Por Alejandro San Francisco

Fue una jornada limpia y tensa. El viernes 4 de septiembre se desarrolló, finalmente, la decisiva elección presidencial que enfrentó a Jorge Alessandri, Radomiro Tomic y Salvador Allende. Era la culminación de una campaña larga, a veces violenta y polarizada, llena de vaticinios contradictorios que se encontrarían al fin con la única realidad indesmentible: la de las urnas.

Las predicciones electorales eran confusas y estaban asociadas a las preferencias demostradas durante la campaña. El día de la elección, la edición de El Siglo aseguraba una victoria de Allende; La Nación tenía claro que el ganador sería Tomic; El Mercurio, por su parte, confiaba en la mayoría de Jorge Alessandri. Al ser solo tres candidatos, que representaban tres tercios relativamente equilibrados en la política nacional, las distintas visiones podían tener algo de realidad, y solo quedaban pocas horas para saber la verdad.

El cuerpo electoral había crecido de manera impresionante en las últimas décadas, desde el lejano 1932, cuando comenzó la tradición de la democracia chilena que se extendió por más de cuarenta años, pasando por la obtención del derecho a voto de la mujer a mediados de siglo y la consolidación de un sistema de participación creciente, con alternancia en el poder y disputas políticas a veces agrias, pero dentro de la institucionalidad democrática. En 1970 había 3.539.749 inscritos en todo el país, de los cuales votaron poco menos de tres millones. A ellos trataron de convencer los tres candidatos durante la campaña electoral, que el viernes 4 de septiembre tuvo su día decisivo.

“Como pueden ver, no me tiemblan las manos”, ironizó Alessandri tras sufragar en la Estación Mapocho, mientras lo aplaudían algunos partidarios. En la ocasión no quiso hacer vaticinios de ningún tipo, y destacó que el acto electoral se estaba realizando de manera normal. Posteriormente se trasladó a su departamento, como señalan Patricia Arancibia, Álvaro Góngora y Gonzalo Vial, en Jorge Alessandri 1896-1986. Una biografía (Santiago, Zig-Zag, 1996).

También votaron en la Estación Mapocho los democratacristianos Radomiro Tomic y el presidente Eduardo Frei Montalva, en una jornada en la que el partido de gobierno cosecharía una amarga derrota. En muchas ocasiones el gobernante había advertido que Chile vivía momentos difíciles, y le preocupaba la irrupción de la violencia y la pasión revolucionaria que expresaban numerosos jóvenes. De igual manera, temía que Allende fuera su sucesor y que la descalificación de ser el “Kerensky chileno” cobrara un cierto sentido de realidad.

Salvador Allende vivió una situación curiosa en esa jornada. De partida, porque no pudo sufragar, ya que estaba inscrito en Magallanes, zona que representaba como senador, por lo que se excusó en la Comisaría de Carabineros de Miguel Claro. Tras realizar el trámite, señaló a los periodistas: “Tenemos la absoluta confianza de que venceremos”. Posteriormente se trasladó al Liceo 7 de Niñas, de Providencia, donde votaron su mujer y sus tres hijas, ocasión en que recibió saludos y apoyos de parte de algunos presentes (Mario Amorós, Allende. La biografía, Barcelona, Ediciones B, 2013).

Resultados y reacciones

A medida que fueron llegando los resultados se despejó la primera de las dudas: Radomiro Tomic quedó rápidamente fuera de carrera, al aparecer a mucha distancia de sus dos competidores. Por cierto, su derrota era lamentable para él, pero también para el Partido Demócrata Cristiano, que esperaba gobernar largo tiempo después del extraordinario triunfo de 1964. El presidente Frei Montalva estaba “completamente deshecho” esa noche, como resumió años después su exministro Raúl Troncoso (Entrevista de Paula Coddou a Raúl Troncoso en Revista El Sábado, de El Mercurio, 30 de octubre de 2004, “Estoy preparado para la muerte”). ¿Esperaba Tomic esa derrota tan clara? A medida que avanzó la campaña y creció la polarización, parecía claro que su candidatura quedaría en un irreversible tercer lugar.

La competencia entre Allende y Alessandri fue muy estrecha, incluso más que en 1958, pero se fue clarificando a favor del líder socialista. Según uno de los hombres más cercanos al expresidente, “el día estaba radiante”, por lo que “mucha gente... aprovechó para subir a la cordillera o pasar el fin de semana en la costa”, creyendo segura la victoria de su candidato (Eduardo Boetsch, Recordando con Alessandri, Santiago, Universidad Nacional Andrés Bello, 1996).

