplejidad. Me refiero a la gente de RD, algunos en el FA y a los jóvenes vinculados a los partidos más tradicionales. No está claro si se produjo un relevo. Aunque hay gente extraordinariamente interesante que ha surgido en la nueva generación y a la que hay que apoyar y seguir.

—¿Como quiénes?

—Izkia Siches está por encima del resto. Veo liderazgo, enorme inteligencia y sobre todo sentido de unidad nacional y eso es debido a su trabajo en el gremio médico. Me ha tocado encontrarme con ella en distintos lugares, escucharla y creo que tiene un enorme talento.

—¿La ve como candidata a la presidencia?

—Ella ha dicho que no y puede que sea cierto: es muy temprano. Pero tiene un enorme talento y puede dar mucho en el futuro.

—O sea que puede ser candidata más adelante, ¿eso dice?

—Absolutamente.

—¿No le incomoda que haya sido de las juventudes comunistas?

—Ella no es PC, no la veo así.

—¿Qué opina de la candidatura de Daniel Jadue?

—Chile necesita a un presidente que una al país, no que lo divida. Hay una especie de obsesión por el tema de Jadue que es llamativo.

—¿Y Joaquín Lavín?

—Es una figura antigua, que ha tenido demasiadas vueltas a la tuerca, tantas que se terminó por romper el rodamiento. No lo veo como un factor de unidad.

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Asesor del rector Ennio Vivaldi en la Universidad de Chile, donde dirige el seminario sobre EE.UU en el Instituto de Estudios Internacionales, Valdés observa con mirada crítica al país del norte. “Trump puede conducir los Estados Unidos a una guerra interna”, advierte. “En un país en que una parte importante de la población civil está armada y en que las teorías conspirativas se desatan, en medio de una herencia dura de racismo y polarización, el fuego está a flor de tierra”.

Sobre el reciente triunfo del candidato de ese país a presidir el BID, manifiesta: “El gobierno actuó bien. Existe un acuerdo fundante del BID donde se debe dar la presidencia a un latinoamericano para mantener su autonomía ante los intereses geopolíticos de los Estados Unidos. Ahora, que la mayoría de América Latina haya cedido a la presión de Washington no habla bien de los Estados Unidos, sino del estado patético en que se encuentran varios países centrales de la región. Por lo tanto estuvo bien Allamand”.

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