El escritorio de Álvaro Fischer (67) mira al jardín en su casa de Los Dominicos. “Tiene árboles grandes y la cordillera al fondo”. A su espalda un auto retrato de Leonardo Da Vinci. “Admiro a quienes dominan una variedad de saberes”, dice.

Casado, padre de Claudia (30), Benjamín (28) y Daniela (25), el empresario volverá a trotar este fin de semana; su comuna, Las Condes, pasó a la tercera etapa. “Corro hace cuarenta años; dejo que mi mente divague de un tema a otro con libertad. Además, me ayuda, pues lucho contra un siempre incipiente sobrepeso”, comenta.

Aparte de sus editoriales de opinión en El Mercurio sobre ciencia, innovación y otros temas, en esta pandemia el ingeniero matemático de la universidad de Chile escribió bastante. Hace poco más de un mes redactó una reflexión de seis páginas dirigida a un chat liderado por la historiadora Lucía Santa Cruz (está José Joaquín Brunner, Hernán Larraín Matte y Jaime Bellolio, entre otros). “Hice un análisis desde los sesenta hasta ahora sobre la pérdida de los consensos políticos para entender en qué está Chile hoy”.

Autor de tres libros (entre ellos “De Naturaleza liberal” (2018)), aunque su agenda es apretada contesta extendido. Sus días trascurren entre sus directorios (Las fundaciones Santo Tomás, Imagen Chile, Inria Chile, Ciencia y Evolución, el Parque Astronómico Atacama, la Corporación de Paleontología de Atacama y el centro científico Hubtec); la presidencia del CNID (Consejo Nacional de Innovación) y su empresa Resiter de economía circular (aprovechamiento de recursos con reutilización y reciclaje de elementos). Hace cuarenta fundó esta compañía con su amigo Raúl Alcaino, exalcalde de Santiago. La cual transforma residuos de empresas mineras, industriales y alimenticias en materias primas. Con sedes en Chile, Perú, Colombia y Uruguay, este año facturarán cerca de 200 millones de dólares. “Hace muchos años crecemos a más del 20% anual”, admite.

Fischer se codea con premios Nobel (Vernon Smith, Economía 2002) y connotados académicos y científicos como Steven Pinker (psicólogo experimental). Fue presidente de Fundación Chile (de 2010 a 2014). Mientras en el CNID, organismo asesor de la Presidencia, presenta propuestas en materia de tecnología, conocimiento e innovación. “Estoy motivado para que Chile adopte como parte de su estrategia de desarrollo una inserción plena en la sociedad del conocimiento, mezclando ciencia, tecnología, innovación y emprendimiento”, dice.

-Es matemático, empresario, activo darwinista, estudioso de la filosofía, la política, la historia, la ciencia, el emprendimiento y la innovación ¿Se considera más inteligente que la media?

-(Tarda varios segundos) Resulta tan presuntuoso, pero sí, quizás estoy sobre la media.

-Es sabido que siempre llega atrasado, que es distraído.

-(Sonríe) Sí, pero estoy esforzándome por llegar a la hora. Soy volao, dejo los anteojos acá, el sombrero allá y pierdo las llaves. Reconozco que soy muy copuchento y observador de las personas.

Incómodo con Dios

De su madre, quien estudió pedagogía en Filosofía, Álvaro Fischer heredó su curiosidad intelectual. De su padre, dentista, el amor por la naturaleza. Admirador de Churchill, a los cinco años, antes de dormirse pensaba en la “nada” y el “infinito”. “A mi papá le pedía que me hablara de temas interesantes y de récords. Cuando salió la primera edición del libro Guiness World Records en 1962, cateteé hasta que me lo compraron. Siempre me fascinó todo lo que encajara lógicamente. Mi número predilecto es el 6, además de todos los primos”, cuenta.

-¿Qué han significado las matemáticas en su vida?

-Me han aportado el cultivo de la especulación lógica. Además, ciertas relaciones entre los números me han permitido explicar qué ocurre en otros dominios. Lo malo es que postergué mi preocupación por el lenguaje que usa verbos intencionales y adjetivos calificativos para expresarse con más claridad. Eso lo cultivé de adulto cuando comencé a escribir.

El mayor de tres hermanos, vivió con su familia en una casa cerca de la Escuela Militar. Estudió en el Grange, lo que para él fue clave para su dominio del inglés. “Me hizo admirar la cultura británica. Me identifico con su espíritu innovador y su respeto por la libertad. En esos valores anclé mis convicciones sociales y políticas”.

Hace 25 años, leyendo un artículo sobre psicología evolucionaria en The Economist surgió su pasión por la teoría de la evolución de Darwin. “Era una disciplina científica que describía la naturaleza humana de una manera que calzaba con mis intuiciones. Descubrí una manera de entender el mundo muy poderosa y ordenadora”.

Reconoce que su paso por el Grange lo hace ser parte de la elite, pero no olvida sus orígenes. “Provengo del esfuerzo de mis cuatro abuelos judíos inmigrantes que llegaron sin bienes a forjarse un futuro en Chile. Por el lado paterno vinieron en 1924, desde Alemania e instalaron una lavandería en Providencia. Por parte materna, llegaron en 1922 desde Ucrania y se dedicaron al comercio”, cuenta.

-Según la teoría evolutiva no estamos determinados genética ni culturalmente, somos la mezcla de ambos factores, ¿Cómo se define usted?