Allende estuvo tranquilo durante el día, según recordó después su secretario Osvaldo Puccio. Cerca de las 22 a 23 horas las noticias eran que la elección era muy estrecha, pero los socialistas ya querían salir a celebrar, aunque no había autorización, y se temía que si también aparecían en las calles los partidarios de Tomic y Alessandri “se produciría un enfrentamiento”. Finalmente, ya con más claridad, el jefe de la plaza general Camilo Valenzuela autorizó la concentración allendista: “¡Ganamos!” –dijo Allende tranquilo, pero feliz–. “¡Si el gobierno nos autoriza a salir a celebrar el triunfo, es evidente que hemos ganado!” (Un cuarto de siglo con Allende. Recuerdos de su secretario privado, Santiago, Editorial Emisión, 1985). Como contrapartida, Alessandri se fue a acostar, dejando sin un mensaje a sus partidarios, que entonces estaban sumidos en la angustia y presentían los peores males personales y para Chile.

En realidad, ninguno de los tres candidatos obtuvo la mayoría absoluta de los votos, lo que dejaba la decisión al Congreso Pleno, entre las dos primeras mayorías relativas. Pese a ello, el ambiente era bastante claro, y rápidamente los partidos de izquierda y quienes respaldaron a Allende se volcaron a las calles a celebrar, mientras los seguidores de Alessandri se sumieron en un temeroso silencio.

Un desglose de los resultados permite sacar algunas conclusiones interesantes. Alessandri se impuso claramente en los votos de mujeres, al igual que en 1958. En 1970 logró el apoyo de 552.257 mujeres, contra solo 438.846 de Allende, repitiendo no solo el comportamiento electoral de doce años atrás, sino también el de la campaña de 1964, en la que Eduardo Frei Montalva prácticamente duplicó al líder socialista en el sufragio femenino.

También resulta valioso revisar las cifras por provincias, como lo ha hecho el libro de Sebastián y Diego Hurtado-Torres, quienes explican las diferencias de resultados, basadas en la cultura política y las divisiones existentes en el sistema democrático. Alessandri obtuvo el triunfo en Cautín y Osorno, superando el 40% de los votos, pero Allende logró resultados muy superiores en Tarapacá, Antofagasta, Atacama y Coquimbo. En Concepción y Arauco el resultado favoreció ampliamente al candidato socialista, lo que fue decisivo para los números finales. En la capital los resultados favorecieron a Alessandri por más de cuarenta mil votos (ver La elección presidencial de 1970. Pasado y futuro de un momento extraordinario, Santiago, Historia Chilena, 2020).

Sin perjuicio de los detalles, a la larga los votos se suman, y estos dieron una diferencia total favorable al líder de la Unidad Popular, de 1.070.334 (36,2%) votos, contra 1.031.159 (34,9%) de Alessandri y 821.801 de Tomic (27,8%), y 31.505 (1,2%) votos nulos y blancos).

Allende y el discurso en la FECH

La noche del 4 de septiembre la Alameda se llenó con banderas de los partidos de la UP y de apoyo a Salvador Allende, para celebrar el resultado obtenido. En la ocasión hubo también jóvenes de la Democracia Cristiana, una cantidad muy grande de “DC y tomicistas”, en lo que se convirtió en una verdadera “fiesta de los abrazos”, que tuvo como una de sus consignas “el pueblo unido jamás será vencido” (Ricardo Hormazábal, La Democracia Cristiana y el gobierno de Allende. Un testimonio personal, Santiago, 2003).

Sin embargo, la fiesta verdadera y completa era de la Unidad Popular, de la izquierda socialista y comunista, que había soñado y esperado durante décadas para llegar a La Moneda. Si bien la elección del 4 de septiembre no le aseguraba eso, sí le abría considerables expectativas de que Salvador Allende asumiera como Presidente de la República. Para cerrar la jornada, el líder socialista se dirigió a sus partidarios en la sede de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), que presidía el comunista Alejandro Rojas. Ya había comenzado el sábado 5, a eso de la 1.30 horas.

