En la pandemia Claudio Engel (62) se puso a ordenar en su casa de Las Condes. “Tengo el mal de Diógenes, de juntar cosas. Encontré tarjetas, cartas de ex pololas y muchas fotos de mis cumpleaños donde venía muchísima gente; mirándolas veo la cantidad de amigos que han partido a la otra vida”, comenta.

Engel es reconocido como uno de los más grandes coleccionistas de arte contemporáneo en América Latina. Separado y padre de cuatro hijos (entre 18 y 30 años), preside las empresas F.H Engel, que fundó su padre en 1952. La compañía hoy cuenta con importadoras y distribuidoras de retail, entre algunos rubros. Este año el empresario vendió los supermercados Erbi a la cadena colombiana de bajo costo Justo y Bueno donde permanecerá como socio del holding. “De aquí a los próximos cinco años pasaremos de 30 a 500 tiendas”, comenta.

Es un jueves de septiembre y el ingeniero civil de la Universidad de Chile está en una sala de su casa. Son las cuatro de la tarde y los rayos de sol iluminan un retrato de Nicanor Parra (de Antonio Berni) que tiene ante sus ojos. “Entre mis tantas colecciones también tengo una de búhos, soy fanático de la U”, cuenta..

Y mientras toma un vaso de agua habla entusiasmado de su “proyecto del alma”, el Nuevo Museo de Santiago (NuMu). El espacio albergará su colección de arte contemporáneo (a la fecha lleva cerca de 900 piezas) que estará en el extremo sur del Parque Bicentenario en Vitacura. “Estoy cumpliendo este sueño junto a mis hijos; ellos seguirán con este legado cuando yo no esté”.

La construcción del edificio, que se espera finalice en tres años, será financiada ciento por ciento por Engel. (se estima en $16 mil millones en total). Asimismo, para dar vida al NuMu hace cinco años comenzó armando una ambiciosa muestra que hasta hoy suma a más de 140 artistas chilenos (Juan Downey, Iván Navarro, Nicole L´Huillier y Lotty Rosenfeld, entre algunos). Las piezas incluyen formatos de pintura, fotografía, escultura, video proyecciones y arte sonoro, entre otros. “Seguiré adquiriendo eternamente obras. Hoy en la colección el noventa por ciento son chilenos; pero no hay un tope, iremos incluyendo también a artistas de América Latina”.

El museo, que se proyecta en 7.500 metros cuadrados edificados, está en pleno concurso arquitectónico y su ganador se conocerá el próximo 3 diciembre. “Decidí que fuera un proyecto hecho por chilenos. No entiendo cómo el Museo de la Memoria fue diseñado por arquitectos brasileños. La memoria y el arte contemporáneo también son nuestros”, enfatiza.

-¿Por qué quiso enfocarse en la cultura?

-También hacemos donaciones sociales maravillosas, pero nuestra compañía es de bajo perfil. Además, yo no soy un hombre que sepa distribuir comida ni plata en efectivo. Soy un convencido que cultura es la única cosa, aparte de la familia, que te llena el alma. Dar la posibilidad de soñar a otros mientras observan una obra da una gratificación inmediata. Entre mis locuras creo que todo es posible.

-Usted cuenta con un importante patrimonio, ¿desde ahí todo se ve más factible?

-(Sonríe). No se trata de eso. Un cliente una vez me dijo: “Al final no puedo comer más de un pollo al día”. La plata es una responsabilidad; si tienes, compártela inteligentemente. Pero no me muevo por lo monetario; he vivido penas y alegrías que no tienen precio.

-¿Cuál es ha sido el dolor más grande de su vida?

-Uf. Mi separación hace seis años tras casi tres décadas de matrimonio. Lo siento como un gran fracaso, un dolor inmenso. Yo creía que era para siempre; pero hay luz y paz al final del túnel.

“Mi padre me despidió cinco veces”

En 1976 Engel entró a estudiar ingeniería civil en la Universidad de Chile.“Quería conocer verdaderamente un país distinto. No pretendía pasar del Grange, donde estudié toda la vida, directo a la Católica”. En el plantel escogido además estaba su único hermano Eduardo (dos años mayor), doctor en Economía (MIT) y director de Espacio Público. “Tener un hermano así de brillante no es fácil. Y aunque estuve entre los primeros del curso, en el colegio eso me afectó; tenía mis aprensiones de cuán inteligente era yo. Pero después me demostré a mí mismo que también podía ser buen alumno y que mi inteligencia solamente era distinta a la de Eduardo”.

Los hermanos Engel salen a caminar juntos todos los miércoles. Viven a 200 metros de distancia y en sus caminatas de más de una hora “tratan de arreglar Chile y el mundo”. A veces recorren su infancia y rememoran a sus padres judíos nacidos en Alemania, quienes llegaron a Chile en los años 30.

En las dos casas donde se criaron en Las Condes, solo se hablaba alemán. También recuerdan a su madre Renate Goetz, quien estuvo a cargo de Infant en El Grange (un edificio del colegio lleva su nombre), y a su padre Herbert Engel fundador de las empresas Engel.

Tras realizar un MBA en la Escuela de Negocios de Wharton (Pennsylvania) y trabajar dos años en la compañía Raychem, en 1985 volvió a Chile. En Santiago se integró a la empresa de su padre y a fines de los noventa asumió el mando de la compañía. “Mi papá me despidió cinco veces y yo renuncié cinco”.