-El test genético al que me sometí en 2016, con la compañía estadounidense 23 and Me. arrojó que soy 96% judío ashkenazi (centro-europeo) y 2,7% neandertal. Mis padres de origen judío nunca fueron practicantes ni creyentes, pero sí respetaban algunas tradiciones, como la cena de “Pesaj”, que recuerda la salida del pueblo judío de Egipto y el “Yom Kippur”, día del perdón. Cuando pequeño en el colegio iba a clases de religión judía, pero nunca pude sentirme cómodo con la idea de Dios.

-¿Por qué?

-Desde antes de la pubertad fui agnóstico, por la natural dificultad que tenía para resolver la existencia o negación de Dios definitivamente. Sin embargo, cuando me casé a los 36 años, Ximena, mi señora, me dijo que yo era ateo y que debía asumirlo. Tenía razón. Ser ateo significa no creer en Dios, y eso me pasaba.

-Le costó reconocerlo.

-Sí, porque el agnosticismo es más fácil de sostener. Es una simple ausencia de juicio. Pero yo sí tenía uno: no creía en Dios. Y asumirlo fue lo más honesto.

Cuando tenía 20 años su padre sufrió un aneurisma aórtico disecante, una patología vascular que le provocó daños cognitivos y cuadros depresivos. “Era un exitoso profesional, y de un día para otro perdió a sus pacientes y su entusiasmo. Eso cambió radicalmente nuestra vida familiar. Pasamos a apoyarnos emocionalmente en mi madre, y nuestro sustento económico empezó a depender de los ahorros de mi padre. Me afectó mucho verlo así; seguramente tuvo otros efectos inconscientes que no he explorado”.

Su etapa universitaria, donde jugó rugby por Old Boys (del 70 al 76), equipo de ex alumnos del Grange, estuvo “plagada de intensas emociones intelectuales y políticas”. En la Escuela de Ingeniería de la Chile en 1970 formó un movimiento que se reía de la política de la época, que llamó TARC (Tribu Anárquica Racional Contradictoria). “Éramos cinco miembros, uno de ellos era Nicolás Eyzaguirre. Sacamos una declaración de principios utilizando el lenguaje político del momento, pero de manera incoherente. Las Juventudes Comunistas, sin advertir nuestra ironía, nos acusaron de infantilismo revolucionario”.

-¿De qué se burlaban?

-De la profusión de ideas, movimientos y agrupaciones que aparecían con mucha facilidad intentando atraer adeptos con un lenguaje revolucionario, lleno de lugares comunes. En el colegio coqueteé con las posturas de izquierda, leyendo al filósofo Marcuse, pero cuando ingresé a la universidad en 1970, no comulgué con sus posturas. Nunca me sentí atraído por el proyecto de la Unidad Popular.

-¿Por qué?

-Tenía una intuición, que no podía verbalizar claramente, de que el proyecto socialista tras la UP no calzaba bien con la naturaleza humana. Además, sus adherentes miraban con ironía a quienes no compartían su visión, lo que tampoco era atractivo.

-¿Se considera de derecha? Nunca ha militado, pero se declara liberal.

-En la división simple entre izquierda y derecha soy de derecha, porque una sociedad funciona mejor si las personas se hacen responsables de sus actos sin adjudicárselos a las estructuras sociales. Prefiero que la creación de valor dependa del impulso de emprendedores y no del Estado. Soy liberal porque privilegio el permitir sobre el prohibir.

-Está a favor del aborto y de la legalización de todas las drogas, ¿Qué costos le ha traído en la derecha conservadora?

-No he tenido, porque delibero con tolerancia. Hace más de 20 años estoy por la legalización de la droga; combatirlas prohibiéndolas es peor estrategia que permitiéndolas. En cuanto al aborto yo no le doy el carácter sagrado a la vida que le da una religión. Un grupo de células juntas están vivas, pero para mí no son una persona. Estoy a favor de permitir el aborto por cualquier causal.

“Es un error ser emblema del Rechazo”

Fischer dice que está por el Apruebo de una nueva Constitución. “No tengo contemplado ser parte de la convención constituyente. Prefiero participar en el debate de las ideas que influyan cuando los convencionistas deliberen”.

-En radio Duna dijo: “Si la centroderecha va por el Rechazo, será como un dique de contención reaccionario a los cambios”.

-Si los chilenos no están satisfechos con su sociedad, oponerse a los cambios no ayuda. Se requiere permitirlos y participar activamente en la deliberación que procure conseguir que las ideas en las que uno cree se impongan.

-¿Oponerse sería una mala estrategia para la derecha?

-Absolutamente. Si como todo parece indicar ganará el Apruebo, resulta difícil que tus ideas resulten atractivas para una etapa nueva si no quisiste permitir que ese período se diera. Si la derecha queda al lado equivocado del instante refundacional del plebiscito, dificultaría enormemente su futuro.

-Pablo Longueira dijo el domingo en El Mercurio que "lo que tiene que hacer el presidente es jugarse por el Apruebo.

-Es legítimo que el gobierno mantenga neutralidad, pero comparto su planteamiento de que la derecha cometería un grave error si se transforma en el emblema del rechazo. El gobierno puede ser neutral, pero la derecha no. Sería mucho mejor que el sector apoyase el Apruebo, y que el debate se diera en la elección de constituyentes y en la deliberación posterior para redactar la nueva Constitución.

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