En esa ocasión Allende optó por dirigir unas palabras más emotivas que programáticas –si bien algo comentó a este respecto–, inspiradoras y humanamente relevantes para quienes habían puesto sus esperanzas en la denominada “vía chilena al socialismo”. De esta manera, comenzó afirmando: “¡Qué significativa es, más que las palabras, la presencia del pueblo de Santiago, que interpretando a la inmensa mayoría de los chilenos, se congrega para festejar la victoria que alcanzamos limpiamente, el día de hoy, victoria que abre un camino nuevo para la patria, y cuyo principal actor es el pueblo de Chile aquí congregado! ¡Qué extraordinariamente significativo es que pueda yo dirigirme al pueblo de Chile y al pueblo de Santiago desde la Federación de Estudiantes! Esto posee un valor y un significado muy amplio”.

En la calle había una mezcla de fervor e incredulidad, de ilusión por años contenida que se desbordaba en una celebración abierta, pero tranquila. Allende, sin entrar en mayores descalificaciones, distinguió la actitud de sus dos adversarios: “Quiero destacar que nuestros adversarios de la Democracia Cristiana han reconocido en una declaración, la victoria popular. No le vamos a pedir a la derecha que lo haga. No lo necesitamos. No tenemos ningún ánimo pequeño en contra de ella. Pero ella no será jamás capaz de reconocer la grandeza que tiene el pueblo en sus luchas, nacida de su dolor y de su esperanza”. No deja de ser curioso, en circunstancias que el propio Allende no había sido capaz de reconocer la “victoria” de Alessandri en 1958, ni siquiera había congratulado a Frei en 1964, cuando triunfó con una mayoría absoluta y a gran distancia.

Al finalizar, el líder socialista despidió a sus partidarios con palabras emotivas y familiares: “Les digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria”.

El 5 de septiembre hubo una buena noticia para el candidato de la Unidad Popular, cuando recibió una nota del candidato de la DC: “Salvador: felicitaciones por la victoria, más honrosa mientras más dura y difícil. Le pertenece al pueblo, pero también es tuya. Cordialmente. Radomiro Tomic”. Posteriormente visitó a Allende en su domicilio: “He venido a saludar al Presidente Electo de Chile y a mi grande y antiguo amigo, Salvador Allende”. Este último respondió ante la prensa agradeciendo a Tomic: “La lucha, por suerte, la mantuvimos en un nivel que jamás alcanzó a lo personal y yo tengo que destacar la forma como hizo su campaña y sobre todo la entereza con que ha recibido este resultado” (Ercilla, N° 1838, 9 al 15 de septiembre de 1970). La visita provocó la indignación de Frei.

Edward Korry, el embajador de Estados Unidos en Chile, escribió un telegrama el mismo 5 de septiembre, que comenzaba expresando: “Chile votó calmadamente tener un estado marxista-leninista”, pasando a ser la primera nación en el mundo en hacer esta elección de manera libre y con conocimiento de causa. Luego agregaba que era penoso que Chile hubiera tomado el camino del comunismo con apenas poco más de un tercio del respaldo popular, pero era un hecho y tendría profundos efectos en América Latina (Telegrama al Departamento de Estado, Santiago, 5 de noviembre de 1970, Foreign Relations of the United States 1969-1976, Volume XXI, Chile 1969-1973, Departament of State, 2014).

Sin embargo, había un error en los análisis, por cuanto todavía no había Presidente electo en Chile, porque existían otras alternativas constitucionales. De hecho, el 5 de septiembre la prensa registró el resultado de formas muy diversas: el periódico gobiernista La Nación señaló a los candidatos y sus votos, sin mencionar ganador; Clarín no dudó en titular “¡Allende Presidente!”, al igual que El Siglo: “Allende Presidente de Chile”. La Tercera solo anunció que “Allende ganó por 39 mil votos”, mientras El Mercurio señalaba “Allende: mayoría relativa”, pero un artículo de portada se refería a “Las dos primeras mayorías”, Alessandri y Allende, ambos con sendas fotografías.

El tema de fondo es que, constitucionalmente, la elección seguía abierta: “el proceso electoral no ha terminado”, señaló Enrique Ortúzar, hablando por los alessandristas (Ercilla, N° 1.838). Y en las semanas siguientes la llegada de Salvador Allende –quien ya hablaba como Presidente electo– a La Moneda tendría que enfrentar numerosos problemas, entre ellos incluso algunos propiciados por Estados Unidos. Comenzaba sesenta días llenos de amenazas, negociaciones, esperanzas, temores y muerte.

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