-¿Qué pasó?

-Él nunca estudió nada después del colegio, pero era muy inteligente y trabajador. Cuando llegué de Estados Unidos creía que lo sabía todo. Había hecho un MBA y también obtuve la beca Fullbright. Pero mi padre había armado la compañía donde estuvo más de cuarenta años; finalmente, un 70 % de las veces él tuvo la razón.

En 1970 la familia dejó Chile y se radicó dos años en Hamburgo. “Mi papá se dedicaba al rubro de las importaciones, pero tuvimos que irnos porque en el gobierno de Allende no se podía importar más hacia Chile, pues lo hacía el gobierno”.

Su época en Alemania fue “interesante, pero compleja”. “Me fui a los doce años en plena pubertad. Como los negocios de mi padre allá anduvieron remal, no tenía mesada. Para ganarme mis pesos fui extra en óperas, repartía diarios en bicicleta y fui caddie de golf. Había tan poca plata, que del manzano de la casa mi madre congelaba manzanas; aprendimos a comerlas en todas sus versiones”.

Un par de años después de regresar a Chile por primera vez sintió discriminación por sus orígenes. “Cuando tenía 17 salí con una niña que me fascinaba. Estábamos en pleno romance, fantástico, pero cuando supo que era judío se acabó todo”, recuerda.

Hace tres años se hizo el test genético y arrojó que era judío en un 98, 9%. “Practico varias tradiciones judías como el “Yom Kippur”, día del perdón. Mi exseñora es católica, todos mis hijos son bautizados al catolicismo y los hombres están circuncidados”, cuenta.

Actualmente Engel está recopilando la historia desde los primeros judíos que llegaron a Chile de Alemania a mediados del siglo XIX. Esto, para un pequeño museo que estará ubicado al interior de una sinagoga en la calle Mar Jónico (Vitacura) que se espera para fines de 2021. “Seré uno de los financistas, pero más que plata mi inversión será en tiempo y dedicación”.

“Decían que la colección era mala”

Su primera colección la hizo a los diez años. Fueron monedas extranjeras de 20 países. “Salí en la revista Mampato mostrando cien monedas. Sigo juntando; debo tener mil, de ochenta países”.

Entre otras, tiene una de presidentes y reyes que exhibe en sus oficinas ubicadas en Pudahuel. Hay cerca de 120 fotografías (Entre ellas de Lech Walesa, Reagan y Aylwin). También en su compañía alberga cuatro mil botellas en miniatura (con licor), colección que perteneció a su padre. “Debe ser una de las más grandes del mundo”.

Para concretar su muestra de arte contemporáneo, en 2017 el empresario creó la Fundación Engel. María Pies, directora de esta organización, le ha ido presentando a los artistas. “En conjunto con mis hijos, escogemos las obras luego de un minucioso análisis”, dice.

En febrero su colección contemporánea ganó el Premio “A” del coleccionismo que entrega la fundación española Arco. Lo cual coincidió con la primera exhibición pública de parte de esta muestra en la Sala 31 de Madrid.

“Es muy motivante, porque fui el primer chileno en obtener ese premio. Además, fue una maravilla, asistieron más de mil setecientas personas al día inaugural. Cuando hace cinco años partimos con la idea del museo, decían: “en qué anda detrás Claudio Engel”. No entendían que quisiera donar un museo. Decían que la colección era mala pero nadie, excepto nosotros, la conocía y cuando la mostramos en España quedaron impresionados. Hoy día ya nadie anda pelándome o lo hacen calladito”

-¿En Chile estamos atrasados en materia de filantropía?

-Conozco a muchos que tiene mucha plata, pero no hacen nada, otros sí. Lo lógico es que cada uno done todos los años un uno por ciento a filantropía. El gallo que tiene cien millones de dólares debería donar uno. Pero en Chile donan menos y cuando lo hacen, todos están pensando en el beneficio tributario.

-¿Usted no piensa en eso?

-Lo único que espero es que no se me castigue mi donación. Estoy donando mucho más allá de lo que gano. Si se da un beneficio tributario, fantástico; si no, se dona igual. El proyecto mío lo pago yo, pero después tenemos que hacer un modelo de gestión financiera o endowment para que esto funcione y yo pondré plata nuevamente.

-¿Se podría saber qué monto ha invertido en su colección?

-No tiene valor porque no se vende. Invertí más de lo que me hubiera gustado y menos de lo que podía. Todas costaron el precio justo. A nadie lo obligué a vender y les pagué lo que podíamos acordar.

-Hay obras contingentes, piezas contra Pinochet, cuadros con camiones de carabineros quemándose; pero usted ha insistido que es una colección sin distingos políticos.

-Están las partes donde están quemadas las cucas, guanacos, pero fueron escogidas dos años antes del estallido de octubre. El arte no tiene color político, es la expresión de un pueblo y de una época. Si yo no dejara que la gente pudiese expresar sus ideas no tendría un arte que identifique una nación.

-¿Por qué el museo no lleva su nombre?

-No es un edificio al alero de Claudio Engel, no es un proyecto para mi ego. Yo soy el que regala el museo y la colección, pero es un proyecto país.

-Pero me imagino que pondrán una plaquita suya

- (Ríe) Espero que sí, que dejen alguna. Este museo también es un agradecimiento a mis padres y a mis abuelos que llegaron como emigrantes de Alemania y que fueron tan bien cobijados en este Chile tan querido.

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